Habrá siempre que remar por la noche
contra las olas y el viento…
¡Pero por qué te asustas siempre!
¿Te toca a ti remediarlo?
¿ Por qué, infeliz,
no pides auxilio?
¿A qué esperas para hacerlo?
Tentación siempre recurrente
de bajar los brazos,
en lugar de gritar tu desconcierto …
¡No porque estés en la oscuridad
estás obligado a rechazar la luz!
No te aferres a nada, se entiende,
pero no olvides la Corriente que te lleva!
Grano de polvo en el espacio infinito,
no olvides sin embargo
de qué Cuerpo eres sólo una parte ínfima…
Que tu mirada interior
permanezca vuelta, pase lo que pase,
hacia él, más allá de tus miedos, de tu cansancio
y de tus pensamientos débiles…
Porque es de Él, y sin cesar,
De quien tienes que recibir todo…
*
Philippe,
hermano de la Communion Béthanie.
***
***
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
– “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.”
Simón contestó:
– “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.”
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
– “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.”
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
– “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.”
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
*
Lucas 5, 1-11
***
El encuentro con Dios me hace entrever continuamente nuevos espacios de amor y no me hace pensar lo más mínimo en haber hecho bastante, porque el amor me impulsa y me hace entrar en la ecología de Dios, donde el sufrimiento del mundo se convierte en mi alforja de peregrino. En esta alforja hay un deseo continuo: «Señor, si quieres, envíame. Aquí estoy, dispuesto a liberar al hermano, a calmar su hambre, a socorrerle. Si quieres, envíame».
En un mundo tan poco humano, donde la gente llora por las guerras, por el hambre, el encuentro con Dios nos transforma, nos hace tener impresos en el rostro los rasgos de Dios, nos hace tener en el rostro el amor que hemos encontrado, junto con un poco de tristeza por no ver realizado este amor. Yo he encontrado al Señor, pero he encontrado asimismo nuestras miserias y, ante las más grandes injusticias – y muchas de ellas las he visto de manera directa-, nunca he podido ni he querido decir: «Dios, no eres Padre». Sólo me he visto obligado a decir justamente: «Hombre, hombre, no eres hermano». Y he vuelto a prometer a mi corazón el deseo de llegar a ser yo más fraterno, más hombre de Dios, más santo, a fin de propagar más el amor concreto que nos lleva a socorrer a los hambrientos, a las víctimas de la violencia, a los que no conocen ni siquiera sus derechos, a los que ya no se preguntan de dónde vienen ni a dónde se dirigen.
Es preciso vivir el carácter cotidiano del encuentro con él, cambiando nosotros mismos. He visto realizarse muchos sueños inesperados. Pero el acontecimiento más extraordinario, que todavía me sorprende, empezó cuando niños, jóvenes, personas de todas las edades, me eligieron como padre, como consejero y como cabeza de cordada. No me esperaba precisamente esto, y cada vez que un alma, un corazón, se confía a mí para que le aconseje, dentro de mí caigo de rodillas y me repito: «¿Quién soy yo, quién soy yo para ser digno de guiar a personas más buenas que yo? No, no soy digno, pero, Señor, por tu Palabra, también yo “me volveré red” para tu pesca milagrosa»
*
E. Olivero, Amar con el corazón de Dios,
Turín 1993, pp. 7-9.
Comentarios desactivados en “¿Una moral sin pecado?”. 5 Tiempo ordinario – C (Lucas 5,1-11)
Se dice a menudo que ha desaparecido la conciencia de pecado. No es del todo cierto. Lo que sucede es que la crisis de fe ha traído consigo una manera diferente, no siempre más sana, de enfrentarse a la propia culpabilidad. De hecho, al prescindir de Dios, no pocos viven la culpa de modo más confuso y solitario.
Algunos han quedado estancados en la forma más primitiva y arcaica de vivir el pecado. Se sienten «manchados» por su maldad. Indignos de convivir junto a sus seres queridos. No conocen la experiencia de un Dios perdonador, pero tampoco han encontrado otro camino para liberarse de su malestar interior.
Otros siguen viviendo el pecado como «transgresión». Es cierto que han borrado de su conciencia algunos «mandamientos», pero lo que no ha desaparecido en su interior es la imagen de un Dios legislador ante el que no saben cómo situarse. Sienten la culpa como una transgresión con la que no es fácil convivir.
Bastantes viven el pecado como «autoacusación». Al diluirse su fe en Dios, la culpa se va convirtiendo en una «acusación sin acusador» (Paul Ricoeur). No hace falta que nadie los condene. Ellos mismos lo hacen. Pero ¿cómo liberarse de esta autocondena?, ¿basta olvidar el pasado y tratar de eliminar la propia responsabilidad?
Se ha intentado también reducir el pecado a una «vivencia psicológica» más. Un bloqueo de la persona. El pecador sería una especie de «enfermo», víctima de su propia debilidad. Se ha llegado incluso a hablar de una «moral sin pecado». Pero ¿es posible vivir una vida moral sin vivenciar la culpabilidad?
Para el creyente, el pecado es una realidad. Inútil encubrirlo. Aunque se sabe muy condicionado en su libertad, el cristiano se siente responsable de su vida ante sí mismo y ante Dios. Por eso confiesa su pecado y lo reconoce como una «ofensa contra Dios». Pero contra un Dios que solo busca la felicidad del ser humano. Nunca hemos de olvidar que el pecado ofende a Dios en cuanto que nos daña a nosotros mismos, seres infinitamente queridos por él.
Sobrecogido por la presencia de Jesús, Pedro reacciona reconociendo su pecado: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Pero Jesús no se aparta de él, sino que le confía una nueva misión: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Reconocer el pecado e invocar el perdón es, para el creyente, la forma sana de renovarse y crecer como persona.
Comentarios desactivados en “Dejándolo todo, le siguieron”. Domingo 06 de febrero de 2022. Domingo 5º Ordinario.
Leído en Koinonia:
Isaías 6, 1-2a. 3-8: Aquí estoy, mándame. Salmo responsorial: 137: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. 1Corintios 15, 1-11: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Lucas 5, 1-11: Dejándolo todo, lo siguieron.
