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Dichosos los que creen sin haber visto ( Jn 20, 29)

Domingo, 24 de abril de 2022
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(Fuente foto: Olympus Digital Camera)

 

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

*

San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, estrofas 10 y 11

***

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

“Paz a vosotros.”

Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

– “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

– “Hemos visto al Señor.”

Pero él les contesto:

– “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros.”

Luego dijo a Tomás:

– “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”

Contestó Tomás:

“¡ Señor mío y Dios mío!”

Jesús le dijo:

“¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

*

Juan 20, 19-31

***

 

¡Encontrar a Dios! Mira, estoy sin luz. Me parece que podría decir frases bonitas (y entusiasmarme con ellas), pero justamente pronunciadas demasiado deprisa, de manera superficial. Me encuentro en una situación en la que mi creer ya no se me presenta como un conocer algo sobre Dios, como un «Credo», sino como la piedra de toque de mi fe. Si yo creyera de verdad, ¿seguiría siendo aún presa de insignificantes contrariedades con tanta frecuencia? No, entonces nada sería objeto de desprecio, sino que todo quedaría iluminado por este inimaginable y rico cumplimiento de todo. En consecuencia, es mi fe la que tiene que ser reanimada…

Pero ¿dónde se encuentra su debilidad? Creo, a buen seguro, que Jesús es Dios que ha venido entre nosotros y ha dado vida a mi vida. Creo, ciertamente, en Jesús, verdadero hombre, que murió crucificado y resucitó de entre los muertos: como Dios verdadero, «la muerte ya no tiene poder sobre él». Sí, Jesús, creo que has resucitado. Tú, el Hijo de Dios encarnado, «la fidelidad encarnada de Dios», has resucitado con tu cuerpo de hombre. Creo que has vencido a la muerte, también la mía. ¿Pero creo de una manera vital en esta resurrección de la carne, de mi carne, como afirmo en el Credo? ¿Justamente como la vivió Jesús y como la leo en los cuatro evangelios? No entraré de verdad en la resurrección de Jesús más que si digo un «sí» incondicional a mi resurrección. Este «sí» a mi destino personal es el que debo pronunciar antes que nada, más allá de todas las falsas apariencia de los sentidos, un «sí» a un «yo que continúa en una vida nueva».

Es preciso que mi voluntad se comprometa con este «sí» a mi supervivencia gloriosa, para aue mi «sí» a Cristo sea algo diferente a un simple sonido vocal.

*

Jacques Loew,
Dios incontro alí’uomo,
Milán 1985, pp. 164-167, passim.

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“Barro animado por el Espíritu”. 2 Pascua – C (Juan 20,19-31)

Domingo, 24 de abril de 2022
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TomasApostol1

Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad, llenando a todos de su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.

Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.

Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.

Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.

Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro… Solo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar su presencia viva entre nosotros. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar solo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No solo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.

José Antonio Pagola

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“A los ocho días, llegó Jesús”, Domingo 24 de abril de 2022. 2º Domingo de Pascua

Domingo, 24 de abril de 2022
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27-pascuaC2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 12-16: Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19: Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos.
Juan 20, 19-31: A los ocho días, llegó Jesús.

El libro de los Hechos, el Apocalipsis y el evangelio de Juan se escribieron casi por la misma época. La Iglesia de Jesús, formada por muchas y diferentes comunidades, estaba recogiendo las diversas tradiciones sobre Jesús histórico y cada comunidad las reelaboraba y contaba de acuerdo a las nuevas situaciones que estaban viviendo. Eran tiempos de grandes conflictos con el imperio romano y con los fariseos de Jamnia (norte de Jerusalén), donde radicó el único grupo oficial judío que sobrevivió a la destrucción del templo el año 70. Es en este momento cuando se fragua la bifurcación de caminos entre el judaísmo oficial y el judaísmo cristiano, o judíos que creían en el también judío Jesús. A posteriori, la teoría (la hermenéutica, la interpretación que tenemos que elaborar para tranquilizar nuestros corazones y nuestras mentes dándonos un sentido) ha dicho que es que Dios decidió abrir una nueva etapa histórica manifestando un misterio escondido desde siempre, y otras varias teologías. Los estudios históricos hoy están en capacidad de trazarnos ya, más o menos, las causas históricas e ideológicas que de hecho cristalizaron en la separación. Hoy, a la altura de estos tiempos en los que la historia y la arqueología nos permiten conocer casi con toda seguridad cómo fue de distinta aquella historia, no estamos obligados a historificar la teología; tenemos derecho a saber la verdad, y a reconocer la teología como teología, como creación hermenéutica, que aquellas generaciones de cristianos necesitaron para interpretar y recrear su historia, pero que nosotros, en una sociedad culta y científica –con otra epistemología– no necesitamos para interpretar-recrear la realidad, podemos aceptar la historia como fue, como hoy sí sabemos que fue.

Lo mismo nos pasa con respecto al «calendario» de la muerte de Jesús – Pascua – Pentecostés… Lucas se tomó la libertad de imaginar/crear un calendario, un cronograma, que podemos de decir que se sacó de la manga, o sea, de su creatividad y genialidad catequética. Tan bien hecha resultó, que fue la que se llevó el gato al agua, la que se impuso, no por a la fuerza, sino por lo bien hecha que estaba y lo catequéticamente práctica que resultaba. (Estamos en un caso semejante a lo de la bifurcación entre cristianismo y judaísmo: lo que teologizamos no es realmente lo que sucedió con respecto al judaísmo oficial de Jamnia, pero es lo que «se impuso» –tampoco por imposición, sino por practicidad teórica; como sabemos, esta separación incluso abismo entre la realidad histórica real y nuestra propia visión-interpretación histórica, es mucho más frecuente que lo que ordinariamente pensamos).

