Cuaresma 1. Las tentaciones de Cristo (Mt 4, 1-11; Dom 6.3.22)
Del blog de Xabier Pikaza:
Estrictamente hablando no son “tentaciones”, sino pruebas y trabajos de la vida. No son exclusivas de Cristo, sino de todo el judaísmo (AT), con los pueblos antiguos, los Imperios (Egipto, Babilonia,Roma) y los sabios de oriente y occidente, en especial de Grecia.
El primer tema-problema del hombre es la comida (el pan) y para asegurarla en un entorno comercial es necesario capital.
El segundo tema-problema es la religión:el pensamiento, la ciencia, la cultura; una cultura-religión capaz de resolver todos los problemas, de superar todas la crisis, “tirándonos del templo”, del templo como superstición para entrar en el santuario-banco de la sabiduría salvadora.
El tercer y último problema es el poder que brota del dinero y de la ciencia, que nos hace reyes soberanos. Por eso quien domine el dinero,la ciencia/ideología y el poder será salvador del mundo, será Cristo.
| X Pikaza Ibarrondo
Le importó muchísimo el milagro, pero no como ideología salvadora, sino como principio de transformación de los hombres, es decir, como fuente de salud…
Fue un hombre de inmenso poder, pero no para imponerse, sino para acompañar, empoderar (potenciar), enamorar a los hombres.
Fue un transgresor, el mayor que conocemos Reinterpretó gran parte de los códigos de vida de Israel, invirtió el tema del capital (Mt 6, 24), la ideología militar de los imperios, la sabiduría opresora de las grandes escuelas retóricas, políticas, económicas y militares… para volver a la raices de la vida humana, como “cristo”, ungido con el “aceite-perfume” de Dios.
Para presentarse como Cristo de Dios, tuvo que superar tres pruebas, como han hecho otros iniciados y maestros.El evangelio les llama “tentaciones”. Pero mas que tentaciones externas fueron posibilidades distintas de realizar su obra mesiánicas.
La tradición dice que esas tentaciones fueron dirigidas por un Diablo malvado, llamado Satanás, empeñado en apartar a Jesús de su camino. Pero todo nos hace pensar que no fueron problemas venidos de fuera, sino los problemas centrales de la historia con los que millones de personas y de instituciones tuvieron y tienen que enfrentarse a lo largo de la vida.
Una fue la prueba del pan (comida, economía),otra la prueba de la religión (a quien someterse para vivir), otra la prueba del poder. Estos fueron los tres “núcleos” de la historia de Jesús,descritospor el documento más antiguo de su historia,que por comodidad suele llamarse “documento Q”, que está en la base de los evangelios de Lucas y Mateo.
La misa de este próximo 6, primer domingo de Cuaresma, toma la versión de Lucas (Lc 4). Pero he preferido seguir el orden Mateo (aunque los dos son parecidos). Lucas, como buen “helenista” culmina las pruebas en la religion (pan, poder, religión…). Mateo como buen judío pone en la meta el poder (pan, religión, poder). Ambos empiezan por el pan, el capital.
Este es el triatlón de Jesús, la triple lucha o competición de su vida... Abrió un camino, trazó una senda de salvación para la humanidad que sigue estando hoy (2022) en tiesgo de destruirse por estos mismos temas: el pan-capital, el milagro-ciencia-propaganda y el poder.
Éstas fueron las pruebas de Jesús. Son las pruebas y tareas actuales de la humanidad y de la iglesia. El próximo domingo presentaré estas pruebas a partir de la ideología de la modernidad en que creemos estas… y después seguiré re-presentando desde el evangelio. Buen domingo a todos.
Texto litúrgico: Mt 4, 1-11
1 Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. 3 El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». 4 Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
5 Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo 6 y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». 7 Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
8 De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». 10 Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». 11 Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían. (Quien se atreva a leer una interpretación más precisa del tema puede seguir mi comentario de Mateo).