El autor de la primera lectura ubica la escena en un tiempo concreto, año 740 a.C. que corresponde a la muerte del rey Osías (740 a.C). El relato se divide en dos partes: la visión (vv. 1-4) y la reacción del profeta (vv. 5-8). Una tercera parte, que ha sido excluida en nuestro texto litúrgico (vv. 9-13), cuenta la misión que recibe el profeta. Realmente todo el capítulo 13 forma una unidad literaria. Por su similitud con los relatos de vocación de Jeremías y Ezequiel, que tienen estas mismas tres partes, algunos consideran este relato como de vocación. Sin embargo, el contenido nos lleva a pensar en un relato de misión.
La escena comienza a desarrollarse probablemente en el templo de Jerusalén, donde el profeta recibe la visión de una liturgia celeste. El profeta ve a Yahvé con los rasgos de un rey, ejerciendo su poder. También sobresale un lenguaje de plenitud expresado en frases como “el ruedo de su manto llenaba el templo”, “su gloria llena la tierra toda”… Los serafines (serafín = ardiente), seres alados de fuego, que no son todavía los ángeles de la tradición posterior, están por encima del rey, en actitud de servicio. Los serafines entonan el canto del «santo, santo, santo». La santidad de Dios se hace visible a través de su gloria, y la gloria de Dios se manifiesta a través de sus obras en la creación y de sus acciones liberadoras a favor de su pueblo.
En los vv. 5-7 se nos muestra la reacción de Isaías ante la visión, poniendo el acento en la impureza de sus labios y los de su pueblo. Se siente perdido por que tal vez no habló en el momento que lo debía hacer, esto lo hace impuro e incapacitado para ejercer su vocación de hablar en le nombre de Yahvé. La exclamación angustiosa que expresa conversión es atendida con un serafín quien a través de un carbón encendido toca su boca para que le sean perdonados sus pecados. Isaías entonces está habilitado de nuevo como profeta, no sólo para hablar sino para escuchar la voz de Dios que busca un profeta. Pasando de la angustia del pecado a la seguridad de estar acreditado para hacer de profeta, responde de inmediato “aquí me tienes”, manifestando así su disponibilidad y pertenencia absoluta a la voluntad del Señor.
Todo el capítulo 15 de 1 Corintios tiene como eje temático la resurrección de Jesucristo, puesta en duda en el v.12: “¿cómo dice alguno que no hay resurrección de los muertos?”. Al comenzar el capítulo Pablo recuerda la Buena Nueva como el mejor regalo entregado a la comunidad de Corinto, regalo que fue recibido y mantenido con fidelidad a las palabras anunciadas. Aparece claro que el elemento común a los cristianos de todos los pueblos, culturas y tradiciones es la palabra de Dios. El contenido de la Buena Nueva lo describe Pablo citando un fragmento del primer credo cristiano que tiene como protagonista a Cristo, como testimonio de solidaridad, su muerte por nuestros pecados, como punto de referencia, las Escrituras, como respuesta solidaria humana, su sepultura, como intervención directa de Dios, su resurrección, como testigos de la resurrección, a todos los que se les apareció. El Dios de la Vida y la vida de nuestro pueblo es la razón de ser de toda vocación cristiana, que es vocación a defender y acrecentar la vida. «Para que tengan Vida y Vida en abundancia».
En el evangelio de hoy nos encontramos con un diálogo entre Jesús y Pedro, sencillo y profundo a la vez, diálogo que podríamos hacer nuestro en medio de las aguas tempestuosas de este mundo mientras nos esforzamos en nadar contra corriente. Pedro, por el oficio, era el experto en lugares y horas precisas para pescar. Sabía que en la noche y con las aguas tranquilas se pesca mejor, eso había estado haciendo toda la noche ¡y no habían cogido ni un pececito! Pero llega Jesús que sin ser pescador le dice sencillamente, que eche las redes para pescar…
Pedro, el experto, pudo haber dicho que no, que no era ni la hora ni el lugar para pescar y todo hubiera quedado ahí. Pero no, calla su experiencia y sabiduría (“hemos pasado toda la noche bregando”); reconoce su fracaso y desilusión (“no hemos cogido nada”), y “en nombre de Jesús echa las redes”. Y ya conocemos el final del relato: ¡una pesca maravillosa! Cuando Jesús le pide a Pedro que “reme mar adentro” lo está invitando a una aventura que lo lleva más allá de las playas cotidianas en busca de un horizonte mucho más amplio. Y Pedro cree en la palabra de Jesús.
Éste es el verdadero milagro: creer cuando todo parece ilógico. La abundante pesca y las redes llenas de peces son sólo la consecuencia de la fe. Todos los relatos de milagros en el evangelio comienzan con la fe o la suscitan, es la condición para ver la acción de Jesús. Cuando no la hay, Jesús simplemente se va a la otra orilla como veremos en las próximas semanas. Si creemos en Jesús entonces se realiza el milagro!
Claro, la cosa no es tan sencilla, se necesita una fe muy grande dada por Dios. Pidamos esa fe para que igual que Pedro, creamos en Jesús, obedezcamos su palabra, rememos mar adentro y echemos las redes para pescar, entonces, veremos otro milagro en nuestras vidas y en nuestra comunidad.
Y es que ser discípulos de Jesús exige confiar en su palabra. La misión a la que Jesús nos quiere enviar es osada y, hoy por hoy, con pocas probabilidades de éxito. Jesús quiere contar con nosotros y nosotras para el proyecto de Reino. Jesús convoca a los Apóstoles para que sean pescadores de personas, por eso toda vocación exige “remar mar adentro” para abandonar las seguridades de la orilla, tener un horizonte ilimitado asumir responsabilidades y meterse en una gran obra: el servicio al Reinado de Dios, es decir, una utopía de la que serán beneficiaros todos los hombres y mujeres del mundo.
Sin que desmerezca el oficio de los pescadores, lo que le propone Jesús a Pedro es una superación en el oficio que hasta ahora había desempeñado: pescar hombres y mujeres para el Reino es una empresa más noble y difícil que pescar peces, es algo más milagroso que la pesca que acaban de hacer.