En efecto, veamos. Jesús entra y se coloca en medio de la comunidad. Sopla sobre ellos/as y dice que les envía el Espíritu Santo. Para la comunidad de Juan (en la que, con la que escribe), la Pascua de Resurrección y Pentecostés acontecieron el mismo día en que Jesús resucitó. No hay que esperar 50 días para Pentecostés.

Y en esa Pascua-Pentecostés «toda la comunidad» de discípulos y discípulas recibe la autoridad para perdonar los pecados. Esto corresponde a la tradición que también Mateo ha conservado en su evangelio (Mt 18,18) y que luego la Iglesia, en su proceso de clericalización (reinterpretación clerical ésta sí, impuesta con poder de coerción) fue perdiendo, pero que sí recuperaron las Iglesias Evangélicas con la Reforma Luterana, que significó un esfuerzo sincero por reconciliarse con la historia real. Entonces, en el siglo XVI todavía no era tan posible como lo es hoy, por el avance de la ciencia; Ello querría decir que el avance del conocimiento de la humanidad, nos obliga a reconciliarnos con la realidad histórica, que cada vez conocemos mejor, y nos obliga a tomar conciencia del carácter construido de nuestras interpretaciones teológicas; tradicionalmente ha sido posible convivir con creencias y elaboraciones míticas, pero cada vez se nos hace más necesario relegar las creencias y las interpretaciones al cajón de las curiosidades históricas –con frecuencia muy ricas e instructivas– para quedarnos con una visión digna de esta humanidad que vive en una sociedad de conocimiento.

En la segunda parte de este evangelio nos encontramos con el diálogo de Jesús y Tomás. Hace tres años, nuestro comentarista, en este mismo comentario a este evangelio, escribió:

«Ojos que no ven corazón que no siente», dice el refrán. Cuentan que cuando Yury Gagarin, el astronauta ruso, regresó de aquel primer paseo a las estrellas, dijo: “He andado por el cielo y no he visto a Dios”. Pobre Yury tan parecido a Tomás, que podría llamarse su mellizo.

Hoy no nos atrevemos a tratar así a Yury Gagarin, ni al llamado «ateísmo científico» que en esa anécdota él simboliza. Los cristianos hemos estado dos o tres siglos enfrentados al materialismo científico, irreconciliablemente enfrentados a su ateísmo. La Iglesia empeñada en la existencia de un Dios concebido como un Señor, creador, todopoderoso, que lee nuestras conciencias, providente, que todo lo supervisa y lo autoriza o no, que habita en el cielo, que dice, piensa, decide, se ofende, se arrepiente, perdona… Y el ateísmo científico negando la existencia de tal «Señor», de rostro y características tan antropomórficas… La fe –decíamos entonces– consiste en «creer lo que no se ve», someter nuestro entendimiento y aceptar las fórmulas de la fe de la Iglesia aunque nos parezcan increíbles… Y se nos recordaba que tendríamos más mérito que Tomás el Apóstol, que sólo creyó cuando vio…

Se acabó aquel enfrentamiento inútil, aquel diálogo de sordos en el que las dos partes sólo tenían media verdad. Tenía razón el ateísmo científico en rechazar una imagen tan cosificada (dios como un ser, como un ente) y tan antropomórfica de Dios. Reivindicaba una verdad que los cristianos no acababan de entender. Había que dar la razón a Gagarin: efectivamente, por allí no pudo ver a Dios porque ese dios-ente celestial… no existe –y si efectivamente lo hubiera visto, habría que decirle que no era Dios eso que habría visto–. La fe no consiste en imaginar o en aceptar la existencia de un Señor por encima de las nubes ni en las alturas espaciales por donde Gagarin paseó; allí efectivamente no hay nada. Podemos seguir sintiendo la presencia del Misterio, a la vez que no creemos en duendes, en espíritus ni en divinidades antropomórficas. La fe es otra cosa. No es sumisión irracional del pensamiento, ni aceptación obligada de fórmulas o dogmas, o relatos míticos. El valor ejemplar de Tomás el Apóstol metiendo sus dedos en las llagas de Jesús, decididamente, no sirve en directo como metáfora para interpretar la fe en la coyuntura actual del mundo, por mucho que la forcemos. Es necesario dar un salto hacia delante, un salto cualitativo, por el que Dios deja de ser considerado un ente, ni un Señor, ni un habitante de las alturas del cielo… y la fe deja de ser sumisión del entendimiento, humillación de la persona, renuncia a la visión de la ciencia. Se acabó el tiempo del enfrentamiento con la razón y con la ciencia. Es preciso actualizar nuestras ideas, porque, con frecuencia, al hablar de la fe seguimos repitiendo los mismos tópicos sobrepasados del «creer lo que no se ve», de renunciar a la seguridad de lo que vemos, de ofrecer «el obsequio de nuestra razón», de humillarnos ante Dios… El ateísmo científico es un problema del siglo XIX, la ciencia actual abandonó esa posición hace bastante tiempo. Seguir utilizando para hablar de la fe aquellas metáforas combativas, no sólo no nos hace bien, sino que es dañino. Leer más…

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24.4.22. La pascua de Tomas: Vivir en comunión, curar las llagas de los crucificados (Jn 20, 19-29)

Domingo, 24 de abril de 2022
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2D2F0619-DB52-4D6A-8E85-FF6D0900E238Del blog de Xabier Pikaza:

Dos problemas hay todavía en contra de la “pascua”: (a) Con esta iglesia que se dice signo de resurrección es muy dificícil creer en ella. (b) Ante las llagas de un mundo cargado de cruces parece imposible toda pascua.

