Epifanía 1. Los magos y la estrella, con una nota de astro-nomía (-logía) bíblica
Del blog de Xabier Pikaza:
Popularmente esta fiesta se llama de los Reyes. Pero la tradición y liturgia de la Iglesia la llama Epifanía, que significa “manifestación sagrada” o presencia de Dios, con el sentido de Teofanía. Se celebra desde antiguo, y es la fiesta primitiva de la Navidad (que una fiesta más tardía). Así la conservan todavía las Iglesias orientales. Trataré de ella en dos “postales”.
La primera (hoy, víspera de Reyes: 5.1.22) expone de un modo más popular y exigente la venida de los magos y la estrella, en búsqueda de Cristo, es decir, de la nueva humanidad, insistiendo en la astronomía-astrología sagrada.
La segunda tratará de la Epifanía estrictamente dicha, como “fiesta” de la misión (manifestación) de Cristo y de su iglesia (esto es, de sus magos-ministros mediadores), y lo hará de un modo más teológico, evocando el tema de la nueva y más alta epifanía cristiana, en un mundo que parece quedarse sin luces de Dios, ni de Navidad.
| X Pikaza Ibarrondo
1.LOS MAGOS Y LA ESTRELLA
Introducción.
Recogiendo tradiciones ancestrales, para situar la novedad del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, el Evangelio de Mateo cuenta la historia de unos “magos” (expertos, adivinos, sabios) de Oriente que vinieron a Jerusalén buscando al Rey de los Judíos, para ofrecerle sus respetos y servirle Belén, donde se dice que vino a posarse su Estrella.
Habían visto la luz de su “estrella” e imaginaron la riqueza de su corte, y de esa forma, dejándolo todo vinieron, preguntaron, se cercioraron en sueños. No le hallaron donde le esperaban, en el templo de Gran Dios de la Ciudad, ni en el Pretorio del Emperador, ni en la escuela de Rabinos eruditos, sino que en una casa humilde Belén, con José y María, sus testigos. Así vienen ahora, miles y millones de “magos” de oriente y occidente, del norte y del sur, buscando a un Rey Justo que pueda protegerles, dándoles dignidad, y un salario suficiente, y una casa… No vienen en camellos, sino como polizontes, andando por bosques y desiertos, en barcos o trenes “piratas”.
Buscan a un Rey Justo, en el Vaticano de Roma o en el Palacio de Oriente de Madrid, en la Comunidad Europea o en el Pentágono de USA, pero no le encuentran su ese lugar. Nadie les acoge… todos cierran las entradas con muros y soldados, matan a los niños y mayores que sobran… y así muchos mueren o tienen que marcharse de nuevo (como los magos de la historia), sin haber “adorado” al Nuevo Rey, que es un niño. Esa es la historia de fondo de esta fiesta de la Epifanía de Jesús, vulgarmente fiesta de los Magos, o incluso de los Reyes Magos (cuando el unido Rey del relato es el Niño al que orienta la Estrella, en brazos de su madre.
Nueva introducción
La fiesta del 6 de enero, día de Magos (llamados de ordinario Reyes), que vienen de Oriente para adorar al Niño se llama, litúrgicamente, Epifanía. Es la fiesta de la “revelación de Dios”, su manifestación suprema, en la vida de Jesús, un hombre que nace para “alumbrar” a otros hombres. Ha sido durante siglos la fiesta principal de la Navidad, mejor dicho, la Navidad en sí, como expresión de la Luz de Dios que alumbra a los hombres.
Es una fiesta de ilusión creadora, pues los “reyes” no son reyes, sino buscadores de Dios, hombres atentos a la voz de las estrellas. Tampoco son “magos” en sentido vulgar, sino visitantes que vienen de lejos queriendo encontrar (y compartir) la verdad… Ellos nos preguntan. ¿Podemos, debemos responderles?.
