Y seremos nosotros, para siempre,
como eres Tú el que fuiste, en nuestra tierra,
hijo de la María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
Seremos lo que somos, para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
Como eres Tú el que fuiste, humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
así seremos para siempre, exactos,
lo que fuimos y somos y seremos,
¡otros del todo, pero tan nosotros!
*
Pedro Casaldáliga
***
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
– “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos
*
Juan 20, 1-9
***
Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya
En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!
Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!
Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.
Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».
Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.
*
Pavel Florenskij, cuore cherubico,
Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).
Comentarios desactivados en “El nuevo rostro de Dios”. Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)
Ya no volvieron a ser los mismos. El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente a sus discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era el resucitador de Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.
Dios es amigo de la vida.No había ahora ninguna duda. Lo que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero, si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que solo quiere la vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida. En adelante solo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen muerte.
Dios es de los pobres. Lo había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «Felices los pobres, porque tienen a Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni Pilato, la última decisión no es de Caifás ni de Anás. Dios es el último defensor de los que no interesan a nadie. Solo hay una manera de parecerse a él: defender a los pequeños e indefensos.
Dios resucita a los crucificados. Dios ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de tanto abuso y crueldad que se comete en el mundo. Dios no está del lado de los que crucifican, está con los crucificados. Solo hay una manera de imitarlo: estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen sufrir.
Dios secará nuestras lágrimas.Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora sabemos cómo es Dios. Un día él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado».
Comentarios desactivados en “El debía resucitar de entre los muertos”. Domingo 17 de abril de 2022. Pascua de Resurrección
De Koinonia:
Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Salmo responsorial: 117, 1-2. l6ab-17. 22-23: Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Colosenses 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo. Juan 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.
A) Primer comentario
Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquel que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.
Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.
El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.
La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.
Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.
El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net
B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»
Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.
Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección. Leer más…
Comentarios desactivados en Resurrección, mutación divina de la vida humana
Del blog de Xabier Pikaza:
Todo tenía que haber terminado. Los hombres han matado a Jesús, mensajero de la vida de Dios, hombre de amor sobre la muerte. Humanamente todo tenía que haber terminado, muertos todos, por no aceptar la vida de amor de Jesús. Pero el amor de Dios en Jesús ha triunfado de la muerto. Y así confesamos que ha resucitado y que nosotros resucitamos con él.
| X.Pikaza
Tras haber recorrido como vencedores triunfales la travesía constantiniana (con esquemas platónicos y sistemas imperiales y/o feudales), para ser fieles al evangelio y retomar el principio de Jesús, los cristianos deben volver a su tumba Jesús, subiendo como Ezequiel al Carro de Dios que les lleva al exilio (fuera de los campos de poder, al valle de los huesos muertos), para ser testigos del Dios de la gracia, presente en los pobres y exilados (cf. Mc 16, 1-8; Mt 28, 16-20).
Resulta conveniente (inevitable) que caiga o se abandone un templo de violencia sagrada (imposición legal), no para elevar en su lugar otro (que todo cambie para seguir siendo lo mismo), sino para transformar la vida, en comunicación transpersonal, humanidad resucitada. Las dificultades actuales no se solucionan con unos pequeños cambios de estructura, sino que los cristianos abandonar (transcender) la estructura sacral del templo, para descubrir a Dios como vida de su propia vida[1].
La historia antigua ha culminado en la muerte de Jesús, que sus discípulos han interpretado como “desbordamiento de vida”, conforme al Arquetipo que había comenzado a expresarse en el Antiguo Testamento y que culmina en el Nuevo, en forma de revelación de Dios, plenitud y sentido (pervivencia) de la vida humana, en comunicación personal, pues el mismo Jesús muerto vive en aquellos que le acogen. Ésta es la gran transmutación, que podría estar simbolizada con algunas variantes en un tipo de “alquimia” superior que no se realiza ya en metales, sino en el mismo movimiento de la vida humana (cf. Hch 15, 28), en línea de elevación, pues sólo aquello (aquel) que muere puede re‒vivir (ser en los otros), mientras que aquel que quiera cerrarse en sí mismo acabará perdiendo aquello que es y tiene, pues “quien quiera salvar su vida la perderá”; sólo quien la pierda por los otros la encontrará en ellos (cf. Mt 10, 39; 16, 25 par.). En esa línea, el Ser‒en‒Sí‒Mismo de Dios (su En Sof, según la cábala) se expresa como Ser‒dándose, esto es, muriendo, para que sean los otros[2].
