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Archivo para Domingo, 27 de febrero de 2022

Claroscuro

Domingo, 27 de febrero de 2022
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*

 Claroscuro del sentido,
claroscuro de la fe.

Creo la luz que se ve,
veo el misterio escondido.

Claroscuro voy perdido
de belleza y de verdad.

Sombras, decidme. Callad,
luces sabidas.

Creer
es la manera de ver
total la realidad.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

En aquel tiempo, Jesús les puso también esta parábola:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.

El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.

*

Lucas 6, 39-45

***

El Señor es luz, y esto será para nosotros un medio incomparable para un encuentro más íntimo con él. Una cosa es segura, y es que el amor de Dios somete nuestro corazón a dura prueba. Para que nuestro corazón se vuelva capaz de este amor, es necesario que Cristo lo convierta de manera incesante. Durante esa conversión, que tal vez dure hasta el final de nuestra vida, deberemos sufrir unas veces por mezquindades, otras por parcialidad, otras por errores de nuestro amor.

Y tierno es el corazón capaz de misericordia con todos los hombres, incluidos también nosotros. La ternura «bautizada» sigue siendo ternura y se convierte en misericordia. Jesús es totalmente esta ternura; es la ternura con todo lo que es bello y bueno, por ser creación de Dios; pero, al mismo tiempo, es misericordia, a saber: un corazón que conoce la miseria de los esplendores creados…, enfermos de pecado, devastados por el mal. Es menester que nunca tengamos que reprocharnos a nosotros mismos una firmeza que no esté «redoblada» por un verdadero calor del corazón y por una caridad exigente. Arriémonos los unos a los otros en nuestra pobreza, dentro de nuestros límites: éstos son el signo visible de las misericordias de Dios con nosotros. Esta es la fe en espíritu y en verdad. Pensemos que todos nosotros somos pobres y que el Señor ama a los pobres, y que nosotros le amamos precisamente a él en los pobres. Esta sensación interior de nuestra miseria y de la misericordia omnipotente, para ser verdadera, debe ir acompañada de nuestra disposición exterior de personas que han sido ampliamente perdonadas y a las que, un día u otro, se les ha pedido que perdonen ellas un poquito. Se trata de asumir ante los otros la actitud que asumimos ante Dios. Y eso simplemente porque no somos otra cosa entre nosotros más que pecadores entre otros pecadores, hombres y mujeres perdonados en medio de otros hombres y mujeres perdonados.

*

Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore,
Cásale Monf. 1994, pp. 100-102, passim).

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“Árboles sanos”. 8 Tiempo ordinario – C (Lc 6,39-45)

Domingo, 27 de febrero de 2022
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La advertencia de Jesús es fácil de entender. «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas ni se vendimian racimos en los espinos».

En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos «espinos» de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada cual para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros?

Tal vez hemos de empezar por no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es. Esforzarnos para que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestra amargura. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

Necesitamos entre nosotros personas que sepan acoger. Cuando acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil que sea la situación en que se encuentra, si descubre que no está solo y tiene a alguien a quien acudir, se despertará de nuevo su esperanza. Qué importante es ofrecer refugio, acogida y escucha a tantas personas maltratadas por la vida.

Hemos de desarrollar también mucho más la comprensión. Que las personas sepan que, por muy graves que sean sus errores, en mí encontraran siempre a alguien que las comprenderá. Hemos de empezar por no despreciar a nadie, ni siquiera interiormente: no condenar ni juzgar precipitadamente. La mayoría de nuestros juicios y condenas solo muestran nuestra poca calidad humana.

También es importante contagiar aliento a quien sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión… No necesitan recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.

El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan el resentimiento, y saben perdonar de verdad, siembran esperanza a su alrededor. Junto a ellas siempre crece la vida.

No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de Pablo de Tarso: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien». La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada como la nuestra es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal…; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Romanos 12,17-18).

José Antonio Pagola

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“Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”. Domingo 27 de febrero de 2019. 8º Ordinario

Domingo, 27 de febrero de 2022
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ordinario16c8De Koinonia:

Eclesiástico 27, 4-7: No alabes a nadie antes de que razone.
Salmo responsorial: 91: Es bueno darte gracias, Señor.
1Corintios 15, 54-58: Nos da la victoria por Jesucristo.
Lucas 6, 39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

La separación entre la teoría y la práctica, entre el decir y el hacer, entre el conocer y el ser, es un problema filosófico digno de toda atención. La filosofía, y luego, el espíritu imperial de Roma, constituyen el ambiente espiritual en el que el cristianismo nació, y por el que quedó profundamente marcado. Así, el cristianismo institucional, históricamente, ha estado mucho más preocupado por la ortodoxia (la «opinión correcta», la ausencia de herejía, la verdad, la fe) que por la ortopraxis (la «práctica correcta», el amor, la caridad): no ha perseguido tanto a quien no vive o no practica el amor, cuanto a quien ha expresado (o incluso sólo pensado) una opinión teórica discrepante de los dogmas oficiales. Las persecuciones que la Inquisición montó en los siglos oscuros de la historia de la Iglesia de Occidente son un ejemplo de la hipertrofia de esta primacía dada a lo teórico o dogmático, sobre lo práctico.

