Bienaventurados…
Bienaventurados los que se vacían
de pensamientos, imágenes y sentimientos
porque ellos serán llenados por Dios.
Bienaventurados los que aprenden
a estarse quietos,
porque descubrirán la fuerza de Dios
que se mueve en su interior.
Bienaventurados los que se cultivan por dentro,
porque quedarán limpios de toda sombra
y actuarán con libertad.
Bienaventurados los hambrientos de ser,
puesto que sólo ellos alcanzarán la auténtica humanidad.
Bienaventurados los compasivos,
pues han comprendido
que el destino de cualquier persona
es el propio.
Bienaventurados los silenciosos,
puesto que han descubierto su verdadero hogar.
Bienaventurados los pacificados,
porque darán al mundo
lo que el mundo realmente necesita.
Bienaventurados los orantes,
porque han comprendido
que si nos preocupamos por las cosas de Dios,
Él se preocupa por las nuestras.
Bienaventurados vosotros
cuando os reprochen
que huis del compromiso
para retiraros a vuestra soledad.
Yo os digo que vuestra recompensa
será grande en este mundo
pues lo veréis en su verdadero color.
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Pablo d’Ors.
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En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
–«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo,porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres conlos profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís,porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con losfalsos profetas»
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Lucas 6, 17. 20-26
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Las bienaventuranzas nos indican el camino de la felicidad. Con todo, su mensaje suscita con frecuencia perplejidad. Los Hechos de los apóstoles (20,35) refieren una frase de Jesús que no se encuentra en los evangelios. Pablo recomienda a los ancianos de Efeso: «Tened presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”». ¿Debemos concluir de ahí que la abnegación sea el secreto de la felicidad?
Cuando evoca Jesús «la felicidad del dar», habla apoyándose en lo que él mismo hace. Es precisamente esta alegría -esta felicidad sentida con exultación- lo que Cristo ofrece experimentar a los que le siguen. El secreto de la felicidad del hombre se encuentra, pues, en tomar parte en la alegría de Dios. Asociándonos a su «misericordia», dando sin esperar nada a cambio, olvidándonos a nosotros mismos hasta perdernos es como somos asociados a la «alegría del cielo». El hombre no «se encuentra a sí mismo» más que perdiéndose «por causa de Cristo».
Esta entrega sin retorno constituye la clave de todas las bienaventuranzas. Cristo las vive en plenitud para permitirnos vivirlas a nuestra vez y recibir de ellas la felicidad. Con todo, para quien escucha estas bienaventuranzas, queda todavía el hecho de que debe aclarar una duda: ¿qué felicidad real, concreta, tangible, es la que se ofrece? Ya los apóstoles le preguntaban a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos sequido; ¿qué recibiremos, pues?» (Mt 19,27). El Reino de los Cielos, la tierra prometida, la consolación, la plenitud de la justicia, la misericordia, ver a Dios, ser hijos de Dios. En todos estos dones prometidos, en todos estos dones que constituyen nuestra felicidad, brilla una luz deslumbrante, la de Cristo resucitado, en el cual resucitaremos. Si bien ya desde ahora, en efecto, somos hijos de Dios, lo que seremos todavía no nos ha sido manifestado. Sabemos que, cuando esta manifestación tenga lugar, seremos semejantes a él «porque le veremos tal cual es»
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(1 Jn 3,2) (J.-M. Lustiger
Sed felices,
San Pablo, Madrid 1998.
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