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Dom 20.2.20. Jesús en estado puro: Amar al enemigo, perdonar, no juzgar (Lc 6, 27-36,)

Domingo, 20 de febrero de 2022

2806A905-80E0-4072-AB21-3C2942BCA7A0-768x516Del blog de Xabier Pikaza:

Ésta es su experiencia, expresada en forma de amor (incluso a los enemigos), de perdón y de superación de un orden judicial de Dios o de los hombres, en línea de amor creador. Ésta es la “esencia de cristianismo”, no hay otra; la aportación del evangelio a la cultura y vida humana.

Se supera así todo principio de guerra” (ojo por ojo), toda venganza, todo intento de construir la paz con armas. Se supera al mismo tiempo la “justicia de ley” y se establece el supra-principio de la gratuidad: No juzguéis, perdonad y amad a todos.

¿Qué se puede hacer si no se puede hacer la guerra, ni cobrar por fuerza las deudas, ni juzgar a los demas? ¡Todo, absolutamente todo! Amar, sembrar vida… Podrán verlo quienes sigan leyendo y quieran gozar del evangelio. Culmino así y supero las cuatro “postales anteriores” sobre el ejército en la Biblia.

Texto (Lc 6, 27-38).

1. Principio y concreciones. 27 A quienes me escuchéis:

  • Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian;
  • 28 bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian.
  • 29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra;
  • y al que te quite el manto, no le impidas (que tome) la túnica. .
  • 30 A cualquiera que te pida, dale;
  • y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.

2.Razonamiento

  •  31como queráis que los hombres os traten, tratadlos a ellos.
  • 32 Si sólo amáis a los que os aman,
  • ¿qué mérito tenéis? También los pecadores (=egoístas) aman a quienes les aman.
  • 33 Y si hacéis bien a los que os hacen bien,
  • ¿qué mérito tenéis? También los pecadores (egoístas)  hacen lo mismo.
  • 34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir ¿qué mérito tenéis?
  • También los pecadores (egoístas) se prestan entre sí para recibir de nuevo

3. Como Dios

  • Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos,
  • haced el bien y prestad, sin pedir nada a cambio.Y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo,
  • pues también Él es bondadoso con los desagradecidos y malos.
  • 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso
  • Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

 4.Conclusión

  • No juzguéis, y no seréis juzgados;no condenéis, y no seréis condenados;
  • perdonad, y seréis perdonados
  • Dad, y se os dará:os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. (Lc 6, 27-38).

1. Principio humano. La buena nueva de una humanidad liberada (6, 27-30)

Éste es el principio evangélico” del mensaje y vida de Jesús, el germen de vida que él ha sembrado en la historia de los hombres.  No empieza hablando desde Dios, como si Dios le mandara (¡aquí no se cita para nada a Dios!), sino como “profeta/sabio”, experto en humanidad”, desde su propia experiencia de la historia de Israel y de los pueblos.

Así ofrece  cuatro ejemplos de inversión o ruptura del  esquema comercial y legal del talión, que puede expresarse en un famoso principio de química: Nada se crea ni destruye, todo se transforma conforme a un esquema de equivalencia dinámica. En contra de eso, el evangelio establece aquí tres principios de “creación” gratuita: amar, bendecir, no responder con violencia y robo.

  1. Hay un nivel básico práctica generosa, que se expresa como amor y generosidad activa en relación con los «enemigos», superando así los esquemas de retribución (de mérito y provecho egoísta). No basta la cordialidad o amor interno; es necesario que el amor se exprese en el gesto de la ayuda dirigida hacia los otros. No basta con decir que quiero a los demás, debo mostrarlo actuando bien con ellos.
  2. Hay un nivel más alto (de transformación personal), que puede expresarse en un plano expresamente plano religioso (orad por los enemigos, pedir para ellos lo mejor)pero también en un plano simplemente humana: que bendigamos a los enemigos, que hablemos bien de ellos, que deseemos para ellos lo mejor (un mandato de Jesús que la iglesia que lleva su nombre a veces no ha cumplido: Muchas oraciones de los cristianos piden a derrote y destruya a los enemigos
  3. Hay un nivel económico (dar, prestar a fondo perdido). No basta amar con el corazón y orar con la mente; hay que ayudar económicamente a los enemigos, hay que perdonarles.