El pensamiento moderno cambió esta situación en la cultura occidental, asumiendo una fuerte valoración e incluso una clara preferencia por la praxis frente a la teoría. El “primado de la acción”, la primacía de la praxis… marcan característicamente a la modernidad: la acción es más importante que la teoría, el hacer más que el decir, la transformación de la realidad más que su simple interpretación.

Al cristianismo esta preferencia moderna por la praxis no nos sorprende fuera de juego: la mejor tradición bíblica coincide plenamente con ella. La Palabra de Dios –dabar, palabra en hebreo- no es un sonido (flatus vocis, un mero ruido de la voz), ni un simple concepto mental, sino un hecho, una actuación: Dios no se revela en afirmaciones doctrinales… sino en acontecimientos, en intervenciones salvadoras en la historia.

Los profetas de Yavé no cesan de reconvenir al Pueblo de Dios cuando éste se desvía hacia un culto quizá fervoroso pero que, sin el respaldo de la vida, se convierte en idolátrico. Los dioses son nada; el Dios de Israel es vida, amor, historia. «Conocer a Yavé es practicar la justicia», repetirán los profetas con una insistencia casi obsesiva (Mq 6,6-8), con una paradoja digna de ser subrayada ante nuestra cultura occidental: “conocer es practicar…”. La praxis del amor y de la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de todo culto o sacrificio (Is 1,10-18; 58,1-12; 66,1-3; Am 4,4-5; 5,21-25; Jer 7,21-26), o de cualquier otra seguridad moral (Jer 7,1-15; 9,24) o de toda ortodoxia doctrinal; así como la referencia fundante de la fe religiosa de Israel y de su misma constitución como Pueblo es la praxis liberadora de Dios en el Exodo (Ex 20,1).

Jesús, «profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19), que primero comenzó “haciendo” para enseñar (cfr Hch 1,1), que provocaba el asombro de unas muchedumbres «que oían “lo que hacía”» (Mc 3, 8) tanto o más que lo que decía, recogerá esta veta profética e insistirá -con fuerza mayor y una coherencia total hasta su propia muerte- en que «no todo el que “dice”… sino el que “hace” la voluntad del Padre entrará en el Reino» (Mt 7,21-23); que «los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23), y que si lo amamos a Él «practicaremos sus mandatos» (Jn 14,24).

La palabra de Jesús alcanza en este punto su claridad máxima cuando propone la práctica del amor, especialmente «con estos mis hermanos más pequeños», como el «criterio escatológico de salvación», conforme al cual se realizará el «juicio de las naciones» (Mt 25,31-46). La parábola del «buen samaritano» (Lc 10,25-37) subrayará esta primacía de la práctica del amor por encima de las fronteras de credo, culto o religión. El evangelio de Juan recalcará hasta la saciedad que la práctica concreta, las obras, son las que dan testimonio creíble (Jn 5,36; 6,30; 7,3; 9,3; 10,25; 10,37-38; 14,11; 15,24).

“Por sus obras los conocerán”, dice Jesús. La prueba de la persona está en su hablar (segunda lectura de hoy). “Obras son amores, y no buenas razones”, dice un refrán castellano. “Una cosa es predicar y otra dar trigo”, dice otro. “Del dicho al hecho hay un buen trecho”, añade un tercero. “Operari sequitur esse“, el obrar sigue al ser, decía por su parte un principio aristotélico: los frutos buenos sólo pueden venir del árbol bueno, y por eso, los frutos prácticos, los hechos, son el mejor criterio de discernimiento moral. En el fondo, Jesús nos está enseñando algo de sentido común, del buen y profundo sentido común.

Jesús no simplemente “predicó” esta primacía de la práctica, sino que la vivió. Pasó por este mundo «haciendo el bien» (Hch 10,37), y «todo lo hizo bien» (Mc 7,37)… De ahí que Jesús recomiende a sus seguidores que comiencen por practicar lo que confiesan con la boca, lo que creen con la fe. Importa mucho que el seguidor de Jesús presente antes de nada las credenciales de su autenticidad. Su vida ha de ser el modelo de lo que predica. No es posible creer a quien contradice con los hechos lo que dice con sus palabras. Por eso, Jesús nos inculca la necesidad de vivir coherentemente con lo que creemos, como condición previa a todo “apostolado”. No es posible pretender corregir o mejorar a los demás cuando nuestra vida no muestra aquello que predicamos; eso sería ser ciegos y querer guiar a los demás. La mejor invitación a los otros, en este sentido, es el propio ejemplo: “el ejemplo arrastra”, dice el refrán. Es necesaria pues la humildad de comenzar por luchar contra los propios defectos, en vez de querer corregir a los demás. “Quita la viga de tu ojo, y entonces podrás quitar la brizna del ojo de tu hermano”. Lo contrario es incoherencia y probablemente hipocresía. Jesús, en su propia persona, fue ejemplo de esa misma veracidad y autenticidad. Leer más…

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27.2.22: Saca la viga del ojo. Parábola del ciego que guía a otros ciegos (Lc 6, 39-42), con el principio de Peter.