La muerte de Jesús no fue un castigo (sacrificio) impuesto por Dios, sino el don o regalo más hondo de su vida, la expansión de su conciencia, que consiste en morir para vivir en plenitud (resucitar) en los demás, en nueva creación (mutación), esto es, en comunicación personal abierta al futuro de la plenitud de Dios que será todo en todos (1 Cor 15, 28). Así releyeron y recrearon los cristianos el AT desde la experiencia pascual de Jesús. No condenaron y rechazaron la Biblia de Israel por violenta y contraria al amor universal (como hicieron muchos gnósticos), sino que la entendieron en clave de resurrección. No buscaron la coherencia entre el AT y NT en detalles secundarios, no ocultaron la intensísima violencia de muchos pasajes del AT, pero descubrieron en la trama a veces sinuosa y quebrada del pueblo de Israel un camino que desemboca en la vida y don del Dios que entrega su vida por los hombres[3].
Los cristianos entendieron (descubrieron) esa muerte como “resurrección”, experiencia de vida trans‒personal, pero no en abstracto, ni como algo que viene después, tras la desaparición de su cadáver, sino en el mismo gesto de entrega total que es resurrección. Morir como Jesús es dar la vida, sin volverse atrás, como siembra del trigo de Dios (Jn 12, 20‒33), que fructifica en la experiencia pascual de los discípulos, cuando descubren que él (Jesús) vive en ellos, abriéndoles los ojos, de manera que puedan compartir y compartan en amor lo que son, regalándose la vida los unos a los otros. La historia de un hombre como Jesús no acaba en su tumba física, sino que se expresa de un modo radical tras/por ella, en su recuerdo, en su influjo y presencia en aquellos que le han conocido, y que siguen quizá recreando su figura y actualizando su obra. En ese sentido, la resurrección no es negación de la muerte, sino ratificación del sentido (semilla) de esa muerte, como dadora de vida[4].
“Apariciones”: Experiencias de presencia, comunicación comunión personal
Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma intensa de presencia trans‒personal (en línea de transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en clave de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.
Esas apariciones no son imaginaciones de algo que externamente no se ve, sino sentimiento y certeza radical de la presencia de aquel que ha vivido y muerto regalando su vida, como vida de Dios, como principio de renacimiento, un modo superior de entender (experimentar) el pasado y de comprometerse en el presente, desde el don de Dios en Jesús, en forma de mutación antropológica. Desde ese fondo pascual, la vida cristiana es una experiencia de renacimiento, la certeza vital de unos hombres y mujeres que se sienten/saben ya resucitados, tras haber pasado de la muerte a la vida, es decir, de una vida que es muerte (pues desemboca en ella) a la muerte que es vida en el Reino de Dios.
En un sentido, las apariciones, que Pablo ha recogido de forma oficial en 1 Cor 15, 3-7, podrían entenderse como simples visiones (manifestaciones) sobrenaturales de unos entes superiores, favorables o desfavorables (dioses, difuntos, demonios…), un tema que encontramos en muchas religiones. Pero, desde la perspectiva marcada por el Antiguo Testamento, esas apariciones han de entenderse como expresión de un modelo más alto de vida, en línea de mutación humana y comunicación transpersonal. No se trata de “ver” en forma milagrosa, sino de vivir de un modo nuevo (de renacer desde Cristo), superando/cumpliendo el arquetipo anterior, iniciando una forma superior de comunicación que comienza precisamente ahora, con la resurrección de Jesús[5].