Estos son eran problemas de Tomás según Jn 20. Estos  siguen siendo los nuestros. ¿Cómo creer en la resurrección si la iglesia no está resucitada y crecen (hacemos que crezcan) las llagas de cristo en el mundo?

Para empezar  

Los sinópticos incluyen a Tomás entre los apóstoles (Mt 10, 3; Mc 3, 8; Lc 6, 15),lo mismo que Hech 1, 13, sin añadir nada sobre él, como si sólo conocieran su “mote” (el mellizo ¿mellizo de quién?) como si no supieran o no quisieran decir nada más sobre él.

Por el contrario, Juan le presenta tres veces como «Tomás, llamado el mellizo»(cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), sin decir tampoco cuál era su nombre, y le concede un papel especial en su evangelio.

Tomás aparece, en primer lugar, como discípulo valiente, que anima al resto de los discípulos, a fin de que superen su miedo y suban con Jesús a Jerusalén, para morir con él (Jn 11, 16). En la última cena aparece como uno de los «mistagogos», que plantean a Jesús las preguntas básicas sobre el sentido de su entrega y de su gloria, con Felipe [Jn 14, 8] y Judas [Jn 14, 22]).

Después que Jesús había dicho “en la casa de mi Padre hay muchas moradas”, como indicando que en su iglesia y en su cielo había espacios de vida diversos (Jn 14, 2), Tomás se atrevió a decirle: Señor, no sabemos a dónde vas ¿Cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida… (Jn 14, 5-7).

Este es el tipo de preguntas y respuesta características de los textos de revelación, que serán dominantes en los evangelios gnósticos posteriores. Eso significa que Tomás es para Juan un iniciado, algo que ha penetrado en el conocimiento del Mesías.

Una iglesia con huecos, falta Tomás

            Esta semana de pascua hemos ido evocando diversas “experiencias” de la resurrección de Jesús, empezando por las mujeres (en especial por Magdalena), para seguir con Pedro. Pero, conforme al evangelio de Marcos (16, 1-8), lo mismo que el de Mateo (Mt 28, 16), muchos o por lo menos algunos seguían dudando de Jesús, como supone este relato:  

A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos, por el medio a los judíos, vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo: – ¡La paz con vosotros! Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.

Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo: – ¡La paz con vosotros! Como me ha enviado el Padre os envío también yo. Y diciendo esto sopló y les dijo: – Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengáis les serán retenidos (Jn 20, 19-23).

            Los discípulos están reunidos. No se dice cuántos son. Ciertamente, no son los “doce” como tales. En el grupo hay sin duda mujeres (pues el grupo ha comenzado con ellas). En ese contexto descubren a Jesús, que ha   venido y está con ellos. No se dice cómo, cómo le ven, como le siente. Pero es evidente que en un plano superior le ven, le sienten y le escuchan, pues les die:

 – La Pascua  se con vosotros (Eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida y su misión universal.

 – La pascua es presencia gloriosa del crucificado. Por eso dice el texto que  Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después va a recibir nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf 20, 24-29). Creer en la pascua es descubrir la gloria y presencia del crucificado

La pascua es Pentecostés. Jesús infunde su espíritu (su vida, su presencia) sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo(20,22), como había hecho Dios en el principio, concediendo su respiración a los primeros hombres (Gén 2, 7). Ahora es Jesús quien besa y sopla:  compartiendo su vida con todos aquellos que le acogen.

Por eso les envía: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). Los cristianos son no sólo enviados de Jesús, sino que son (somos) el mismo Jesús presente. Por eso, como he dicho, sin iglesia “resucitada” es difícil

La iglesia perdón: a quienes perdonéis los pecados… (20, 23).Este es el problema del mundo: no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, no hay para ellos sacrificios que puedan transformarles. Ha perdido su sentido el sacerdocio de Jerusalén, no consigue perdonar el templo. Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Jn ha interpretado la pascua como experiencia transformante de perdón.

El texto sigue diciendo: Aquellos a quienes perdonéis quedarán perdonados…Pero aquello a quienes retengáis… Si no perdonáis (si no sois perdón completo) no se podrá extender este perdón de Cristo sobre el mundo. Si este mundo está “loco y perdido” de violencia, de guerra y opresión, de pecado, es porque los cristianos dicen que son (somos) de Jesús pero no perdonamos. No se trata de una pequeña confesión sacramental privada… sino del perdón mas hondo de la vida, de toda la vida, de todos los cristianos, incluidos los de la guerra española del 36-39 y los de las iglesias de Rusia y Ucrania…

Tocar a Jesús. Signo de Tomás (20, 24-29).

            Bastaban las señales anteriores: la paz de Cristo, el recuerdo de su entrega (manos y costado), el perdón en el Espíritu. Pero el texto sigue diciendo que faltaba Tomás, precisamente uno de los Doce. No es un cristiano normal el que ha dejado de participar en la asamblea; es uno de los antiguos compañeros de Jesús, de sus Doce seguidores. Los otros discípulos le dicen hemos visto al Señor (20, 25), pero él duda: pide un signo (si no veo en sus manos la huella de los clavos…) y Jesús se lo concede.