LA PRUEBA DE PAN. COMIDA, ECONOMÍA ¡DI QUE LAS PIEDRAS SE VUELVAN ALIMENTOS! (4,1-4)
El primer problema humano es el hambre, la primera acción mesiánica será ofrecer comida (pan), seguridad económica. A ese nivel nos situaba Gen 2-3: Eva sintió «hambre» de un pan especial (del fruto del conocimiento pleno); también a Jesús le llega el hambre, necesita colmar su deseo. Esta es la tentación principal de nuestro tiempo: saciar para siempre a los HOMBRES (como sabemos en otro texto de Jn 4,15). Parece evidente que sólo es mesías verdadero quien ofrece pan a los humanos, en programa integral de transformación económica. La cristología se volvería de esa forma.
Pues bien, en contra eso, Mt 4, aun admitiendo que resulta necesario alimentar a los hambrientos, sabe que la solución del Diablo (que actúa como la serpiente de Gen 3), resulta peligrosa para los humanos: les abandona en manos de su propio poder, les encierra en su necesidad económica, para que ellos vendan su misma dignidad personal (de seres que escuchan y responden a nivel de gratuidad) por alimento o dinero
El tentador intenta clausurar a los humanos en el círculo de su propio poder; al fondo de Gen 3 hay un «tú puedes» absoluto, un deseo de comer (de poseer) que se presenta como solución y plenitud de todos los problemas. El Diablo de Mt 4,1-4 recuerda a Jesús lo que debería ser su poder creador (transformador), interpretado como signo mesiánico: «si eres Hijo de Dios, dí que esas piedras». Ser Hijo de Dios significa para él imponerse sobre el mundo, comer todo.
El triunfo mesiánico supondría el cumplimiento inmediato de los deseos, el control material sobre la vida.
Esta es la aspiración primera, la tentación adámica (de Adán y Eva, en Gen 3) y antropológica (de Jesús en Mt 4). El humano se descubre como ser necesitado, limitado por el mandato (¡no comas!) e inquietado por el deseo (¡Jesús sintió hambre!). romper el límite, saciar inmediatamente la necesidad: esa sería la señal del mesianismo, la divinización del humano. Hacernos o ser dioses: poder o tener todo. Tal sería la misión de Jesucristo, la tarea del Espíritu divino (a quien Mt llama Diablos o tentador).
¿Ha triunfado el Diablo? La mundo actual sabe producir, de forma que parece estar capacitada para realizar el deseo satánico: convertir la piedra en pan, saciar el hambre. En conjunto, la cultura de Occidente, con su desarrollo científico y técnico, puede resolver el problema de la producción, alimentando a todos los hambrientos de la tierra. De esa forma ha logrado aquello que quería el Diablo, pero no lo ha hecho sólo a través de un pecado (vendiendo el alma al Diablo), sino en un proceso también positivo de conocimiento y transformación técnica de los bienes de la tierra.
Verdad de Jesús. Dialogar es más que producir, la comida sola no resuelve el tema humano. Nuestra humanidad sabe producir, no ha aprendido de verdad a compartir, no ha conseguido que sus miembros dialoguen de un modo fraterno, desplegando su vida a nivel de palabra, es decir, de búsqueda compartida de fraternidad, en apertura a Dios, en participación de los bienes humanos (no sólo económicos). Allí donde la economía es sólo economía (que acaba quedando en manos del deseo impositivo de los potentados) y el poder puro el humano corre el riesgo de perderse a sí mismo, cayendo en manos del Diablo tentador.
Jesús rechaza la petición del Diablo absteniéndose de convertir las piedras en pan, no porque desprecie la necesidad de los pobres, o quiera condenarlos al hambre, sino porque les ama de un modo más alto y porque quiere situar su entrega al nivel de la comunicación de amor gratuito y personal, afirmando con Dt 8,3, que no sólo de pan vive el humano, «sino de toda palabra que brota de la boca de Dios». De esta forma nos sitúa en el lugar del verdadero mesianismo, que consiste en dialogar y/o compartir a nivel de comunicación humana. La cristología del s. XXI debe situarse en este mismo fondo de búsqueda de pan (saciedad) y de comunicación personal interhumana.