‒ “Ver” a Jesús resucitado, descubrir su presencia. Sus seguidores saben y afirman que ellos mismos son él, es decir, que él vive en ellos y que ellos forman parte de su vida, pues son el mismo Jesús renacido, presente, mesiánico. En ese sentido, la visión‒presencia de alguien que han muerto tras haber dado la vida a (por) aquellos que les siguen forma el arquetipo o símbolo central de una humanidad, que nace y vive en (de) aquellos que mueren, en un mundo donde nada ni nadie acaba totalmente, sino que todo deja huella y sigue siendo (existiendo) al transformarse, no en línea de eterno retorno de lo que ya era (nada se crea, nada se destruye, sino que se transforma), sino de creación de lo que ha de ser. Leer más…
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.
Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
― Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.
El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).
¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.
A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
― Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Que en Dios no hay tiempo ni espacio, es algo que sabemos bien a estas alturas de la vida. En muchos sitios leemos o escuchamos que “la historia se repite”; que no se trata de algo lineal sino circular; las modas, las cosas, las situaciones, todo vuelve.
Sin perder esta idea de vista centrémonos en el evangelio de hoy. La primera persona que aparece es María Magdalena, ella sola. El texto nos dice que: “el domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol,…”. Veamos, el domingo antes de salir el sol aparece alguien de género femenino, sola. ¿No te evoca a algo? Algo así como a un caos en el que dijo Dios: “que exista la luz”. El día primero.
Y continúan los dos textos. En el del Génesis, la primera vez que las palabras de Dios se refieren a sí mismo, después de ir creándolo casi todo, dice un “Hagamos a los hombres a nuestra imagen”. Hagamos, en plural. Y en el evangelio de hoy, la primera palabra que utiliza María de Magdala para referirse a sí misma, también es un plural: “sabemos”. Aparece sola en escena, y cuando va donde Pedro y Juan y les cuenta que Jesús no está en el sepulcro, en lugar de decir “no sé donde lo han puesto”, habla en plural. No sabemos… pero ¿quiénes no sabemos?
La historia se repite, vivimos en una dimensión circular, todo vuelve… incluso el principio, la creación. Todo, la VIDA también; y vida en abundancia.
Comentarios desactivados en En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron la verdadera Vida.
DOMINGO DE PASCUA (C)
Jn 20,1-9
En este día de Pascua, debemos recordar a Pablo: si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Aunque hay que hacer una pequeña aclaración. La formulación condicional (si) nos puede despistar y entender que Jesús podía no haber resucitado, lo cual no tiene sentido porque Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Su Vida era la misma de Dios. Por lo tanto la posibilidad de que no resucitara es absurda. Todo el esfuerzo de la predicación de Jesús consistió en hacer ver a sus seguidores la posibilidad de esa Vida. Seré seguidor de Jesús solo en la medida que viva la misma Vida de Dios como él.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos celebrando hechos teológicos, no históricos ni científicos. Todavía la muerte de Jesús fue un acontecimiento histórico, pero la resurrección no es constatable científicamente porque se realiza en otro plano fuera de la historia. Esto no quiere decir que no ha resucitado, quiere decir que para llegar a la resurrección, no podemos ir por el camino de los sentidos y los razonamientos. Nadie pudo ver, ni demostrar con ninguna clase de argumentos, la resurrección de Jesús. No es un acontecimiento que se pueda constatar por los sentidos. Esto es clave para salir del callejón en que nos encontramos por interpretar los textos de una manera literal.
La muerte y la vida física no son objetos de teología, sino de biología. La teología habla de otra realidad que no puede ser metida en conceptos. En ningún caso debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Esta interpretación ha sido posible gracias a la antropología griega (alma–cuerpo), que no tiene nada que ver con lo que entendían los judíos por “ser humano”. La reanimación de un cadáver da por supuesto que los despojos del fallecido mantienen una relación con el ser que estuvo vivo. Pero la muerte devuelve el cuerpo al mundo de la materia de manera irreversible.