Dos cosas le faltan para creer en la resurrección. (a) Encontrar una iglesia de creyentes, de personas que sean portadoras de la pascua de Cristo. (b) Descubrir y tomar las llagas de Cristo en la historia de los hombres (las llagas de la historia de los hombres en la verdad del Cristo):

Y ocho días después, estaban de nuevo sus discípulos en casa y Tomás con ellos; llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y dijo:- ¡Pas a vosotros! Luego dijo a Tomás: – Trae tu dedo aquí y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino fiel!

Respondió Tomás y dijo: – ¡Señor mío y Dios mío! Y Jesús le dijo: Porque has visto has creído ¡Felices los que no han visto y han creído! (20, 26-29).

             En medio de la comunidad reunida, como signo supremo de falta de fe y de confesión creyente, ha destacado Juan la figura de Tomás, elaborando en torno a él esta bellísima escena pascual. Tomás es la expresión del ser humano al que le cuesta creer porque es honrado; quiere signos, necesita certezas y en algún sentido Jesús se las ofrece. Leer más…

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“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Domingo 2º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 24 de abril de 2022
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thomas-et-jesusDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

[NOTA PREVIA: Este domingo se conoce como de la Divina Misericordia, devoción promovida a partir de 1930 por una religiosa polaca, Sor María Faustina, e instituida como fiesta por Juan Pablo II. Ya que el tema de la misericordia divina ha sido central en la Semana Santa, me limito a comentar los textos bíblicos, centrados especialmente en la fe.]

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

             Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

            – Paz a vosotros.

            Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

            – Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. 

            Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

            – Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

            Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

            – Hemos visto al Señor.

            Pero él les contestó:

            – Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

            A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

            – Paz a vosotros.

            Luego dijo a Tomás:

            – Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

            Contestó Tomás:

            – ¡ Señor Mío y Dios Mío!

            Jesús le dijo:

            – ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. 

            Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1.- El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2.- El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3.- Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4.- La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5.- La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6.- El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este  momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”

            En este pasaje del evangelio se da un importante cambio en los destinatario. En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz, a ellos los envía en misión y les da el Espíritu. En la segunda se dirige a Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.

  Podríamos añadir: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Basta pensar en las desgracias que ocurren a menudo en nuestro mundo, en los grandes fallos de la Iglesia, en las luchas más o menos ocultas por el poder dentro de ella, en otros detalles contrarios al evangelio. Para muchos, estos motivos son suficientes para abandonar la Iglesia o incluso la fe. Conviene escuchar a Jesús, que nos dice: “Bienaventurados los que creen a pesar de lo que ven”.

Una primera lectura que hay que leer con atención (Hechos 5,12-16)

            El evangelio ha proclamado dichosos a quienes creen sin ver. La primera lectura habla de la dicha de ver milagros y beneficiarse de ellos. Comienza diciendo que “los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Y termina subrayando el papel principal de Pedro; en opinión de la gente, incluso su sombra basta para curar a alguno. Por eso le traen enfermos hasta de los alrededores de Jerusalén.

            En una lectura rápida, parece que son estos milagros los que favorecen la expansión de la comunidad cristiana (“crecía el número de los que se adherían al Señor”). Sin embargo, lo que cuenta Lucas es más sutil.

            Además de los apóstoles, juega un papel capital la comunidad (“los fieles se reunían en común en el pórtico de Salomón”). Y es a ella a la que se adhieren los nuevos creyentes.

            Los milagros de los apóstoles y de Pedro continúan la labor de Jesús, que “pasó haciendo el bien”. Esos enfermos se benefician de ellos, pero no entran en la comunidad cristiana. Los que pasan a formar parte de ella son los que ven la forma de vida de la comunidad. En esta época de secularización, con la disminución creciente de los cristianos, es importante recordar que el numero de los creyentes depende en gran parte del ejemplo que demos a los demás.

Por manos de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor.

La gente sacaba a los enfermos a las plazas y los ponía en catres y camillas para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.

Lectura del libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19

Durante los domingos de Pascua, la segunda lectura se toma del libro del Apocalipsis, recogiendo pasajes sueltos, sin conexión especial entre ellos. Pero el Apocalipsis de Juan es una obra muy adecuada para la época de Pascua, porque alienta la esperanza en medio de las persecuciones y asegura que el triunfo ya conseguido por Jesús repercutirá en toda la Iglesia. El fragmento de hoy constituye el comienzo (mutilado, naturalmente) de la obra.

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el Reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.

El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente, como de trompeta, que decía: «Lo que estás viendo, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias».

Me volví para ver la voz que hablaba conmigo y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñido el pecho como un cinturón de oro. Cuando lo vi caí a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí diciéndome: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto.

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II Domingo de Pascua. 24 de Abril, 2022

Domingo, 24 de abril de 2022
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“En la tarde de aquel día, el primero de la semana,
y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo:
“¡La paz esté con vosotros!”

(Jn 20, 19-31)

Tal vez nos resulta una escena muy familiar la de los discípulos. Un domingo por la tarde, encerrados en casa, ellos por miedo a los judíos, nosotros por… pánico al lunes. Sí, una razón tan simple como real. Pereza, modorra, o como lo queramos llamar, por comenzar otra semana, comenzar nuestras obligaciones, trabajo, estudios, gimnasio, extraescolares de los niños, aguantar al jefe, a los compañeros, a los clientes, y así, un largo etcétera.