Domingo, 27 de febrero de 2022
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5654528C-CC27-4EE1-870C-CCF59A035EB5Del blog de Xabier Pikaza:

Lucas ha colocado esta parábola al final del sermón de la llanura (6, 20-49), como expansión y comentario de su principio supremo: No juzguéis… (6, 37).

Retomando una tradición central del AT, Jesús quiere que los hombres podamos mirar y vernos con los ojos más hondos, del cuerpo y del alma, porque ver es conocer y conocernos mirar y ser mirados, en un mundo como aquel y como el nuestro dominado por ciegos malos (incompetentes, según el principio “científico” de L. J. Peter). Quiere que los hombres miren con ojos abierto, vean y vistos, amen ysean amados, no que juzguen y se impongan unos sobre otros.

Lucas elabora y presenta esta parábola del ciego al finalfinal del sermón de la llanura, culminando de esa forma su más hondo mensaje de Reino.   

Lc 6, 39-42. La parábola del ciego (con un paréntesis sobre el discípulo)

(Principio: Parábola). En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

(Paréntesis sobre el aprendizaje). Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

(Explicación de la parábola: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Texto paralelo de Mateo

(cada parte del texto en un  lugar distinto)

Mt 15, 14. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo

Mt 19, 24. Un discípulo no es mayor que su maestro; será perfecto si es como su maestro

Mt 7, 3-43 ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga de tu propio ojo? 4¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, cuando tienes la viga en el tuyo?  

Situar la parábola 1… Plano escolástico, en línea de conocimiento. La filosofía y teología escolástica de la Edad Media ha elaborado este motivo del ver y el actuar en un contexto “teórico”, de conocimiento, en el que se distinguen tres niveles:

  1. Ver, simple aprehensión. De una manera simplista (de tipo abstracto), muchos escolásticos suponían (y muchos modernos seguimos suponiendo) que se pueden ver las cosas de un modo neutral, sin “estar ya juzgando” al mirarlas. Hablaban de un mirar puro, de simple aprehensión, pensaban que había una mirada neutral… En esa línea se sitúan muchos “positivistas”, que siguen diciendo que ellos ven sin interferencias ni perturbaciones de ningún tipo…
  2. Juicio… Sólo en un segundo momento la mente realiza (puede realizar) un juicio sobre aquello que ha visto. En contra de eso, tanto la filosofía como la física actual sabe que en la misma “mirada” (en el modo de ver) hay un juicio de fondo, miramos desde nuestros presupuestos…En el mismo momento en que miramos tenemos una “viga” en nuestros ojos….
  3. Raciocinio… Tras la simple aprehensión (mirada pura) y tras el juicio vendría el “raciocinio”, es decir, la conclusión pensante…

Situar la parábola 2: Plano de la acción programada de los “militantes cristianos”. Los grupos de la Acción Católica especializada elaboraron a mediados del siglo XX unos programas muy precisos de compromiso, expresados en la tríada clásica (fundada en la escolástica anterior) del ver-juzgar-actuar:

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  1. Ver es conocer lo que hay: situarse bien ante la realidad, conocer bien sus matices… No partir de presupuestos falsos o impuestos desde fuera. Tener plena libertad para situarse sin prejuicios de dictados por un tipo de poder o de autoridades externas.
  2. Juzgar con imparcialidad… No dejarse llevar por pre-juicios externos, por los diversos “ídolos” de tipo económico, social etc.
  3. Actuar. Trazar unos programas de acción eficiente, al servicio de la verdad.

Situar la parábola 3. Comparación con la ley de Peter

Laurence Johnston Peter (1919-1990) fue un pedagogo canadiense, afincado en California, que formuló en 1969 una famosa ley llamada “principio de Peter”, que se puede formular así: “Las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, a tal punto que llegan a un puesto en el que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo, y alcanzan su máximo nivel de incompetencia”.

Según esa ley de Peter, que él presenta y argumenta de un modo “científico”, los altos cargos de la administración, de la educación y otras instancias de “poder” social y religioso terminan estando dirigidas por los más incompetentes. Muchas veces he pensado que esta “ley científica” de Peter se parece un poco a la parábola de los “ciegos gobernantes” de Jesús.

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Cuatro errores que debes evitar

Domingo, 27 de febrero de 2022
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Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre:

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“Si un ciego guía a otro ciego…”

La última parte del “Discurso de la llanura” desconcierta por la variedad de personajes que aparecen: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo; uno inteligente, que construye su casa sobre roca, otro insensato, que la edifica sobre arena. Y también son muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos.

Evidentemente, se trata de frases de Jesús pronunciadas en diversos momentos y circunstancias. Sin embargo, pueden relacionarse con el tema que preocupa a Lucas, leído el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis”.

