Dom 30.1.22: A fin de despeñarle (Lc 4, 21-30). Del linchamiento “frustrado” de Jesús al “deseado” de Francisco
Del blog de Xabier Pikaza:
He iniciado el tema el domingo pasado (23.1.22), evocando la controversia de Jesús en Nazaret. Lo he retomado el 25.1.22, mostrando el rechazo de Pablo entre su gente. Desde ese fondo comparo aquí el linchamiento “fracasado” de Jesús en Nazaret con el de Francisco (“deseado” por algunos en el Vaticano). conforme al tema del evangelio del próximo domingo
Los judíos “establecidos” de Nazaret intentaron despeñar a Jesús conforme a un “ley”bien establecida y estudiada de linchamiento. Todos hablan de gentes del entorno vaticano que quieren linchar a Jesús, a través de una campaña, también bien conocida, de desprestigio y condena mediática.
Ciertamente, la comparación no se puede establecer de forma simplista. Ni Francisco es Jesús. Ni los del Vaticano son los nazarenos que quisieron linchar a Jesús, todos a una, despeñándole desde desde la cresta de su monte. Pero las semejanzas son muchas, como podrá seguir viendo el lector.
Es extraño que los exegetas no hayamos destacado más el lichamiento nazareno de Jesús por despeñamiento, comparándolo con el Jn 10, 31-42, por lapidación. En esto han sido más agudos algunos antropólogos, como R. Girard, que han visto aquí la clave del destino de Jesús.
Quizá el hecho no haya sido histórico, en el sentido positivista del término, pero lo es en el sentido más profundo, como seguiré indicando. Sus “sombras” se alargan hasta el linchamiento mediático de algunos en contra del Papa Francisco. Está en el fondo el tema de que los profetas no son bien recibido en su tierra, con la afirmación convergente de que todos los profetas han sido asesinados.
| X Pikaza Ibarrondo
Controversia y crisis profética (Lc 1, 21- 30)
A Jesús no le mataron en Nazaret, pero su “causa de muerte” siguió pendiente y lo harán en Jerusalén. A Francisco no le han matado ni expulsado del papado,, pero muchos quisieran hacerlo (al menos de un modo simbólico, sin lapidación por linchamiento).
Al fondo de este motivo, esgrime y formula Jesús un eslogan sorprendente: Un profeta no es bien recibido entre su gente y en su tierra. Un eslogan ampliado en una formulación que aparecen en muchos textos judíos y cristianos: Los judíos antiguos mataron a (casi todos) los profetas.
(a) Si Jesús hubiera sido defensor de los intereses del sistema no sería profeta, sino ideólogo al servicio de unos “privilegiados”.
(b) Un verdadero profeta, tiene que defender a todos los pobres (de fuera y dentro de Israel, por encima del sistema); lógicamente, los que viven y medran por su servicio al sistema tienen que “perseguirle” a muerte, pues son peligros peligro para ellos.
(c) En ese fondo se cita la tesis judía de los antiguos “deuteronomistas” (desde el siglo VI a.C. en adelante) según la cual vuestros (nuestros) padres mataron a los profetas. En en fondo, muchos judíos como Jesús pensaban que sus antepasados habían matado a los profetas, es decir, que ser profeta implica un fuerte riesgo de muerte.
Sigan leyendo estas reflexiones quienes quieran plantear el tema desde el evangelio de Lucas.
Texto (Lc 4, 21-30)
Jesús comenzó a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. “Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Pero decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.”
Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarle. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Difícilmente se podrían haber condensado mejor los momentos de la acción liberadora universal de Jesús, que supera las fronteras “nacionales” de un tipo de judaísmo o iglesia y sistema, y el proyecto de Jesús que se abre a todos, de un modo especial a los extranjeros, como siguen mostrando proféticamente sus palabras, desde la tradición del mensaje y milagros de Elías y Eliseo, que ofrecieron su ayuda a enfermos extranjeros.
