Dios es encarnación.
DOMINGO 2º DE NAVIDAD (C)
Jn 1,1-18
Por dos veces en este corto tiempo de Navidad nos propone la liturgia este evangelio. Ni en dos ni en diez homilías agotaríamos el contenido de esta página de la Escritura; sin duda la más sublime que se haya escrito nunca. Es imposible de comprender desde la racionalidad. Cualquier explicación que demos, será descabellada, porque solo la vivencia interior nos puede aproximar a lo que quiera decir y nunca a comprender todo su sentido. Lo que intentamos a continuación es dar pautas para superar la tentación de explicarlo.
La frase “y Dios era la Palabra” podría traducirse por un ser divino era el proyecto, puesto que “Theos” no lleva artículo. El cambio de perspectiva, demuestra la dificultad que tenemos para aceptar la encarnación. No terminamos de creer que Dios está en el hombre y hacemos decir al evangelio lo que no dice. Haciendo Dios a Jesús nos dispensamos de aceptar a un Dios fundido con lo humano. Ni Dios tiene que hacerse hombre ni Jesús tiene que hacerse Dios. Por Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos sino en el hombre, en todo ser humano.
“… estaba junto a Dios“: Esta frase expresa a la vez dos cosas: Proximidad y distinción. El (pros ton theon) sería: vuelto hacia Dios, volcado sobre Dios. El sentido más aproximado sería: En íntima unión con Dios, fruto de una relación, sin considerarlo absolutamente idéntico a Él. Recordemos que el mismo Jesús dice: “El Padre es mayor que yo”. Aunque también dice: “Yo y el Padre somos uno”. Para un judío era imposible aceptar otro ser equiparado a Dios. En cambio para los griegos, el peligro estaba en interpretar la existencia de otro ser igual a Dios como politeísmo. La primera comunidad cristiana se desarrolló entre las dos culturas. Y tuvo dificultad para expresar la relación de Jesús con Dios.
“En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Otro texto que solemos entender al revés. La iluminación viene precisamente porque ha llegado la Vida. Esta idea va más allá de la mentalidad judía. Para ellos la Ley era la luz que ilumina y salva. Sin luz (Ley) no podía haber vida (salvación). La idea de que la Vida es anterior a la luz es clave para entender el evangelio de Juan. Dios por medio de la Palabra, comunica la Vida, y es esta Vida la que ilumina, la que permite la comprensión de lo que es Jesús y de los que es Dios. Se entiende mal si se quiere ver en Jesús un maestro de verdades que dan vida. Jesús es dador de Vida, porque nos hace descubrir la que el Padre le ha dado a él.
Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. Con frecuencia pasamos por alto esta seria advertencia repetida tres veces. En Jesús se hizo patente Dios, pero a pesar de ello, muy pocos fueron capaces de descubrir esa presencia. Hasta a los más íntimos, que vivieron con él durante años, les costó Dios y ayuda descubrir la realidad de Jesús. Hoy la culpa de que el mundo siga sin reconocer a Jesús la tenemos los que decimos seguirle. Hablamos demasiado de Jesús, pero la verdad es que a la hora de vivir lo que él vivió, dejamos mucho que desear. Si todos los que nos llamamos cristianos lo viviéramos, todo cambiaría.
“Pero a cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Recibir a Cristo significa creer en él, identificarse con él, repetir la actitud y la relación con Dios que él tuvo. “Les dio poder para ser hijos de Dios” no quiere decir que, desde fuera se haya añadido algo a lo que eran. Se trata del descubrimiento de una realidad que está en todos y cada uno de nosotros. Jn deja muy clara la diferencia entre ser Hijo referido a Jesús y ser hijos, referido a nosotros. Determinar esa diferencia es una de las claves para entender todo el mensaje de Juan. “Subo a mi Padre y vuestro Padre…”
En el AT, el título de hijo de Dios se aplicaba: a) A los ángeles. b) Al rey. c) Al Sumo sacerdote. d) Al pueblo judío en conjunto. Ninguna de estas ideas sirve para comprender lo que Juan quiere decir. Los primeros cristianos “Hijo de Dios” lo entienden en sentido mesiánico, el enviado a cumplir una tarea de salvación. Nada que ver con la generación ni con su identidad sustancial con la divinidad. El mensaje de Juan va más allá de todo lo que podemos encontrar en el AT y en la primera comunidad sobre un Mesías Salvador. Este lenguaje es fruto de setenta años de experiencia mística cristiana y muestra una comprensión de Jesús que no podían tener los apóstoles ni sus primeros seguidores.
A pesar de lo dicho, la raíz de la idea de Hijo que Juan quiere trasmitirnos, hay que buscarla en la Sabiduría de los libros sapienciales. Como veíamos en la primera lectura de hoy, la Sabiduría existía antes de la creación, participaba de la Vida Divina y era el agente de la creación. Esta idea unida a la cristología mesiánica da origen a la genial visión de Juan: “Hijo de Dios” o simplemente “el Hijo”. El ser preexistente, vuelto hacia el Padre, que se hace carne para llevar a cabo el encargo (proyecto) del Padre: hacernos hijos.
Es una nueva perspectiva para entender lo que quiere decir el NT con los conceptos de Padre e Hijo. Para un semita, era verdadero hijo el que obedecía en todo al Padre; el que salía al padre. Cuando a una persona se le quería introducir en el ámbito de la familia se le llamaba hijo. Lo más importante de ser hijo, no es la dependencia biológica, sino actuar como el padre actúa. Que Jesús es Hijo de Dios no lo adivinamos porque comprendamos su naturaleza, sino por ver que actúa como Dios. Nacer de Dios sería actuar como Dios.
“Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Juan no da ninguna importancia a la procedencia biológica. Después de dejar clara su preexistencia, comienza su evangelio con el verdadero nacimiento, el del Espíritu. Dice el Bautista: “Yo he visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él”. Aquí deja claro que la generación biológica no tiene importancia. Lo que importa es nacer de Dios. A Nicodemo le dice Jesús: “Hay que nacer de agua y de Espíritu”.
“Y la Palabra se hizo carne…” Carne es el hombre sometido a su debilidad, pero susceptible de recibir el Espíritu. Carne no es lo contrario de espíritu, sino la posibilidad de que el espíritu se manifieste. En la antropología judía no existía el concepto de alma y cuerpo. Para ellos el ser humano era un todo indivisible; pero se podía descubrir en él distintos aspectos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. Cuando dice: se hizo carne, quiere decir que la Palabra asumió la totalidad humana hasta lo más bajo del ser humano. La revelación de Dios es una realidad tangible.
La revelación de Dios no es una verdad enseñada sino su misma persona. Al hacerse carne, la Palabra ni dejó de ser Palabra, ni dejó de ser Dios. Al contrario, al hacerse carne la Palabra desarrolla su esencia al máximo. La finalidad de la palabra es comunicar. En la encarnación Dios se comunica de modo insuperable. En la encarnación la Palabra sigue siendo Dios, pero manifestado, Dios-con-nosotros. Todo ser humano de cualquier condición es ahora la nueva localización de la presencia de Dios. Ya no debemos buscar a Dios en la tienda del encuentro ni el templo, sino en el hombre.
Fray Marcos
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes