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Archivo para Sábado, 25 de diciembre de 2021

Navidad ¿qué va a cambiar?

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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***

 

 

El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

*

W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , , , , ,

Natividad del Señor

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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Leído en Koinonia:

Misa del día

Isaías 52,7-10

Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo responsorial: 97

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.

Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.

Hebreos 1,1-6

Dios nos ha hablado por el Hijo

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”, o: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.”

Juan 1,1-18

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”” Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

 

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
(25 de diciembre de 1977)

Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.

Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.

PROLONGAR LA ENCARNACIÓN

Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.

NAVIDADES TRISTES

Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que “en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos”. En otra carta parecida dice: “Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad”. Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad. Leer más…

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“El rostro humano de Dios”. Natividad del Señor – C (Lc 2,1-14 / Lc 2,15-20 / Jn 1,1-18)

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos detenemos en algunas afirmaciones centrales.

«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.

Pero Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que solo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.

«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer».

No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente para acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús.

Cómo cambia todo cuando captamos por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más sencillo y claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.

José Antonio Pagola

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“Natividad del Señor. Tres misas el mismo día”. 25 de diciembre

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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62A8447D-D6C4-4A16-A106-872D8E4E133ADel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Natividad del Señor

Tres misas el mismo día

La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.

El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor.

El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.

El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.

Misa de media noche

Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14-15).

En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora.

La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio.

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

En El Danubio rojo, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar en un tren el villancico «Noche de Dios». Ese es el ambiente más adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos:

el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón;

el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica;

la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;

Habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.

Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:

Se gozan en tu presencia, como gozan al segar,

como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro,

los quebrantaste como el día de Madián.

Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre

serán combustible, pasto del fuego.

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:

lleva a hombros el principado, y es su nombre:

«Maravilla de Consejero, Dios fuerte,

Padre de eternidad, Príncipe de la paz».

Para dilatar el principado con una paz sin límites,

sobre el trono de David y sobre su reino.

Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho,

desde ahora y por siempre.

El celo del Señor del universo lo realizará.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

Querido hermano: Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras. 

 

¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14)

El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.

El nacimiento de un niño pobre

Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar.

Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).

Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.

Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación?

El Salvador, el Mesías, el Señor 

En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente, un ángel del Señor se les presentó, la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:

-No temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial que alababa a Dios diciendo:

-Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.

Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz.

¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.

Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.

25 de diciembre

Misa de la aurora

El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.

Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20)

Sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado». Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.

María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.

Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.

El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra:

«Decid a la hija de Sión: Mira a tu salvador, que llega.

El premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede».

Los llamarán «Pueblo santo», «Redimidos del Señor»,

y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».

Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12)

Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.

La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía.

Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7)

El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.

Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos.

Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).

Querido hermano: Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

25 de diciembre

Misa del día

La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.

«El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10)

El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador.

Qué hermoso son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios. 

«El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6)

Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor.

Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final».

Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles.

San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria.

En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»? Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

La historia del Verbo de Dios (Juan 1,1-5.9-14) (forma breve)

Dos advertencias:

1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas.

2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.

Segunda etapa: el Verbo y la creación

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.

Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.

Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros. 

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión final

El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.

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25 Diciembre- Solemnidad de la Natividad del Señor

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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“… y habitó entre nosotros”

(Jn 1, 1-18)

Te voy a contar una situación real. Una chica cristiana, no practicante, bastante indiferente ante la iglesia, empezó a trabajar en un centro de educación religioso. A comienzos de diciembre la directora le estuvo enseñando el belén, que ella misma había estado colocando durante el fin de semana con algunos familiares. Un belén muy grande, puesto con mucho cariño y gusto, a sabiendas de que lo iban a admirar los alumnos, los trabajadores del centro, las familias de los alumnos… Tenía un sinfín de detalles, hasta un huerto con calabazas. Esta chica, a pesar de su fe adormilada, estaba enamorada de las fiestas navideñas. Las comidas familiares, cenas con amigos, las luces de las calles, los adornos, villancicos, la cabalgata de los reyes magos, hasta del cortylandia; de todo ese ambientillo que se crea y respira estos días.