Esta es una fiesta que se abre al conocimiento más hondo de la venida de Dios entre los hombres. Es una fiesta que se ha concretado en general en una ilusión de niños: la fiesta de la Cabalgata de los Magos de la Paz, que quieren que el Niño viva, que todos los niños vivan y tengan ilusiones y regalos, fantasía y gozo que inunda también a los varones. Quiere ser la fiesta en que los niños pueden ser los Reyes de la casa y la ciudad, día en que la vida es un regalo.
Es una fiesta en la que pueden hacerse reflexiones infinitas. Aquí me contentaré con presentar el texto de la Biblia, empezando por la “estrella”, para ofrecer una breve evocación de su sentido, precisando después el sentido de la estrella, con una reflexión más erudita de la astronomía-astrología de la Biblia.
Texto, Mt 2 (Historia de Jesús)
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. La enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: – En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo Israel.” Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que les precisara el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: – Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría, entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes se marcharon a su tierra por otro camino (Mt 2, 1-12).
(Explicaciónn en Historia de Jesús y Comentario Mateo)
Magos somos nosotros Esta es la fiesta del fin y sentido de la Navidad. Cuando parece que todo está definitivamente cerrado vienen unos Magos para abrir las puertas de la vida. Cuando parece que el cielo está negro, brilla una luz para aquellos que quieren seguir caminando. Herodes mata a los niños de Belén, asesina a los inocentes para seguir reinando (como nuestra cultura que mata a unos 40.000 mil niños cada día para seguir reinando…).
Pero queda uno, Jesús, que podrá reinar, para que nunca más mueran los niños inocentes. Y que, sobre todo, la certeza iluminada de que los magos somos (tenemos que ser) nosotros, encargados de ofrecer a los niños un mundo donde sea posible la vida, la ilusión de la vida. Debemos hacernos MagosNosotros, los mayores, tenemos que hacer de magos, para decir a los niños que hay estrellas que guían a la Navidad, en la ruta de la vida, que sigue abierta.
1. Nosotros, los mayores, somos responsables directos o indirectos de los 40.000 niños de Belén y sus alrededores (todo el mundo) que mueren de hambre cada día, asesinados por un sistema que sólo se busca a sí mismo. Nosotros, los magos, debemos crear un mundo donde ningún niño-Dios muera abandonado.
2. Nosotros, los magos, debemos enseñar a los niños (con nuestra presencia y testimonio) que la vida es un don,que el oro del mundo es un regalo, para todos los hombres y mujeres del mundo: que la economía de la tierra está al servicio de la vida y la ilusión de todos, desde China y África, la India y Persia (tierras de los magos) hasta el extremo del occidente. Que no nos mataremos por oro ni petróleo, sino que lo compartiremos, para bien de todos los niños
3. Nosotros, los magos, tenemos que decir a los niños que la vida es gozo y gloria, es incienso de admiración y de ternura, de intimidad orante y de cercanía, de amor mutuo, de encuentros infinitos. Tenemos que decirles que no buscaremos la gloria del poder, la victoria de la imposición, el incienso de la mentira, sino que buscaremos y compartiremos el incienso del amor que puede celebrarse en intimidad de familia. Les diremos que habrá siempre un perfume a su lado (a nuestro lado), al lado de todos los hombres y mujeres, que podrán comer y gozarse y soñar…
4. Nosotros los magos tendremos que enseñar a los niños que la vida está hecha también de mirra. La mirra es perfume de amor (de enamorados), pero también es bálsamo de muerte (se emplea para honrar a los cadáveres). La mirra es como una flor preciosa que nos puede acompañar en la vida, en el crecimiento de cada día, en la comunión de cada noviazgo, en la tristeza y esperanza de cada despedida… Que cada muerte sea tiempo de amor, esperanza de amor (y no fruto de violencia).
2.LA ESTRELLA DE LOS MAGOS. ASTRONOMÍA Y ASTROLOGÍA DE LA BIBLIA
(Diccionario Biblia: Entrada “astros”)
- La estrella de la Navidad de Jesús, el día de su nacimiento.
