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La Navidad de los niños violados

Martes, 28 de diciembre de 2021

eb50698dad82e194d14cb94839d1e468“La Iglesia ha de ser un hogar de acogida para niños violados, abandonados, enfermos, descartados”

No digo violados “por” algún tipo de clero, ni tampoco  enla Iglesia, sino violados sin más, por quien quiera que fuere.

La iglesia o “casa” de Jesús ha de ser siempre, y especialmente en Navidad, un hogar de acogida para niños violados, abandonados, enfermos, descartados, víctimas de algún tipo de tráfico o trata  laboral o sexual, afectiva, sanitaria o económica.

Digo esto cuando acaba de anunciarse una investigación sobre delitos de pederastia en la iglesia española, no sólo en el clero, aunque el clero ha podido tener una responsabilidad significativa. Más que la iglesia y el clero me importan hoy los niños violados, ante la Navidad, que es precisamente la fiesta en que ellos nacen (han de nacer) en manos de un “Dios” (=una sociedad, una familia), que quiera ofrecerles una garantía de crecimiento y maduración respetuosa, gozosa, llena de vida, en un mundo que nace nuevamente con ellos.

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 Ayer presente en este blog una nota sobre las condiciones necesarias para una buena celebración de la Navidad: Que haya una madre y un padre (María, José), con un entorno social que acoja al niño en la vida, que le quiera, que le cuide, que eduque, en un pueblo, aunque conforme a la narración Lc 2, 1-4, el pueblo no quiso recibirle (no le ofreció lugar en la posada, de manera que tuvo  que nacer entre animales, en un mundo donde, conforme a Mt 2, los políticos de turno como Herodes no quisieron recibirle, porque les parecía peligroso que nazca un niño nuevo, hijo de emigrantes y de indeseados.

Sigue diciendo la “historia” de Mt 2 que aquel rey organizó una gran matanza o “violación” directa o indirecta de niños, aunque no logró matar a Jesús, porque José y María fueron más hábiles y lograron llevarle como refugiado a Egipto. Pues bien, de los niños violados o en riesgo de “muerte” afectiva quiero tratar hoy, cuando los periódicos de España anuncian, de modos diversos, que la Iglesia quiere promover una investigación de los casos de abusos “clericales” (yo diría eclesiales, sociales) de pederastia en España, pues sólo así celebrar mejor la Navidad, con la esperanza de que Dios guarde a todo “españolito que va a nacer”, a fin de que ninguna de los dos o quince Españas vaya a helarle el corazón (A. Machado, Proverbios y Cantares).

Una pederastia que hiela el corazón. Tres casos

abusosTengo ochenta años y medio, algo he vivido a muchos he escuchado, y he sentido muy cerca el riesgo de una pederastia que hiela el corazón.

El primer caso es de la hija de un amigo íntimo, hace unos 45 años. Vivía ese amigo en una ciudad de Castilla, y su hija adolescente me tenía gran cariño. Me llamó el padre un día y me dijo “vente; si no tiene coche te pago un taxi, ahora, sin esperar”. No pregunté más, cogí el coche. Me esperaban llorando el padre y la madre: Ha tomado una caja de pastillas, acaban de traerla del hospital y parece que está bien, pero no quiere decirnos absolutamente nada, aunque tenemos la impresión de que quiere hablar contigo.

       Quedé con ella y me habló. Un cura de la parroquia había querido violarla. No había pasado nada grave-grave, pero el mundo había terminado para ella. Logré tranquilizarla un poco y le dije: “Vamos, se lo contamos a tus padres”. Ella me hizo prometer que no diría nada: “Mi padre le mata, le mata con la escopeta”. No contamos nada, ni a su madre. Logré que la tratara una médico-psiquiatra en Salamanca. Salió adelante, se casó (¡no ha pisado nunca más una iglesia!). Su marido me quiere mucho más de lo que yo merezco, sus nietos me llaman abuelo. Un buen fin… con ruptura de iglesia para siempre.