Pero algunos llamados a esta nueva labor son también invitados a “dejarlo todo” para seguir a Cristo. Los necesita dedicados a tiempo completo, dedicándole a esta “misión” todas las fuerzas. Pescar hombres y mujeres para el Reino exige renunciar a todo lo demás y asumir a Jesús como única posesión. La misión a la que se llama exige desprenderse por completo, para apegarse totalmente a Jesús. En el relato de hoy se van con Jesús, que vale mucho más que las dos barcas llenas de pescados que les acaba de regalar. Dejan esa abundante pesca que los había admirado tanto porque comprenden que la vocación compromete al ser humano en un trabajo que está por encima de los trabajos humanos ordinarios. La vocación–misión es una invitación a colaborarle a Dios, un trabajo milagroso. Oremos hoy por aquellos que dejándolo todo se han ido tras el Señor. Leer más…
Comentarios desactivados en 6.2.22. Dejar la orilla, arriesgarse mar adentro. La tarea de Pedro y de su iglesia
Del blog de Xabier Pikaza:
El tema es claro: Jesús nos dice que dejemos la “orillita” donde estamos trampeando sin conseguir nada; que vayamos al mar hondo. La traducción latina dice: Duc in altum: lleva el barco a más hondura, avanza hasta el mar abierto. El texto litúrgico castellana dice “rema mar adentro”, esfuérzate, no sigas en tu orilla tranquila repitiendo los mismos erroes.
Sea como fuere, Simón y sus compañeros tienen que arriesgar si quiren lograr algo. Parece que habían andado pescando en plan de costa, por los alrededores conocidos, al modo de siempre (como seguimos muchos ; por los caladeros de la playita particular al estilo de siempre. No hemos sigo “iglesia en salida” (en salida de mar).
El evangelio añade que en la zona donde andamos, ya no hay pesca. Debemos aventurarnos con Jesús (por Jesús) hacia profundidades y mares aún desconocidos. Esto es lo que dijo Jesús a Pedro, esto es lo que hoy nos repite, al Papa Francisco y a todod: Arriésgate ya ¿nos arriesgamos?
| X Pikaza Ibarrondo
Texto: Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar. “Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.”
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.” Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.”Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Situar el texto:
Este pasaje tiene un fondo histórico. Jesús debió andar de pesca con su gente, pero refleja al mismo tiempo la historia del cristianismo primitivo, desde la perspectiva de Pedro y a sus primeros compañeros. Éstos son algunos datos de su historia:
1. Se llamaba Simón (nombre hebreo-arameo, pero helenizado)… y era de Betsaida, de oficio pescador, casado en Cafarnaúm (y viviendo posiblemente en la casa de la madre de su mujer). Tenía un fondo laboral y familiar claro, conocido, lo mismo que Andrés, su hermanos. Parece que vivía de su trabajo, pero no era dueño de una barca propia como los zebedeos. No parece que pudiera navegar lejos, cambiar el arte de la pesca. Pues bien, Jesús va a decirle que arriesgue más, que vaya a pescar (a buscar, a escuchar, a querer) a otros caladeros. Ese hoy nuestro tema. Estamos haciendo una “pesca de costa”. Necesitamos arriesgar más.
2. Había sido discípulo de Juan Bautista(Jn 1, 36-42) donde Jesús le encontró probablemente, y le atrajo para su misión de Reino. Eso significa que era un hombre entrenado en cuestiones de “espíritu”, especialmente de arrepentimiento y penitencia. Conocía la espiritualidad y tarea de los de los bautista…, pero se convirtió a Jesús… y se vio obligado a cambiar el lugar y la forma de pesca. También muchos de nosotros (una parte considerable de la iglesia, somos más de Juan Bautista que de Jesús. Sabemos de arrepentimientos y de conversiones junto al río, a flor de costa, con agua tranquila…¿Estaremos dispuestos a llevar nuestra barca hacia mares lejanos, profundos…distintos?
3. El Evangelio de Marcos (Mc 1, 16-42) ha recreado la llamada de Pedro (Simón) y de sus tres compañeros (su hermano Andrés y los dos zebedeos) en forma “ideal”, en un contexto de pesca y playa. Es posible que esa recreación tenga un fondo histórico. Pedro y sus compañeros siguieron de algún modo pescando durante el tiempo del mensaje de Jesús… Jesús les conoció también en la playa, y ellos le enseñaron tareas de pesca.
Jesús llamó a Simón de un modo especial y le apellidó Pedro (Roca…), quizá de un modo irónico… confiándole una tarea especial… Pero Pedro negó a Jesús… en el momento de su detención. Tenía, sin duda, iniciativas y propuestas, quiso el poder (cf. Mc 8), no le parecían buenas algunas ideas de Jesús, que llegó a llamarle “Satanás”, aunque le conservó a su lado.
4. Pedro creyó en Jesús tras su crucifixión e inició (con las mujeres y con otros discípulos) el camino de la Iglesia, ofreciendo el mensaje en especial a los judíos. Así le ve y acepta Pablo, que mantiene con él una relación tirante pero de reconocimiento mutuo. Pedro estaba convencido del proyecto de Jesus… Pero no supo o no quiso arriesgar. Estaba tipo convencido de Jesús, pero se mantuvo a la orilla, sin arriesgar, se llegar hasta el fondo del mensaje y camino de Jesús. Era de los de Jesús, pro no cambió lo suficiente, siguió en la vieja orilla…. Pero se mantuvo, y se fue “convirtiendo” en una historia larga de encuentros y desencuentros con Pablo (y con Santiago, el hermano de Jesús). No tuvo miedo a equivocarse, y por eso terminó acertando, y marchando a Roma con el estandarte de Jesús, donde le mataron los romanos.
5. Pedro asumió la misión a los gentiles…, aunque con ciertos matices distintos de los de Pablo, por lo que tuvieron diferencias, que aparecen reflejadas en Gal 2 y Hch 15. Pero al fin asumió la tarea de Pablo, interpretando así el evangelio como misión universal, para lo que vino a Roma, que era un buen sitio entonces para ser universales. Pablo era necesario, fue providencial, vio las cosas como nadie… Y así abrió el camino que desembocó en la pesca de Pedro. Hoy (año 2022) hace falta una nueva “conversión” de Pedro. Los papas, sucesores de Pedro, llevan demasiados años (siglos) pescando en la orilla, sin atreverse a escuchar a Jesús de profundizar, penetrando en el mar (a remos como dice la traducción española) o a vela, como parece suponer el texto original. Lo claro es que hay que arriesgarse y salir a alta mar, como hizo Pedro. En eso tiene que andar Francisco, en eso tenemos que andar todos.