  La exigencia del amor al enemigo se manifiesta así en la vida concreta, en forma de oración (¡religión!) y economía (comunicación de bienes). Según eso, el principio final de la de gratuidad (¡no-juzgar!) se expande en unas «concreciones ejemplares», que implican una «práctica de gratuidad», que no puede legislarse en plano de juicio, pero que puede y debe presentarse como principio de conducta: «Al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra, y al que te quite el manto, no le impidas (que tome) la túnica. A todo el que te pide dale, y al que te quite lo tuyo, no se lo pidas de nuevo» (6, 29-30).

Vivimos sobre un mundo definido por la violencia (golpear en la mejilla, robar) y por un tipo de necesidad (hay gente que no tiene más remedio que pedir). Pues bien, para evitar que la espiral de los deseos se desboque, el texto nos invita a realizar una renuncia creadora que se expresa en tres gestos. (1) No responder a la violencia con violencia (poner la otra mejilla). (2) No impedir el robo con medios coactivos. (3) Ser generoso con aquellos que nos piden algo, no exigírselo de nuevo. Esos gestos implican una transparencia económica (no oculto lo que tengo, no lo cierro, ni lo tapo, pues no quiero excitar más el deseo de posibles ladrones escondidos) y un desprendimiento activo (no exijo mi derecho, ni interpreto mi vida en clave de propiedad). Así supero el nivel de una ley entendida como medio de auto-defensa (incluso violenta), para situarme en un plano de generosidad[1].

El principio de gracia (no-juicio) se expresa en forma de gratuidad activa, que puede superar y supera la espiral de los deseos violentos. Jesús piensa que esa gratuidad (no defenderse, no ocultar lo que se tiene, dar lo propio…) puede cortar y corta la espiral de violencia que nos amenaza. Ese principio no se puede demostrar, pues las demostraciones pertenecen al plano de la equivalencia, regulada por la ley (cf. 6, 32-34), pero puede y debe iluminar la vida de los hombres. Esta es la experiencia clave del ágape, que es amor creador, frente a un eros (de un tipo de amor de equivalencia) que podría interpretarse en clave de equivalencia entre aquello que se recibe y se da. Jesús no quiere mantener el mundo como está; está seguro de que tal como está se destruye. Por eso quiere cambiarlo[2].

(2) Razonamiento: “demostración “humana” (sin apelar a Dios; Lc 6, 31-34).

             Los cristianos (y en especial algunos “eclesiásticos” que se piensan dueños de las llaves de ocultas del conocimiento y de la vida) apelan inmediatamente a Dios, diciendo que las cosas anteriores han de hacerse porque Dios lo manda. Pues bien, Jesús (que hablaba de Dios y le llamaba Padre, como veremos) no empieza apelando para nada a Dios. Apela sólo a la verdad del hombre. Los “mandatos” anteriores (amar al enemigo, poner la otra mejilla, perdonar…) brota del mismo “conocimiento humano”.

            No brota de un Dios superior (porque él así lo mande), sino del mismo conocimiento humano, de un “auténtico” egoísmo, abierto a todos los hombres, como indicaré en las siete reflexiones que siguen:

1.Hay un principio, y ese principio eres tú mismo: Haz a los otros lo que quieres que los otros te hagan a ti. El principio de la “nueva conducta” es uno mismo: Descubrir que no tengo un deseo de que me amen. Para que eso se cumpla de verdad tengo que descubrir que los demás son también personas (como yo lo son), de manera que para que me amen de verdad tienen que ser libres, como yo…

2.De aquí deriva el segundo principio: Haz a los demás lo que deseas que ellos te hagan… Eso significa que tienen que desear para los otros lo que deseas para ti. Para que los demás te puedan amar como tú quieres tienes que tratarlos a ellos como quieres que ellos te traten.

3. Una legión de exegetas y filósofos (entre ellos el mismo Kant) han afirmado que este es un principio de amor egoísta…, que no es signo de Jesús, ni de Dios… Han dicho, además, que este principio (ama a los demás como quieres que ellos te amen) forma parte de la ética “vulgar” de un tipo de judaísmo helenista del entorno de Jesús. Pero a eso se puede responden de dos maneras:

4.Primera respuesta. Este principio (tratar a los demás como quieres que ellos te traten) no es un principio egoísta, sino la superación de todo egoísmo. En el fondo está el descubrimiento del otro como “otro yo”, como alguien a quien debo amar como a mí mismo, como deseo que los demás me traten y amen. No tengo que negarme (odiarme), sino al contrario “amarme” sanamente, deseando que otros me amen… y amándoles yo a ellos de esa forma.