El Diablo de Mt 4 es panadero: produce panes suficientes, pero no sabe (no quiere) compartir ni dialogar, pues compartir es amar, dialogar es cultivar la libertad en plano de palabra. No toda producción es diabólica: la cultura de Occidente, especializada en producir, no es por ello erversa, sino al contrario: puede hacerse humana. Pero una producción convertida en «capital» egoísta (Mamôna: Mt 6,24) suele acabar sacralizando el satanismo.
Jesús, por el contrario, viene a presentarse como mesías de la palabra, es decir, de una producción que recibe su sentido (se hace mesiánica) poniéndose al servicio de la comunicación gratuita interhumana. Sólo donde pasamos del puro pan (que se puede hacer Mamôna) a la palabra del diálogo gratuito, en libertad fraterna y entrega de la vida, puede hablarse de Jesús como mesías, Hijo de Dios.
No queriendo ser productor egoísta del pan convertido en capital, sino sembrador de la palabra creadora y dialogante (Mt 13), Jesús se mostrará en el ancho campo de la tierra, donde los humanos sufren hambre como mesías de los panes compartidos (Mt 14,13-21; 15,29-39). No es mesías de «pan milagroso» (de la abundancia cerrada del dinero o alimentos), como quiere el Diablo, sino portador de un mesianismo fundado en la palabra dialogada, abierta a todos los humanos.
En el camino que lleva del rechazo del pan diabólico (4,1-4) al pan compartido de las multiplicaciones (14,13-21; 15,29-39), culminará la primera parte de Mt (del mensaje de Galilea), para expandirse en el camino que lleva a la ciudad (segunda tentación: 4,5-7), donde Jesús presentará su propio cuerpo (vida) como pan, en la eucaristía (26,26-29), para ser condenado por sus sacerdotes (Mt 27). Frente al deseo diabólico de convertir todo lo que existe en pan de posesión (Mamôna), expande así Jesús la gracia de su vida. La puerta del templo y de la vida de Jesús ha de entenderse de otra manera
Nosotros, cristianos de Occidente, productores de un pan que puede volverse diabólico, debemos rehacer el camino de Jesús, convirtiendo la producción (nuestra riqueza) en medio de comunicación humana. Quizá podamos afirmar que el siglo XXI será siglo de pan y palabra compartida (conforme al testimonio de Jesús) o acabara perdiéndose en la lucha infinita por la economía (por el control egoísta de los panes), que lleva al gran combate entre todos los humanos. O Jesús nos enseña a compartir en gratuidad el alimento, escuchando la palabra de Dios y convirtiéndola en principio de comunicación y entrega personal, o acabamos destruyendo en la lucha por los panes (disputa del dinero) nuestra misma vida.
La tarea cristiana del s. XXI resulta inseparable del problema económico. Una cristología ontológicamente perfecta, pero que no nos hiciera compartir en gratuidad palabra y/o panes, sería contraria al evangelio de Mt.
LA PRUEBA DE LA RELIGIÓN. EL TEMPLO EL MILAGRO. Tírate y los ángeles de Dios te sostendrán (Mt 4,5-7)
La iglesia de Occidente se ha desarrollado de forma sacral, vinculándose con frecuencia a los signos que maneja (y controla) este Diablo tentador del santuario: así ha vuelto a construir una teología de la ciudad santa (iglesia) y de los milagros ante el alero del templo. Pues bien, este Jesús de las pruebas nos obliga a superar ese nivel de sacralidad mágica, llevándonos al espacio de la fe.
