La Palabra.
Jn 1, 1-18
«Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros»
Impresionante el prólogo de Juan. Las imágenes de las tinieblas cerrándose a la Luz, o de Dios acampando entre nosotros, son sencillamente geniales. Y lo más importante del pregón: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer».
En Jesús hemos visto que Dios es Padre, Palabra y Viento; Padre con el que podemos contar, Palabra que nos señala el camino para que no tropecemos, y Viento que nos empuja a sacudirnos la esclavitud a que nos someten las pasiones y tomar las riendas de nuestra vida.
Y esto significa que Dios no es un arcano inaccesible, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida. Y saber cómo es Dios para nosotros es a la vez saber cómo es nuestra vida, es fuente de seguridad, estímulo y luz para los seres humanos.
No es la razón la que descubre o se inventa a Dios, sino que el ser humano lo busca porque su naturaleza lo necesita… y lo encuentra porque Él le sale al encuentro. Para los cristianos, ese lugar de encuentro entre Dios y el hombre es Jesús. Dios se manifiesta en Jesús, un hombre. Dicho de otro modo, en un ser humano, Jesús de Nazaret, el cristiano ve a Dios. Como decía Ruiz de Galarreta: «Éste es el quicio fundamental de quien se llame cristiano: creer que Jesús es visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad».
Dios es la perfecta sabiduría, y Jesús es la sabiduría de Dios ofrecida a los seres humanos. Es la sabiduría de vivir con sentido; de llenar la vida de cosas que merecen la pena; cosas que nos marcan el camino de la felicidad. Y no se trata tanto de salvar el alma —si Dios es Abbá el alma está salvada de antemano—, se trata de salvar nuestra vida de la banalidad, de la mediocridad, del sinsentido, del vacío, de la angustia…
Para un cristiano, Jesús es como una luz encendida en la oscuridad que permite caminar sin tropezar. Si entramos en una habitación oscura no podemos avanzar porque nos tropezamos con sillas y mesas, pero si alguien le da al interruptor de la luz, situamos cada cosa en su sitio y podemos movernos por ella con seguridad.
Jesús es la luz.
Pero hace falta creerle. Fiarnos más de sus criterios que los criterios del mundo; admitir en lo más hondo de nuestro ser que es más dichoso el que comparte que el que acapara, el que sirve que el que se deja servir, el misericordioso que el implacable, la víctima que el verdugo, el que abre sus ventanas de par en para a la luz, que el que se encierra a cal y canto en sus tinieblas.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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