Cuatro errores que debes evitar

  1. Si te consideras con buena vista para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. Estás ciego. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo.

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

  1. Si te consideras muy listo y bien preparado para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. No eres un catedrático, sino un alumno de 1º. A lo más que puedes aspirar, después de mucho esfuerzo, es a ser como el catedrático.

Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

  1. Si te consideras digno de juzgar y condenar a los demás, te equivocas y eres un hipócrita. Tus fallos son mucho mayores. La viga de tu ojo es mucho más grande que la mota en el ojo de tu hermano y te impide ver bien.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

  1. Si piensas que cuando juzgas y criticas a los demás lo único que haces es disfrutar o hacerles daño, te equivocas. Te haces daño a ti mismo, porque las palabras que salen de tu boca dejan al descubierto la maldad de tu corazón. [En esta última comparación del árbol bueno y el malo, cada uno con sus frutos, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.]

No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

1ª lectura: ¿Quieres saber cómo es una persona? (Eclesiástico 27,5-8)

            Este breve texto, desconcertante a primera vista, resulta claro cuando lo relacionamos con las palabras del evangelio: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿Quieres saber cómo es una persona? Fíjate en lo que hace la gente de tu entorno (estamos en el siglo II a.C.).

Cuando quiere separar el trigo de la paja, criba.

Cuando quiere probar una vasija de barro, la mete en el horno del alfarero.

Cuando quiere saber si un árbol es bueno, mira sus frutos.

Cuando tú quieras conocer a fondo a una persona fíjate en cómo razona y en lo que dice. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.

Se agita la criba y queda el desecho,
así el desperdicio del hombre cuando es examinado.

El horno prueba la vasija del alfarero,
el hombre se prueba en su razonar.

El fruto muestra el cultivo de un árbol,
la palabra, la mentalidad del hombre.

No alabes a nadie antes de que razone,
porque esa es la prueba del hombre.

Reflexión

thumbs_DIA-6-P.C-JMJ-20192019_01_245680El “Discurso de la llanura”, aunque no tenga la fama del “Sermón del monte” de Mateo, es un resumen muy bueno de la actitud que debemos tener ante enemigos y hermanos. Generalmente se recuerda el amor a los enemigos. Pero es frecuente olvidar el amor a los otros miembros de la iglesia, la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta.

El carácter tan radical de algunas afirmaciones requiere explicación. Quien lo desee puede consultar mi comentario El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús(Verbo Divino, 2021), pp. 187-203.

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27 de febrero. Domingo VIII. Tiempo Ordinario

Domingo, 27 de febrero de 2022
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“¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llegas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.”

(Lc 6, 39-45)

¡Qué bien nos conoces, Maestro! Cómo se nota que te has hecho uno de nosotros, que te has mezclado con todo lo nuestro.

Y sí, tenemos esa tendencia generalizada y muy extendida de querer solucionar problemas ajenos.¡ Ah!, y no solo los pequeños problemas de nuestro vecino más próximo, también estamos convencidos de que si el mundo estuviera en nuestras manos todo andaría mucho mejor.

Por eso no es difícil escuchar una conversación acerca de cómo mejorar la política de Estados Unidos, o de cómo acabar con el hambre en el mundo. También nos atrevemos con la violencia de genero o los casos de corrupción en política. Es todo tan sencillo que en una conversación de media hora lo hemos solucionado.

Después nos volvemos a nuestras vidas, con nuestros grandes problemas. Porque quizá tenemos muy claro cómo solucionar el problema de la inmigración mundial pero no somos capaces de entendernos con nuestro hijo.

Y también le hemos encontrado solución a la violencia machista pero luego nuestro jefe nos da pánico y no nos queda más remedio que aguantar para cobrar a fin de mes.

Tenemos necesidad de solucionar aquello que no depende de nosotras para no tener que enfrentarnos a lo nuestro. ¡Qué miedo nos da lo nuestro! Además, parece que si no le prestamos atención es menos real. Pasa más desapercibido.

Por eso necesitamos que Jesús nos repita más de una vez esa palabra que nos sacude y nos despierta: ¡Hipócrita! No nos gusta oírla pero nos viene muy bien.

Además, solo ante Jesús nos quedamos sin poder rebatir. No podemos contestarle nada. Sencillamente tiene razón. “Nos ha pillado”, como al niño travieso, con la mano dentro del bote de galletas.

Tienes razón Jesús, somos hipócritas. Nos resulta más sencillo preocuparnos de las motas ajenas que ocuparnos de nuestras vigas.

Oración

Haznos ver, Trinidad Santa, nuestra propia oscuridad, esa viga que tratamos de ocultarnos a nosotras mismas. Y ayúdanos a sacárnosla. Nosotras no podemos.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Exigir a los otros lo que yo no cumplo es hipocresía

Domingo, 27 de febrero de 2022
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DOMINGO 8º (C)

Lc 6,39-45

El sermón del llano en Lucas termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mateo lo coloca en lo alto del monte mientras que Lucas nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mateo Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lucas habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno, no son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas centrales, que eran claves en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.