El Diablo que tienta a Jesús, desde la antigua o nueva ciudad Jerusalén (templo), encaramado en el pináculo sagrado, a la vista de todos, proponiéndole que se eche en las manos de Dios, arrojándose al vacío, es un espíritu exegeta y religioso, experto en prodigios, que sabe citar la Biblia y apelar a la «providencia» de Dios: «tírate hasta el suelo, pues, como dice la Escritura, mandará a sus ángeles, para que te tomen en sus manos, y tus pies no se quiebren en las piedras» (4,6; Cf. Sal 91,11-12).
Diablo religioso. Piedad y magia. Un tipo de religión ha funcionado desde antiguo como obediencia a un Dios que parece externamente providente (protege a los suyos de manera demostrable) o como magia (sus devotos lo utilizan,poniéndolo al servicio de sus propios intereses). A ese nivel se ha colocado en este texto el Diablo: quiere que Jesús se arriesgue y se lance en el vacío, para forzar así el cuidado de Dios, superando por religión la racionalidad o prudencia humana.
Este es un Diablo que no quiere aceptar y no acepta la dura realidad del mundo, pidiendo a sus devotos que se evadan de ella por milagro. No es un Diablo de obras «malas» en sentido moralista (tentaciones sexuales o torturas exteriores, miedos fantásticos o muertes violentas), sino seductor piadoso, experto en ilusiones religiosas.
Cristo a-religioso. Mesianismo y confianza en Dios. Frente a la magia del Diablo, que tienta a Dios, buscando la prueba sacral del milagro, Jesús es un creyente realista, que acepta la trascendencia de Dios y que, precisamente por eso, ni pide ni quiere los milagros que una tradición inmemorial vinculaba a Jerusalén, con la estructura sagrada de su templo. Es evidente que muchos seguidores de Jesús esperaron el «milagro» en la ciudad sagrada, conforme a las antiguas profecías. Confiaban primero que no moriría, pensaron después que resucitaría exactamente, con gran fuerza. Pero vino Jesús y, en vez de triunfar en lo externo, quedó amenazado de muerte y murió en la ciudad de las grandes promesas, gritando «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (27,26), sin que nadie respondiera, sin resurrección externa.
Desde ese contexto de tentación diabólica y deseo de milagro, en la ciudad del templo, puede interpretarse mejor la segunda parte de Mt (16,21-27,66). Jesús cumple de algún modo aquello que le pide el Diablo: se introduce (arroja) en el santuario de Jerusalén, pero no de forma espectacular (para que admiren su arrojo y Dios haga el milagro de salvarle), sino por fidelidad a su mensaje mesiánico. No lo hace para «honrar» al Dios de sacerdotes y milagros (del Diablo), sino para mostrar que el templo está manchado con dinero (tema anterior), es cueva de bandidos (Cf. 21,12-17). Humanamente hablando, lo que el Diablo le pedía era menos peligroso que lo que él ha realizado, pues algunos se salvan al lanzarse de la altura, pero nadie se libera de la autoridad sacral de los sacerdotes. Desde ese fondo, con la ayuda de Jer 7, podemos entender la relación de Jesús con el Templo:
Los sacerdotes buscaban la seguridad del santuario, lugar de refugio para tiempos de crisis: Dios hará el milagro, no dejará que su santo templo caiga y que sus adoradores mueran, en manos de invasores. Pensaban así en tiempos de Jeremías, lo mismo pensarán muchos judíos sublevados contra Roma (66-70 d. C.).
El profeta Jeremías acusó a los sacerdotes, diciendo que su forma de apoyarse en la sacralidad del templo era no solamente mágica, sino perversa, pues la confianza en la inviolabilidad del templo les mantenía en la injusticia. A su juicio, el culto injusto es pecado contra Dios, de tal manera que el mismo templo puede convertirse en signo de mentira; no existe más milagro de Dios que el vinculado a la justicia y fidelidad humana.
Jesús, siguiendo a Jeremías, quiere que el templo aparezca como expresión de fe y no como lugar de tentación antidivina. Por eso ha rechazado el «milagro sacral» y ha realizado un signo profético de amenaza y destrucción contra este templo de injusticia vinculada con la magia (21,12-16). En ese contexto se sitúa su palabra contra el Diablo religioso que le acecha con milagros: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Mt 6,7; Cf. Dt 6,16).
