Claroscuro
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Claroscuro del sentido,
claroscuro de la fe.
Creo la luz que se ve,
veo el misterio escondido.
Claroscuro voy perdido
de belleza y de verdad.
Sombras, decidme. Callad,
luces sabidas.
Creer
es la manera de ver
total la realidad.
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Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986
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En aquel tiempo, Jesús les puso también esta parábola:
–¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?
El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.
¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?
¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.
Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.
El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.
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Lucas 6, 39-45
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El Señor es luz, y esto será para nosotros un medio incomparable para un encuentro más íntimo con él. Una cosa es segura, y es que el amor de Dios somete nuestro corazón a dura prueba. Para que nuestro corazón se vuelva capaz de este amor, es necesario que Cristo lo convierta de manera incesante. Durante esa conversión, que tal vez dure hasta el final de nuestra vida, deberemos sufrir unas veces por mezquindades, otras por parcialidad, otras por errores de nuestro amor.
Y tierno es el corazón capaz de misericordia con todos los hombres, incluidos también nosotros. La ternura «bautizada» sigue siendo ternura y se convierte en misericordia. Jesús es totalmente esta ternura; es la ternura con todo lo que es bello y bueno, por ser creación de Dios; pero, al mismo tiempo, es misericordia, a saber: un corazón que conoce la miseria de los esplendores creados…, enfermos de pecado, devastados por el mal. Es menester que nunca tengamos que reprocharnos a nosotros mismos una firmeza que no esté «redoblada» por un verdadero calor del corazón y por una caridad exigente. Arriémonos los unos a los otros en nuestra pobreza, dentro de nuestros límites: éstos son el signo visible de las misericordias de Dios con nosotros. Esta es la fe en espíritu y en verdad. Pensemos que todos nosotros somos pobres y que el Señor ama a los pobres, y que nosotros le amamos precisamente a él en los pobres. Esta sensación interior de nuestra miseria y de la misericordia omnipotente, para ser verdadera, debe ir acompañada de nuestra disposición exterior de personas que han sido ampliamente perdonadas y a las que, un día u otro, se les ha pedido que perdonen ellas un poquito. Se trata de asumir ante los otros la actitud que asumimos ante Dios. Y eso simplemente porque no somos otra cosa entre nosotros más que pecadores entre otros pecadores, hombres y mujeres perdonados en medio de otros hombres y mujeres perdonados.
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Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore,
Cásale Monf. 1994, pp. 100-102, passim).
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