Como el evangelio aborda temas tan diversos, hoy nos vamos a fijar en la mota y la viga en el ojo. Lo primero que tenemos que advertir es la importancia que en la vida espiritual ha tenido la luz y la visión como metáfora de las posibilidades de acceder a un ámbito especial de existencia que me abre a otro mundo. En ningún caso se trata del ojo físico. Es un símbolo de las posibilidades que todo ser humano tiene de ver otra realidad y que le coloca en situación privilegiada para afrontar la vida entera desde otra perspectiva.

Con esta metáfora nos está advirtiendo de lo complicado de la psicología humana. Los dichos que se atribuyen a Jesús muestran un conocimiento de las profundidades del ser humano. En los evangelios nos muestran un Jesús con un increíble conocimiento de la psicología humana. Más que con valores espirituales, la imagen de la mota en el ojo nos habla de la necesidad de conocer nuestro inconsciente y saber orientarnos en esa relación con los demás que nos puede hacer más humanos. Dar importancia en los demás a los fallos que nosotros mismos tenemos es la mejor manera de hacer patente nuestra falsedad. Nos desahogamos criticando en los demás lo que no aguantamos en nosotros mismos.

La naturaleza del ojo es ver. Si no hay impedimento alguno y el ojo está sano, la visión es la cosa más natural del mundo. Por eso el ejemplo no habla del ojo en sí sino de lo que puede impedir desarrollar la función que le es propia. En los evangelios se utiliza con profusión la imagen de la luz y la visión. El mismo Jesús dijo: yo soy la luz del mundo, el que viene a mí no camina en tinieblas. Y a sus discípulos les dijo: vosotros sois la luz del mundo. Está claro que el que llega a “ver” con claridad, se convierte en luz para los demás

Esta metáfora del ojo y de la luz es universal y la podemos encontrar en cualquier religión a lo largo del tiempo y el espacio. En las religiones orientales ha tenido incluso mucho más impacto que en occidente. La imagen del tercer ojo es un claro ejemplo de ello. Se habla con toda naturalidad de un ojo especial que permite a la persona descubrir lo que para la inmensa mayoría está oculto. No se trata de una realidad física, aunque a veces se han empeñado en identificarla con un órgano específico del cuerpo. El tercer ojo hace referencia a una sensibilidad especial para descubrir la realidad trascendente y dejarse guiar por ella.

En la religión egipcia el ojo de Horus es una de las claves de interpretación de la espiritualidad. Fue durante milenios el amuleto más potente de los usados. Se encuentra por todas partes en las inscripciones de templos y tumbas. Se creía en su poder de protección para los vivos y para los muertos. Tal es la fuerza de atracción que posee que aún hoy es utilizado como amuleto o tatuaje por personas de todo el mundo.

El afán de corregir a los demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida espiritual. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. Si te sientes superior, sea moral o intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos hace sabios. Jesús nos invita a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz.

El creernos en posesión de la verdad, y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la postura que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Machado: “¿tu verdad? no, la verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela”. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

Meditación

El instrumento de aprender y de enseñar es la palabra.
Primero tengo que escuchar para llenarme.
Pero solo cuando la haya convertido en vida,
estaré preparado para llevarla a los demás.
¡Que nunca se me ocurra catequizar o imponer!
Demuestra con tu vida que lo que crees te ha liberado.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Exageraciones.

Domingo, 27 de febrero de 2022
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ciego-guiarLc 6, 39-45

¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?

El sermón del Monte de Mateo, o del Llano de Lucas, son en realidad recopilaciones de dichos de Jesús que configuran los fundamentos del Reino, o dicho de otro modo, que condensan su propuesta de vida. Junto a las parábolas, constituyen el núcleo esencial del evangelio, pero hoy no queremos centrarnos en el fondo del mensaje —ya lo hacemos a lo largo del año—, sino en la forma peculiar que tenía Jesús de decir las cosas.

Jesús era un semita, y los semitas no emplean conceptos para expresar sus ideas, sino que recurren a imágenes y analogías que resultan mucho más ricas y rotundas para hablar de lo trascendente. Por ejemplo, cuando uno de nosotros dice que una persona es “hospitalaria”, todos entendemos lo que quiere decir, pero su expresión carece de la fuerza y la riqueza que en el fondo encierra el concepto. En cambio, un semita probablemente lo diría de esta forma: «La puerta de su casa está siempre abierta»… y esta expresión tiene una fuerza muy superior a la del concepto seco con que nosotros la expresamos.

Dentro de esta cultura, Jesús era un orador genial que arrastraba con su palabra a unas multitudes que hasta se olvidaban de comer por escucharle. Buena muestra de ello es el episodio que narra Juan en el capítulo séptimo de su evangelio, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos envían alguaciles a prenderle y estos vuelven con las manos vacías. «¿Por qué no le habéis traído?», les preguntan. Y ellos responden: «Jamás hombre alguno habló como éste».