6. Pedro en Lucas y en el evangelio de Juan. La abundancia de la misión de la Iglesia está vinculada a Pedro. En esa línea, el texto de Jn 21 y este de Lc 5 son no sólo paralelos, sino que provienen de una tradición común de “pesca milagrosa”, de abundancia de iglesia. Es evidente que Pedro ha contribuido poderosamente a la extensión del mensaje y vida de Jesús, y así lo ratifica Jn 21, añadiendo una nota esencial a lo que dice Lc 5. En Lc 5 es Pedo el que dirige la faena y entra en la hondura del mar…Los otros, a su lado, son simples acompañantes. Por el contrario, en Jn 21, Pedro tiene que hacer lo que hace y, al mismo tiempo, tiene que aceptar el mensaje y proyecto del discípulo amado. Quedan así claros los dos proyectos: El de conducir la barca de la iglesia hasta la hondura del mar…y el de pactar con el Discípulo Amado. Pero esto es ya tema y tarea de otro dia.
Entender el texto
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1. Lucas recoge y recrea en este pasaje una tradición previa… que está en el fondo de Mc 1, 16-20 (la llamada a los primeros discípulos, a los que Jesús hará pescadores de hombres…). Hay un fondo histórico, pero recreado por la tradición pascual, que reconoce a Pedro y a los zebedeos (tres) o a Pedro-Andrés, con los zebedeos (cuatro) como los primeros testigos de Jesús, columnas de la Nueva Comunidad. En ese fondo se sitúa la imagen del mar y la barca, con la pesca cristiana.
2. Lucas reelabora aquí una tradición que ha sido recreada también por Jn 21 (pesca milagrosa, misión…). Hay muchos elementos comunes, pero la versión de Juan está mucho más enriquecida, como parábola total y conclusión del Evangelio: Los “pescadores” son siete (no cuatro…) y Pedro recibe una tarea especial de “pastorear” a las ovejas de Jesús (al lado del Discípulo amado).
3. La novedad del texto de Lucas (y de Juan) está en el hecho de que Jesús (que es el Jesús pascual) pide a Pedro que vuelva a iniciar la faena, en un mar más profundo, en el centro del mar, lejos de la costa. En un primer momento, Pedro y los suyos trabajaban cerca de la costa (entre judíos…); el Jesús pascual les pide que se arriesguen, que vayan más allá (que asuman en el fondo la tarea de Pablo, que es la misión de los gentiles). Sin este nuevo mandato de Jesús, y sin la “obediencia” de Pedro (que se pone en marcha, aunque tenga el riesgo de hundirse, como sabe Mt 14) no habría surgido la Iglesia (con Pablo sólo era difícil crear iglesia vinculada a la historia de Jesús).
4. Este Pedro el “aventado y arriesgado”, que va a pescar más lejos de la orilla, con sus compañeros, es el signo de la iglesia que se debe aventurar a romper los moldes hechos, la misión ya fijada… Es evidente que tiene el riesgo de fracasar y de hundirse (como en Mt 14), pero si se queda en la orilla donde no hay olas, ni hay gentes de otro tipo,… ha fracaso de antemano. Éste es el Pedro de la Iglesia que debe encontrar, en este mar-mundo del 2022, nueva “pecado”, nueva pesca. Estamos hoy discutiendo de temas menores, a la orilla del evangelio, a la orilla de la humanidad. Necesitamos que Jesús nos diga “duc in altum”, ir al centro del mar, a la nueva humanidad, para proclamar allí el evangelio.
5. La tarea de este Pedro (la función petrina de la Iglesia) ha sido retomada de formas distintas por los evangelios (menos el de Marcos, que deja el tema sin resolver, dando casi la impresión de que Pedro no se había convertido todavía…). Mateo presenta a Jesús sacando del agua a Pedro, para que no se ahogue (Mt 14)… y confiándole después la tarea de “abrir” las puertas de la Iglesia más allá Israel (Mt 16), apareciendo así como piedra de base de la nueva comunidad… Lucas presenta a Jesús orando por Pedro… para que pueda confortar a los hermanos (Lc 22, 32).
6. Pedro ha realizado una acción arriesgada, al servicio de la misión universal de la Iglesia, teniendo que enfrentarse para ello con los mismos discípulos de Jerusalén, que le critican de hereje y aventado (cf. Hch 10…). El buen Pedro tiene que defenderse apelando al Espíritu Santo…, pero queda ante los de Jerusalén como un hombre “peligroso”, que inicia misiones “imposibles”, fuera del cerco sagrado de la buena ley de Jesús… Éste es el fondo de nuestra escena: Por Mandato del Jesús Pascual… Pedro se arriesga a pesar mar adentro…
7. Los protestantes, en general, aceptan la misión de Pedro y le veneran como gran apóstol, junto a Pablo… Pero piensan que su misión no debe perpetuarse de manera personal en la Iglesia, a través de un papa de Roma. Por eso lo tienen más fácil: Pedro queda en el pasado, su tiempo terminó, le recordamos y agradecemos su misión… y basta. Hay algunos protestantes que se quedan con la versión de Marcos, suponiendo que Pedro lo hizo al fin mal, pero creo que su lectora no recoge la dinámica del evangelio.
8. Los católicos lo tenemos mucho más difícil,pues pensamos que la misión de Pedro continúa y está expresada, de algún modo, en el Papa y en sus compañeros… Aquí está nuestra paradoja: Los papas lleven siglos haciendo de “rémora”, impidiendo que la barca de la Iglesia se arriesgue de verdad, buscando nuevos mares… No me imagino a los últimos papas remangándose como Pedro para llevar la barca de la iglesia a nuevos mares: Duc in Altum. No me imagino al Papa echándose al agua (como Pedro en Jn 21…), ni escuchando de verdad la reprimenda de Jesús que le dice: ¡No me andes espiando al discípulo amado, que te he hecho pastor, no inquisidor!.
9. Los católicos tenemos más difícil… pues los últimos papas (desde hace siglos) se siguen quedando en la orilla de Roma,a la orilla del Derecho Canónico, en un tipo de iglesia-israel (¡quizá mal Israel!) que no ha escuchado ni ha visto, ni ha querido resolver desde el evangelio las cosas que hay más allá… Da la impresión de que los nuevos “pedros” de la iglesia lo hacen en un sentido bien, pero no salen a pescar a nuevos mares… De manera que nadie les puede criticar como criticaron a Pedro los buenos cristianos de Jerusalén por haber aceptado en la Iglesia a un tipo raro, como el centurión de Cesarea. A pesar de ello seguimos (yo sigo) confiando en el verdadero Pedro, el arriesgado de Jesús, que se pone a pescar de nuevo allí donde había fracasado antes….