No tentar a Dios significa aceptar su diferencia: no introducirle en la espiral de favores sacrales o milagros con que Dios defendería a los «piadosos». Jesús no quiere ese tipo de milagros: no exige que Dios (o sus ángeles) garanticen la seguridad externa de su vida. El mesianismo de Jesús no puede interpretarse como maravilla externa, sino como expresión de fidelidad radical, en fe profunda: sólo es mesías (verdadero Hijo de Hombre) aquel que sabe morir por los demás (Cf. 16,61). El mesianismo diabólico quiere el triunfo externo de Jerusalén, busca el milagro. Jesús, en cambio, es mesías porque acepta en fidelidad el camino de Dios: no busca el milagro, está dispuesto a morir por el Reino.
El deseo de un mesianismo milagroso ha seguido influyendo en la primera comunidad, como indica el hecho de haber creado un relato como este. Parece que muchos cristianos antiguos, cuyo lenguaje reflejan este y otros textos (Cf. 5,35; 27,53), siguieron tomando a Jerusalén como ciudad sagrada, que Dios debe defender con sus milagros: por eso aguardan allí la manifestación pascual de¡ Cristo, el milagro externo del fin de los tiempos. Pues bien, esa esperanza ha sido vana: el evangelio recuerda que Jerusalén ha condenado a Jesús a muerte (sin que Dios le defienda externamente y le libere del patíbulo infamante); por eso, sus creyentes han abandonado la «capital sagrada», anunciando el Reino de Dios, desde la montaña de Galilea (28,16-20), en todo el mundo (como supone la tercera tentación).
La respuesta de Jesús ante el «milagro» de Jerusalén continúa siendo normativa. Muchos seguimos aferrados a portentos, interpretando la Iglesia como casa o corte de prodigios, lugar que Dios mismo debería defender, con fuerte ayuda, contra los perversos invasores. Pues bien el Cristo de Mt no admite más milagro mesiánico que el de Jonás, el profeta enterrado (en ballena o tierra) por tres días (Cf. 12,39-41). Según Mt no existe más «milagro» que la entrega de la vida.
Jesús no se ha tirado caprichosamente del pináculo de templo, sino que ha entrado en sus patios por fidelidad mesiánica, aceptando que le maten, por no triunfar matando ni engañando a otros. Dios no le ha liberado de la «caída», agarrándole en sus manos, sino que le ha acompañado en la muerte, culminando su tarea mesiánica. Sólo es verdadero mesías quien entrega su vida por el reino. A muchos, dentro y fuera de la jerarquía eclesial, les cuesta aceptar este Cristo sin milagros y siguen aferrados a la magia de apariciones y tejidos «milagrosos». Si quiere ser fiel al Cristo de Mt y asumir con seriedad y gozo el diálogo religioso y cultural del siglo XXI, la cristología deberá oponerse a todas las magias (pseudo-) religiosas.
CRISTOLOGÍA Y PODER. TODO ESTO TE DARÉ (4,8-10)
Un tipo de deseo culmina allí donde el hombre quiere hacerse dueño de todo lo que existe. Del pan (economía) y la ciudad sagrada (religión) hemos pasado a la montaña cósmica, altura desde donde pueden contemplarse y dominarse los reinos de la tierra. El Diablo de la tentación anterior no actuaba de una forma abierta, sino que conducía a Jesús hasta el misterio de su filiación (si eres Hijo de Dios:4,3.6),pidiéndole que dedujera sus propias consecuencias. Ahora, apareciendo como dueño de los reinos de la tierra, el Diablo promete a Jesús directamente: «todas estas cosas te daré, si postrándote me adoras».