5.Segunda respuesta. Desde aquí se entiende el “pecado”. Ese pasaje habla tres veces de “pecadores”, pero no les define como gentiles, como enemigos de la religión etc., sino como personas que sólo quieren y ayudan a los demás en un plano “comercial”: Es el pecado de los que aman con una segunda intención (para que les amen a ellos); es el pecado de los que prestan y dan… pero sólo con un “interés”, para cobrar los intereses….

6.En contra de riesgo de egoísmo, cuando dice “como queréis que os amen amadlos…”,Jesús está pidiendo que amemos a los otros como otros, como personas, queriendo su bien (no sólo el nuestro). Ciertamente, nos amamos a nosotros mismos (queremos nuestro bien), pero igualmente debemos querer el bien de los demás.

7.Sólo así el egoísmo se convierte en “gratuidad, en universalidad”. Sólo queriendo a los demás gratuitamente, como seres distintos, puedo recibir yo también un amor “gratuito”: no me amarán como siervos, esclavos… sino como amigos libres. Sólo en libertad de amor puede “existir” la humanidad. De lo contrario se destruya a sí misma.

(3) Principio teológico, como Dios… (6, 34-36).

             Sólo en este momento Jesús puede apelar y apela al Dios como “creador gratuito… Éste es el Dios creador, que no presta con usura, que no da para esperar después la “paga”. El dios que da gratuitamente, todo, sin quedarse sin nada, absolutamente sin nada.

Dios no crea para que los hombres le respondan pagándole lo que le deben… Los hombres no deben absolutamente nada a Dios; no tienen obligación ninguna de rendirle algún homenaje de sometimiento o sumisión. Dios lo da todo, gratuitamente, toda la vida es un regalo.

            Éste es uno de los grandes defectos (problemas) de un tipo de cristianismo “judicial”. Hay un tipo de “clérigos” (funcionarios) cristianos que han andado por ahí como “cobradores de los derechos de Dios”, como unos cobradores del “frac”, en coche negro, con traje negro, recordando a los hombres lo que ellos le deben a Dios. Los que así han ido “cobrando los intereses” de la deuda que tenemos con Dios no creen en el Dios del evangelio, ni rezan el padrenuestro, ni pueden hablar de “buena nueva”.

            Ciertamente, la vida es compleja, “Dios la ha hecho”  bastante complicada (por así decirle), pero andar añadiendo por ahí que tenemos que pagar la deuda que tenemos con Dios  que de lo contrario él nos mandará al infierno es blasfemar de Jesús, no saber leer el evangelio. Esa moralidad de la “deuda con Dios” entendida en sentido casi monetario es una mezquindad, además de ser una blasfemia contra Dios.

(4). Conclusión: No juzguéis, perdonad, dad (6, 37-38)

Lucas sitúa la exigencia de no juzgar en la conclusión del sermón de la llanura (6, 16-49), tras las bienaventuranzas-malaventuranzas (6, 20-26) y la invitación al amor del enemigo (6, 27-36) . Según el texto de Lucas, la palabra sobre el no-juzgar (6, 37-42) es conclusión y culmen del sermón de la llanura (con las bienaventuranzas y el amor al enemigo) y así puede interpretarse como suma y plenitud del evangelio.

Las tres aplicaciones, añadidas por Lc 6, 37b-38 (no condenar, perdonar, dar), han sido formuladas quizá por el mismo redactor del evangelio, a partir de tradiciones previas, que le sirven para interpretar y aplicar este motivo dentro de su iglesia.