Aguantar a los demás. Reflexionemos un poco. Los demás. Todos, absolutamente todos formamos parte de ese “los demás” para alguien. Esto quiere decir que a ti y a mí también nos tienen que aguantar los demás; con nuestras risas y también con nuestras lágrimas; con todo lo bueno que les aportamos y también con nuestras puertas cerradas; con nuestros viernes pero también sacamos a relucir nuestras tardes de domingo… ¿nos damos cuenta de ello o solo vemos lo de “los demás”?

Y es entonces, sin duda, en nuestras lágrimas, en nuestras puertas cerradas, en nuestras tardes de domingo cuando se pone Jesús en el medio y nos dice: “¡La paz esté con vosotros!” Él llena con su presencia cualquier resquicio de temor, cualquier oscuridad.

Y ahora, otro interrogante, ¿para creernos esto nos bastan las palabras o dejamos que aparezca nuestro Tomás interior?

Oración

Jesús, tú eres nuestro Maestro, a quien seguimos.
Tú nos dices una y otra vez “dichosos los que creen sin haber visto”.
Ayúdanos a creer que estás en medio de nuestras noches dándonos paz,
en medio de nuestras tormentas, en medio de nuestras soledades.
Ayúdanos a creer que estás cuando no te vemos.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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A Jesús resucitado no le vieron en frente sino dentro de ellos.

Domingo, 24 de abril de 2022
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DOMINGO 2º DE PASCUA  (C)

Jn 20,19-31

Lo que los textos pascuales quieren expresar con la palabra resurrección es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es algo mucho más profundo que la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. El relato fue la manera trasmitir la vivencia pascual después de la experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren comunicar a los demás es la experiencia pascual de que seguía vivo y, además, les estaba comunicando a ellos esa misma Vida. Éste es el mensaje de Pascua.

Como todos los años leemos este mismo evangelio y lo explicamos el año pasado. Vamos a referirnos hoy al aspecto general de la experiencia pascual. Los exégetas han rastreado los primeros escritos del NT y han llegado a la conclusión de que la cristología pascual no fue ni la primera ni la única forma de expresar la experiencia de Jesús vivo que tuvieron los discípulos después de su muerte. Hay por lo menos tres cristologías que se dieron entre los primeros cristianos, antes o al mismo tiempo de hablar de la resurrec­ción de Jesús.

En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatoló­gico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitiva­mente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús, el Cristo (Ungido), como dador de salvación (Vida) última y definitiva sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección.

Otra cristología que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la compren­sión de Jesús. Esta cristolo­gía es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez.

Una tercera cristología, que tampoco se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que, conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios envía a los seres humanos para que encuentren su salvación.

Todas estas maneras de explicar su experiencia fueron concentrándose en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para comunicar la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte. Sin embargo, la cristología pascual más primitiva tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada en una primera instancia, como exaltación y glorificación del humillado, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente.

La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar, con imágenes muy vivas y que entraran por los ojos, la experiencia pascual. Esa vivencia fue fruto de un proceso interior en el que tuvieron mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida.

En ninguna parte se narra el hecho de la resurrección porque no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objeto de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno verificable por los sentidos estarán abocados al fracaso. Toda discusión científica sobre la resurrección es una estupidez. Cuando decimos que no es un hecho “histórico”, no queremos decir que no fue “Real”. El concepto de real es más amplio que lo sensible o histórico.

En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar la manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante el descubrir como llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuenta que en el momento de la detención, todos lo abandonaron y huyeron. Ese proceso de “iluminación” de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque es ese mismo proceso el que tiene que realizarse en nosotros mismos.

La resurrección quiere expresar la idea de que la muerte no fue el final. Su meta fue la Vida, no la muerte. La misma Vida de Dios, como dice el mismo Jn: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”.  Vaciándose del “ego”, queda en él lo que había de Dios. No cabe mayor glorificación. “Aquilatar” el oro es ir quitando las impurezas: 12, 18, 22… hasta llegar a 24 quilates que es oro puro; ya no se puede ir más allá. Este vaciamiento no supone la anulación de la “persona”, sino su máxima potenciación. Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El hombre es un todo monolítico, desde la carne al espíritu.

La base de todo el mensaje y la credibilidad que quieren darle está en las apariciones a los doce, para trasmitir la idea de que no se trata de una alucinación personal. Todos los relatos responden a un esquema teológico que nos dan la clave de interpretación:

a) Una situación de la vida real. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos. En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Jesús. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte.

b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o expectativas. La experiencia se les impone desde fuera, desde una instancia superior a ellos mismos.

c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que sigue tratando de llevarles a la plenitud de Vida.

d) Hay un reconocimiento que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás era más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptar la nueva realidad que les desbordaba.

e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunidad, no es ocurren­cia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo si quieren ser fieles al Maestro.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Fe adulta.

Domingo, 24 de abril de 2022
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Jn 20, 19-31

«Dichosos los que no han visto y han creído»

Los discípulos que formaban el círculo más cercano a Jesús creyeron en él hasta el punto de dejarlo todo por seguirle. Convivieron con él largo tiempo, escucharon mil veces su doctrina, pero llegaron al pie de la cruz convencidos de que seguían al Mesías davídico que iba a unir al pueblo, derrocar al gobierno corrupto de Herodes, expulsar a los romanos, devolverle a Israel su antiguo esplendor y someter a sus vecinos al culto a Yahvé en el Templo de Jerusalén.