De un modo consecuente, en vez de alegrarse por ello y de tomar las acciones liberadoras de Elías y Eliseo como modelo de la apertura universal de Jesús (que acoge y ofrece salvación a los de fuera: Enfermos e “impuros” sexuales y sociales), sus paisanos de Nazaret le expulsan y quieren asesinarle, conforme a una ley de linchamiento colectivo (cf. Lc 4, 20-29).
No pueden aceptar que Dios cure (trasforme) por igual a nacionales y extraños: no quieren libertad para todos, ni evangelio para aquellos que, a su juicio, no lo merecen (como son los encarcelados y extraños, los oprimidos y “extranjeros” sociales y sexuales). Leído así, el conjunto del pasaje (Lc 4, 16-30) cobra una inquietante y escandalosa actualidad. Es evidente que a los buenos nazarenos del judaísmo establecido les extraña y escandaliza la actitud de Jesús, lo mismo que extraña y escandaliza a muchos hombres del sistema “social” y sacral de la Iglesia la “tímida” pero evidente apertura universal del Papa Francisco.
También a muchos nosotros nos turba y extraña ese universalismo: queremos libertad, pero sólo para algunos, para los buenos paisanos de mi pueblo o mi grupo; queremos prosperidad, pero sólo para los que pertenecen al sistema del “buen capitalismo” (como dicen otros). Así añadimos que las “divisiones” y fronteras siguen siendo para defender el buen sistema de los “nazarenos” (de una iglesia y sociedad establecida frente al riesgo los de otros grupos sociales y raciales, sexuales y culturales, empezando incluso por las mujeres.
Pues bien, en contra de eso, este pasaje de Jesús (con la actitud inicial del Papa Francisco) empieza mostrando que, para ser verdadera, la libertad ha de ser universal, abriendo estructuras de comunicación y vida, de acogida y de misión salvadora para todos, sin cerrarse en una iglesia propia del sistema establecido. Si Jesús quiere ser de verdad profeta no puede ser bien recibido por su “pueblo”. Desde aquí ha de entenderse la continuación del pasaje.
Todos daban testimonio sobre ély estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. Y (pero) decían: –¿No es este el hijo de José? (Lc 4, 22)
Los nazarenos parecen admirarse por las palabras de gracia que Jesús ha proclamado, como empiezan haciendo muchos hombres del sistema de la Iglesia, en especial entre sus clérigos del “orden vaticano”. Pero pronto descubrimos que esa admiración esconde una condena. Admiran a Jesús, pero le rechazan. Admiran a Francisco, pero les molesta su actitud abierta a todos, en contra del sistema.
Ciertamente, los nazarenos (judíos del sistema) aceptaban entonces y siguen aceptando ahora la palabras de gracia (logoi tês kharitos) de Jesús; pero les parece esas palabras y esa gracia sólo valen para ellos, no para los de fuera, los paganos del tiempo de Elías y Eliseo, los enfermos e impuros del mensaje de Jesús, los emigrantes y exilados, los homosexuales y excluidos del sistema a quienes quiere dirigirse hoy Francisco.
Es fácil amar a los demás y perdonar, siempre que ello no ponga en riesgo los privilegios del sistema nazareno o vaticano. En esa línea, los nazarenos del tiempo de Jesús descubren que las palabras de gracia de Jesús (gracia que él ofrece a todos) se vuelven amenazadoras para ellos, pues les hacen perder sus privilegios, ya que ahora todos son privilegiados.
Una aceptación sesgada de Jesús y los profetas
En esa línea, los nazarenos preguntan con admiración: «¿No es ese el hijo de José?». Ciertamente, saben que es hijo de José (en plano legal, nacional). Por eso, su pregunta no es para que respondamos «sí» y de esa manera ratifiquemos el origen familiar de Jesús, sino para que le distingamos de José, que a los ojos de esos nazarenos tenía que haber sido un buen “luchador” nacional, un partidario de la separación entre los “buenos” israelitas legales y los malos extranjeros. Por eso, la pregunta puede sonar de esta manera: «¿Cómo siendo hijo de José puede este Jesús comportarse como hace?».