¿Qué pasó en Jesús después de su muerte? Nada. Absolutamente nada. La trayectoria histórica de Jesús termina en el instante de su muerte. En ese momento pasa a otro plano en el que no hay tiempo. En ese plano no puede “suceder” nada. En los apóstoles sí sucedió algo muy importante. Ellos no habían comprendido nada de lo que era Jesús, porque estaban en su falso yo, pegados a lo terreno y esperando una salvación que potenciara su ser contingente. Solo después de la muerte del Maestro, llegaron a la experiencia pascual. Descubrieron, no por razonamientos, sino por vivencia, que Jesús seguía vivo y que les comunicaba Vida. Eso es lo que intentaron transmitir a los demás, utilizando el lenguaje humano que es siempre insuficiente para expresar lo trascendente.
Todos estaríamos encantados de que se nos comunicara esa Vida, la misma Vida de Dios. El problema consiste en que no puede haber Vida, sin antes no hay muerte. Es esa exigencia de muerte lo que no estamos dispuestos a aceptar. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Esa exigencia de ir más allá de la vida biológica, es la que nos hace quedar a años luz del mensaje de esta fiesta de Pascua. Celebrar la Pascua es descubrir la Vida en nosotros y estar dispuestos a dar más valor a la Vida que se manifestó en Jesús que a la vida biológica tan apreciada.
No debo quedarme en la resurrección de Jesús. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: El agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida definitiva. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me coma, (el que me asimile), vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Creemos esto? Entonces, ¿qué nos importa lo demás? Poner a disposición de los demás todo lo que somos y tenemos es la consecuencia de este descubrimiento de la verdadera Vida. Fray Marcos
Los textos de la resurrección coinciden entre sí hasta el momento en que las mujeres encuentran la losa removida y el sepulcro vacío, pero a partir de ahí son tantas las discrepancias en los relatos, que solo son entendibles asumiendo que la intención de sus autores no es la descripción de hechos, sino la expresión de una experiencia que cambió la vida de aquellos hombres y el rumbo de la humanidad.
Pongámonos en situación. A Jesús lo prenden el jueves por la noche y lo crucifican el viernes. Desde que lo prenden, los hombres del grupo permanecen atrancados por miedo a los judíos esperando el momento de huir a Galilea. Las mujeres se muestran más enteras, y las vemos primero al pie de la cruz, y luego yendo el primer día de la semana a ungirle al sepulcro.
Mateo afirma que las mujeres que van el domingo de madrugada al sepulcro son María Magdalena y María la Madre de Santiago, y añade que Jesús se les aparece a todos juntos dentro de la casa a continuación. Allí los cita para Galilea y les encarga la misión: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».
Marcos añade también que tras mostrarse a los discípulos y encomendarles la misión, es llevado al cielo y está sentado a la derecha del Padre.
Lucas nos da dos versiones radicalmente distintas; una en su Evangelio y otra en Hechos. Según la primera, las mujeres que van a ungirle —entre las que incluye también a Juana—, corren a contárselo a los discípulos pero no les creen. No obstante, Pedro va al sepulcro y lo comprueba. Ese mismo día, Jesús camina un largo trecho con dos seguidores que vuelven descorazonados a su casa de Emaús, y por la tarde se presenta donde están reunidos los discípulos y les encomienda la misión. Finalmente los saca camino de Betania y es elevado al cielo.
En la versión de Hechos, Lucas afirma que se aparece a los discípulos a lo largo de cuarenta días, y que luego se eleva en presencia de ellos hasta que una nube lo oculta a sus ojos.
Juan sitúa solo a María Magdalena en la escena del sepulcro. Cuando regresa a casa para contarlo, se encuentra con Pedro y Juan y los tres vuelven corriendo al sepulcro. Los hombres van a contar la noticia y María se queda sola llorando. Se le aparece Jesús, la consuela y le dice que va a subir al Padre. Juan sitúa ese mismo día la primera aparición a los discípulos, y la repite ocho días después. En un segundo epílogo, Jesús se encuentra con sus discípulos en el lago Genesaret, a donde han vuelto y retomado sus ocupaciones habituales…
Tal como habíamos dicho, son evidentes las contradicciones que presentan estos textos, pero a pesar de ellas, todos participan de tres elementos comunes que sobresalen sobre todo lo demás. El primero es la misión, el segundo, la efusión del Espíritu y el tercero, la exaltación de Jesús a la derecha del Padre.