Por fortuna para nosotros aquella fe murió en la cruz y fue definitivamente enterrada en el sepulcro vacío. De sus cenizas nació la verdadera fe; la fe en el crucificado; una fe que ni siquiera pudieron imaginar antes de aquel asombroso proceso de conversión que hemos llamado experiencia pascual. En el evangelio de hoy, Juan expresa esta fe de forma brillante en boca de Tomás: «Señor mío y Dios mío». Probablemente en aquel momento Tomás cayó en la cuenta de que aquello no era lo que ellos habían esperado, sino algo mucho mejor

Juan también nos narra el instante en que él mismo se vio iluminado por esta fe, y comprobamos, con asombro, que reconoce no haber creído, o haber creído mal, hasta el momento en que vio las vendas y el sudario en el suelo del sepulcro: «Entró también el otro discípulo, vio y creyó»…

Nosotros hemos creído en Jesús «sin haber visto» y nos sentimos dichosos por ello, pero corremos el mismo riesgo que sus discípulos: que tratemos de amoldarlo a nuestra ideología o nuestros deseos y perdamos la dicha de vivir sus criterios. Una fe adulta nos alerta de este riesgo y nos empuja a revisar nuestra fe; a preguntarnos si también nosotros estamos creyendo mal y no lo sabemos…

¿Pero cómo hacerlo?…

Pues la mejor forma es preguntarnos si nuestra fe en Jesús cambia o no cambia nuestra vida; si nos lleva a compadecer y compartir, a trabajar por la paz y la justicia, si nos hace más veraces, si nos mueve a perdonar, si nos libra de la esclavitud del dinero… y, en definitiva, si nos empuja a rechazar los valores que nos ofrece esta sociedad que llamamos “civilizada” aun sabiendo que nos hace esclavos de nuestros deseos y nos deshumaniza…

Si la respuesta es que no, que no nos cambia, es posible que creamos en algo estupendo y maravilloso, pero no en Jesús.

La fe en Jesús necesita estar permanentemente alimentada y, como decía Ruiz de Galarreta, se puede alimentar de tres fuentes distintas: la contemplación, las obras y la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión hacia él, las obras nos confortan y nos reafirman en sus criterios, y la comunidad nos contagia la fe porque al vivirla en común se fortalece.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí.

Fuente Fe Adulta

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A los ocho días llegó Jesús.

Domingo, 24 de abril de 2022
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DOMINGO 2º DE PASCUA (C)

(Jn 20, 19-31)

Cristo ha resucitado. Pero este acontecimiento histórico solamente ha sucedido ante Dios. Ningún ser humano ha sido testigo directo del momento en que Cristo resucitó. Sin embargo, podemos percibir este suceso por otros caminos y ser testigos veraces de este hecho singular. El Resucitado se hace presente, “se aparece” y los discípulos/as le pueden “ver”. Con esto los evangelios nos sugieren que hay unos signos por los que el Resucitado se hace presente.

Para llegar a percibir estos signos es necesaria la fe. El Resucitado pertenece a una esfera del mundo totalmente nueva, nos remite a la situación definitiva que nos espera. No hay ningún hecho conocido en la historia comparable a la resurrección de Jesús. Es algo nuevo y, además, pertenece al futuro, no al pasado; por eso sólo se puede creer y esperar.

La liturgia pascual insiste machaconamente en la gratuidad de la fe. La resurrección es el objeto fundamental de la fe. Ante ella solo podemos creer. Es más, los que sin haber visto han creído son llamados bienaventurados: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Solo en la comunidad que se reúne podemos descubrir a Jesús vivo: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,15-20) y les comunica el Espíritu, el Aliento que da la verdadera Vida.

Uno de los signos más reveladores del Resucitado es el estilo de vida de la comunidad: ésta surge cuando se establecen relaciones fraternas hasta llegar a poner todo en común. Se manifiesta también en el perdón de nuestras faltas, unos a otros, sin rencores ni culpabilidades absurdas, así como en la capacidad de superación que Dios nos concede para caminar hacia la consecución de la promesa, ya cumplida en Cristo.

El simbolismo del número ocho es específicamente cristiano; los evangelistas lo usan como símbolo del mundo definitivo, más allá de la primera creación (el siete). Juan  nos dice que a los ocho días acontece la segunda aparición de Jesús resucitado a los discípulos/as e indica el carácter pleno del tiempo mesiánico, la presencia en la historia de la realidad futura; completa así el carácter de novedad del “primer día de la semana” (el domingo).

Pero los signos del resucitado no se agotan en este mundo desgarrado en el que vivimos. Hay incontables señales que nos indican cómo el poder de Dios va dirigiendo la historia hacia su plenitud. ¿Percibimos algunos de estos signos en nuestro tiempo? ¿Cómo se va manifestando el Espíritu en tu vida?

En la comunidad cristiana actual ¿comprendemos el gesto de la vida misma de Jesús y de sus actitudes? Él no guardó nada para sí sino que todo lo puso en común, como el pan que se parte y se reparte en la mesa para que todos coman. Porque esa es la esencia y el significado de la vida cristiana que celebramos en la Eucaristía: no aferrarse a nada, ponerlo todo en común: capacidades, carismas, bienes materiales y espirituales, la escucha interpelante de la Palabra, transmitir la experiencia de fe a los adultos, jóvenes, niños, el compromiso social irrenunciable. Quien no ha descubierto a Cristo en su vida, ¿cómo podrá llegar a descubrirlo en los signos del pan y el vino? No entramos en comunión con un mero recuerdo del pasado sino con aquel que estaba muerto y vive hoy.