Jesús inicia un camino de apertura universal que le separa de los buenos “nazarenos”, que quieren “capitalizar” la gracia de Dios sea para ellos. mientras que y la justicia o venganza de Dios caiga sobre los de fuera.
En este contexto se sitúa el refrán de Jesús que les responde diciendo, «un profeta no es bien recibido en su tierra» (Lc 4, 24), porque el profeta, si lo es de verdad, debe proclamar la gracia de Dios para todos (rompiendo así el monopolio de los nazarenos legales y de unos “fieles del sistema vaticano”, que parecen colocarse por encima del evangelio). Por eso, en general, los profetas verdaderos han sido y son asesinados, como seguían diciendo muchísimos judíos (y cristianos) desde el siglo VI a.C. en adelante.
Quien quiera seguir ese argumento, hará bien en precisar la cita de Jesús, la forma en que interpreta las palabras de Isaías, siguiendo un modelo bien conocido de interpretación rabínica:
a) Isaías 61, 2 interpretaba el jubileo (el anuncio de la llegada de Dios) en un contexto judicial de tipo israelita, proclamando así una “doble suerte”:
- un Año de Gracia de Yahvé, el Señor, para los fieles, para los buenos “nazarenos”, en lenguaje actual “para la Iglesia “vaticana”.
- y un Día de Venganza de nuestro Dios, para los infieles, es decir, para los pocos legales, estos, para los de fuera.
La profecía de Isaías puede inscribirse y se inscribe así dentro de la una experiencia nacional, ratificando la singularidad y elección del pueblo de la alianza, conforme a una visión de las dos “suertes” que aparece en el libro de Ester y en varios lugares del Antiguo Testamento: El Juicio de Dios consiste en que se salven y triunfen los judíos mientras que se pierdan y condenen los paganos enemigos.
Desde esta perspectiva de la doble sanción (Año de Gracia, Día de Venganza), que puede aplicarse a gran parte de la teología “legalista”, marcada por un tipo de talión (para los buenos cielo, para los malos infierno), una lectura nacionalista de Is 62, 2 supone que hay dos tipos de personas: Unos para el jubileo de la salvación de Dios; otros para la condena de venganza de Dios.
Es evidente que los del “vaticano particular” actual no formulan las cosas de esa forma, pero en el fondo van en la misma línea: Dios ha escogido a unos para la salvación; a otros los ha llamado y los mantiene en realidad para la condena (una visión de este tipo ronda desde antiguo en la Iglesia cristiana, y ha sido defendida por un tipo de teología agustiniana hoy de moda en ciertos círculos eclesiales.
b) En contra de eso, Lucas 4, 19 universaliza la parte positiva del mensaje de Isaías, indicando que Jesús ha proclamado las palabras de esperanza (Año de Gracia liberadora), pero rechaza la parte negativa; no cita la frase del Día de venganza de Dios. De esa manera, Jesús anuncia la libertad y perdón de Dios para nazarenos y extranjeros, para los del Vaticano y los de fuera. Eso significa que de hecho los “nazarenos legales” pierden sus privilegios y ventajas de tipo particular
Eso significa que cesan los antiguos privilegios de los nazarenos (“buenos” judíos) y de los “fieles de un vaticano particular que se sitúan por encima del Evangelio. Las normas particular de la ley sacral se acaban. La elección israelita se mantiene, pero no para situar a los nazarenos por encima de los otros, sino para pedirles que se pongan al servicio de los otros (es decir, de todos los hombres). que conducía al triunfo final de unos y a la derrota de otros.