En el fondo de todos los relatos encontramos un testimonio fundamental: Jesús se muestra vivo tras su muerte. Y nuestra tendencia natural es a dudar, pero dentro del simbolismo que encierran los textos, encontramos un hecho que no tiene explicación sin haber mediado una experiencia extraordinaria capaz de remover el ánimo de aquellos hombres hasta extremos inconcebibles.
Y es que un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho, aquellos hombres se presentan de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que lo han visto vivo después de su muerte y han recibido de él una misión.
«Varones israelitas, escuchad estas palabras —es Pedro quien les habla—: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley (los romanos). Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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Jn 20, 1-9
Es ya un lugar común identificar a María de Magdala con el domingo de resurrección pues cada año leemos el relato, que preservó el evangelio de Juan, sobre su encuentro con Jesús resucitado la mañana de Pascua. Pero lo curioso es que el Domingo de Pascua no se suele leer la parte más significativa de su experiencia sino el primer momento en el que ella se encuentra el sepulcro vacío y se lo cuenta a Pedro y Juan y ambos se acercan a constatar el hecho. El relato se cierra con la profesión de fe del “discípulo amado” y se renuncia a recordar el encuentro que Magdalena tienen a continuación con Jesús y el mandato que recibe.
Hoy, la invitación es a encontrarnos con esta mujer cuyo testimonio fue central para impulsar de nuevo a la misión a la comunidad de Jesús. Ella supo atravesar el dolor y la impotencia que suponía la cruz de Jesús y abrirse a la Vida que Dios le regalaba en su encuentro con el Maestro. Ella tuvo la audacia de confiar en lo que no parecía posible. A través de su fe pudo buscar sentido a lo acontecido e inviar a su comunidad a hacer lo mismo.
Magdalena en la memoria del evangelio según Juan [1]
La aparición a María Magdalena en el evangelio de Juan está enmarcada en la construcción literario-teológica que define el capítulo 20 de este evangelio. El capítulo se construye a través de cuatro episodios que describen como fue creciendo y ahondándose la fe en Jesús en la primera comunidad a partir de los acontecimientos pascuales. Más allá de los rasgos personales de los protagonistas, lo que se resalta es el carácter prototípico de la experiencia vivida por la comunidad en su conjunto (Jn 20, 1-18). Este proceso encarnado en los primeros seguidores y seguidoras de Jesús es propuesto como referente para las generaciones futuras (Jn 20, 30-31).
La figura de María Magdalena aparece en los dos primeros episodios. En ellos va a encarnar un itinerario hacia la fe desarrollado en varias secuencias narrativas. Los dos primeros versículos la muestran perpleja ante lo que ve. Sola llega al sepulcro y lo encuentra vacío (Jn 20, 1). En este momento no es capaz de ver más que la ausencia de Jesús en él y sale corriendo a contárselo a Pedro y al discípulo amado (Jn 20,2). Los tres regresan al sepulcro y contemplan los signos que permanecen tras la desaparición del cuerpo: las vendas de lino y el paño de la cabeza que había recubierto el cuerpo de Jesús. El texto dice que el discípulo amado vio y creyó, es decir interpreto los signos a la luz de los recuerdos de Jesús. Pero esto no parece suficiente y los discípulos regresan a casa y guardan silencio.
Los versículos siguientes describen un segundo paso en la fe (Jn 20, 3-18). María Magdalena se encuentra ante el sepulcro llorando la pérdida del maestro. En su dolor vuelve a interrogar a los hechos, buscando comprender lo que ha pasado. El encuentro con los ángeles primero y con Jesús después, la encaminan a comprender la hondura que lo que está viendo y a verbalizar su confesión de fe.
El camino que recorre desde que ve la piedra rodada del sepulcro al comienzo del relato hasta su confesión de su fe al final, es la síntesis de su itinerario como creyente. Su diálogo con el resucitado irá mostrando el proceso de ese itinerario. Al comienzo la presencia de Jesús es extraña y desconocida, lo confunde con un jardinero (Jn 20, 15). Pero Jesús toma la iniciativa y la llama por su nombre y ella entonces lo reconoce (Jn 20, 16). El reconocimiento viene acompañado por una revelación y un envío a la comunidad (Jn 20, 17). María regresa a la comunidad y proclama su fe: he visto al Señor y narra su encuentro con él (Jn 20, 18).