Una fe adulta, comprometida, profética, que anuncia la Buena Noticia de Jesús entre nosotros/as y denuncia lo que es obstáculo para el Reino de Dios; una fe que nos  impulsa, como a los discípulos/as de aquella casa, a hacer signos y “prodigios” en lo cotidiano, sabedores de nuestras limitaciones pero también de nuestros dones. De lo contrario, ¿cómo va a crecer el número de los creyentes que se adhieren al Señor, es decir, que se solidarizan con su causa, con la misión a la que estamos llamados?

El éxito de las primeras comunidades cristianas se debió precisamente a la actitud práctica de no monopolizar la posesión de los bienes, “ninguno pasaba necesidad”, la superación de todo aquello que discriminaba y excluía y a la acogida prioritaria a los “descartados” y “diferentes” de aquella sociedad. Eso fue posible entonces y también hoy. El itinerario espiritual de una fe encarnada, principalmente en los pequeños y vulnerables, se materializa en el compromiso personal y social de cada día. ¿Cómo nos implicamos?

Los que sin haber visto han creído, hacen posible esos prodigios y signos en el ámbito de la comunidad cristiana. Jesús reprocha a Tomás, todos lo somos, que estar separado de la comunidad nos impide llegar a la experiencia de un Jesús vivo y, además, se pone en riesgo de perderse. Sólo cuando estamos unidos es posible ver a Jesús porque él se manifiesta en el amor a los demás y nos invita a que lo hagamos en memoria suya. El amor trasciende fronteras, rompe barreras, prejuicios y esquemas morales rígidos que causan dolor y rechazo. Sólo el amor nos desinstala de la comodidad, de la rutina o del conformismo paralizante. No somos cristianos que vamos por libre sino hijos e hijas de un Dios que nos hizo hermanos y hermanas unos de otros. Ese es el único argumento de credibilidad para los seguidores de Jesús, para la misma Iglesia. ¿Qué experiencias tenemos de una Iglesia que camina hacia la sinodalidad?

Termina Juan el evangelio con la frase “Muchos otros signos hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que… creyendo tengáis vida en su nombre”. El Espíritu que nos habita lo hace posible cada día. ¿Crisis de fe o indiferencia cómplice? ¡Tú eliges!

Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Miedo y Paz

Domingo, 24 de abril de 2022
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A2A9F159-1449-4DE8-9E2F-85EB87421E7FDomingo II de Pascua

24 abril 2022

Jn 20, 19-31

Como los niños, los humanos hemos tendido a pensar que nuestra “salvación” -como la paz, el gozo, la plenitud…- se hallaban “fuera”. Se trataba, por tanto, de conquistarla por la fuerza o esperar a recibirla de un dios gracias a nuestra sumisión a él.

Tal creencia se puede sostener durante un tiempo…, exactamente el mismo que dura nuestra adhesión a ella.  Pero no ofrece ninguna base segura, más allá de nuestra propia idea. Por lo tanto, nos hace vivir “encerrados” y “con miedo”.

Creencias, encierro, miedo… hablan, sencillamente, de nuestra ignorancia radical, de aquella falta de comprensión básica que nos hace tomarnos por lo que no somos -la apariencia o la mera “personalidad”-, olvidando nuestra verdadera “identidad”, en cuanto plenitud de consciencia y de vida…, aun experimentándose en una forma sumamente frágil y vulnerable.

Así como el miedo nace de la ignorancia, la paz es fruto de la comprensión. Comprensión que, cuando es tal, nos permite vivirnos en conexión con lo que realmente somos o, al menos, volver a conectar con ello en cuanto cualquier señal de malestar nos muestra que nos hemos perdido una vez más en la ignorancia.

La comprensión hace ver que lo que realmente somos se halla siempre a salvo, al mismo tiempo que nos permite crecer en desidentificación del yo. Porque no cabe avanzar en aquella dirección sin hacerlo en esta. El motivo de la ignorancia -y, por tanto, del sufrimiento mental- es la identificación con el yo. La comprensión, al liberarnos de tal identificación, nos ayuda a no tomarnos las cosas tan “personalmente” y, sobre todo, a anclarnos en ese Fondo consciente que constituye nuestra verdadera identidad.

¿Dónde busco la paz?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Si una comunidad no vive en paz, en alegría y aliento vital (Espíritu), tal vez sea porque Cristo no esté presente.

Domingo, 24 de abril de 2022
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tomas-1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre: 

01.- Algunas notas iniciales.

1.1. Jesús ha muerto el viernes. Judas se ha suicidado, Pedro le ha traicionado, los discípulos se ha dispersado. No es pensable que -al día siguiente, el domingo- estuviera ya constituida la iglesia, la comunidad cristiana naciente.

1.2.- Estos relatos reflejan el proceso de fe por el que los primeros cristianos llegan a la fe en el Señor resucitado.

1.3.- El camino de creación de la comunidad cristiana seguramente fue lento y difícil, porque los primeros cristianos eran judíos y les costó no poco separarse del mundo judío.

1.4.- Dice el texto que era el primer día de la semana. Es el primer día de la nueva creación, de la nueva humanidad que Cristo ha creado.

02.- Cristo no estaba en el grupo, en la comunidad,

    Estaban reunidos los discípulos, pero no estaba Cristo.