Estas palabras de Jesús se inscriben dentro de la lógica del Sermón de la Montaña que supera la oposición entre amigos (a quienes debe amarse) y enemigos (a quienes se combate o rechaza). Estas palabras son la esencia del mensaje universal de Pablo (como expuse el pasado 25).
Jesús supera esta la lógica de oposición que podía hallarse en el fondo de Isaías donde Dios garantizaba su gracia a los buenos expulsados (ciegos, cautivos, oprimidos de Israel) pero anunciaba, al mismo tiempo, su venganza o desquite contra los adversarios. Según eso, Jesús aplica la “lógica” del año de “gracia universal” a todos, nazarenos y extranjeros, los del sistema vaticano y los de fuera. Lógicamente, los “buenos” nazarenos se sienten discriminados. J. Klausner, Jesús de Nazaret. Su vida, su época, sus enseñanzas, Paidós, Barcelona 1991, ha mostrado de manera impresionante la novedad de esta lógica de Jesús desde (y en contra) del mismo judaísmo anterior.
Ningún profeta es bien recibido entre “su gente”: Ni Jesús, ni Francisco
Conforme a su lógica de elección y ventaja propia, los nazarenos rechazan el mensaje de Jesús. Suponen que la acogida y “gracia” que ofrece a los pobres (encarcelados) es buena, siempre que no ponga en peligro el privilegio de aquellos que siempre se han sentido buenos, esto es, de ellos, los nazarenos. La gratuidad es positiva, pero a condición de que siga ratificando el privilegio de quienes son dignos de ella, al servicio del propio sistema.
Pues bien, Jesús ha roto ese esquema particular de elección (con el rechazo de los otros), y lo ha hecho, ofreciendo perdón sin venganza, una libertad que desborda el nivel del “buen” sistema (de los nazarenos particularistas) . Lógicamente, los partidarios (privilegiados) del sistema, representados aquí por los buenos nazarenos (y los del buen Vaticano) le condenan y quieren matarle porque rompe su seguridad, ofreciendo la curación y libertad a todos los (incluidos los enemigos seculares de Israel: fenicios y sirios de Elías y Eliseo).
Los colectivos religiosos, igual que los estados “legales”, necesitan defender su identidad y para ello tienen que expulsar a los extraños o encerrarlos en la cárcel (o expulsarlos de su sistema legal). Lógicamente, junto al “año de gracia” (para ellos), necesitan un “día de venganza” (para los enemigos).
Así ha sido y así será. Los defensores de un tipo de iglesia o nación impositiva, los partidarios de unas minorías rectoras empeñadas en defender su identidad, tendrán que seguir apelando a la venganza o expulsión del sistema. Desde ese fondo se entiende la conclusión del texto. Los nazarenos se llenan de rabia y pretenden matar a Jesús, despeñándole del alto de una roca. Pero Jesús desenmascara su actitud y les contesto diciendo:
«En verdad os digo: ningún profeta es bien recibido en su tierra. Muchas viudas había en Israel en los días de Elías… y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio».
Y todos en la sinagoga se llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero Jesús, pasando por en medio de ellos, se fue (Lc 4, 28-29).
Para defender su actitud, Jesús apela a dos venerables figuras de Israel (Elías y Eliseo), que eligieron y ayudaron precisamente a los paganos, esto es, a los “impuros” de fuera, rompiendo (superando) así el buen sistema de Israel. En la línea de Elías y Eliseo, Jesús ha ofrecido salvación universal a los antes oprimidos y expulsados, de manera que ha tenido que renunciar por gracia de Dios a la “venganza” del Señor, esto es, a la venganza del sistema que expulsa a los que piensa que son enemigos de sus privilegios. Es normal que los nazarenos (representantes de los buenos israelitas) se sientan defraudados, pues pierden sus ventajas anteriores, viniendo a ser como los otros. Quieren defender su propiedad; por eso se enfurecen e intentan lincharle.