María Magdalena, en su encuentro con Jesús, lo llama maestro, reconociéndose, así como discípula y capacitándose para recibir una enseñanza nueva, ahora a la luz de la experiencia pascual (Jn 2016-17). En las palabras que Jesús le dirige se cumple lo que él les había anunciado en los discursos de despedida: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 20). Ahora María comprende y corre a anunciar a los demás discípulos/as: “He visto al Señor y que le había dicho estas palabras” (Jn 20, 28). Ella en la perspectiva joánica se hace portadora de la auténtica revelación. Ella entra a formar parte de aquellos o aquellas por los/as que otros/as llegaran a creer (Jn 17,20).
María de Magdala, modelo de fe
Los relatos que evocan el encuentro de Magdalena con Jesús resucitado la proponen como paradigma de fe para todo/a creyente. Su testimonio encarna para nosotros/as ese camino que va de la incertidumbre y la oscuridad de la cruz, a la luz y las certezas hondas que emergen en el encuentro personal con el Resucitado.
Ella es modelo de actuación para todo aquel o aquella que quiera hacer el camino de encuentro con Jesús, el Cristo y se quiera configurar con él, viviendo su fe en una comunidad construida desde los valores del reino.
Ella fue enviada por el Resucitado a anunciar lo que había visto y experimentado. Sus palabras apenas vislumbradas en los textos evangélicos iluminaron, sin duda, el corazón de la primera comunidad. Hoy, su figura, su fe sigue siendo provocadora de experiencia e indicador que oriente el caminar de todos aquellos o aquellas, que se arriesguen a ser discípulos y discípulas de Jesús de Nazaret.
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Domingo de Pascua
17 abril 2022
Jn 20, 1-9
En el relato, se dice que los dos discípulos vieron lo mismo y, sin embargo, únicamente Juan “vio” (en el lenguaje del cuarto evangelio: “creyó”).
Hay un “ver” asociado a la vista y a la mente que, incapaz de trascenderlas, se queda en las apariencias o en las formas. Pero hay otro “ver” que, naciendo de la atención, provoca asombro, amplía la mirada y hace posible la comprensión.
En el primer caso, hemos quedado encerrados en el “pensar”; en el segundo, nos situamos en el “atender” y el silencio de la mente. Si aquel va asociado a la rutina, este es siempre novedad. Porque pensar es volver una y otra vez sobre la ya sabido (o mentalmente elaborado), mientras que atender implica dejarse sorprender por lo nuevo (que nos había quedado oculto).
La mente nos ayuda a entender; la atención, a comprender. Y no es lo mismo. Como dice la filósofa Teresa Gaztelu, “al entender, nuestra mente se representa una realidad: hace un dibujo o un `mapaʼ que refleje lo más fielmente posible lo dibujado; al comprender, no nos re-presentamos una realidad, sino que la presenciamos de forma directa y con todas las dimensiones de nuestro ser (cuerpo, mente, espíritu)”.
La teología, siguiendo la huella de Aristóteles y Tomás de Aquino, define la verdad como “adaequatio rei et intellectus”, es decir, como “correspondencia” entre la realidad y la idea que nuestra mente se hace de ella. Sin embargo, con los datos que hoy nos aportan las ciencias, sabemos que la trampa radica en el hecho de que nuestra mente no ve la realidad, sino solo una interpretación mental de la misma; con frecuencia sin ser consciente de ello, lo que la mente ve es una imagen que ella misma ha elaborado.
“Si comprender es ver algo en sí mismo -sigue diciendo Teresa Gaztelu-, para comprender necesitamos mirar las cosas con desapego, sin pretensión personal -de que las cosas sean de una determinada manera-, evitando colarse uno mismo en escena”.