Carece de sentido preguntar a los astrónomos-científicos el día en que brilló la estrella de los magos (cf. Mt 2, 9-10)[1], pues al evangelio Mateo no le importan los astros externos, ni él mismo fue en persona a Belén o Nazaret, para investigar lo que pasó, sino que fue a la Biblia, para descubrir lo prometido, conforme a la experiencia de la Iglesia (hacia el 70/80 dC). No sabemos el día en que nació, aunque una tradición simbólica y celebrativa (apropiada para el hemisferio norte) dice que fue el 25 de diciembre. No sabemos ni siquiera el año (entre el 7 y el 4 a.C.)[2].
El texto dice, simbólicamente, que los magos vienen a Jerusalén porque han visto en oriente la estrella del Rey de los judíos… Ese tema nos sitúa en el centro de una extensa tradición astro-lógica (-nómica) que vincula al ser humano (y especialmente al hombre salvador) con un (=el) Astro del cielo. Así es la estrella de la Epifanía, como luz en el firmamento y futuro de la historia. Por eso, allí donde ha nacido el Rey de los judíos ha debido encenderse una luz, se expande una esperanza de salvación sobre la tierra.
Esa luz atrae a los “magos”, que vienen hacia Jerusalén, preguntando por el Mesías, pero no lo encuentran allí (en la ciudad del templo, donde habita un rey de este mundo), sino en Belén, la aldea antigua donde se conservan y cumplen las promesas (en África o en Asia, en cualquier lugar del mundo). De esa forma, este segundo capítulo de Mt, con su procesión de pueblos buscando al mesías, puede entenderse ya como anuncio de la culminación pascual del evangelio (como pondré de relieve en la próxima postal).
La venida de los magos responde de la tradición israelita: los pueblos paganos de Oriente vienen hacia Jerusalén, para adorar al Rey de los judíos, que ha nacido ya, pues ha surgido su Estrella. Ellos, los magos, son signo de un camino de búsqueda y fe universal, que desborda el nivel israelita, tanto por su origen como por su meta. Por su origen: la fuerza que les lleva hacia Jesús no es la ley de Israel, sino la luz o estrella de su propia religión (de su paganismo).
Origen y sentido de los astros en la Biblia
Significativamente (las estrellas y los astros: en especial el sol y los siete planetas de la tradición), no aparecen al principio del génesis, sino que forman parte del cuarto día de la creación:
«Haya lumbreras en la bóveda del cielo para separar el día de la noche; y sirvan de señales para señalar las fiestas (=asambleas), para los días y los años, y sirvan de lumbreras en la bóveda de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease el día, y la lumbrera menor para que señorease la noche; hizo también las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para señorear el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día cuarto» (Gen 1, 14-14).
Están en el centro de la creación (el día 4º), entre el día primero (luz) y el último (sábado). En los días anteriores (2º y 3º), Dios había dispuesto el espacio habitable, pero no había creado (organizado, separado) el tiempo. Ahora lo hace: crea el sol para regir el día/luz y la luna para regir la noche/oscuridad y con ellos las estrellas, para separar los tiempos y ofrecer las señales de las asambleas (=fiestas), los días y los años.
Ciertamente, los astros no son Dios, contra del paganismo antiguo, tanto mesopotamio como egipcio y cananeo, que ha sido siempre una tentación para los israelitas (cf. Dt 4, 19; 2 Rey 23, 5; Jer 44, 17; Sab 13, 2); pero ellos traducen la presencia de Dios, dando sentido y relieve a los diversos tiempos que se alternan de manera significativa, empezando por el día/noche y siguiendo por los tiempos de las asambleas litúrgicas y sociales. Dios conversa con el hombre a través de la alternancia de los tiempos, convertidos en signo de trabajo y fiesta, como indicará el sábado final (día 7º), anunciado desde ahora con la creación de los astros y en el mismo orden del tiempo. La bóveda del cielo se convierte de esa forma en templo: un espacio abierto hacia los tiempos de la realización humana y del descubrimiento del misterio.