Lo más característico de su estilo son las parábolas —cuentos sencillos y al alcance de todos con los que hace la mejor teología de la historia—, pero también son de resaltar sus exageraciones. Cuando quería poner el énfasis en algo, inventaba una gran exageración y ya nunca se olvidaba.

Y así, nos habla de la viga en el ojo, o de colar el mosquito y tragarnos el camello… y nos sentimos interpelados porque nos vemos fielmente reflejados en ello. O del camello que pasa por el ojo de la aguja… y nos planteamos si es compatible nuestra mentalidad de ricos con el Reino. O de poner la otra mejilla… y entendemos mejor los planteamientos de vida propios de los seguidores de Jesús. O de sacarnos un ojo o cortarnos una mano… y comprendemos la radicalidad con la que Jesús nos anima a tomarnos en serio la vida y no echarla a perder por culpa de las pasiones…

Jesús es un extraordinario conocedor de la naturaleza humana, sabe que tenemos propensión a equivocarnos y se vale de estas exageraciones inverosímiles para señalarnos el camino. El problema es que las tomemos como norma de conducta, y vivamos angustiados por no estar a la altura de moral tan exigente.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

Domingo, 27 de febrero de 2022
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(Lc 6, 39-45) – DOMINGO 8º T.O. (C)

La comprensión del Evangelio nos lleva a afirmar que cristiano/a no es sólo el/a que cree en la esperanza del Reino sino sobre todo, quien practica las obras de Jesús, no quien dice y no hace; ese sería el fariseo, principal adversario de Jesús.

La fe entraña confianza, obediencia (de la buena), conocimiento y reconocimiento del Salvador. Las obras no son solo una consecuencia y manifestación de la fe sino la confirmación de la misma; algo que hace verdadera a la misma fe. No hay fe si no se hace acción, trabajo, entusiasmo. ¿En medio de la que está cayendo? ¿Con nuestras fuerzas mermadas, “tocadas” ante la impotencia de nuestra pequeñez y vulnerabilidad? ¿En un mundo que sigue provocando sufrimiento, amenaza y duelo?

La acción del cristiano se manifiesta por la fe y la esperanza. La dimensión transformadora la tiene cada persona por su realidad espiritual y corporal, por ser creación de Dios. Algo que rebasa las rígidas fronteras de lo religioso, de los conceptos en que hemos encerrado el Misterio de un Dios que nos desborda. El ser humano existe para transformar el mundo, humanizarlo y recrearlo constantemente. La fe pues, no es un añadido sino una dimensión esencial de transformación, de liberación. Un aspecto, por otra parte, humilde, verdadero, nada pretencioso, pero actuante.

Lo específico del seguidor de Jesús no es una doctrina ni un código de pureza o preceptos sino quien practica el amor de Jesús en su vida, en la medida que ese amor cambia las relaciones sociales y transforma la persona. Es la savia que fluye incesante en cada Ser. Es cristiano el discípulo de Jesús, que realizó con plenitud las obras de su Abba Dios.

La persona creyente transforma su entorno personal y social para hacerlo más libre y humano; es creyente porque da su adhesión a Cristo, como realidad última o como Último en la realidad, y la confiesa a los demás. Si los/as cristianos/as nos desentendemos de las obras, disentimos de la praxis de Jesús. La calidad de la persona se revela en su decisión (Mt 7,16-20), “Por sus frutos los conoceréis”. Dios que está en la intimidad conoce todo. En la primera lectura leemos, “No alabes a nadie antes de oírlo hablar” (Eclo 27,7).

Tener una actitud crítica frente a los demás es sana y muy recomendable pero ha de ir precedida de una postura rigurosamente autocrítica. Jesús en el evangelio de Lucas es, ante todo, el salvador, el que vino a librar al mundo de sus males. El mundo son todas las personas, y el pueblo de Dios, todos los pueblos. El rostro de Dios que prevalece en la obra de Jesús es la misericordia ofrecida a todos los necesitados: los pobres, los pecadores, las mujeres, los niños, los enfermos, los perdidos.

A Lucas le preocupa que los cristianos de sus comunidades comprendan la palabra de Dios, pero sobre todo que la pongan en práctica. Así es como podrán formar parte de la familia de Jesús. Su evangelio es llamado el evangelio de la misericordia.

He aquí un matiz esencial a la hora de asomarnos a las nuevas espiritualidades expresadas en un lenguaje nuevo no exento de ambigüedad. Propiciado, quizá, en el catolicismo, por el descuido o el olvido de la experiencia y relación con Dios en lo más íntimo de uno/a mismo/a. Y con ello, la paz, el sosiego, el gozo [1]. Todo ello nombrado de diversas formas pero casi nunca como el Cristo experimentado en Jesús de Nazaret, transparencia histórica, encarnación de lo Divino universal. Porque el Dios transparentado en lo dicho, hecho y acontecido en Jesús no es un universal sin rostro, sin programa, sino uno de los nuestros. Lo que experimentamos cuando decimos Dios es, universal, pero a la vez, singular. No podemos prescindir de las Bienaventuranzas, de los/as crucificados/as de todos los tiempos, ni de las expectativas gozosas de los “tabores” visibles en el presente. San Vicente de Paúl muestra la identificación de Jesús con los pobres, “A mí me lo hacéis” (Mt 25,31). Massimo Fusarelli, general de los franciscanos, afirma “Ahora que la cristiandad ha llegado a su fin, tenemos que estar en medio de la gente aunque tengan una fe distinta o no sean creyentes”.