  1. No condenéis y no seréis condenados. Esta aplicación parece innecesaria, pues si no se puede juzgar menos se puede condenar. Pero es posible que con ella se quiera responder a la objeción de aquellos que protestan diciendo: ¡no podemos condenar, pero podemos y debemos juzgar! A esos les responde nuestro texto: ¡Empezad a juzgar, si queréis, pero sabiendo que nunca podréis condenar!
  2. Perdonad. También aquí se expande el tema anterior: quien no juzga no debe ni siquiera perdonar, pues actúa siempre con amor antecedente y creador. Pero allí donde se inicia el juicio o donde alguno ha sido ya juzgado, condenado, marginado, se vuelve necesario el perdón que consiste en ofrecer palabra y vida a quien otros condenan o rechazan. 3. Dad y se os dará, una medida buena, remecida… (Lc 6, 38). Ante la objeción de aquel que dice: «Perdono pero no hablo», «perdono pero eludo», el perdón auténtico ha de abrirnos de manera generosa hacia los otros. De esta forma, el texto interpreta y aplica el no-juicio en forma de amor eficiente y trasformador, dentro de la perspectiva general del sermón de la llanura.

Pero más que las aplicaciones nos importa aquí la palabra básica de Mt 7, 1 y Lc 6, 37a («no juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados»), que interpretamos como sentencia apodíctica o axioma, que brota de la gracia de Dios (de la nueva experiencia de perdón de Jesús) y modela toda la visión cristiana del hombre. Esa palabra no es una sentencia de ley, sino de supra-ley originaria, una voz que nos llega desde el principio de toda (Dios), viniendo, al mismo tiempo, de lo más profundo del ser humano, que participa así del poder creador de Dios. Cinco son, a mi entender, sus notas principales:

  1. Es una afirmación universal. No traza objetivos concretos, ni fija casos en los que debe aplicarse, sino que supone que somos nosotros los que debemos buscar los objetivos en la vida, pero añadiendo que para ello debemos situarnos en un nivel que está por encima del juicio. Evidentemente, el carácter «formal» del no-juzgar ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo (como supone el contexto de Lucas). Para ser verdaderamente humano, para no perderse en el laberinto de muerte de juicios y contr-juicios, los hombres tienen que perdonarse y superar el nivel del talión de juicio.
  2. Siendo y para ser universal, esta palabra del “juzguéis” ha de formularse de manera negativa, pero abierta de modo muy positivo a todo lo que está más allá del juicio: el perdón y el amor, la creatividad y la alegría de la vida, la capacidad de transformación (de conversión, de vida en gratuidad). Dios nos ha dado la vida como gracia y quiere que nos mantengamos como gracia, marcándonos una frontera positiva, que son los otros, a los que debemos amarnos y no «comernos» en el sentido de destruirnos unos a los otros.
  3. Es una revelación originaria, que nos lleva hasta el principio de la creación, como si estuviéramos de nuevo ante los árboles del paraíso, pudiendo escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte (como repite el Deuteronomio 30, 15: Pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte… Por la vía de la violencia y del juicio los hombres se terminan destruyendo. Sólo por la gratuidad y el perdón (el amor a los enemigos, la generosidad) los hombres podrán vivir. Solo un hombre como Jesús, con clara conciencia mesiánica, asumiendo y desbordando al mismo tiempo la herencia religiosa de su pueblo, en clave de gracia y no de ley, ha podido formular una palabra de vida, anunciando un futuro de gracia, una plenitud de vida para los hombres, desde este mismo mundo,  sabiendo que de otra manera ellos se destruyen a sí mismo[3].
  4. Es una revelación creadora y escatológica, como el mismo texto ha formulado: «No juzguéis para que no seáis juzgados». Jesús ha roto el esquema judicial, tal como había sido formulado por Juan Bautista, de manera que no apela al hacha-bieldo-huracán que divide y destruye a los perversos, sino al amor de Dios que les ofrece gratuitamente vida. Por eso, el «no-juzguéis» resulta inseparable del «no-seréis-juzgados». La revelación de un Dios que no es juez trasforma los presupuestos del judaísmo ambiental (y de toda religión entendida como ley) y nos invita a concebir todas las cosas de un modo creador, en dimensión de gracia, como supone el Padre nuestro: «perdónanos como perdonamos» (Mt 6, 12). De esa forma, al superar el nivel del juicio, en el que se valora y sanciona lo que hay y situarse en el nivel de la creatividad gratuita, que siempre perdona, el hombre se atreve a descubrir y formular en su vida una forma de conducta que, siendo suya, pertenece a Dios.
  5. Esta revelación no puede probarse, por ser originario y escatológico, formal y universal (pues si se probara tendría que integrarse en un sistema legal). Pero puede y debe razonarse, como supone Lc 6, 38b-40 y Mt 7, 2 al afirmar: «con el juicio con que juzguéis seréis juzgados». Estamos ante la revelación suprema de la historia humana: el juicio no es un elemento originario de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos. Somos nosotros los que proyectamos nuestro juicio y se lo aplicamos a Dios, para decir después que forma parte de su esencia. Pues bien, nosotros sabemos que el juicio nace de la historia de los hombres y añadimos que la superación del juicio pertenece al ser divino (=nos introduce en el ser de lo divino, que está más allá de todo juicio)[4].

