Juan Zapatero: “Las no preguntas de Dios”.
Me ha sucedido con demasiada frecuencia, a la hora de leer un comentario del Evangelio, oír una homilía, escuchar un sermón en una Iglesia o asistir a una plática de algún cura o catequista, etc., sobre las parábolas escatológicas del evangelio de Mateo, especialmente la referida en el capítulo 25, salir con la impresión como si se hablara de una especie de examen referido a un momento crucial de la carrera profesional de una persona o, lo que es peor aún, a un juicio casi sumarísimo con muy pocas garantías de salir absuelto; no porque no existiera, como mínimo, el cincuenta por ciento de posibilidades, tal y como expresa la propia parábola, sino porque daban todos ellos la impresión que el juez, Dios en este caso, no estaba por la labor.
Mientras oía esto, me venía siempre al pensamiento que, si bien es verdad que Jesús en el Evangelio, a la hora de referirse al Reino, utiliza parábolas que hacen referencia a un juicio o a cuestiones similares, no es menos cierto que son más las que hacen del banquete el símil más apropiado, concretamente el banquete de bodas.
Pero, no sé por qué, siempre me ha parecido entrever como si se pretendiera evitar de manera expresa todo lo que pudiera hacer referencia a comensalía, a fiesta, a alegría, etc.; quizás por aquello que, a lo mejor, pudiera dar pie a que el rebaño se desmandase y pudiera acabar yendo por derroteros de perdición. De hecho, puede ser también impresión personal, no lo niego, intuyo como si a la a Iglesia, en general, eso de la fiesta no le acaba de caer bien; y por aquello de que, para mejor muestra un botón, solo hace falta asistir a la misa de la mayoría de las iglesias, cualquier día de la semana, para ratificar lo que acabo de decir; pues, si de algo no tienen parecido todas o la mayoría, es precisamente a una fiesta compartida. Y no estoy diciendo con ello que el ritmo y la marcha tengan que ser su mejor distintivo. Cuando hablo de alegría, me refiero a algo mucho más profundo.
Claro que todo cuadra aún más, si somos capaces de llegar a entender que la vida se había planteado en general como “un valle de lágrimas”; vaya, una especie de palestra en la que hacer unos ejercicios que, a su vez, había que superar para poder recibir después el premio correspondiente, etc. Está claro que, desde semejante visión, a la hora de los resultados, solo la persona de un jurado, un examinador, un vigilante, etc., cuadraba perfectamente.
Manifestando, de antemano, mi rechazo total a una visión del Reino como algo parecido a un juicio y, por lo mismo, a un tema de méritos; debo decir que, aun aceptándolo, me gustaría expresar qué tipo de preguntas no tendrían en absoluto cabida por parte de Dios. Digo esto, porque tengo la impresión de que, a pesar de aparecer de manera clara las que pudieran ser que sí, tal como muestra el propio capítulo 25, sigue habiendo mucha gente que continúa afanándose para añadir unas cuantas más de su cosecha propia, a pesar de que hagan todo lo posible por justificarlas como procedentes, directa o indirectamente, del mensaje global del Evangelio. ¿Cuál serían, entonces, estas “no” preguntas por parte de Dios? Por lo que oigo comentar a veces en alguna tertulia o leo en algún que otro escrito o documento, tengo la impresión de que dichas “no preguntas” estarían relacionadas con toda una serie de realidades más cercanas a las normas, las costumbres y las leyes establecidas que a las opciones y las conciencias de las personas. Aduciendo, en algunos casos, que ir en su contra supondría ponerse de espaldas incluso de la propia ley natural.
A nadie le va a preguntar o le preguntaría Dios si fue hombre o mujer y, menos aún, que orientación sexual tenía. ¡Solo faltaba!, ya que, por lo que dicen, piensan y manifiestan ciertas instituciones y personas, la conclusión que sacaría sería la siguiente: o que se equivocó con “algunos”, o que les jugó una mala pasada.
Tampoco le va a preguntar o preguntaría si creyó o no en Él, después de tantas maneras y tan diversas como unos y otros han pretendido presentarle a lo largo de la historia, imponiendo la masculinidad por encima de todas ellas.
Tampoco sí perteneció o no a alguna religión, después de ver que muchas de las guerras que han provocado tanta destrucción, tanto dolor y tanta muerte han sido declaradas en su nombre y en defensa de la religión.
Tampoco si frecuentó el templo, la mezquita, la sinagoga, la pagoda o cualquier otro lugar de culto, como lugares privilegiados para encontrarle a Él o descubrir su presencia; mientras, a lo mejor, se dedicaba a destruir el universo y el cosmos, la gran obra “salida de sus manos”.
Por supuesto que no le preguntará cómo y con quién vivió su amor y si lo celebró religiosamente o, cuando menos, lo formalizó de manera civil. No por ninguna razón especial, sino porque entiende que el fondo de su conciencia es el lugar más apropiado para rendir el mejor de los cultos y donde ratificar el más fidedigno de los documentos.
¿Qué preguntas le hará, entonces? Ninguna; sencillamente se abalanzará sobre él para darle un abrazo inmenso.
Juan Zapatero Ballesteros
Fuente Fe Adulta
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