Jesús funda su obra y su mensaje en la tradición de los milagros proféticos que Elías y Eliseo realizaron con enfermos extranjeros, desbordando las fronteras de Israel (cf. 1 Rey 17, 1.7-9; 18, 1; 2 Rey 5, 1-14). De esa forma, las mismas escrituras sagradas le permiten superar el egoísmo grupal de sus oyentes. Los nazarenos, representantes de la buena ley nacional, apoyados por el orden de su estado (de su religión), rechazan esa interpretación universalista de Isaías y deciden matar a Jesús, a través de un juicio popular que se expresa a través de una violencia unánime, que se ha manifestado muchas veces a lo largo de la historia.
El mismo pueblo, sin necesidad de magistrados superiores o jueces, de soldados o verdugos, toma de su mano la justicia, para lapidar a Jesús, de una forma unánime, pero Jesús logra liberarse y pasar de largo. J. P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico I-V, Verbo Divino, Estella 1998-2015, ha mostrado y sigue mostrando de forma impresionante las conexiones de la historia de Jesús y la tradición profética de Elías-Eliseo, que encontramos en nuestro texto. Sobre el carácter primigenio del juicio de linchamiento ha escrito lo esencial R. Girard, La violencia de lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1982.
Un linchamiento iniciático
Esta escena de linchamiento original de Jesús (que no logró consumarse) nos sitúa en el centro del evangelio de Lucas (y de todo el Nuevo Testamento). No es un gesto casual. Los nazarenos no quieren matar a Jesús por asesino o violador, por adúltero o idólatra (como manda la ley israelita), sino por algo más profundo: porque pone en riesgo la distinción y seguridad legal del pueblo, ofreciendo el evangelio a los de fuera (a los antes rechazados), sin distinguir a nacionales y extranjeros, silenciando así la “venganza” de Dios contra estos últimos.
Normalmente, el orden de una sociedad se funda en la violencia y expulsión de los disidentes, de manera que así se distingan los buenos de los malos. Pues bien, al desenmascarar ese sistema de expulsión violenta, Jesús supera y destruye aquella distinción, viniendo a presentarse como peligroso para los que quieren conservar sus privilegios. Por eso, sus mismos paisanos intentan matarle y lo hacen precisamente porque son «buenos»: porque defienden la institución nacional, fundada en la distinción de legales e ilegales (de los que pueden vivir en libertad y de los encarcelados).
Quien asume y pone en marcha un proyecto mesiánico de liberación de los antes expulsados (extranjeros ,impuros, enfermos, encarcelados…) acaba siendo peligroso para un sistema social que se justifica su pretendida bondad (y su lógica de imposición) expulsando a los distintos (encarcelando a quienes lo “merecen”) [1].
La misma actitud universal de Jesús, que quiere liberar a los encarcelados, le pone en riesgo de muerte, como indica la escena del linchamiento y como sigue mostrando el evangelio. No quiso provocar grandes signos externos, como otros profetas del tiempo (Teudas y un Egipcio), que prometieron detener las aguas del Jordán y/o cortar en dos el Monte de los Olivos. Su señal fue la entrega generosa de su vida, al servicio de la libertad de los demás. Por eso subió a Jerusalén como rey desarmado, entró en el templo y mostró que el tiempo de las sacralidades exteriores y de la cárcel del sistema político-social que expulsa a los disidentes ha terminado[2].
Jesús no ha venido a solucionar la historia con juicio y cárcel, sino con un amor más fuerte, con un perdón más poderoso que todos los sistemas de opresión del mundo. El milagro se vuelve así fuente de amor. Un hombre inmortal no podría amar plenamente, ni dar su vida por los demás (como sucede en algunas versiones del mito superman). Jesús, en cambio, ha vivido el amor en forma plena y arriesgada, como podemos ver al compararle con el Sócrates platónico[3].