Astronomía bíblica
La vinculación del hombre con los astros se expresa ya en Gen 1, donde sol, luna y planetas marcan los ritmos sagrados de la vida. Pero sólo en 1 Hen encontramos una antropología astral desarrollada, donde los → ángeles-astros caídos determinan la vida de los hombres. Conforme a 1 Hen 18, 13-16, hay siete astros malos, contra quienes se elevan los siete buenos (1 Hen 20), para mantener el orden cósmico y la historia de los hombres. Los astros aparecen con frecuencia en el judaísmo y cristianismo primitivo: cf. Tob 12, 15; Test Leví 8; Hermas, Vis III, 4, relacionando tiempo (siete días), espacio (siete astros o planetas) y sacralidad (siete ángeles).
La tradición gnóstica concibe a los ángeles planetarios (arkhontes) como seres que se han pervertido, testigos de la falsa religión: el mismo judaísmo estaría encerrado en su ritmo destructor, de manera que habría que abandonar el esquema sabático (siete días) pasando al pléroma cristiano (de cuatro y ocho elementos). Sab condena la adoración de los astros, aunque la considera como la forma más perfecta de idolatría (Sab 13, 1-3).
Los poderes astrales aparecen en diversos pasajes del Nuevo Testamento, pero carecen de importancia salvadora. San Pablo supone que Jesús nos ha liberado del dominio de esos poderes, que aparecen también como vencidos (al servicio de los hombres) en el Apocalipsis. En ese sentido, podemos afirmar que la Biblia no ha desarrollado una antropología astral propiamente dicha, cosa que sólo han hecho los apócrifos (1 Hen, Jub) y algunos textos parabíblicos (como los de Qumrán).
Astros en el NT
En una línea convergente se podría citar la estrella de oriente (Mt 2, 2-10) que aparece como un símbolo divino para los magos, que se vinculan por ella con el Rey de los judíos (cf. Lc 1, 78). También puede evocarse el texto de Lc 10, 18: «He visto a Satanás caer como un rayo». Es evidente que Satán aparece aquí como imagen astral, como el Dragón de Ap 12, 1-5, que arrastra con su cola a la tercera parte de las estrellas del cielo y, para caer derribado después en la tierra.
Astros pecadores (caída de los ángeles, libro de Henoc).
1 Hen interpreta el pecado de ángeles y hombres dentro de un des-astre cósmico: algunos poderes astrales, concebidos como elementos o potencias primigenias del mundo, quebrantaron el orden de Dios y ahora se consumen entre llamas, en una región desértica yterrible:
«Este es el lugar donde se acaban los cielos y la tierra, el cual sirve de cárcel a los astros y potencias de los cielos. Los astros que se retuercen en el fuego (siete estrellas) son los que han trasgredido lo que Dios había ordenado antes de su orto, no saliendo a tiempo. Se ha enojado (Dios) con ellos y los ha encarcelado hasta que expíen su culpa en el año del misterio… Estas son aquellas estrellas que trasgredieron la orden de Dios altísimo y fueron atadas aquí hasta que se cumpla la miríada eterna, el número de los días de su culpa» (1 Hen 18, 14-16; 21, 6).
Se ha invertido así o por lo menos ha quedado como insuficiente la visión del cosmos positivo y bueno que había presentado Gen 1. Vivimos en un mundo lleno de amenazas, dirigido por espíritus que se alzaron contra Dios y se negaron a cumplir su cometido. Avanzando en esta línea se dirá (o podrá decirse) que el mismo mundo es malo, como han afirmado las diversos dualismos que irán apareciendo en el entorno de la Biblia israelita y cristiana, sosteniendo que el hombre se encuentra sometido a los «arkhontes» (astros) perversos, como supone veladamente Pablo (cf. 1 Cor 2, 6-8) y aseguran de manera expresa muchos gnósticos.
Los apocalípticos abren así un camino que lleva a la especulación esotérica, la gnosis y la magia o a un tipo de espiritualismo anticósmico que concibe todo el cosmos como malo, entendiendo la salvación como salida del mundo En contra de esa tendencia, una de las afirmaciones básica de la teología paulina (sobre todo en la línea de Con y Ef) será proclamar que Cristo nos ha liberado del determinismo y de la sujeción de los astros (Rom 8, 38-39; Ef 3, 10; 6, 12; Col 1, 16; 2, 15).
Astronomía y astrología.