Pues bien, esto solo es posible gracias a la atención, capacidad que se halla en todos nosotros y que podemos educar o entrenar hasta llegar a ser diestros en ella. Atendiendo lo que hacemos en cada momento, observando la mente, practicando el silencio… Silenciada la mente pensante, juzgadora y etiquetadora, se abrirá paso la comprensión: habremos pasado del “entender” al “comprender”, habremos empezado a “ver”, más allá de las apariencias y más allá de nuestras ideas previas.
Comentarios desactivados en PASCUA: A la resurrección se llega antes y mejor por el amor (Discípulo Amado y Magdalena)
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Jesús ha muerto.
María Magdalena, las mujeres, Pedro y el Discípulo Amado se topan con los signos de la muerte: la losa del sepulcro quitada, vendas, sudario.
Es lo que ven, lo que comprueban.
La pregunta que se hicieron aquellas mujeres es la misma que nos hacemos nosotros: ¿quién nos removerá la losa, el problema de la muerte, del sepulcro?
¿Qué hay tras la muerte?
Sin embargo Jesús no está en el sepulcro ni vivo ni muerto. Algo creyó aquí San Pablo cuando escribía: la muerte ya no tiene dominio sobre Él. (Rom 6,8-9)
02.- Magdalena.
Los cuatro evangelistas nos narran cómo las primeras en llegar al sepulcro fueron algunas mujeres. Mateo, Marcos y Juan sitúan entre estas mujeres a Magdalena.
San Juan presenta a Magdalena (de Magdala) al final de su evangelio, al pie de la cruz
Magdalena, la resurrección de Jesús desde el Cantar de los Cantares
La clave de lectura de todo el pasaje de la Magdalena y la resurrección está en el Cantar de los Cantares (un canto de bodas, de amor del AT).
Magdalena –comenta un santo Padre- “lo amó vivo, lo amó muerto, lo amó resucitado”. Al Señor llegamos siempre por vía del amor.
Magdalena se levanta muy temprano, cuando todavía está oscuro (Cantar de los Cantares 3,1 / Jn 20,1). En la noche de la vida, buscamos el amanecer.
Magdalena (la mujer del Cantar de los Cantares) se pone a buscarlo por la ciudad santa de Jerusalén (CC 3,2 / Jn 20,1). (Nietzsche nos condenó a vivir errantes por una inmensa noche, y en esas estamos en el momento cultural actual).
Ambas mujeres, la del Cantar de los Cantares y Magdalena, preguntan a las personas con quienes se encuentran: los guardias de la ciudad / los ángeles / el jardinero, si lo han visto, (CC 3,3 / Jn 20,13.15).
La esposa del Cantar de los Cantares y Magdalena terminan por encontrar al amado. (CC 3,4a; Jn 20,17).
No es una interpretación forzada, ni mucho menos.
El amor es lo que le hace llegar a Magdalena, y a todos, a la fe (confianza) en la Resurrección, en la vida.
03.- El discípulo amado y Pedro
El Discípulo amado es todo creyente que se siente amado. El que ama, como Magdalena, llega a la fe, llega a la confianza en el Señor. Y llega antes porque se siente amado.
(No es día ni momento para hacer contraposiciones entre el Discípulo Amado y Pedro, pero la figura del discípulo amado aparece siempre positivamente ante la figura de Pedro).
La figura cristiana clave de la tradición de Juan es el Discípulo Amado.
A la fe en el resucitado se llega antes por el amor (Discípulo Amado)
03.1. El Discípulo Amado.
La figura del “Discípulo Amado” es propia y exclusiva de la tradición de Juan. El Discípulo Amado aparece cinco veces en el Evangelio de Juan y en las cinco ocasiones aparece contrapuesto a Pedro:
En la Cena quien más cerca está de Jesús (no es una cuestión meramente física) y quien entiende lo que allí está ocurriendo es el “Discípulo Amado“. Pedro no es consciente de lo que se está viviendo.(Jn 13, 23 ss)
Pedro reniega de Cristo por tres veces en la Pasión, mientras que el Discípulo Amado le sigue hasta la cruz y recibe el encargo de acoger a la madre de Jesús, naciendo así la Iglesia. (Jn 19, 35-37). El creyente nsa en Cristo, como Cristo descansa en el Padre.
Tras la resurrección (Jn 21) el Discípulo Amado reconoce inmediatamente a Cristo en el lago de Tiberíades: ¡Es el Señor! mientras que Pedro sigue dudando.
Ahora, camino del sepulcro, el “Discípulo Amado” llega antes que Pedro a la fe en Cristo resucitado. (Jn 21, 7).
Jn 21, 20 es el enigmático texto final en el que aparecen Pedro y el Discípulo Amado.
El “Discípulo Amado” es la figura de todo creyente libre, carismático, que sigue a Cristo por la fuerza del amor (representada por esta figura del “Discípulo a quien Jesús quería“) y no por la ley, representada por la figura de Pedro.
Se llega antes a la fe en el Señor por la fuerza del amor, que por la fuerza de la ley. El Discípulo Amado es un modo de ser en la Iglesia.
03.2. Algunas consideraciones desde el Discípulo Amado:
El Discípulo Amado en el evangelio de Juan es el personaje masculino de creyente y de vida en amor, como el femenino es Magdalena.
El Discípulo Amado es el íntimo de Cristo (el creyente es íntimo de Cristo), lo mismo que Cristo tiene intimidad con Dios, el creyente tendrá también por la fe esa inmediatez e intimidad con Dios.
El Discípulo Amado es el primero que reconoce al Señor resucitado. (En el sepulcro y en el lago).
La Iglesia nace al pie de la cruz (Jn 19, 26).
Jesús nos entrega su espíritu (Pentecostés): (Jn 20, 22)
Del costado de Cristo brota agua y sangre (Espíritu): es un bautismo como en las bodas de Caná: agua y sangre, agua y vino:(Jn 2, 1-12; 19, 31-34).
La Iglesia nace con la pequeña comunidad representada en María y el Discípulos que son el núcleo de la Iglesia naciente
Admitiendo de buen grado el ministerio de Pedro, la figura de Pedro, el “Discípulo Amado” es una advertencia para que lo Eclesiástico y la ley no sofoquen lo Pneumatológico, la dimensión abierta, carismática de la comunidad cristiana. (Si en la Iglesia ha de venir algún cambio, vendrá por el amor, no por la ley).
04.- Feliz Pascua.
¿Quién nos removerá la losa, el peso y el problema de la muerte, del sepulcro? La losa de la muerte de Jesús y de nuestra muerte.
El amor. Quien remueve la losa de la muerte es el amor.
Magdalena y el Discípulo a quien Jesús ama –que somos todos- llegan a creer en la vida y en la resurrección por el amor.
Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.
Tenemos prisa –corrieron– por vivir y vivir en paz.
Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…
Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua y corramos hacia la vida.
Comentarios desactivados en Domingo de Resurrección
Hermanos y hermanas, no es posible celebrar la Pascua si no estamos dispuestos a revisar las opciones de fondo de nuestra vida; si no nos sentimos urgidos por la alegría que siembra en nuestro corazón la utopía de un futuro distinto y urgente. Oremos.
Verdaderamente has resucitado Jesús
• Que la Iglesia promueva la vida de dentro, para abrir los ojos de la fe por medio del amor y de la intimidad con el Resucitado porque sólo el amor nos hace gozar y ser testigos de lo increíble, de lo invisible.
Verdaderamente has resucitado Jesús
• Que los creyentes nos dejemos alcanzar por el Resucitado y así anunciemos a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y donde otros sólo ven ausencia y muerte, nosotros proclamemos Presencia y Vida.
Verdaderamente has resucitado Jesús
• Que la celebración de esta Pascua nos lleve a leer los signos que tenemos en la vida y nos involucremos acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia…
Verdaderamente has resucitado Jesús
• Que el Resucitado suscite entre hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida, enviados a hacerse presentes allí donde “se produce muerte”.
Verdaderamente has resucitado Jesús
Padre bueno, hoy nos sentimos llenos de gozo al celebrar la Resurrección de Jesús, concédenos la gracia de ponernos tras las huellas de tu Hijo resucitado, reconocerlo en el que tenemos al lado y… dejarnos encontrar por Él.
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