10. Habrá que recordarle a Pedro “duc in altum”… Arriésgate Pedro (arriesgaos los zebedeos…). Hay faena que hacer fuera de los mares tranquilos de vuestra Roma.
Después del fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), la liturgia dominical omite algunos episodios y pasa a la vocación de los primeros discípulos, aunque el relato de Lucas podríamos titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”. Como paralelo del Antiguo Testamento, la primera lectura cuenta la vocación de Isaías. Y la segunda, aunque se centra en el contenido de la primera predicación cristiana, hace una referencia clara a la vocación de Pablo. Buen tema de reflexión en una época en la que tanto nos preocupa la escasez de vocaciones.
A propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos.
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El escueto relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo:
“Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”.
Al punto, dejando las redes, le siguieron.
Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él.
El relato no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a cualquier lector atento.
La versión de Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
– «Remad mar adentro, y echada las redes para pescar.»
Simón contestó:
– «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
– «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro- se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
– «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los tres cambios que introduce Lucas
Pretende hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la primera vez que se encuentran con Jesús. Él ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en casa de Simón y ha curado a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador itinerante y solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido. Es un maestro famoso y la gente se agolpa para escucharle. El lector no se extraña de que lo sigan.
Centra su atención en Pedro, no en los cuatro discípulos, hasta el punto de que ni siquiera nombra a su hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco de tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole adentrarse en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que reacciona arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego se menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras finales y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Subraya la importancia de Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece, volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y lo reconoce como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación de los discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús.
¿Qué pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos.
El segundo pone de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas quisiera ponerla a salvo.
El tercero nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El relato de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: “¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!” Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.”
Y voló hacia mí uno de los serafines, con una ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté: “Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos ocho siglos, al año 739 a.C., cuando muere el rey Ozías. En ese momento sitúa Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía, que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo.
Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas, gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es interesante advertir las diferencias.
El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros y jornaleros.
La persona que llama. En el caso se Isaías se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del llamado. En ambos casos el protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado. A Isaías, un serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”.
La misión. La liturgia ha suprimido la parte final del relato de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el corazón del pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías consistirá en transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador de hombres”.
La reacción finaldel elegido. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús.
La breve referencia de Pablo a su vocación (2ª lectura)
Al enumerar las apariciones de Jesús, Pablo no evita una referencia a sí mismo: “por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. La gran diferencia con Isaías y Pedro es que Pablo ha sido un perseguidor de la iglesia. Pero también él recibe una misión, y ha respondido con toda generosidad. Incluso con cierto orgullo confiesa: “he trabajado más que todos ellos”. Para corregirse inmediatamente: “Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Reflexión y pregunta
La generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús.
La pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”?
Y hay que decir que esta vez “todo” era mucho. Eran dos barcas tan llenas de peces que casi se hundían…
Lo normal hubiera sido que Pedro o los hijos de Zebedeo hubieran contratado a Jesús como pescador. Con él en la empresa los beneficios hubieran aumentado considerablemente. Sus familias se habrían enriquecido y con parte de los beneficios podrían haber ayudado a otras muchas personas. Podrían haber fundado una escuela de predicadores y una ONG, por ejemplo.
Así son las cosas como las pensamos nosotros. Dios suele tener otras ideas y aquí es cuando estos pescadores, el mejor día de toda su carrera laboral deciden dejarlo TODO.
Una decisión absolutamente absurda desde el punto de vista humano. Es una pena no conocer la reacción de las familias y amigos de estos pescadores. Pero seguro que fue similar a la de tantas familias que ven como una hija, un hermano, una sobrina o un primo se encuentra con Dios y lo deja todo.
Quienes lo ven desde fuera no lo comprenden. Una vez, hace años, una persona que vino a la hospedería, conversando con la hospedera, se interesaba por una hermana. Había oído decir que en el monasterio había una hermana que era médico y preguntaba si era cierto. Ante la respuesta afirmativa dijo: “-¡Qué desperdicio de vida!”
Que una persona que tenía una buena profesión decida meterse monja suscita incomprensión e incluso desprecio. No hay lógica humana que comprenda que alguien sea capaz de dejar dos barcas llenas de peces y seguir a un Maestro medio desconocido. No se comprende, pero sigue sucediendo.
Jamás podrá comprenderse porque es una respuesta que tiene que ver con el corazón, no con la razón. El amor nunca es razonable. Y ahí van quedando barcas llenas de peces en muchas orillas. Porque cuando Dios irrumpe en la vida de alguien primero la hace rebosar y después se lo pide TODO.
Oración
Ven, Trinidad Santa, a nuestras orillas, cuando repasamos nuestras redes vacías, cuando dejamos nuestras barcas llenas. Amén.
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DOMINGO 5º (C)
Lc 5,1-11
Empezamos hoy el c. 5 del evangelio de Lucas con un episodio múltiple: La multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a remar mar adentro; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos y el inmediato seguimiento. No nos dice de qué les habla Jesús, pero lo que sigue nos da la verdadera pista para descubrir de qué se trata. Este relato es muy parecido al que narra Juan en el capítulo 21. Los dos abren un horizonte nuevo. Los dos nos invitan a conocer a Jesús y a conocernos mejor para parecernos a él.
Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso, tiene un significado teológico muy profundo. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante décadas? Solo tendremos éxito cuando actuemos en nombre de Jesús. Esto quiere decir que debemos actuar de acuerdo con su actitud vital, más allá de nuestras posiciones raquíticas y a ras de tierra. Lo que se nos pide es muy distinto a decir: por Jesucristo nuestro Señor.
Rema mar adentro. La multitud se queda en tierra, solo Pedro y los suyos (muy pocos) se adentran en lo profundo. Esta sugerencia de Jesús es también simbólica. En griego “bados” y en latín “altum” significan profundidad (alta mar), y expresa mejor el simbolismo. Solo de las profundidades del hombre se puede sacar lo más auténtico. Todo lo que buscamos en vano en la superficie está ya dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro exige traspasar las falsas seguridades del yo superficial y adentrarse en aguas incontroladas. Adentrarse en lo que no controlamos exige fe-confianza. Decía Teilhard de Chardin: Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío.
Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús que le manda, contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes las debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos controlar lo que es más que nosotros, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: “El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarca nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más que nosotros es signo de verdadera sabiduría.
No temas. El temor y el progreso son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Más de 130 veces se habla en la Biblia del miedo ante lo divino. Casi siempre, sobre todo en los evangelios, se afirma que no hay motivo para temer nada. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión hacia la Vida. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo, está manipulando el evangelio y abusando de Dios.
El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. “Pescar hombres” era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Jesús. Aquí quiere decir: ayudar a los hombres a salir de todas las opresiones que el impiden crecer. Solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo auténtico de sí mismo. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás. La principal tarea de todo ser humano está dentro de él. Dios quiere que crezcas siendo lo que eres de verdad.
Y, dejándolo todo, lo siguieron. Seguimos en un lenguaje simbólico, teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas, los peces cogidos, la familia… y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante. El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto, el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la “vocación” al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una minoría. Todos estamos llamados a la plenitud, a desplegar todas nuestras mejores posibilidades.
La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene otra forma de decirme lo que espera de mí, que a través de mi propio ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni preferencias. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Soy yo el que tengo de adivinar todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas esas posibilidades, no tengo que esperar nada de Dios.
Mi vocación sería encontrar el camino que me llevará más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores. Lo importante es acertar con el que mejor se adecue a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva con sigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo.
Este relato está resumiendo el proyecto vital de todo ser humano. Jesús estaba desarrollado su proyecto de vida y quiere que los demás desarrollen el suyo. No se trata de una imitación externa sino de un vivir lo que él vivió desde su ser más auténtico y profundo. Pedro lo ve como imposible y hace patente su incapacidad. Está instalado en su individualidad y en su racionalidad y es figura de todos nosotros que no somos capaces de superar el ego psicológico y el ego mental. Todo lo que no son mis sentimientos y mis proyectos racionales lo considero inalcanzable. Todas las posibilidades de ser que están más allá de esta ridícula acotación no me interesan y ni siquiera tengo interés en descubrirlo.
Pero la verdad es que más allá de lo que creo ser, está lo que soy de verdad. Aquí está la clave de nuestro fracaso espiritual. Descubrimos que hay seres humanos que han alcanzado ese nivel superior de ser, pero a mí me parece inalcanzable porque “soy un pecador”. “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Dios se lo pregunta a Adán, dando por supuesto que Él no ha sido. Notad el empeño que ha tenido la religión en convencernos de que estábamos empecatados y que no debíamos aspirar más que a reconocer nuestros pecado y hacer penitencia. Ojalá superásemos esa tentación y aspirásemos todos a la plenitud a la que podemos llegar. Ni lo biológico, ni lo psicológico, ni lo racional constituyen la meta del hombre, pero en nuestro mundo es la única aspiración y lo único que cuenta.
Meditación
Llega a lo profundo de tu ser.
Sin esa profundización, no es posible la plenitud humana.
La contemplación es el único camino.
Aprende a pescar en tu propio pozo.
Lo que con tanto afán buscas fuera de ti,
lo tienes al alcance de la mano dentro de ti.
«Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron»
En mayor o menor medida, todos nos sentimos llamados a hacer algo en la vida.
El hedonista se siente llamado a disfrutar de los placeres y momentos gratos que le brinda la vida, el existencialista a construirse a sí mismo para dotar de una esencia personal a la existencia que ha recibido, el místico a buscar a Dios en lo más íntimo de su ser, el hinduista a cultivar el equilibrio interior que le permita contribuir a la armonía universal, el cristiano a responder al amor de Dios con amor a los demás…
En el caso del cristiano, hay muchas formas de responder a la llamada dependiendo de la personalidad de cada uno, aunque, básicamente, podemos decir que unos responden alabando a Dios con la oración y la práctica frecuente de los sacramentos y otros ayudando a quienes los necesitan. No obstante, si levantamos un poco la vista hacia el horizonte, quizá veamos que la misión última del cristiano es construir humanidad; es decir, colaborar en la obra de Dios porque Dios necesita de nosotros para sacarla adelante.
Desde esta perspectiva, también podemos comprobar que todas estas formas de sentir la llamada y responder a ella están engarzadas entre sí y encaminadas a un mismo fin, porque la “humanidad” solo se puede construir con una actitud de ayuda a los demás, y para lograr esta actitud es precisa la oración.
Es probable que conozcan la leyenda de aquel maestro de obra que, en plena Edad Media, visitaba la sección de cantería en el solar donde se estaba construyendo una catedral. Dice la leyenda que se acercó a uno de los canteros, y le preguntó: «¿Qué estás haciendo?», y él le respondió: «Estoy tallando este bloque de mármol». Le hizo la misma pregunta a un segundo cantero, y éste le dijo: «Estoy fabricando un capitel». Siguió su camino, y ante la misma pregunta un tercer cantero le respondió: «Estoy construyendo una catedral»… Los tres estaban haciendo lo mismo, pero con una perspectiva y una motivación muy diferentes.
Nuestra catedral es la humanidad, y para construirla es necesario convertirse en servidor, compartir lo que tenemos con los que no tienen, perdonar setenta veces siete, trabajar por la paz y la justicia, y, en definitiva, hace falta que «los hombres vean en nuestras buenas obras el amor del Padre» (Mt 5,16). Nosotros creemos en Abbá porque lo hemos visto reflejado en Jesús, y “los hombres” solo podrán creer en Jesús si ven en nosotros unos criterios de vida más sólidos y convincentes que los que les ofrece el mundo.