Presentación según libro Henoc(1 Hen 72-80) La apocalíptica se encuentra vinculada a la búsqueda sapiencial del orden cósmico, situándose así en la línea de Gen 1, que destaca la estructura buena (=bella) de la creación, organizada litúrgicamente en seis días de armonía, trabajo y alabanza, abiertos al séptimo del descanso de (que es) Dios. Pero, al mismo tiempo, la apocalíptica ha puesto de relieve el pecado de los astros (→ astros 3), que arrastran en su caída a los espíritus perversos y a los hombres (cf. Ap 12, 4). Sólo puede conocer el final o descanso sabático de la realidad cósmica y de la historia de los hombres quien ha descubierto, más allá del desorden actual, el orden bueno del cosmos.
La apocalíptica se vincula con la astronomía (astrología) sagrada. Los profetas habían destacado la novedad antropológica, la libertad humana, frente al cosmos. Los apocalípticos, en cambio, han vuelto a poner de relieve la conexión (cósmica) astronómica de la vida humana, pero no como adoración de los astros, sino como expresión del orden divino que ellos reflejan.
Para los apocalípticos duros, el pecado no es un desajuste humano (como suponen Gen 3 y Pablo, en Rom 5), sino una caída astral,pues ángeles/demonios y estrellas se encuentran vinculados: han delinquido (han perdido su armonía) y de esa forma los astros primordiales (guardianes cósmicos, ángeles); han bajado a perturbar nuestra existencia y son los causantes de nuestra condena. Sólo a partir de ese desastre o caída cósmica se puede interpretar la salvación, como nuevo descubrimiento de la realidad divina que se encuentra en el fondo de los hombres.
Ciertamente, el pecado de los hombres sigue vinculado a la violencia y opresión interhumana, pero hay un nivel de perdición más profunda, que muchos apocalípticos identifican con el pecado por excelencia, que es la mutación del calendario astral y religioso. A través de sus purificaciones y fiestas, los justos guardaban la sintonía con el orden cósmico, expresado en el ciclo de los astros (de los días del año, del mes, de la semana). Pues bien, al cambiar su calendario, los judíos infieles de Jerusalén (los no esenios o apocalípticos), se han separado del orden astral y se han pervertido, como muestra de forma impresionante la literatura de → Qumrán (que se sitúa en la línea del libro de los Jubileos).
El apocalíptico es un hombre (¿una mujer?) que sabe descubrir el orden de los astros, para expresarlo en la liturgia humana (terrestre) de las fiestas y purificaciones, pues sólo es justo (sabio) quien se encuentra en sintonía con el conjunto cósmico. En contra de lo que a veces se ha pensado, el Dios de la apocalíptico no es a-cósmico, sino Señor del recto orden del tiempo y del espacio en este mundo. Sólo es vidente apocalíptico aquel que ha sabido descubrir, en Dios y desde Dios, la estructura sacral del cosmos, pudiendo superar de esa manera el pecado de ángeles (astros) y humanos, que han pervertido el orden y armonía de los tiempos.
Testimonios básicos. Pecado de los astros, pecado de los adoradores de Astros.
Comenzamos presentando un testimonio del libro primero del «pentateuco» de 1 Henoc, llamadoLibro de los vigilantes:
«Continué mi recorrido hasta el caos y vi algo terrible: vi que ni había cielo arriba, ni la tierra estaba asentada, sino (que era) un lugar desierto, informe y terrible. Allí vi siete estrellas del cielo atadas juntas en aquel lugar, como grandes montes, ardiendo en fuego… Estas son aquellas estrellas que transgredieron la orden del Dios altísimo y fueron atadas aquí hasta que se cumpla la miríada eterna, el número de los días de su culpa…» (1 Hen 21, 1-6).
Este pasaje pertenece al libro de los Vigilantes, que vincula el pecado de los ángeles invasores, que violan a las mujeres, con la caída de los astros: el orden cósmico fundante ha sido quebrado por los siete astros fundantes (principios cósmicos, ángeles originarios) que se alzaron contra Dios y no aceptaron la ley que les había ofrecido; de su mal dependen todos los restantes; el pecado original tiene carácter astronómico. Pero donde el tema ha sido desarrollado de forma expresa, a modo de verdadero tratado astronómico es en el Libro del curso de las luminarias celestes (1 Hen 72-82), totalmente dedicado al estudio y fijación sagrada de los astros.