El segundo caso es una profesora de lengua, la más linda, la mejor de una ciudad de Castilla. Había estudiado en Salamanca, nos conocíamos entonces. Venía con cierta frecuencia y tomábamos un café, ella envuelta siempre en su tristeza, en los años 80 del siglo pasado. Cuando era niña de primera comunión la había “manoseado” un tío (tío de familia, no cura); no se lo había contado a nadie, no había logrado superar el shock, era como si la estuvieran violando cada día. Era profesora genial, alegre en clase, guapa, llena de pretendientes, pero ninguno logró encender su corazón helado, ni médicos, ni pastillas…sólo los alumnos adolescentes le daban cierta alegría. A diferencia de la chica anterior, se refugió en la religión, llena de misas, pero sin paz en el corazón, llorando sin fin los pecados de su tío. Y así murió hace unos años, aun relativamente joven, sin que nadie ni nada lograra caldear su corazón. Una de las razones por las que creo en la resurrección es porque si hay Dios (¡y lo hay) debe resucitar como Jesús a mujeres inocentes como ésta, a quien un tío cínico, impotente y malo heló el corazón para siempre, en este mundo.

El tercer caso es más reciente, y es otra vez de un cura, de los cientos que he conocido como profesor de la facultad de teología de Salamanca, a la que venían casi todos los seminaristas de Castilla y León. Veladamente le acusaron en cierta prensa, sin prueba ninguna, de una posible pederastia en su etapa antigua. Aludí a ello en cierto boletín digital, cosa que quizá no debía haber hecho, sin citar el nombre, diciendo que para ciertos pederastas podía ser bueno reconocer su responsabilidad (sin confesiones generales, sin bombo y platillo), asumiendo su posible “culpa” y renunciando a su ministerio, reconciliándose, si fuera posible, con las víctimas, iniciando en la iglesia un camino distinto, con nueva humanidad, con trasparencia, sinceridad y amor, sin lograr nada. Quise ir a verle, para hablar con él, pero  no fue posible, pero murió, joven aún, antes de vernos, tras una vida apostólica intensa, impecable, madura. Fue al final un gran cura, aunque le habían acusado de ciertas inclinaciones pederastas.

Veritatam facientes in charitate. Haciendo la verdad en el amor

abusosEstos tres ejemplos me permiten situar mejor el anuncio de que la iglesia de España, a consecuencia de ciertos informes de prensa (entre ellos los de mi alumno I. Domínguez de El País), con presiones del papa Francisco. quiere investigar los casos de pederastia clerical. Quiero que esa investigación se haga, con gran caridad, para bien de todos, para verdad de la Iglesia. Quiero que ella dé ejemplo, que demos ejemplo todos, sin miedo, para que ella y toda la sociedad pueda celebrar la Navidad como fiesta de niños que nacen no nacen para ser “violados”, sino para ser queridos, cuidados, protegidos, educados, para que alcancen madurez y amor personal con libertad, ilusión creadora y amor a la vida.

Algunos me han dicho “que se haga la investigación, caiga quien caiga, aunque sea obispo mitrado o sacristán de pueblo”. Les he respondido: “hágase la investigación, con amor, en verdad, para que todos podamos resucitar (nacer a la vida, en perdón, trasparencia y amor nuevo), desde el sacristán hasta el posible archi-diácono. Que se haga la investigación, pero no solo de la iglesia, sino de otras instituciones donde el riesgo de pederastia ha sido y sigue siendo mayor.

Quiero que la Iglesia realice esa investigación, pero no porque se lo manda otro tipo de autoridad social, no porque existan en ella más casos de pederastia, sino porque quiere ser ejemplo de sinceridad y transparencia, en la línea de Jesús que, respondiendo a Pilato que le preguntaba si era “rey” respondía que lo era, porque su tarea consistía en dar testimonio de la verdad.

En esa línea quiero recordar que la tarea principal de la iglesia consiste en “dar testimonio de la verdad”, veritatem facientes in charitate, esto es, “haciendo la verdad con amor” (Ef 4, 15). Según eso, la verdad no es algo que está hecho, fuera de nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos que hacer (realizar) la verdad, en amor, en trasparencia.

Conforme a una visión extendida desde antiguo, se dice que hay una verdad ya hecha (que se identifica quizá con Dios o con ciertos “dogmas” o principio sociales y políticos) y que los hombres debemos someternos a ella. Pues bien, en contra de eso, conforme a la Biblia y al cristianismo (desde el Éxodo hasta el Apocalipsis), la verdad no es algo ya hecho de antemano, sino algo que nosotros debemos realizar.

Así dice San Pablo: “Debéis hacer la verdad con amor”. Hacer la verdad significa ser verdaderos, ser verdaderos, auténticos, fiables. Por eso, ella (la verdad, que se identifica en el fondo con la vida) es algo que debemos “ir haciendo”, siendo nosotros “verdaderos” (creadores de verdad). Esta visión bíblica y cristiana de la verdad (entendida como emeth, emuna) debe distinguirse de la verdad filosófica de Grecia y de la verdad “judicial” de Roma.

Para los griegos, la verdad es aletheia, quitar el velo que oculta el interior de las cosas. Según eso, la verdad se “prueba” pensando, en un tipo de “ciencia superior” o contemplación.

Para los romanos, la verdad es veritas, aquello que se prueba y define a través de un juicio, en un sentido “forense”; en nombre de una ley, los jueces deciden aquello que es verdadero o falso.

Por el contrario, para los judíos de la Biblia y para los cristianos, la verdad, emeth-emuna-amén, es aquello que los hombres van “creando” con amor. En ese sentido me importa que la iglesia “muestre” su verdad, poniéndose al servicio de la vida, en gratuidad, superando todo tipo de pederastia. Por eso nos decía san Pablo: Que hagamos la verdad (lo que es verdadero, fiable…) con amor.

Una “escuela” de verdad, más que un tribunal de pederastia

Más que un tribunal de pederastia (que en este momento me parece necesario, por la sospecha generalizada que hay en torno a un tipo de iglesia), quiero que ella sea una “escuela de verdad”.

Ciertamente deseo que se establezca un tipo de “tribunal de pederastia” (como en otro tiempo había un tribunal de sangre y de inquisición), con imparcialidad, con perdón, con amor… Un tribunal que no empiece extendiendo una nube de sospecha sobre todos los eclesiásticos, ni linchando moral y socialmente a muchos… Un tribunal que no sea sólo para (contra) la Iglesia, sino para toda la sociedad, para bien de los “violados” (a los que no se les repara sólo con dinero, aunque el dinero sea a veces importante. Un tribunal que sirva, al mismo tiempo, para rehabilitación de los violadores.

Lo que importa no es imponer desde arriba un tipo de “verdad” quizá manipulada, sino crear verdad, esto es, crear espacios de comunicación auténtica, de vida fiable para todos, en especial para los niños. No existe en occidente ninguna institución que haya hecho por los niños tanto como la iglesia, desde el principio hasta el siglo XXI en que estamos.

Como digo, puede ser importante (y en este momento necesario) un “tribunal de pederastia”, pero no para quedarnos ahí, sino para crear una escuela de “verdad”, como Pablo en Efesios: Debéis crear verdad (vida verdadera, fiable, auténtica) con amor, retomando los cuatro nombres fundamentales de Dios:

  • ¡Yahvé, Yahvé, Dios entrañable (rehem)
  • y lleno de gracia (hannun),
  • lento a la ira y rico en lealtad (hesed)
  • lleno de verdad (‘emunah),   (Ex 34, 4-7).

  Estos son los cuatro nombres de Dios, nombres que definen la existencia humana, según la Biblia. Esos nombres marcan un tipo de compromiso y vida al servicio de la verdad, de la libertad de los niños, en contra de la pederastia, que les utiliza para “utilización” social y social. La pederastia más llamativa es la de tipo “sexual”, pero también otras muy dañinas.

