Letanía del hijo pródigo el día del encuentro.
Me amas como río que fluye
y me lleva dentro, en su corriente,
por cascadas, pozos, remansos y afluentes.
Me amas, invisible, cual el aire que respiro,
pero haciéndote presente como viento,
brisa, cierzo o huracán al instante.
Como la primavera que renace, así me amas
despertándome y seduciéndome
con tu savia, perfumes y flores.
Como el verano que abre horizontes
con su calor, luz, sueños y frutos,
abres mi alma y vientre amándome.
Como el otoño tranquilo y maduro,
después de haberme vestido de colores,
me amas despojándome y serenándome.
Como el invierno que, en paz y silencio,
cubre de nieve cumbres, llanuras y valles,
así me amas siempre, sin cansarte.
Me amas como sutil lagartija
que busca luz, sol y calor febrilmente
recorriendo los entresijos de mi vientre.
Como ciervo que brama y corre veloz
a las fuentes de agua que calman su sed,
así me amas, alcanzas y sorbes.
Como pelícano que se entrega y desvive
por alimentar a su crías más débiles,
así me amas Tú, alimentándome.
Y a veces me amas como corzo arrogante
que, que en época de berrea, todos los días
suspira y reclama encontrarme y rozarme.
Me amas con un corazón desbocado
que se entrega sin importarle los riesgos
cuando percibe gemidos humanos.
Me amas con unos ojos que me traspasan,
desnudan y llevan, en armonía,
al primer paraíso y a la tierra prometida.
Me amas con tus entrañas tiernas y cálidas
que dan y cuidan la vida anhelada,
siempre nueva, hermosa y, a la vez, desvalida.
Me amas al alba, entre trinos y danzas,
con la fuerza, la pasión y el mimo
de quien ha descansado y busca nuevos caminos.
Y, al atardecer, cansado y casi en silencio,
me abrazas más fuerte que la última vez,
porque tu amor es así y solo puede querer.
Así me amas y siento tu querer, una y mil veces,
en mi rostro, en mi mente, en mi vientre,
en mi corazón… ¡en todo mi ser!
Por eso no me extraña tu forma de comportarte:
que anheles mi vuelta a pesar de mis andanzas,
que otees el horizonte desde tu atalaya,
que me veas, a lo lejos, antes que nadie,
que se te enternezcan las entrañas,
que salgas corriendo a mi encuentro,
que me abraces con fuerza y llenes de besos…
Y tampoco me extraña tu anillo, traje y banquete,
y el que no dudes en acogerme como hijo,
pues no quieres renunciar a ser Padre.
*
Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta
***
Comentarios recientes