Y es que responder a la llamada de Jesús comporta una gran responsabilidad. Por eso, Ruiz de Galarreta proponía el siguiente lema como propio del cristiano: «Máximo compromiso, máxima confianza»… Máximo compromiso porque la envergadura de la tarea así lo requiere, y máxima confianza porque ese compromiso es con nuestra Madre.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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Lc 5, 1-11
Sí, se dice Pedro a sí mismo, “dejándolo todo… lo seguimos”. Es la frase que lo explica todo. Recuerda emocionado aquellos días y hechos que le cambiaron el rumbo, que le dieron un nombre y una identidad nueva, otra forma de pensar y de vivir. Y todo empezó con Jesús… con ese Nazareno que le salió al encuentro, que se subió a su barca, que intentó darle lecciones de pesca, a él, que no había hecho otra cosa en su vida… Todo empezó con ese hombre que le hizo conocerse por dentro y sentirse en relación con Dios, cerca de Él. Por él, por Jesús, todo había cambiado… dejó todo: barca, redes, trabajo, amigos, familia…
Sí, habían pasado muchos años y aún lo recordaba vivamente. Él estaba afanado y malhumorado por una noche de trabajo inútil, con ganas de terminar de remendar las redes para irse a casa y entonces Jesús se sube a su barca como si nada, y se pone a hablar a todos. Son tantos los que le escuchan que se ve obligado a separar la barca de la orilla para que no lo aplasten… ¡Como si no tuviera más que hacer! pero recuerda como poco a poco él mismo va dejando las redes y también escucha… ¡Nadie ha hablado como este hombre! Está entusiasmado él también… Y cuando termina se siente más tranquilo, de mejor humor. Y entonces viene lo inesperado, oye que Jesús le dice: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar”… Y recuerda que tuvo que hacer un esfuerzo para no gritarle: ¿A estas horas? Que sabrás tú de pesca…
Pero vuelve a sentirse como entonces, y ahora entiende por qué no le discutió. Recuerda que contra toda lógica empezó a hacer lo que le decía y que llevado por una fuerza desconocida en él se oye decir: Lo hago porque tú lo dices, solo porque tú lo dices. Pero, ¿quién eras tú para mí entonces? Un maestro que hablaba de lo que no sabía… aun así obedeció saltándose toda lógica.
Y sucedió el milagro. Sí, el milagro, recuerda Pedro, no fue pescar mucho a mediodía, con ser al menos algo fuera de lo normal. El milagro es lo que le pasó por dentro: cómo se descubrió a él mismo y cómo descubrió a Jesús, fue como verse con el alma y el corazón desnudo frente a Dios, un Dios que te sonríe y te quiere y eso le hacía sentirse más pobre, más pecador, más indigno de estar con Él.
Y entonces vino la frase “pescador de hombres” y Pedro, que seguía sin entender nada, hizo lo mismo que acababa de hacer con la pesca… en tu nombre, porque tú lo dices… “lo dejo todo y te sigo”.
Han pasado muchos años, fue testigo de su muerte. Es testigo de su vida de resucitado y ahora en Roma está a punto de terminar su vida, está condenado a muerte. Y de nuevo “Por Él”. ¿Ha valido la pena?
La pregunta no es para Pedro sino para ti y para mí. Porque el evangelio de este domingo habla de nuestra vida, de la de todo cristiano. ¿Podemos vislumbrar nuestra propia historia, como Pedro, a la luz de este evangelio?
Escuchamos a Ana, una mujer sencilla del grupo de reflexión bíblica. Al terminar de leer este texto, toma la palabra y un tanto emocionada nos dice:
Yo era joven, estudiante. Poco a poco, entre voluntariados, charlas y celebraciones al aire libre la imagen de Jesús se fue perfilando ante mí, tan impresionante como la describe Lucas en la orilla de Tiberíades. Sin que yo lo decidiera, así es como lo recuerdo, Él se metió en mi vida, se subió a mi barca y casi sin darme cuenta sus palabras captaron mi atención; lo que decía era verdad y me llenaba el corazón. Y empecé a escucharle día tras día, a leer los evangelios, a buscar a los que hablaban de Él y a rezar hablando con Él como tantos a mi alrededor.
Y una tarde, recuerdo el sitio y la hora, me dijo algo parecido a ese “rema mar adentro”… me sonó a “Dedícate a cuidar a los que nadie cuida…” Deja todas tus preocupaciones y planes sobre el futuro y sígueme. Yo, que estaba terminado la carrera y tenía ya ofertas de empleo en una gran multinacional, yo que me prometía un futuro exitoso y brillante… Y como Pedro pensé: “Qué sabrás tú de éxitos y ganancias en esta sociedad del s. XXI tan distinta a la que tú viviste…”
Yo quería seguir con él, pero ¿dejarlo todo? ¿No podíamos llegar a “un arreglo”? Poco a poco, mis mismas preguntas y dudas me ayudaron a conocerme…. A descubrirme tan poca cosa para recibir su invitación… a no entender cómo me invitaba a mí que era… Y, como Pedro, solo le quería decir “apártate de mí que soy así” Pero también yo escuché aquello de “Te haré…” y la alegría me envolvió, me entusiasmó de tal forma que aún sin entender nada, dejé todos mis planes, mis ofertas de trabajo en las que iba a ganar tanto dinero y… aquí estoy cuidando cada día a los que nadie más cuida… ganándome la vida de otra forma, con otros criterios, más cercanos a los suyos. Y me siento tan feliz y agradecida por su invitación y su llamada… Aún me repito: me llamó a mí, a pesar de mi falta de fe, a pesar de mi pobreza y mi pecado…
Como Pedro, como Ana, ¿podremos descubrir en este evangelio nuestra historia? ¿Cómo narraríamos nuestro encuentro con Jesús, ese encuentro que nos cambió la vida? ¿O aún estamos buscando “arreglos” que nos ayuden a seguir siendo sus discípulos, sus discípulas, sin dejarlo todo?
Abramos nuestro corazón y “en su nombre”, solo porque El lo dice, hagamos que este evangelio sea nuestra historia, recordemos que lo es y demos gracias a Dios por ello.
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Domingo V del Tiempo Ordinario
6 febrero 2022
Lc 5, 1-11
Es propio de la lectura dualista proyectar la “salvación” en un ser separado, que termina siendo idealizado o incluso divinizado. En paralelo, se produce una desconexión de la propia identidad, cayendo en el olvido y la ignorancia de lo que realmente somos. El resultado, objetivamente, no puede ser otro que la alienación y el sufrimiento.
El ser, la vida, el poder, la “salvación”… no es “algo” que “alguien” podría otorgarnos, aunque todos puedan enseñarnos y de todos podamos necesitar.
De acuerdo con nuestra constitución paradójica, somos vulnerabilidad -que se cansa de bregar y parece no conseguir nada, según el simbolismo del relato- y somos también, en nuestra identidad profunda, plenitud de vida: paz, confianza, fuerza, dinamismo.