   Y porque no estaba Cristo aquella comunidad naciente se encontraba encerrada, triste, con miedo y sin ganas de vivir

           Estaban los discípulos encerrados y con miedo

           Nacimiento de la Iglesia más que difícil.

     Aquellos “Diez” (faltaban Judas y Tomás), estaban encerrados y con miedo, porque Cristo no estaba entre ellos.

     ¿Como nosotros?

   ¿No es ésta la situación de muchas iglesias-diócesis, estructuras eclesiásticas? ¿No vivimos encerrados y con miedo a todo: miedo a la libertad, al Vaticano II, a las ciencias, a las ideologías, a los cambios, al pensamiento teológico, moral, litúrgico, etc.?

     En el impasse  en el que nos encontramos, no parece que nuestro momento diocesano sea especialmente alentador. ¿En nuestra diócesis se vive en paz, con alegría e ilusión? ¿No estamos más bien en una división eclesial, enfrentamientos y en una honda tristeza?

       El miedo bloquea, paraliza. ¿No estamos bloqueados, paralizados? “Aquí no se mueve nada ni nadie”? Es la actitud de muchos obispos.

     Por otra parte, ¿A qué será debido la huida de la Iglesia –como Tomás o los dos de Emaús- de tantas y tantas personas de la sociedad? ¿Por qué se han vaciado las Iglesias?

03.- JesuCristo confiere paz, alegría y aliento vital (Espíritu)

     Cuando Cristo está presente en una persona, en una comunidad, en una diócesis confiere: paz, alegría y ganas de vivir:paz a vosotros… se llenaron de alegría… Recibid espíritu santo.

    Una comunidad de Jesús se caracteriza por vivir en paz, alegría y Espíritu. Si no hay paz, alegría, aliento vital, puede que sea una buena organización religiosa con magnífica estructura y doctrina, con leyes perfectas y disciplina, pero seguramente que no es una comunidad de Jesús.

      El evangelista Juan recoge las palabras del Génesis. Dios infunde aliento vital al barro humano. Ahora Jesús, exhaló su aliento sobre la comunidad naciente y recobran las ganas de vivir, coraje, la ilusión.

    En los momentos de crisis personales, de sufrimientos eclesiásticos que afectan a la vida eclesial, habremos de abrir puertas, ventanas y, sobre todo, nuestro espíritu a Cristo resucitado para que ventile nuestras vidas y oxigene la vida eclesial.

   Evoco lo que decía el papa Juan XXIII del concilio Vaticano II: abramos las ventanas para que salga el aire viciado y entre aire puro.

    Si en nuestra Iglesia no hay paz, serenidad, alegría y aliento vital, es que Cristo no está presente.

04.- Tomás no estaba en el grupo.

    Tomás se había marchado ya del grupo. Tomás es la versión de los dos de Emaús de Lucas. Es la versión lucana de la decepción. El asunto “Jesús” no valía la pena. Ha sido un fracaso total. Por eso se marchan del grupo. Nosotros esperábamos, pero todo ha sido un “sueño de verano”…

    Por esta razón, Tomás no estaba en el grupo. Vivir a descampado es muy difícil.

    ¿Y si la iglesia fuese un remanso de paz, de sosiego, de convivencia, de contento, de vida o un hospital donde se curan heridas (Francisco)? ¿Quién no quiere vivir en paz y alegría?

05.- Se intuye en la Iglesia una vuelta al origen en las intuiciones de Francisco

    Gracias a Dios que el estilo y tono cristiano y eclesial de Francisco es más evangélico del que pulula en algunas diócesis y obispos.

El paradigma ha cambiado con Francisco.

    Aunque el papa Francisco no logre muchas cosas y cambios que quisiera y son necesarios, al menos el paradigma ha cambiado. Quedémonos con el espíritu de Francisco, el espíritu que Jesús infundió en la comunidad naciente. Lo principal en la Iglesia ya no es el miedo y la represión, la condenación y el infierno, la doctrina a ultranza y contra quien sea. Francisco no carga machacona y agresivamente contra el pueblo el laicismo, el secularismo, contra el ateísmo, contra los homosexuales, los divorciados, etc.

    Si el poder eclesiástico y religioso te hace daño, si una moral legalista te ha hecho daño: el Señor te alivia, te confiere paz, alegría. El ¡Señor mío y Dios mío! Es JesuCristo y nadie más ni en el ámbito social-político, ni ninguna jerarquía eclesiástica sustituye a JesuCristo.

    El grupo, la familia, el pueblo, la iglesia nos arropa, nos protege. En el fondo la complejidad de todo el entramado cultural es un “techo” que nos resguarda.

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06.- ¡Señor mío y Dios mío! Cristo centro de nuestra vida personal y eclesial.

    Lo primero lo decisivo es la presencia y cercanía de Cristo. Hemos de volver a Cristo: como Tomás, como los dos de Emaús, como todo hijo pródigo. Necesitamos una eclesiología, una Iglesia cuya piedra angular sea Cristo, no el funcionariado.

     Tomás se encuentra con Cristo en la fe: ¡Señor mío y Dios mío! Los dos de Emaús dicen: ¿No ardía nuestro corazón?, ¡lo hemos reconocido al partir el pan! La salvación no está en un obispo, sino en Cristo.

    Es Cristo, la memoria eclesial de Cristo quien nos hace guardar la serenidad, la paz, la ilusión, la alegría, la esperanza y la misericordia.

    Solamente a Cristo le decimos:

Señor mío y Dios mío

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