También lo que eres está más allá de las apariencias.
DOMINGO 2º DE CUARESMA (C)
Lc 9,28-36
Este domingo se nos proponen dos teofanías, una a Abrahán y otra a los tres apóstoles. En realidad, toda la Biblia es el relato de la manifestación de Dios. Se trata de leyendas construidas para fundamentar las creencias de un pueblo. La Alianza sellada por Abrahán con el mismo Dios es el hecho más importante de la epopeya bíblica. Hay un detalle muy significativo. Dios no llegó a la cita hasta que vino la noche y Abrahán cayó en “un sueño profundo”, un terror intenso y oscuro. Naturalmente, se trata de una experiencia subconsciente.
Tampoco la transfiguración debemos entenderla como una puesta en escena por parte de Jesús. El querer explicar el relato como si fuera una crónica de lo sucedido, es la mejor manera de hacer polvo el mensaje. No es verosímil que Jesús montara una exhibición de luz y sonido, ni para tres ni para tres mil. El domingo pasado se proponía una espectacular puesta en escena (tírate de aquí abajo) como una tentación. No tiene mucho sentido que hoy se proponga como una manifestación de “gracia” en beneficio de los tres apóstoles.
Es clave para la comprensión del relato la advertencia final. “Por el momento no dijeron nada de lo que habían visto”. En el mismo relato de Mateo y Marcos, es Jesús quien les prohíbe decir nada a nadie hasta que resucite de entre los muertos. La conversación con Moisés y Elías era sobre el “éxodo de Jesús” (pasión y muerte). Seguramente se trata de un relato pascual. Todos los relatos evangélicos son pascuales. Me refiero a que en un principio se pensó como relato de resurrección pero con el tiempo se retrotrajo a la vida terrena de Jesús, para potenciar el carácter divino de Jesús y su conexión con el AT.
El mejor modo de demostrar que no es un hecho histórico es que todos los elementos que se emplean para construir el relato se toman del AT. El monte, lugar de la presencia de Dios. El resplandor, signo de que Dios estaba allí. La nube en la que Dios se manifestó a Moisés y que después les acompañaba por el desierto. La voz que es el medio por el que Dios comunica su voluntad. El miedo presente siempre que se experimenta lo divino. Las chozas, alusión a la fiesta mesiánica en la que se conmemoraba el paso por el desierto. Moisés y Elías son símbolos: La Ley y los Profetas, los pilares de la religiosidad judía. Conversan con Jesús, pero se retiran. Han cumplido su misión y en adelante será Jesús la referencia última. Pedro pretende perpetuar el momento que cree definitivo.
El relato se presenta como una transfiguración. Cambió la figura, lo que se puede percibir por los sentidos. En lo esencial, Jesús siguió siendo el mismo. Fue la apariencia lo que los tres discípulos experimentaron como distinto. En Jesús, como en todo ser humano, lo importante es lo divino que no puede ser percibido por los sentidos. En los relatos pascuales se quiere resaltar que ese Jesús, que se les aparece, es el mismo que anduvo con ellos en Galilea. En este relato, referido a su vida, se dice lo mismo pero desde el punto de vista contrario. Ese Jesús que vive con ellos es ya Cristo glorificado.
La inmensa mayoría de las interpretaciones de este relato apuntan a una manifestación de la “gloria” como preparación para el tiempo de prueba de la pasión. Además de que el intento falló totalmente, esto sería una manifestación trampa. Cuando interpretamos la “gloria” como lo contrario a lo normal, nos alejamos del verdadero mensaje del evangelio. El sufrimiento, la cruz, no puede ser un medio para alcanzar lo que no tenemos. En el sufrimiento está ya Dios presente, exactamente igual que en lo que llamamos glorificación.
La “gloria de Dios” no tiene nada que ver con la gloria humana. En Dios, la gloria es simplemente su esencia, no algo añadido. Dios no puede ser glorificado, porque nunca puede estar sin gloria. Cuando hablamos de la gloria divina de Jesús, aplicándole el concepto de gloria humana, tergiversamos lo que es Jesús y lo que es Dios. Si en Jesús habitaba la plenitud de la divinidad, quiere decir que Dios y su “gloria” nunca se separaron de él. Jesús hombre sí podría recibir gloria: cetros, coronas, solios, poder, fama, honores… Cuando queremos añadírselo después de su muerte, no es más que la gran tentación.
El evangelio nos dice que no tenemos nada que esperar para el futuro. La buena noticia no está en que Dios me va a dar algo más tarde, aquí abajo o en un hipotético más allá, sino en descubrir que todo me lo ha dado ya (El reino de Dios está dentro de vosotros). En Jesús está ya la plenitud de la divinidad, pero está en su humanidad. La divinidad de Jesús no se puede percibir por los sentidos ni deducir de lo que se percibe. De fenómenos externos no puede venir nunca una certeza de la trascendencia, por muy espectaculares que parezcan.
Todo lo que Jesús nos pidió que superáramos, lo queremos reivindicar con creces, solo que un poco más tarde. Renunciar ahora para asegurarlo después, y para toda la eternidad, es la mejor prueba de que seguimos esperando la salvación a nivel de nuestro ego. Jesús acaba de decir a los discípulos, justo antes de este relato, que tiene que padecer mucho; que el que quiera seguirle tiene que renunciar a sí mismo. Jesús nos enseñó que debemos deshacernos de la escoria de nuestro ego para descubrir el oro de nuestro verdadero ser. Seguimos esperando de Dios que recubra de oropel la escoria para que parezca oro.
Lo divino en nosotros no es lo contrario de nuestras carencias. Es una realidad compatible con las limitaciones, que son inherentes a nuestra condición de criaturas. Después de Jesús, es absurda una esperanza de futuro. Dios nos ha dado ya todo lo que podría darnos. Se ha dado Él mismo y no tiene nada más que dar (Sta. Teresa). Claro que esto da al traste con todas nuestras aspiraciones de “salvación”. Pero precisamente ahí debe llegar nuestra reflexión: ¿Estamos dispuestos a aceptar la salvación que Jesús nos propone, o seguimos empeñados en exigir de Dios la salvación que nosotros desearíamos para nuestro falso yo?
¡Escuchadle a él solo! Seguimos, como Pedro, aferrados al Dios del AT. Yo diría: ¡Escuchad como Jesús escuchó! El cristianismo ha velado de tal forma el mensaje de Jesús, que es casi imposible distinguir lo que es mensaje evangélico y lo que es adherencia ideológica. Esa tarea de discernimiento es más urgente que nunca. La exégesis nos puede ayudar a descubrir la cantidad de relleno que nos han vendido como evangelio. Jesús buscaba odres nuevos que aguantaran el vino nuevo. Hoy son numerosos los odres que esperan vino nuevo, porque no aguantan el vino viejo y agrio que les seguimos ofreciendo.
El hecho de que Moisés y Elías se retiraran antes de que hablara la voz, es una advertencia para nosotros que no acabamos de superar el Dios del AT. Jesús ha dado un salto en la comprensión de Dios que debemos dar nosotros también. En realidad, en ese salto consiste toda la buena noticia. El Dios de Jesús es un Dios que es, siempre y para todos, amor incondicional. El Dios de Jesús nos desconcierta, nos saca de nuestras casillas porque nos habla de entrega incondicional, de amor leal, de desapego del Yo. El Dios del AT ha hecho una alianza al estilo humano y espera que el hombre cumpla la parte que le corresponde.
Fray Marcos
Fuente Fe Adulta
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