En Jesús, como en tantas otras personas, hemos podido descubrir a alguien que ha vivido en esa certeza. El error está en que, en lugar de verlo como un espejo que reflejaba lo que somos todos, lo hemos visto como un ser separado y distinto de nosotros y hemos terminado alienándonos.
En la comprensión no-dual se advierte que lo que es Jesús lo somos todos. Y que solo necesitamos ahondar en nuestra verdad más profunda -ahí donde somos uno con todos los seres- para escuchar con fuerza: “No temas, rema mar adentro…”
Esto no es un endiosamiento del propio yo, ya que la conexión con nuestra verdadera identidad -si es tal, y la vivimos de manera consciente- desnuda al yo y lo disuelve. Dicho de modo más simple: no es el yo quien nos “salva”, sino más bien al contrario, la comprensión de lo que realmente somos nos “salva” del (de la identificación con el) yo.
La conexión consciente con nuestra verdadera identidad se revela como plenitud, como un estado de ser caracterizado por la consciencia de unidad. En medio de todas las circunstancias de nuestra existencia, vivimos anclados en lo que somos y en unidad con todos, en un sí consciente a la vida.
¿Descubro en mí ese “fondo” que es plenitud de vida y de presencia?
Comentarios desactivados en ¿Crisis de vocaciones? Dios nos llama a todos
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Llamadas de la vida.
Las tres lecturas de hoy nos hablan de la llamada de Dios y de la vida. La llamada de Isaías en la primera lectura, la de San Pablo en la segunda lectura (1Corintios) y la llamada de Pedro (y algunos discípulos) en el evangelio
La historia de la Salvación y la historia de la humanidad están llenas de llamadas de Dios y de la vida.
Por otra parte, quienes reciben –quienes recibimos- la llamada del Señor, (que somos todos) somos débiles: hombre de labios impuros (Isaías), un aborto (S Pablo), pecador (Pedro) y por eso sentimos miedo: ¡ay de mí estoy perdido! Sino embargo acogen la llamada: “aquí estoy, mándame”.
Isaías, como Pablo, como Pedro y aquellos pescadores siguieron a Cristo.
No temas, le dice Jesús a Pedro, ha sido perdonada tu culpa escucha Isaías. Pablo es lo que es no por sus méritos, sino por la gracia de Dios.
02.- Todos somos llamados.
La llamada de Dios es la que da sentido a nuestra vida. Cuando escuchamos la voz de la ultimidad, sabemos –creemos- hacia dónde vamos, cuál es el horizonte de nuestra vida. Cuando sabemos quién nos llama y hacia dónde vamos sabemos lo definitivo en la vida.
+ Nosotros entendemos que la llamada de Dios es para la vida religiosa o para ser sacerdote… Luego “sacralizamos” esa llamada y surge el clero, las personas sagradas, etc. Y no es así. Dios nos llama a todos. Todos somos llamados por Dios a la vida.
+ Haríamos bien en repensar –con más detenimiento que el breve espacio de una homilía- la distinción entre laicos y mundo sagrado. Podemos ser iglesia sin tal distinción.
+ En la época del Nuevo Testamento no había laicos y los criterios para la ministerialidad eran:
El que presidía la comunidad, presidía la Eucaristía.
Atender las necesidades de la comunidad eclesial: enfermos, necesitados, niños, etc.
En la época del Nuevos Testamento no había crisis de vocaciones, porque la comunidad cristiana se “autoabastecía” de las personas que atendían las necesidades de la comunidad.
03.- Llamados a la misión (rema mar adentro).
El lugar de la llamada a la misión no es el templo, sino el mundo, significado como el mar.
El mar –en la mentalidad bíblica- es el lugar de peligro, de la profundidad, donde incluso peligra la vida.
Surcar y navegar mar adentro es adentrarse en la vida, profundizar en los problemas, en las dificultades.
En este aspecto hemos conocido cambios importantes en el modo de entender el cristianismo. No hace muchas décadas, los movimientos cristianos eran de compromiso: “Juventud obrera católica (joc)”, “Juventud estudiantil, rural…” “Hombres obreros católicos (hoac)”. Pablo VI, siendo joven cura en Roma sufrió mucho con sus jóvenes estudiantes católicos (jóvenes Acción católica italiana) por la persecución del fascismo de Mussolini. Era un cristianismo que remaba mar adentro.
Quizás hoy en día el cristianismo se ha edulcorado y nos basta con un icono y dos velas.
Tenemos la tentación de la comodidad, de no arriesgar, y permanecer en las seguridades del puerto, nos quedamos en tierra. Sin embargo, el evangelio y la misma vida nos dicen: rema mar adentro…
04.- La barca es la figura de la iglesia
Este relato de la pesca tiene un marcado colorido eclesial: el mar, la barca, las redes, los peces, la pesca…
Este texto refleja la experiencia de las primeras comunidades cristianas (y de todas las comunidades): dificultades, galernas, noches, ausencia de eficacia pastoral, etc.
Necesitamos que en nuestra Iglesia esté JesuCristo. Jesús sentado en la barca…
05.- La pesca abundante por la palabra de JesuCristo
Por nuestras propias fuerzas seguramente que pescaremos poco, aunque nos pasemos la noche bregando.
La eficacia de la tarea está en la confianza en quien nos envía y va en la barca con nosotros.
Así lo entienden Pedro y los compañeros: Por tu Palabra, echaré las redes.
Fiarse de esa Palabra hace posible que acontezca lo impensable o, lo que es lo mismo, la utopía, la cual jamás será posible desde la lógica del pragmatismo.
Fiarse de la Palabra de Jesús nos introduce en una dinámica nueva. Nos libra de nuestras prepotencias más o menos inconfesadas y nos hace descansar en la esperanza.
La pesca abundante es la meta soñada, la utopía de la plenitud del Reino de Dios.
La llamada termina en la pesca abundante, en la plenitud
06.- Desde ahora serás pescador de hombres. dejándolo todo, lo siguieron.
Ser pescador (y sembrador) son tareas nobles y humanizadoras.
Quemar las naves y seguir a Cristo, aceptar la PALABRA es un acto de plena confianza capaz de llenar y dar sentido a la existencia humana. Es el abandono pleno en la ultimidad de Dios.
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