Platón suponía que el mundo es una cárcel donde los hombres están encarcelados en un tipo de cueva muy oscura, de manera que los menos clarividentes debían quedar sometidos a los “sabios”, que veían por ellos; más aún, en ese contexto, Platón sigue afirmando en su República que los sabios, responsables del sistema, pueden y deben dominar sobre los ignorantes (metiéndoles en la cárcel si hace falta).
Jesús, en cambio, sabe que el cuerpo no es cárcel ni el mundo una prisión donde estamos aherrojados. Cárcel es la enfermedad, el odio, la carencia de amor y, sobre todo, la violencia y la injusticia humana. Por eso, él no ha venido a decir a los “ciegos” e ignorantes que se dejen guiar por los sabios, sino que ha querido abrir sus ojos, para que ellos mismos vean. En esa línea debemos destacar la oposición más honda que existe entre platonismo y cristianismo, a pesar de las intensas conexiones místicas que se establecieron desde antiguo y que han marcado la historia de la iglesia cristina, en perspectiva jerárquica e impositiva.
La mística platónica es de tipo jerárquico y supone que los sabios dirigen desde arriba a los ignorantes (trabajadores, esclavos), utilizando para ello la fuerza de vigilantes o soldados. En el fondo, el estado platónico funciona como una inmensa cárcel donde unos presiden y someten a los otros por la fuerza. Por el contrario, la experiencia evangélica de Jesús es profundamente liberadora e igualitaria; no sitúa a nadie por encima de los otros, ni como obispo, ni como jefe político, “pues uno sólo es vuestro Padre, el de los cielos, y todos vosotros sois hermanos” (Mt 23, 7-8); la obediencia y sumisión pueden ser piadosas y místicas, pero no son cristianas. Este es el milagro de Jesús, la más honda experiencia de vida compartida[4].
Frente al talión social (=legal) que mide a los hombres por sus obras, equilibrando la falta con la pena, Jesús ha proclamado (con su amor y curaciones) la llegada de un poder y comunión de gracia donde todos pueden vincularse, dialogando de un modo directo, por encima de las normas y leyes sociales (sacrales) quizá necesarias a otro plan. Frente a la evasión mental y la jerarquización social del platonismo que sólo conoce la libertad interior (dejando el mundo como estaba) y que sanciona el dominio natural de unos sobre otros, Jesús ha iniciado su camino de Reino precisamente con aquellos a quienes la “buena” sociedad había expulsado a un tipo de cárcel exterior de impureza o lepra, de pecado y muerte. Jesús no ha querido mejorar el sistema, para que todo siga como estaba, sino que ha buscado el fin del sistema, es decir, el Reino de Dios, que se expresa en la libertad y comunión de todos. Lógicamente, le han buscado y perseguido como a peligroso, le han acusado de poseso y le han matado, como a un ilegal, enemigo de la buena justicia y ley del mundo. Por eso puede hablar de los encarcelados conociendo bien el tema[5].
¿Un linchamiento mediático de Francisco?
En esa línea se podría seguir hablando de un tipo de “linchamiento mediático” del Papa Francisco. Significativamente, le reciben mucho mejor y le admiran como dirigente moral muchos pensadores, políticos y economistas que están fuera del espacio de la iglesia.
Le admiran por su coherencia, le defienden por su manera de defender a los excluidos religiosos y sociales. No tienen necesidad de aceptar al Cristo de un tipo de Iglesia para admirar y en el fondo defender un tipo de cristianismo universal de Francisco (aunque un tipo de economía capitalista le condena como ingenuo y contrario a sus intereses).
Por el contrario, hay un tipo de cristianos muy “vaticanistas”, muy de “tribu social” y de poder que rechazan a Francisco. Muchos no le atacan en público, pero lo hacen veladamente, con mucha fuerza, desde dentro y desde fuera de los estamentos eclesiales.