Ahí estaba ella, entusiasmada con el belén que tenía delante, cuando se dio cuenta de que faltaba el Niño. Dudó entre decírselo o no a la directora ya que pensaba que se le había olvidado. Al final le preguntó: “¿y el niño?”. La religiosa no disimuló su sorpresa ante la pregunta y tras unos momentos de silencio contestó: “Es que todavía no ha nacido Jesús, lo pondré el día 24 por la tarde”. Más sorprendida se quedó la chica por esa ocurrencia de esperar hasta el día de Nochebuena para poner al Niño en su pesebre, hasta entonces vacío.

Ya ha llegado el día, es Navidad. Y esto de caer en la cuenta de cuándo ponemos al Niño en el belén, puede ser un buen termómetro que nos indique desde dónde celebramos la Navidad: desde el dejarnos llevar por lo externo o desde la fe. Porque, ¿qué celebramos en realidad?, ¿el nacimiento de Jesús, sin más, o que esa Palabra que ya existía en el principio se hizo uno de los nuestros? Sí, uno de los nuestros, un ser humano con su proceso, como tú y yo; desde su nacimiento, hasta la muerte, y, mientras, habitando entre nosotros. Esa Palabra, que es Dios mismo, hoy vuelve a nacer con el deseo de vivir la realidad del mundo, la nuestra.

Oración

Bendita seas, Trinidad Santa.
La que eras en el principio, la que eres hoy y la que serás por todos los siglos.
Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La Vida que había en la palabra es la misma que hay en mí.

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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NAVIDAD (C)

Jn 1,1-18

En el texto de Lucas de anoche encontramos un relato simbólico del nacimiento de Jesús. En el de Juan, que acabamos de leer, afrontamos un relato metafísico. Es imposible comprender racionalmente que hacen referencia al mismo hecho. En ambos se quiere comunicar el misterio de la encarnación. Pero al hablar de Dios, una sutil variación puede marcar diferencias abismales. Decir que nace Dios es excesivo. Nace un niño divino, como todos. Decir que nos nace un salvador es incorrecto, porque nos mete en la dinámica de una salvación que tiene que venirnos de fuera.

El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (En el principio ya existía la Palabra). Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro. (La Palabra estaba junto a Dios). Que aunque distintos uno y otro eran lo mismo (La Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posteriores a Nicea. El texto de Juan, al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de Todo. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre.

Al traducir ‘Logos’ por Palabra, se pierde la originalidad del concepto que quiere expresar el texto. La palaba ‘Logos’ ya existía, pero el concepto que Juan aporta es nuevo. ‘Logos’ se encuentra por primera vez en Heráclito. s. VI a C, (precisamente en Éfeso, donde se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro de todo lo que fluye. La utilizan los estoicos, Platón y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces. En el NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico del prólogo que estamos comentando.

Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. No se repite más, ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una profunda experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podíamos decir que es el Proyecto eterno que esa comunidad descubrió realizado en Jesús. Es muy interesante la expresión: “junto a Dios”, en griego: vuelto hacia…, volcado sobre… Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión por relación pero no se confunde con Dios.

“Por medio de la Palabra se hizo todo”. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del significado primero de las palabras. Quiere decir que Dios, al concebir una idea, está creando lo que significa esa idea. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata solamente de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto material y espiritual.

En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. No me explico por qué tenemos tantas dificultades para entender esto correctamente. El texto no dice que la luz me llevará a la Vida, sino al revés, es la Vida la que me tiene que llevar a la luz, es decir, a la comprensión. No es el mayor o mejor conocimiento lo que me traerá la verdadera salvación, sino la vivencia dentro de mí. Dios, que es Vida, está en mí y me comunica esa misma Vida; todo lo demás es consecuencia de vivir esta realidad. Lo que salga de mí será la manifestación de esa Vida-salvación.

Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Juan se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qunrám se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. Dudo que lo hayamos descubierto nosotros.

Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: a los que confían en lo que significa Jesús y lo viven, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque identifiquemos su naturaleza con la de Dios.

Y la Palabra se hizo carne. Meta de todo lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja un margen para el misterio. En la antropología semita, en el hombre se podían apreciar cuatro aspectos: hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne sin dejar de ser Logos. Sin dejar de estar volcado sobre Dios se identifica con lo más bajo del ser humano.

Los cristianos no hemos sido aún capaces de armonizar la trascendencia con la inmanencia en Dios y en nosotros. En nuestra estructura mental cartesiana, no cabe que una realidad sea a la vez material e inmanente y trascendente. Nuestra razón no puede comprender las realidades que están más allá del tiempo y el espacio. Por eso nuestro lenguaje sobre Dios es siempre ambiguo. Dios está más allá que toda realidad, pero a la vez es el fundamento de todo, está siempre encarnándose. En Jesús esa encarnación se manifestó claramente. De esa manera nos abrió el camino para vivirla nosotros. Nos da poder para ser hijos de Dios.

En la eucaristía, tomamos conciencia de nuestras limitaciones, patentes en nuestra manera de actuar. Si descubrimos la actitud de Dios para con nosotros, amor que nos acepta como somos, por lo que Él es, no por lo que somos nosotros, tomaremos conciencia de su presencia en lo hondo de nuestro ser y nos identificaremos con esa parte divina de nuestro ser. Desde ahí, intentaremos que nuestra vida esté de acuerdo con ese ser descubierto. Se trata de dejar que nuestro actuar surja espontáneamente de nuestro verdadero ser. Si no descubrimos y nos identificamos con nuestro verdadero ser, nuestra vida cristiana seguirá siendo artificial y vacía de verdadero sentido cristiano. Seguiremos intentando ser fieles a una programación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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siria03_32217_11Jn 1, 1-18

Vino a los suyos, a ti y a mí. ¿Le recibimos? ¿Le dejamos hacernos hijos e hijas de Dios?

Después del relato entrañable que escuchamos y saboreamos en la eucaristía de Nochebuena, siempre me ha sorprendido la seriedad del evangelio de la misa de Navidad. Parece que no sea el día más apropiado para un texto tan profundo y hasta complejo a primera vista, ni para una reflexión tan honda. Quizá esta percepción sea solo fruto del ambiente alegre pero un tanto superficial que estos días vivimos, en el que el motivo de la alegría, el hecho de la Navidad, queda arropado y a veces hasta oculto en tantas otras cosas.

Vamos a intentar acercarnos a este texto, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, como un regalo de Navidad, porque eso es, un texto para contemplar anonadados y emocionados, para descubrir en él la Buena Noticia de la Navidad.

A pesar de toda su solemnidad, es un texto que nace de la experiencia de fe de nuestras primeras comunidades y, como tal, llega a implicarnos, a sumergirnos, a cada uno de nosotros en el misterio de la Navidad. Os invito a pararnos en algunas expresiones que nos pueden sonar más claras y sugerentes:

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” Dejemos que resuene en nuestro interior esta noticia. Dios, nuestro Dios, que como buen padre-madre había intentado muchas veces y de muchas maneras comunicarse con nosotros (Cfr. Heb 1,1), decirnos cómo es y cómo nos ama, ahora va a por todas, como dirían nuestros chicos. Se hace carne, humano, niño, frágil… tan parecido a mí que me es posible entenderle. Me habla desde dentro, en mi lenguaje. Lenguaje y palabra que ha tomado carne en Jesús. Al contemplarle en la cuna, en la calle, en la creación, en la historia, entiendo cómo es Dios. Entiendo cómo me ama y me salva. Y no solo por cómo nos lo explican los teólogos, los que más piensan y estudian, fundamentalmente porque nos fiamos de estos primeros hermanos que nos dicen:  “Nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” en ese nosotros estamos tú y yo. ¿Hemos visto su gloria?, ¿Dónde, cuando tuvimos la sensación honda de que en medio de una situación profundamente humana estaba presente Dios? ¿La percepción de que en las palabras de un amigo nos hablaba el Señor?

“Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”. Siempre me ha impresionado esta afirmación. Vino a los suyos, vino a aquellos que se pasaban la vida diciendo “Ven Señor”, como los profetas, pero que quizá nunca sospecharon que respondiese, “Voy” estoy llegando, y he venido para quedarme… Sin duda somos de los suyos. Hemos rezado muchas veces este Adviento, y muchos otros: ¡Ven Señor! Nos hemos preparado para la Navidad, participamos asiduamente en la eucaristía y leemos su Palabra… Pero, ¿la recibimos cuando viene a nosotros de una forma que no es la que pensábamos? Es dura la afirmación del evangelio de hoy. Nos enfrenta directamente con la pregunta ¿le recibo? ¿Te recibo, Señor? ¿Cómo sé que mi respuesta es veraz?

El texto de hoy nos invita a contemplar la bondad de nuestro Dios que se hace presente entre nosotros (Cfr. Tt 3,4), pero también a contemplar nuestra actitud y nuestra respuesta. No es Navidad para mí, dificulto que lo sea para mi entorno, si pertenezco a los suyos que no le recibieron.

Y por último  “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” He aquí la respuesta. Recibirle me hace hijo, hija de Dios. Me introduce en su familia cercana. Ya no solo soy nacido, nacida, de la carne y la sangre, sino engendrado por Dios, podríamos decir con genes divinos, con su “aire de familia” ¡Nos parecemos a Dios!

La gran noticia de la Navidad no solo tiene como protagonista a Dios. Es, nos dice San Juan en este evangelio, algo de Dios y mío. Algo que nos deslumbra y deja anonadados por la hondura de su misterio de amor, pero a la vez algo que solo transforma mi vida si le recibo, que solo cambia nuestra historia si le acogemos. ¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Que como los primeros cristianos podamos afirmar que hemos visto su gloria, porque hemos constatado en nuestra vida múltiples signos de una plenitud que nos supera, de unas gracias inmerecidas y muchas veces hasta inesperadas… Que esta Navidad experimentemos con gozo que, aun en medio de las situaciones de pandemia y desánimo que estamos viviendo, “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido, y seguimos recibiendo,  gracia sobre gracia”.

¡Feliz Navidad!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Presencia, suya y nuestra.

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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nacimiento-mesias_mdsvid20130328_0051_3La presencia de la Sabiduría de Dios, que sigue acampando entre nosotros, no es un misterio oculto, sino que “hemos visto su luz”. El texto del prólogo de Juan señala que el acontecimiento de la encarnación es accesible a todos cuantos creen en su nombre; antes, ahora y para el futuro. Así, para cualquier lector del evangelio de Juan, el misterio de la encarnación no es un mero recuerdo de algo que aconteció en el pasado. Es la actual transformación de quienes creen en su Palabra, en su Sabiduría y son por ello vueltos a una nueva vida, nacidos de Dios.

Esta presencia no nos deja incólumes, sino que Dios es justamente la “luz que alumbra a todo hombre” y por quien “todos hemos recibido gracia tras gracia”. El evangelio nos habla de este modo de la plenitud que ofrece Dios. Es transformación de la persona y el texto habla especialmente de quienes “no han nacido de sangre ni de amor humano ni carnal, sino que han nacido de Dios”.

Esta idea de nacer de Dios nos muestra esta imagen de Dios que engendra y da a luz a todos los que creen en su Palabra. El texto, que parece referirse en un primer momento a la presencia de la Sabiduría entre nosotros, da un giro inesperado hacia nuestro nuevo nacimiento. Hacia una nueva manera de presencia vinculada a la Sabiduría en medio nuestro y a una nueva manera de ser para quienes hemos nacido de Dios. Así puede resumirse muy bien el mensaje de Navidad resumido en el prólogo del Evangelio de Juan. De hecho, este prólogo representa una síntesis y un adelanto de todo el evangelio; podríamos decir, por poner una comparación, que es como el tráiler de una película en el que podemos intuir todo lo que se desarrollará en adelante.

