El seguimiento no es un camino fácil.
I Cuaresma. (Lc 4, 1-13)
El episodio de las tentaciones de Jesús solo tiene sentido si lo entendemos desde su experiencia de Bautismo, de saberse y experimentarse hijo de Dios, envuelto en su Espíritu de tal manera, que su vida es conducida por esa relación que le lleva a vivir como Él vivió.
Los evangelios, dirigidos a los primeros cristianos, que experimentaban las dificultades de seguir el Camino, tanto en su fuero interno como por parte de la sociedad en la que vivían, a través de la narrativa de las tentaciones de Jesús, intentaron darles a entender que el camino de seguimiento no era un camino fácil.
Hay que “renacer del agua y del Espíritu”, le dijo Jesús a Nicodemo; vivir desde la experiencia personal de saberme y sentirme hijx de Dios con todas las consecuencias.
Lo primero que surge después de una experiencia fundante es la pregunta: ¿Y qué hago yo ahora? ¿Qué se me invita a vivir? ¿Qué tengo que hacer?
La mayoría de los que leemos estos comentarios ya hemos pasado por esa experiencia y quizá por muchas otras que nos han ido cribando, que nos han ayudado a quedarnos con lo esencial y a soltar todo aquello que no nos conduce a nada. Pero si todavía estamos en camino y “no hemos llegado” las tentaciones nos siguen acuciando por todos lados.
Y ¿qué tentaciones experimento hoy?
Jesús, después de haber estado sin comer durante cuarenta días sintió hambre… ¡y quién no! Habría tanto que decir de esta primera tentación –“Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en un pan”. Jesús sintió la tentación como cada unx de nosotrxs de utilizar su poder para su beneficio propio, dedicar su existencia a calmar las necesidades primarias de la gente más necesitada, más oprimida… Qué diferente habría sido todo si se hubiera dedicado a los necesitados, sin esa dimensión profética que le impulsaba a denunciar, al igual que anunciar, que Dios no estaba de acuerdo con la injusticia promulgada tanto por el poder romano como el religioso.
Nuestra tentación es traducir las acciones de Jesús a lo que nos parece que es lo más necesario, pasándolo todo por nuestro propio criterio. En otras palabras, hacernos un Dios a nuestra medida que justifique nuestras acciones y aplauda nuestras decisiones.
Jesús, para contestar a Satanás, se refiere al pasaje Dt 8:3 “No sólo de pan vivirá el hombre sino de todo lo que salga de la boca del Señor”. Por supuesto que sin las necesidades imperantes cubiertas la persona no se puede plantear nada más, pero es que nuestras necesidades van más allá de lo material y negármelo o negárselo a los demás es atentar contra nuestra propia identidad.
Jesús deja que la Palabra le hable a su vida, no acomoda la Palabra a lo que a Él le conviene. Y vuelvo con esto a la necesidad de una experiencia personal pero acompañada.
No nos damos cuenta y caemos en aquello que criticamos de los demás. ¿Qué tal una experiencia de dejarnos guiar por el Espíritu que nos habla y nos alimenta a través de la Palabra, acompañados de la comunidad? Necesitamos un silencio activo que nos transforme por dentro, donde no entre el razonamiento y los argumentos sino el dejarnos transformar.
El ayuno de información, de crítica, de activismo, de hacer las cosas a mi manera para dejarme dirigir, me acercará a esa experiencia de Jesús de Nazaret de escuchar desde dentro el plan de Dios y vivir, no según me parece a mí, sino como corresponde a un hijo-a de Dios.
Satanás, que me tienta, que justifica mis posturas y acciones, que me anima a seguir como hasta ahora, no es un personaje que me habla desde fuera, es mi propio ego.
Tenemos hambre de una auténtica espiritualidad. Está claro que toda la formación, todo el saber intelectual es esencial, pero sin una vida guiada por el Espíritu puede ser contraproducente. Al ser algo que “está de moda”, ese hablar de espiritualidad en lugar de religión, debemos cuidar de no caer en una superficialidad que nos deje todavía más hambrientos.
Somos propensos a seguir a gurús, a escuchar lo que “los maestros” nos dicen y a mezclar los alimentos según nos apetezca. La espiritualidad es nuestra esencia, no es algo exterior a mí que consumo según mi necesidad sino la respuesta con un estilo de vida que me llama desde dentro.
La espiritualidad auténtica se nutre del silencio y del diálogo y también de la acción. Cada uno de estos aspectos nos propulsa al otro. Nos hace más humildes, conocedores de nuestra realidad y nos ayuda a aceptarnos a la vez que aceptamos la complementariedad de los otrxs.
Nos regala nuevos ojos con los que ver la realidad y nos mantiene viva la esperanza en medio de las contradicciones. Es la única manera de mantenernos a flote en un momento de tantísima turbulencia. No nos viene dada, salimos a buscarla y nos sale al encuentro.
No toca un aspecto de nuestra realidad sino todos ellos, lo envuelve todo, lo transforma todo, en nosotros y en conexión con todo y con todxs. Es la mejor compañera de camino, mejor dicho, ella misma es el camino.
Carmen Notario, SFCC
www.espiritualidadintegradoracristiana.es
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