No voy a hablar de ellos, porque son bien conocidos. Lo pretendía es comentar el evangelio este domingo (Lc 4, 21-30) y es lo que he hecho. Buen fin de semana a todos.
NOTAS
[1] Los milagros son signo de gracia. Jesús no ha querido manipular a Dios o utilizarle a su provecho, sino que ha dejado que Dios sea divino, Padre que todo lo dispone con amor para los hombres. Por eso, el milagro supremo que él ofrece, la libertad que regala es misterio de gracia. Al mismo tiempo, esos milagros son gestos de comunión interhumana. Jesús no ha querido “comprar” a los otros con favores, no les ha obligado a responderle. Por compasión actúa, como portador de amor fuerte viene a revelarse, abriendo un camino de libertad universal, para que todos puedan comportarse como humanos. Sólo así, allí donde la gracia trasforma a los hombres, se puede superar el sistema del linchamiento que quieren aplicar contra Jesús.La ley no conoce milagros: ella es orden, talión que a cada uno le asegura en lo que tiene; por eso necesita cárceles y cepos para castigar y/o atar a los pretendidos culpables. Por el contrario, la gracia es siempre milagro y así rompe la barrera de la justicia legalista, capacitando a cada uno para regalar lo que tiene a los demás, como he destacado en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2005.
[2] Desde un mundo que tiende a convertirse en cárcel del sistema, Jesús ha ofrecido el milagro de la fe liberadora, que se abre por amor a la vida compartida. Frente a los que piensan que la vida es mercado, un objeto de lucha y conquista, ha ofrecido Jesús su más alta libertad y su experiencia de vida compartida. Por eso está dispuesto a morir y muere sin responder a la violencia con violencia, a fin de que los hombres y mujeres de su entorno puedan compartir la vida en gratuidad. Allí donde algunos imponen por la fuerza sus principios y la misma sociedad corre el riesgo de volverse espacio de lucha y cárcel universal, los creyentes de Jesús han de estar dispuestos a entregar la propia vida para que la vida se vuelva comunión en libertad, sin necesidad de encerramiento o cárcel.
[3] No quiere la evasión u olvido de la tierra sino todo lo contrario: en el centro de la “cárcel” de este mundo ha realizado Jesús un signo de libertad y gracia, como ha destacado un historiado de la talla de. E. P. Sanders, Jesus and Judaism, SCM, London 1985 (=Jesus y el judaísmo, Trotta, Madrid 1994). Cf. J. J. Bartolomé, El evangelio y Jesús de Nazaret, CCS, Madrid 1995, 69-71. Este es el principio de toda acción cristiana: que los hombres (especialmente los expulsados de la sociedad) puedan creer y de esa forma abrirse al milagro de la vida compartida.
[4] K. R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Piados, Barcelona 1980, destacó hace tiempo el riesgo totalitario del platonismo, al que comparó con un tipo de estalinismo y nazismo, He puesto de relieve la importancia teológica del tema en Dios como Espíritu y Persona, Secretariado Trinitario, Salamanca 1999 y sus repercusiones eclesiales en Sistema, Libertad, Iglesia. Las Instituciones del Nuevo Testamento, Trota, Madrid 2001.
[5] Así lo han resaltado diversos exegetas y estudiosos judíos como J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 171 y G. Vermes, Jesús, el judío, Muchnik, Barcelona 1977. Ciertamente, saben que Jesús no combatió a los militares o a los jueces, pero su no-violencia resultaba peligrosa para la institución israelita. Por eso, los “buenos judíos” no tuvieron más remedio que condenarle. En el fondo, muchos estudiosos (y eclesiásticos) burgueses actuales que defienden el orden establecido (que encarcela a los disidentes) siguen justificando la condena de Jesús. Según ellos, Jesús fue un iluso, un visionario carente de realismo. Los realistas, los hombres de la buena ley, siguen siendo queriendo que los asociales cumplan su condena íntegramente, dentro de estructuras legales de violencia legítima.
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