  1. 1. Dios (=la Vida) es Rahum (rehem), amor entrañable. Esa palabra, vinculada al vientre materno, expresa el cuidado de una madre por aquellos que brotan de su entraña y necesitan su cuidado, evocando así la más honda experiencia de Dios en la Biblia, la primera de todas las tareas del ser humano, que consiste en acoger a los niños y cuidarles, para que viva. Significativamente, los idiomas semitas (hebreo, arameo, árabe) vinculan la misericordia con el vientre materno (el origen y cuidado de la vida). Frente a la “pederastia” que consiste en aprovecharse de los niños para el propio placer, la Biblia define a la vida como rehem, amor entrañable que acoge y cuida a los niños. Todo lo que no sea amor entrañable, creador, termina siendo pederastia.
  2. Dios (=la vida) es Hannun (hen), amor gratuito, de la raíz hebrea hanan, que significa gracia (cf. Hanna/Ana, la Agraciada). Dios aparece como aquel que acoge y ayuda a los hombres de un modo gratuito, sin necesidad de imponerse con violencia sobre ellos, para dominarles. Éste es el segundo principio de la vida humana: Frente a la pederastia que consiste en aprovecharse de los niños para placer propio, la vida verdaderamente humana ha de ser “hen”, amor de gratuidad, dirigido en especial a los niños… Al niño no se le puede querer, acoger y cuidar por ninguna finalidad egoísta (sexual, social…). Se le ha de querer gratuitamente, para que él sea, para que viva, para que escoja en libertad su camino.
  3. Dios (=la vida) es Hesed, fidelidad, una palabra incluye también cercanía y ayuda entrañable respecto a los niños, como en los casos anteriores, pero añadiendo un matiz importante de lealtad o fidelidad al “pacto” de la vida, es decir, a la palabra dada al engendrar y acoger a un niño. Ese primer pacto de la humanidad consiste en ser “hesed/hasid”, leal, justo y amoroso con los niños, no engañarles, no aprovecharse de ellos. Éste es el primer pacto, el primer principio de la vida humana. Como vengo diciendo, la pederastia es aprovechamiento de los niños, para provecho o placer propio. En contra de eso, el primer pacto o ley de la familia y de la sociedad, de los pequeños estados y de los grandes imperios consiste en defender los “derechos de los niños”: Derecho al afecto y a la educación, derecho al alimento y a la casa, derecho a la vida y a la libertad, derecho a la igualdad, por encima de naciones y clases sociales. Más que la posible gloria de los estados y más que el poder de la empresa y capital del mundo entero importa la educación afectiva, intelectual y social de los niños que empiezan siendo todos “iguales” (igualmente pobres, igualmente necesitados de ayuda).
  4. Dios (=la vida) ha de ser finalmente ‘Emet/Emunah, una vida que ofrece seguridad, una vida que es viable. El último rasgo de este Dios es su verdad, que no es simple veracidad, ni descubrimiento de algún misterio oculto, sino firmeza, esto es, cumplimiento de la palabra dada. Sólo con amor (misericordia, gratuidad, fidelidad al pacto de la vida) podemos “crear la verdad”, como dice San Pablo: Veritatem facientes in charitate: Crear verdad con amor.

      En ciertos momentos, en ciertas instituciones como puede ser la iglesia, puede ser conveniente (incluso necesario) establecer un tribunal de pederastia, para conocer cómo han ido las cosas, para impedir fallos y malformaciones.  Pero mucho más que ese tribunal importa crear una “escuela de verdad” (de crecimiento en libertad y amor) para los niños.

El hecho de que al clero se le pueda “juzgar” por pederastia constituye una gran noticia para el evangelio, para la iglesia, para los niños. Puede nacer una nueva etapa y tarea de vida para la Iglesia. Esta Navidad 2021 puede ser el principio de una navidad sin niños violados para la Iglesia

Conclusión. Una navidad sin pederastia. Que los niños puedan nacer y creer con amor y fidelidad en la iglesia.

      Tal como están las cosas, quiero que la iglesia de España establezca libremente un tribunal de pederastia…, pero no para quedarnos ahí, ni para condenar a los eclesiásticos como peores que los otros (que no lo son), sino para que la iglesia se establezca como escuela de verdad, partiendo de la misericordia, gratuidad y justicia (lealtad), como indicaba Ex 34 y como ha ratificado Jesús con su vida (con su amor a los niños, su muerte a favor de ellos).  Mejor hubiera sido no necesitar este tribunal. Pero algunos miembros del clero han podido caer en el riesgo de creerse por encima de la ley civil y por encima del mismo evangelio.

   El hecho de que al clero se le pueda “juzgar” por pederastia constituye una gran noticia para el evangelio, para la iglesia, para los niños. Puede nacer una nueva etapa y tarea de vida para la Iglesia. Esta Navidad 2021 puede ser el principio de una navidad sin niños violados para la Iglesia.

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