Solemnidad de San José
LECTIO
Primera lectura: 2 Samuel 7, 4-5a.l2-14a.l6
En aquellos días, el Seńor dirigió esta palabra a Natán:
– “Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Seńor:
Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrańas y consolidaré su reino.
Él edificará una casa en mi honor y yo mantendré para siempre su trono real. Seré para él un padre y él será para mí un hijo.
Tu dinastía y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre”.
* Esta primera lectura nos habla, con acentos históricos y teológicos, de la descendencia de David, que reinará para siempre. Seguramente, la profecía de Natán alude a Salomón, hijo de David y constructor del templo.
Sin embargo, las palabras “consolidaré su reinoť (y. 12) indican una larga descendencia sobre el trono de Judá.
Esta descendencia tuvo un final histórico, y entonces el oráculo recibió fuerza profética con una velada alusión referente al Mesías, descendiente de David. Él reinará para siempre en su reino, un reino que no será de este mundo, sino espiritual, según el designio de Dios para la salvación de la humanidad. La tradición cristiana ha releído siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, Mesías descendiente de David, y, de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.
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Segunda lectura: Romanos 4,13.16-18.22
Hermanos:
Cuando Dios prometió a Abrahán y a su descendencia que heredarían el mundo, no vinculó la promesa a la ley, sino a la fuerza salvadora de la fe.
Por eso la herencia depende de la fe, es pura gracia, de modo que la promesa se mantenga segura para toda la posteridad de Abrahán, posteridad que no es sólo la que procede de la ley, sino también la que procede de la fe de Abrahán. Él es el padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchos pueblos; y lo es ante Dios, en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.
Contra toda esperanza creyó Abrahán que sería padre de muchos pueblos, según le había sido prometido: Así será tu descendencia.
Lo cual le fue tenido en cuenta para alcanzar la justicia.
** En su intento de desarrollar la lección que deriva del acontecimiento de Abrahán, el apóstol establece un fuerte contraste entre la ley y la justicia qué viene de la fe. En primer lugar, Pablo pone de relieve el hecho de que la promesa de Dios a Abrahán no depende de la ley, y por eso establece, de modo inequívoco, que la promesa de Dios es absoluta, preveniente e incondicionada.
En segundo lugar, el apóstol ratifica que la fe es la única vía que lleva a la justicia, esto es, a la acogida del don de la salvación. En este aspecto, la lectura se aplica espléndidamente a José, hombre justo. Los verdaderos descendientes de Abrahán son no tanto lo que viven según las exigencias y las pretensiones de la ley, sino más bien los que acogen el don de la fe y viven de él con ánimo agradecido. Desde esta perspectiva, Pablo define como “herederosť” de Abrahán a los que han aprendido de él la lección de la fe y no sólo la obediencia a la ley.
Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete.
La fe de Abrahán, precisamente porque está íntimamente ligada a la promesa divina, puede ser llamada también “esperanza”: “Contra toda esperanza creyó Abrahán” (v. 18). De este modo, Abrahán entra por completo en la perspectiva de Dios, “que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen” (v. 17b). Y así, mediante la fe, todo creyente puede convertirse en destinatario y no sólo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que sólo pueden ser atribuidos a Dios. Éste fue el caso de José.
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Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24
Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Mesías.
El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre, María, estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto.
Después de tomar esta decisión, el ángel del Seńor se le apareció en sueńos y le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Cuando José despertó del sueńo, hizo lo que el ángel del Seńor le había mandado.
* En el evangelio de Lucas se encuentra el anuncio del ángel a María; en el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre “davídico” del hijo que, concebido por María, “por acción del Espíritu Santo”, será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo Jesús).
Es probable que José conociera ya el misterio de la concepción, porque la misma María se lo podía haber revelado. Su dificultad o crisis interior no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad (su justicia), iluminada por las palabras del ángel, le hace aceptar después, plenamente, el designio de Dios.
En la parte del fragmento evangélico omitida por la liturgia (vv. 22-23.24b-25) se alude al cumplimiento de la Escritura en la célebre profecía de Isaías sobre la Madre del Mesías, al significado del nombre “Enmanuel”
(“Dios-con-nosotros”) y al nacimiento de Jesús, al que José impuso, efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Estos versículos enriquecen desde el punto de vista teológico el fragmento y proporcionan al conjunto una hermosa unidad.
MEDITATIO
Los fragmentos de la Escritura nos ofrecen un marco histórico y profético, es decir, nos hablan de una historia verdadera, en la que, sin embargo, ha subintrado la acción de Dios según un designio que recorre todo el mensaje bíblico.
En el fondo de la primera lectura y en el centro del evangelio aparece la figura de José, llamado hombre justo (Mt 1,19). Esta justicia debe verse, como sugiere la segunda lectura, en la acogida con ánimo agradecido y conmovido del don de la fe, en la rectitud interior y en el respeto a Dios y a los hombres, a la Ley y a los acontecimientos.
A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no es suya y, después, la enorme responsabilidad que supone ser el maestro y el guía de quien habría de ser un día el Pastor de Israel. Respeto, obediencia y humildad figuran en la base de la justicia de José, y esta actitud interior suya -junto a su misión, única y maravillosa le han situado en la cima de la santidad cristiana, junto a María, su esposa.
José brilla sobre todo por estas actitudes radicalmente bíblicas, propias de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes, que siempre se consideraban indignos e incapaces de las tareas que Dios les había confiado (baste con pensar en Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías…). Dios sale, después, al encuentro de estos amigos suyos otorgándoles fortaleza y fidelidad.
ORATIO
San José, mi predilecto,
ven a mi casa, que te espero.
Ven y mira, tú sabes qué falta,
ven y fíjate, trae lo que falta.
Y si algo no es para mi casa,
ven y llévatelo…
San José, maestro de la vida interior,
enséñame a orar, a sufrir y a callarť
(Oraciones populares a san José).
CONTEMPLATIO
El sacrificio total que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta.
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión (Juan Pablo II, Redemptoris custos, 26).
ACTIO
Repite con frecuencia y ora hoy con José: “Cantaré eternamente el amor del Seńorť (Sal 88,2a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Viene bien la lectura de este artículo de Leonardo Boff: “San José tiene todas las características para ser la personificación del Padre en la Trinidad”
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