«Cada astro como es, según sus clases, se ascendiente, su tiempo, sus nombres, apariciones y meses, tal como me mostró Uriel, su guía, el santo ángel que estaba conmigo; y toda su descripción, como él me enseñó, según cada año del mundo, hasta la eternidad, hasta que se haga nueva creación que dure por siempre» (1 Hen 72, 1).
«Ésta es la primera ley de las luminarias: la luminaria sol tiene su salida por las puertas del cielo que dan a oriente y su puesta por las puertas del cielo a occidente… El año tiene exactamente 364 días, y la longitud o brevedad del día y la noche difieren según el curso solar… Así sale y entra (el sol) sin menguar ni descansar, sino corriendo día y noche su carrera, y su luz brilla siete veces más que la luna, aunque los tamaños de ambos son iguales» (1 Hen 72, 2.33-37). «Después de esta ley vi otra, que es propia de la luminaria pequeña, llamada luna… Cada mes cambia la salida y entrada de la luna y sus días son como los del sol y, cuando su luz es normal, es un séptimo de la luz solar… También vi el recorrido y la ley de la luna, con su curso mensual. Todo esto me mostró el santo ángel Uriel, que es su guía… En determinados meses cambia sus puestas y en determinados meses hace un curso especial» (1 Hen 73 1ss).
El texto de Henoc sigue, precisando las relaciones entre → calendario solar y lunar, con la necesidad de intercalar cada cierto tiempo un mes, para mantener siempre idéntico el ciclo y orden de las fiestas, a fin de que el tiempo celeste de los astros y el tiempo terrestre de los ritmos de la vida de los fieles sea concordante. Cuando esa concordancia se rompe surge una gran perturbación, pues las acciones de los hombres influyen en los astros, de forma que cuando se extienden las obras de los pecadores se pone en riesgo la estructura del cosmos, pues los pecados humanos y astrales están relacionados:
«En aquellos días me dirigió la palabra Uriel y me dijo: Todo te lo he mostrado, Henoc, y todo te lo he revelado, para que vieras este sol, esta luna, y a los que guían las estrellas del cielo, y a todos los que las cambian, su acción tiempo y salida. En los días de los pecadores, los años serán cortos, y la siembra en sus campos y tierras será tardía… La luna cambiará su régimen y no se mostrará a su tiempo.
Muchos astros principales violarán la norma, cambiarán sus caminos y acción, no apareciendo en los momentos que tienen delimitados. Toda la disposición de los astros se cerrará a los pecadores, y las conjeturas sobre ellos de los que moran en la tierra errarán, al cambiar todos sus caminos, equivocándose y teniéndolos por dioses. Mucho será el mal sobre ellos, y el castigo les llegará para aniquilarlos a todos» (cf. 1 Henoc 80, 1-8). Esta sacralidad cósmica ha sido amenazada por el pecado de algunos astros/ángeles y de aquellos hombres (incluso israelitas) que siguen su mentira, celebrando erradamente las fiestas del cosmos. Por el contrario, los fieles apocalípticos conocen el orden del mundo y celebran la gloria de Dios conforme al verdadero calendario, separándose de la corrupción del mundo malo.
Los apocalípticos, conocedores de los astros.
Los buenos apocalípticos leen los libros astrales, donde se encuentra la verdadera sabiduría, de manera que sus libros pueden presentarse como una expansión y despliegue de la verdad original de la → tablas celestiales. Porque habían descubierto y quisieron mantener el verdadero culto y calendario astral se separaron de resto de Israel algunos grupos apocalípticos, entre ellos los apocalípticos esenios vinculados a la literatura de Qumrán.