En otro contexto, más cercano a la primera tentación, Mt 6,24 ha contrapuesto a Dios y la Mamôna (capital divinizado) separando el verdadero y falso mesianismo. Pues bien, en nuestro caso, lo que se contrapone a Dios no es el dinero/pan, sino un Diablo que se muestra como fuente de dominio, exigiendo adoración de sus devotos, especialmente al que debiera ser dueño del mundo (el mesías). Proponiendo una cristología del Poder el Diablo se presenta corno enemigo (antítesis) de Dios.
Religión del poder, hijos del Diablo. En el monte cósmico emerge el Diablo, como «padre» de Jesús, ofreciéndole el dominio sobre los humanos. Los fariseos de Mt 12,22-32 acusan a Jesús de estar «poseído» por el Diablo, pues realiza con el poder de Belcebú estos exorcismos. Como delegado diabólico, Jesús habría podido convertirse en Cristo político del cosmos, dueño de todos los poderes de la tierra. Su padre, el Diablo, le habría dado autoridad sobre los humanos en línea de imposición (adoración). Como la literatura ha destacado con frecuencia, para conseguir el poder sobre la tierra es necesario vender el alma al Diablo. Del templo, lugar de la religión sacralizada, hemos pasado al ancho mundo de la vida donde la falsa religión se expresa en forma de imposición humana.
Religión de la gracia, Hijos de Dios. Al oponerse a la adoración diabólica, expresada como poder (= imposición) sobre la tierra, Jesús viene a presentarse como verdadero Hijo que adora y sirve a Dios en libertad, al entregar su vida para bien de los humanos. Culmina así el camino de la cristología, iniciado en las tentaciones anteriores (pan y templo). Jesús no intenta dominar el mundo con dinero 0 milagros, no pretende ser mesías para dominar sobre los humanos, organizando de esa forma el mundo, sino para servirles, en gesto de liberación gratuita. Por eso expulsa al Diablo, utilizando las palabras que más tarde empleará cuando rechace a Pedro, que ha querido separarle del camino de la entrega de la vida: «apártate, (de mí) Satanás».
Desde este fondo ha de entenderse el final del evangelio. El Diablo de Mt 4,8 promete a Jesús todos los reinos del cosmos, con su gloría, un camino de triunfo sobre el mundo. Jesús rechaza ese camino, para entregar su vida en gratuidad, de tal manera que al final puede presentarse ante los discípulos, en la montaña pascual, como aquel a quien Dios (y no el Diablo) ha concedido todo poder en cielo y tierra (28,18), en palabra que recuerda Gen 1,1: creó Dios el cielo y la tierra». La creación aparece ya como obra de Dios y Jesús como verdadero Adán o humano culminado, que expande a todos su camino fraternidad, centrado en el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Culmina con esto el proceso de las tentaciones, que nos lleva del pan (economía), por la religión (milagro), hasta el poder donde se expresa el más hondo misterio divino, expresado muchas veces en forma diabólica. Este no es un proceso teórico, despliegue de ideas o razones primeras, en plano conceptual, sino un itinerario práctico de transformación del mundo: Solo puede transformar el mundo una iglesia que no quiere fundarse en el pan (dinero), ni en el milagro (autoridad sagrada), ni en el poder. Sólo una iglesia que sigue a Jesús en su camino de comunicación por la palabra, abierta a todos, sin milagros externos, ni poder sobre nadie… podrá ser seguidora de Jesús.
De esa forma, el problema de las pruebas de Jesús viene a situarnos en el centro de la problemática social que Mt ha recreado en el camino de Jesús hacia Jerusalén (especialmente en 20,20-28). El cristianismo del siglo XXI debe plantear con nitidez el tema del poder, no sólo en la iglesia, sino en el ancho camino de la vida económica, política y social de los humanos. Este no es problema de teoría, sino de realización humana: o Jesús nos permite enfocar y resolver los problemas de comunicación y poder o su figura acaba siendo inoperante y banal, puro recuerdo de un pasado que ha perdido su sentido.
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