Los pobres son el sacramento y la mediación indiscutible para relacionarse con Dios. La búsqueda de paz interior no puede olvidar la cruz o las Bienaventuranzas. La relación con Dios pasa por la conversión a Quien así se transparenta en los descartados. La persona que anhela unirse a Él, tiene la posibilidad de experimentarlo poniendo todo en común; especialmente compartiéndolo con los desechados, las víctimas, las mujeres invisibilizadas.

Retomando el texto, Jesús arremete contra el fariseísmo que se cuela sutilmente en nosotros, quedándonos en las formas, en lo externo, en mi ego y descuidando el fondo, el interior, la relación con Dios en lo más íntimo de uno mismo.

Liberarnos de pensamientos tóxicos, “nacer de nuevo” para actuar con justicia, con verdad. No existe camino espiritual que no contemple la vía de la purificación personal interior. Los pensamientos maliciosos de nuestra mente constituyen un verdadero obstáculo que dificultan el camino del Espíritu. El antiguo purgante felizmente olvidado, no es más que el elemento revulsivo que nos ayuda a echar fuera aquello que nos está lastimando por dentro. Por eso la observación, la vigilancia o la escucha de nuestra mente y nuestro corazón es el mejor remedio para la hipocresía y el autoengaño generalizado en nuestro mundo.

“El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] J. Mtnez. Gordo, Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad con carne, 67-69

Fuente Fe Adulta

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Comprensión y humildad

Domingo, 27 de febrero de 2022
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EB8784F1-5C45-4944-913C-5C88D7E7AD2ADomingo VIII del Tiempo Ordinario

27 febrero 2022

Lc 6, 39-45

Los dichos se Jesús están repletos de sabiduría: un ciego no puede guiar a otro ciego, tiendo a ver en el otro lo que no veo en mí, el árbol se conoce por sus frutos… En estos tres casos, lo que se está reclamando es la necesidad de una mirada limpia, lúcida y humilde, es decir, una mirada capaz de iluminar nuestras oscuridades, en definitiva, una mirada que nace de la comprensión.

Solo la comprensión profunda o experiencial -no la mente analítica- nos permite ver con claridad, disipando las oscuridades en las que nos había enredado nuestro afán de autoafirmación narcisista.

La comprensión nos libera de la ceguera de la rutina, del conformismo, de estrechas lecturas mentales, de los intereses del ego, posibilitando de ese modo que nuestra vida fluya con acierto. Y solo quien es diestro en “guiar” su propio camino es capaz de poder acompañar a otros de manera adecuada.

La comprensión nos permite reconocer nuestra propia sombra -la “viga en el ojo”-, en lugar de proyectarla en los otros, como pretexto para juzgarlos y condenarlos. Sin ser conscientes de que, al condenarlos, nos estamos condenando a nosotros mismos. De hecho, no podré dejar de condenar a los otros mientras haya en mí mismo algo que condene.

La comprensión es la matriz de “frutos buenos”, que afloran de manera gratuita y desapropiada. Mientras el ego vive de la apropiación, que le lleva a presumir de lo que hace y buscar, por ello, la aprobación y el aplauso, la comprensión nos muestra con claridad meridiana que todo se hace a través de nosotros. De hecho, la desapropiación constituye la nota característica de todo “fruto bueno”. En ausencia de la misma, incluso los mejores “frutos”, quedan contaminados e incluso pervertidos, volviéndose amargos.

Todos los efectos que produce la comprensión se hallan sustentados en una característica que la define: la humildad. Al mostrarnos la verdad de lo que somos, la comprensión nos libera del orgullo neurótico -porque nos libera de la identificación con el yo, es decir, nos des(ego)centra- y nos sitúa en la humildad.

Humildad -dijera santa Teresa de Jesús- es “andar en verdad”. La identificación con el yo, el juicio a los otros y la pretensión de quedar por encima de ellos ponen de manifiesto que nos movemos en la mentira, que hace imposible dar “frutos buenos”.

Si humildad es sinónimo de verdad, orgullo es sinónimo de mentira y, en último término, de ignorancia. Se entiende, por tanto, que todas las tradiciones espirituales hayan considerado la humildad como el cimiento básico de todo camino de crecimiento.

¿Dejo espacio a la humildad en mí? ¿Acepto toda mi verdad, sin maquillarla, y comprendo lo que es mi (nuestra) verdadera identidad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La luz y la verdad ni son fósiles, ni se guardan en formol

Domingo, 27 de febrero de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La verdad es Libre:

El texto evangélico de hoy es un pequeño entramado de sentencias y consejos de Jesús para la vida, consejos casi de sentido común.