Esta revelación (no-juzguéis), no tiene por tanto un carácter legal, en la línea de un tipo de imperativos jurídicos, sino que aparece como expresión de creatividad originaria que nos conduce hasta el corazón de Dios, de manera que ya no podemos decir, en actitud de proyección o revancha teológica: «no juzguéis porque eso lo hace Dios» (porque el juicio pertenece solo a Dios; cf. 1 Cor 4, 5; Rom 11, 19).

Ese gesto, que deja el juicio en manos de Dios, nos introduciría en una antropología dos pesas y medidas: para Dios (es decir, para las autoridades superiores) sería bueno aquello que a los demás se les prohíbe; él podría juzgar (como hacen los jueces de este mundo), pero los demás hombres no pueden hacerlo. Esta respuesta ha quedado ya inicialmente superada por Gen 1, 26 al decir que Dios «nos hizo a su imagen y semejanza» y, sobre todo, por el evangelio cuando pide que seamos como Dios, «que hace llover sobre justos y pecadores» (Mt 5, 45). Es evidente que ese Dios no juzga y nosotros debemos imitarle superando el juicio.

NOTAS

[1]  Jesús no quiere que triunfen «los justos»; por eso pide a los suyos que no se defiendan ni defiendan lo suyo (que pongan la otra mejilla), para cortar así la espiral de la violencia.

[2] Cf.A. Nygren, Eros et Agapé. La notion chrétienne de l’amour et ses transformations I-II, Aubier, París 1962 (trad. castellana: Eros y Agape, Sagitario, Barcelona, 1969). He dedicado al tema un capitulo de Palabra de amor, Sígueme, Salamanca 1982.

[3] Strack-Billerbeck, Kommentar zum NT aus Talmud und Midrasch I, Beck, München 1974, 441 no han encontrado paralelos significativos a esta palabra del no-juicio; tomada en su radicalidad, ellas desborda las fronteras de una nación sagrada y de una iglesia entendidas como sigo superior de Dios. De todas formas, nuestro estudio del Antiguo Testamento, con las referencias a Ex 32-34 y las explicaciones de Sab, nos ha permitido situarnos en el lugar donde Israel ha vislumbrado la existencia de un territorio de vida más allá del juicio del bien-mal. Por otra parte, fundándose en las raíces de la mejor tradicion judía, M. Buber, Yo y tú, Galatea, Buenos Aires 1956, 98-99, ha puesto de relieve la exigencia de superar el plano del juicio, para que la vida humana, fundada en el Dios de Israel, sea experiencia de gratuidad.  En esa línea avanza otra judía, H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 255-262, que ha destacado la exigencia de superar el juicio, para hacer que la vida humana resulta así posible, apelando para ello a la más honda aportación judía de Jesús.  Para situar ese tema en nuestro tiempo resulta también necesario apelar a otros judíos como V. Jankélévitch, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 199 y H. Jonas,  El principio de la responsabilidad, Herder, Barcelona 1999. Desde otra perspectiva, S. Lefranc,  Políticas del perdón,  Cátedra, Madrid 2004, ha desatado la necesidad de superar el puro juicio para alcanzar la paz social y política

[4] Esta proyección judicial pertenece al plano del conocimiento: de ordinario aplicamos a Dios nuestro tipo de violencia y venganza, desfigurando su imagen y convirtiéndola en un ídolo. Esta es una proyección antropológica: por ella terminamos cayendo en manos de aquello que nosotros mismos hemos. Eso que llamamos violencia de Dios es la expresión de nuestra propia violencia. El Dios verdadero no juzga: nos juzga y destruye solo el dios que nosotros inventamos.

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