Esta veneración astral de la apocalíptica judía está relacionada con la religiosidad cósmica de algunos círculos de pensamiento griego y con otros tipos religiosidad oriental (sobre todo babilonia). Muchos apocalípticos, opuestos al desorden astral del mundo viejo, han sido básicamente astrónomos sagrados, iniciando así una línea que desembocará en la especulación y religiosidad astrológica de la cultura del bajo helenismo y de la modernidad.
El Nuevo Testamento ha vinculado también el pecado de los hombres con la ruptura del orden celeste, vinculando así también el orden humano y el astral:
«Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor. Las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria» (Mc 13, 24-26). Pero en contra de la observación y expectación astral de los apocalípticos, los cristianos no pueden fijar su conducta a través de una observación de los astros, pues ellos fundan su conducta en la presencia y acción del → Hijo del hombre (Mc 13, 32-34).
El Apocalipsis de Juan.
Especial atención han recibido los astros en el Apocalipsis, donde aparecen cargados de polivalencia significativa. Estos son sus sentidos fundamentales.
(a) Los Siete Astros que el Hijo del Hombre lleva en su mano (Ap 1, 16; 2, 1; 3, 1) simbolizan en principio la totalidad cósmica (celeste), vinculada al Cristo, que aparece como eje y sostén del conjunto de la realidad. Para Juan, ellos son los ángeles (sentido y plenitud) de las iglesias (Ap 1, 20). El libro del Apocalipsis ha mantenido el valor sacral del siete, revalorizando el cosmos en perspectiva cristiana. Por eso ha tomado a los astros como ángeles guardianes de las iglesias y realizadores del juicio escatológico. Algunos han pensado que esos ángeles-astros son los delegados o inspectores (obispos) de las comunidades de Asía, a las que Juan dirige las siete cartas. Pero Ap no favorece esa lectura, pues sus astros-ángeles son espíritus, custodios (vigilantes) de las iglesias, más que hombres concretos. La tradición bíblica sabe que las naciones y grupos tienen ángeles guardianes (cf. Dan 10, 13.20.21; 11, 1; 12, 1; Eclo 17, 17; Dt 32, 8 LXX). Pues bien, en el Apocalipsis, los siete ángeles aparecen como fondo o sustrato cósmico y celeste de las iglesias: frente a la Ley eterna del judaísmo (con su ciudad o templo perdurable) se revelaría aquí la iglesia originaria, expresada por los siete ángeles. Ellos pueden identificarse también con los siete espíritus de la presencia, que están junto a Dios, como intermediarios de su obra (hacen sonar las trompetas, derraman las copas del juicio: Ap 8-16).
(b) Los Doce Astros que forman la corona en torno a la cabeza de la Mujer (Ap 12, 1) son una expresión celeste de su dignidad y están vinculados de un modo simbólico a las doce constelaciones del zodíaco. Ellos, lo mismo que los siete astros de Ap 1, 20, son una expresión del carácter celeste de la iglesia, simbolizada ahora en la Mujer.
(c) El Astro de la mañana aparece como símbolo divino en multitud de pueblos, sobre todo en Babilonia, conde se vincula con Esther (cf. Is 14, 12). Pues bien, en Ap 22, 16 el mismo Cristo se identifica con el astro luciente (lucero) de la mañana que anuncia el día, para ofrecerlo (ofrecerse a sí mismo) a cada uno de los vencedores, como supone Ap 2, 28.
(d) Los Astros caídos están asociados con ángeles perversos. Así se habla de un astro que se derrumba del cielo, que envenena las aguas, con nombre de Ajenjo (Ap 8, 10-11) y/o que abre las puertas del abismo, con el nombre de → Abbadón (Ap 9, 1-11). Según Ap 12, 4 el mismo Dragón ha derribado a una tercera parte de los astros (¿ángeles perversos?); según a 6, 13 ellos caen al abrirse el sexto sello. Es evidente que ambas perspectivas no se contradicen.
