Escuchar.
La historia de la salvación no está marcada sólo por las repetidas llamadas de Dios, sino también por los repetidos rechazos por parte del hombre a tomar el camino de la vida. El mismo Verbo de Dios, nos recuerda el evangelista Juan, Ťvino a los suyos, pero los suyos no lo recibieronť (Jn 1,11).
Jesús, en el evangelio de Juan, nos indica la raíz profunda del rechazo, de la incredulidad, y lo hace empleando un lenguaje duro, que requiere ser descifrado: ŤYo hablo de lo que he visto estando junto a mi Padre; vuestras acciones manifiestan lo que habéis oído a vuestro padre. […] El que es de Dios acepta las palabras de Dios, pero vosotros no sois de Dios, y por eso no las aceptáisť (Jn 8,38-47).
La raíz de la fe bíblica está en la escucha, actividad vital, aunque también exigente. Y es que escuchar significa dejarse transformar, poco a poco, hasta ser conducidos por caminos a menudo diferentes de aquellos que hubiéramos podido imaginar encerrándonos en nosotros mismos. Los caminos que nos indica Jesús están marcados por la belleza porque la vida de comunión es bella, bello el intercambio de dones y de misericordia-, pero son caminos que comprometen. De ahí la tentación de no abrirle la puerta, de dejarlo fuera de nuestra existencia real. La historia del pecado, en efecto, echa siempre sus raíces en la historia de la falta de escucha. Aunque -y hay que decirlo con fuerza- ninguno de nosotros pueda juzgar la escucha de los otros, ni siquiera la de los que se declaran alejados de la fe.
(Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia, n. 13, Roma 2001).
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