“Imaginemos”, por Gabriel Mª Otalora
| Gabriel Mª Otalora
Imaginemos que Dios existe sin estar limitado por el tiempo ni el espacio; que ha querido crear la realidad toda, tal y como la conocemos nosotros, lo sideral y lo infinitesimal, lo cercano y lo lejano, lo humano y dentro de ello lo más maravilloso de lo que somos capaces, que es amar. Que todo lo conocido y lo que aún ni sospechamos de su existencia, es obra suya. Imaginemos que es todopoderoso, infinito, imposible de abarcar para la pequeñez humana.
E imaginemos que nos ha creado por amor, por pura donación gratuita inoculando en nuestro más profundo ser el ansia de felicidad plena que nos lleve una y otra vez a buscar la plenitud imposible en este mundo. Imaginemos también que lo característico de esa Realidad que llamamos Dios es Amor, fuente y destino en su infinita realidad, inabarcable porque es un misterio ante el cual la razón tiene poco que ofrecer.
Ese Dios tan poderoso e imposible de aprehender, inmanente y trascendente, ha sido vislumbrado o simplemente anhelado desde multitud de planos y experiencias religiosas o simplemente espirituales, en una búsqueda poliédrica que acompaña al ser humano a lo largo de la historia y no cesará hasta en el último ser que nazca sobre la Tierra. Pues bien, imaginemos además que un buen día ese Dios quiere hacerse presente, no de manera tan sutil, sino acercándose mucho más para que entendamos mejor la realidad humana y el sentido de la totalidad de la existencia.
Entonces, imaginemos que se le ocurre a ese Dios algo absolutamente sorprendente para la manera que los humanos tenemos de entender los dioses que hemos imaginado a través de experiencias, culturas y acontecimientos durante siglos y en todos los lugares del Planeta. Y decide hacerse uno de los nuestros. Sí, totalmente humano excepto en lo único que no puede serlo, en la ausencia de amor, en la maldad. Por tanto, humano en la fragilidad, el miedo y por supuesto el amor desmedido hacia todos los seres humanos creados en libertad por su amor, precisamente. E imaginemos que decide encarnarse en una mujer sencilla de un pueblo mal visto, en un lugar conflictivo y alejado de las seguridades del dinero, el poder y el éxito fácil.
Todo el Dios hecho persona, por amor, para acompañarnos en el día a día, desde las cruces diarias de la existencia y así mostrarnos la actitud adecuada mientras transitamos por esta vida como una parte de la Vida a la que estamos llamados a ser plenitud junto a ese Dios Amor, toda la eternidad, algo inalcanzable para nuestra finitud sujeta al tiempo y al espacio. Seguimos imaginando las consecuencias de esa coherencia tan radical: defiende a los castigados por las injusticias, ayuda a los excluidos por ley, muestra un camino que no favorece a los poderosos, es perseguido, calumniado y asesinado con unos de los peores tormentos por respetar la libertad humana y se coherente con su amor.
Pero imaginemos que ahí no acaba todo, que lo que divulgó y predicó con su ejemplo, era verdad, que era el Mesías, es decir el enviado de Dios ya anunciado en una pequeña parte del planeta desde hacía miles de años. Y que resucita dejando unos pocos testigos -ellos y ellas- de su presencia resucitada como experiencia transformadora que les cambia tan radicalmente que le siguen hasta el final.
Imaginemos también que pasó por este mundo como uno de los nuestros, oh maravilla, nos deja su mensaje redactado en forma de Buena Noticia por una serie de seguidores, no demasiado doctos, que escriben al dictado de su experiencia apoyados en los bastones del ejemplo y la confianza. Y han logrado convertir este Mensaje en un movimiento espectacular, universal. Un mensaje cuya base es el fermento del Amor que todos llevamos dentro al estar hechos a imagen y semejanza de ese Dios.
Imaginemos, en fin, que desde entonces, ese Dios permanece con nosotros durante todos los días de nuestra existencia, que nos ama inmensamente y solo quiere que correspondamos a su amor haciendo lo mismo con los demás. Que da igual lo que seamos o lo que sintamos, que todos y todas somos sus predilectos hasta el punto de que nos pide -en presente continuo- que le llamemos Padre y que nos comportemos como hermanos. Que somos su obra y su Espíritu pondrá lo necesario para que el Amor universal llegue a buen puerto para todos. Que hoy no es siempre y que la totalidad de la existencia no está en nuestras manos… ¡gracias a Dios!
El tiempo de la Navidad nos invita a imaginarnos lo que hemos perdido en vivencia; y agradecidos, admirar el Misterio que nos ha sido revelado para avivar la experiencia y el compromiso que conlleva encontrando a Dios en la oración y en el hermano necesitado. Amén.
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