01.- Un ciego no puede guiar a otro ciego

Es evidente que un ciego no puede guiar a otro ciego, ni es normal que lo intente.

Jesús se refiere y se dirige a los guías ciegos del pueblo (a los fariseos de su tiempo): a aquellos que no ven y pretenden hablar y enseñar como si fuesen “portavoces” de Dios.

  •  En la vida, en la sociedad hay muchos “guías” –ciegos o no- que rigen los caminos y la orientación de las personas.
  •  Los padres son guías de sus hijos.
  •  Los maestros orientan a sus alumnos.
  •  Los políticos trazan los caminos y rutas del pueblo.
  •  Los médicos sanan y educan a sus pacientes.
  •  Los obispos, los sacerdotes, catequistas pretenden guiar al pueblo.
  •  Los medios de comunicación, los periodistas iluminan o ciegan al pueblo.

Gracias a Dios hay muchos hombres y mujeres de buena voluntad que tratan de iluminar el camino de la vida.

Pero: Cuánto ciego en nuestro mundo pretende conducir a la humanidad, ofuscados por el propio egoísmo e interés del partido / ideología política, personal o nacional; cegados por la técnica, por la ciencia mal interpretada o por la propia valía; cegados por el dios construido a la medida de su mediocridad…

Un ciego no puede guiar a otro ciego

02.- La “mota” y la “viga”:

Fácil y frecuentemente nos permitimos criticar el defecto ajeno y no somos capaces de ver nuestras grandes limitaciones.

Muchas veces nos creemos en posesión de la verdad (cuando no del poder) y pretendemos imponer nuestro criterio a los demás, como si nosotros tuviésemos la totalidad de la verdad y de la razón.

Por otra parte, usamos dos medidas al interpretar las propias acciones y las del prójimo: una es la medida que usamos para nosotros mismos y otra muy distinta es la vara de medir a los demás.

Estamos siempre dispuestos a ver los fallos de los demás y a no ver los nuestros y somos violentos y frívolos al juzgar a los demás, especialmente en el orden moral.

Por otra parte ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Qué sabemos nosotros de las personas, de sus recorridos, de su historia, de sus dificultades, de sus fracasos, de sus sufrimientos? Solamente Dios es juez y sabemos desde Jesucristo, que es un Dios siempre dispuesto al perdón y a acogernos. Mejor haríamos, viene a decir, el Señor en mirar nuestras propias debilidades, pecado y miseria, que seguramente tendremos bastante tarea con ello. Seamos  conscientes y humildes en nuestro propio pecado, en nuestros defectos y limitaciones.

03.- Amar la verdad es salir todos los a buscarla.

Vivir en la luz, vivir en verdad es vivir caminando hacia ella, hacia Dios…

En medio de tanta ceguera cultural, política y eclesiástica; y en medio de tanto fanatismo también cultural, político y eclesiástico, seamos humildes reflejos de luz: comuniquemos algo de luz, de la luz del Señor.

Amemos la luz de la Verdad, aprendamos a vivir en referencia, en Éxodo, en camino hacia la verdad. Seamos reflejo de la verdad: llevemos a nuestros hermanos hacia la luz.

Escribía Antonio Machado:

¿Tú verdad? no, la verdad;

y ven conmigo a buscarla.

La tuya guárdatela.

Hoy en día los eclesiásticos barajan enseguida el concepto de relativismo: la sociedad, la cultura actual relativista.

La verdad no es un fósil que se escribió hace 50, 500 años o los que fueren. Las posturas intransigentes y ultraconservadoras creen que la verdad se conserva en formol. Pero la verdad es algo vivo, que ha de llegar a las personas de cada hoy de la historia. La verdad está dicha en palabras, en lenguajes humanos limitados.

Todo lo que nosotros digamos es finito, pero no falso. Para quien ama la verdad un sencillo apunte, un fragmento de luz y de verdad es enormemente valioso: sabiendo que no es absoluto, ni definitivo, pero podemos reflejar un poco la verdad de Dios, la luz del Señor.

A veces para permanecer en la verdad, hay que cambiar su formulación.

Algo de esto es lo que hizo el concilio Vaticano II: cambió, vertió a moldes nuevos el cristianismo, la liturgia, la comprensión de la Biblia, el cómo entender y vivir la Iglesia, la moral, etc.

Por otra parte, tampoco caigamos en el escepticismo de quien ya no  busca ni ama la verdad, porque le parece que es imposible lograrla; ni caigamos tampoco en el fanatismo violento que se ama únicamente a sí mismo, pero no la verdad ni a los demás. Para el fanatismo quien no piensa como ellos lo único que merece la excomunión.

04.- La luz es la bondad de Dios.

El cristiano sabe que su vida está iluminada por la bondad y el eterno perdón de Dios.

Que de nuestro corazón salgo la luz de la bondad que ilumine la ceguera que causa el odio.

    Salgamos todos los días a la plaza pública de la vida tratar de buscar un fragmentos de verdad.

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