CONCLUSIÓN, EL ASTRO BUENO DE LOS MAGOS BUENOS
Todos los astros de la tradición bíblica culminan en el astro/estrella de la Navidad de Jesús, que guía a los magos hasta Belén. Ésta es la lección que he querido poner de relieve en esta “víspera de reyes”. Los astros pueden desviarnos. La Biblia ha condenado la “mala astrología”, propia de adivinos engañadores, de falsos sabios “paganos”. Pero ella reconoce, con Mt 2, que hay un Astro bueno, un astro/estrella que dirige a Belén, es decir, al nacimiento de la nueva humanidad.
El astro/estrella de los magos de oriente es el verdadero “misionero cósmico”, es la sabiduría profunda del universo, que nos lleva a Belén, que es la casa del pan y del niño, del nuevo nacimiento. Quedemos hoy con la Estrella de Belén y con la promesa de la nueva humanidad, celebremos su fiesta, anticipemos su gloria. Mañana o pasado presentaré la misión actual de la estrella de la Navidad.
He desarrollado este tema a partir de mi Comentario de Mateo y de la “entrada” astros en el Diccionario de la Biblia. Una visión erudita del tema, con sus mil variaciones, en B. J. Malina, On the Genre and Message of Revelation. Star Visions and Sty Journeys, Hendrickson, Peabody MA 1985
Notas
[1] A pesar de que la estrella es simbólico/teológica, no física, algunos astrónomos han querido estudiarla, sin llegar a resultados apreciables. Cómoda visión de conjunto, para esoteristas y curiosos, en M. Crudele, Star of Betlehem, //www.disf.org/en/Voci/35.asp. Cf. también U. Holzmeister, La stella dei Magi, Civiltà Cattolica 93 (1942) 9-22; J. Kepler, De anno natali Christi (1614), en: Gesammelte Werke, München 1953, 5-125; W. E. Filmer, The Chronology of the Reign of Herod the Great, JTS 17 (1966) 283-298; R. Rosenberg, The star of the Messiah reconsidered, Biblica 53 (1972) 105-109; D. Hughes, The Star of Bethlehem, Nature 264 (1976) 513-517; G. Firpo, La data della morte di Erode il Grande. Osservazioni su alcune recenti ipotesi, Studi Senesi 32 (1983) 87-104; M. Molnar, The Star of Bethlehem: The Legacy of the Magi, Rutgers Univ. Press, London 1999.
[2] Jesús ha nacido hacia el año 6 (quizá el 7) aC, pero es imposible fijar la fecha exacta, aunque la tradición posterior (tomando como referencia la fiesta del Sol) se ha inclinado por el 25 de diciembre, a pesar de que ese tiempo y ese día parecen ir en contra del relato (simbólico, no histórico) de Lc 2, 8, donde se afirma que los pastores de Belén hacían por turnos la guardia del rebaño, al cielo abierto de la noche. Ése es un tiempo de frío y de lluvias, y es poco probable que hubiera pastores al raso en el campo. Sólo a partir de la primavera velan los pastores al raso en la noche.
Sea como fuere, ese día ha sido introducida en la Iglesia como fecha de nacimiento de Jesús a partir del siglo IV. Antes se habían propuesto otras fechas, sin insistir en ellas, y sin celebrar una fiesta especial de nacimiento (la fiesta cristiana era la pascua, bien fijada a partir del siglo II dC). Pero, tras la crisis arriana (contra el rechazo de la divinidad de Jesús), los cristianos ortodoxos empezaron a celebrar la fiesta del nacimiento “divino” de Jesús, y lo hicieron el 25 diciembre, en el solsticio de invierno, fecha en que el Sol Invicto dejaba de “caer” (inclinarse) en el horizonte y recomenzaba a crecer (en el hemisferio norte), iniciando el nuevo año solar.
Así nació Jesús y así nace cada año, litúrgicamente, el solsticio de invierno, como promesa de vida y de luz para los creyentes, como había anunciado Malaquías (Mal 3, 20), diciendo que al final de los tiempos brillaría el Sol de la justicia. También Lucas habla en el Benedictus (Lc 1, 78) del sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. igualmente Ap 21, 23). Actualmente, por razón de ajuste del “calendario gregoriano” (que no ha sido aceptado por todas las iglesias), la Navidad de Jesús se celebra en fechas distintas entre los cristianos de oriente y occidente.
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