El prólogo centra nuestra atención en la Sabiduría de Dios que está en medio nuestro. Y no de cualquier manera sino en la carne y “acampando” entre nosotros. El texto dice que “vino a su casa” y no contrapone esta presencia en casa con la gloria de Dios. Por el contrario, afirma que todos hemos contemplado, a partir de esta vida entre nosotros, su gloria.

Hoy quiero poner el acento en esas dos palabras “presencia” y “transformación”. La presencia de Dios también nos muestra maneras de estar presentes, aquí y ahora, justamente porque es transformadora. Este movimiento activo de Dios sigue hoy y nos enseña el verdadero significado de la Navidad: la completa transformación; el nuevo nacimiento. Y este hecho de engendrar, gestar, dar a luz… bien puede utilizarse como metáfora para la vida espiritual. En doble sentido: Dios nos da la vida; nosotros dejamos que él se encarne ahora. Se trata de una presencia real de Dios que nos transforma y de una presencia nuestra en su sentido más verdadero, como quienes hemos nacido de Dios.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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La vida tiene sentido desde el principio. Navidad.

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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373E8536-DE88-47B8-9E91-6A78092F1B28Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1.- Palabra: logos: sentido

    El prólogo, el comienzo del evangelio de san Juan tiene una gran solemnidad y un gran contenido existencial y cristológico.

    Al mismo tiempo, este comienzo del evangelio de Juan es un canto al humanismo, a lo humano, que se construye sobre lo biológico. Es un canto a la Palabra: a la razón, a la sensatez, al sentido de la vida. Todo eso -y más- significalogos. Desde el comienzo existe la Palabra, la razón, el sentido de la vida (logos).

2.- La vida comienza de nuevo

    San Juan piensa y redacta su evangelio teniendo como transfondo el Génesis y la creación de una nueva humanidad.

  • Si al comienzo la tierra era un caos (Génesis) en el evangelio desde principio existía la palabra (Logos – razón, sentido): todo tiene un sentido por principio, todo está en orden y bien puesto.
  • La Palabra, JesuCristo, vuelve a crear una nueva humanidad, que no es un caos, sino que es vida, luz y sentido.
  • Si la vida no tuviese sentido, Dios no la habría creado.
  • Hay un texto precioso y delicado en el libro de la Sabiduría, que dice:

Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).

  • La Palabra era luz: separación entre luz y tinieblas del Génesis.
  • La palabra era Vida: toda la creación es un canto a la vida. La Palabra era creación y creatividad

   Esa vida y esa luz se hacen presentes de nuevo en la humanidad y es lo que celebramos en Navidad: la vida, la luz y el sentido de la vida. Cristo es el nuevo Adán, está naciendo una nueva humanidad

   Vendrán oscuridades y tempestades, pero la luz está en medio de nosotros

3.- ¿Quién es JesuCristo?

  • Este prólogo del evangelio joánico es como un acto de fe que responde a la cuestión ¿Quién es JesuCristo? La tradición de San Juan despliega una meditada y densa respuesta a esa cuestión. El texto dice de JesuCristo que es palabra y que esta palabra es desde el principio: luz y vida.
  • JesuCristo es una “Palabra” “encarnada”, es Palabra, expresión de Dios que quiere hablar, dialogar con el ser humano.
  • Para que un diálogo sea tal, para que fluya la razón, el sentido, la sensatez, ha de ser un diálogo entre iguales. Cristo es hombre como nosotros, Es imposible un diálogo sano entre desiguales, entre el poder y los “inferiores” no puede haber diálogo, sino imposición.
  • Dios se ha hecho igual a nosotros (menos en el pecado) en Jesús. Jesús se sienta a la mesa con nosotros para hablar con nosotros (homilía), para animarnos (Emaús), para perdonarnos, (publicanos, pecadores, Zaqueo, y prostitutas), Jesús habla con nosotros, (luz) ¿Con cuántas personas no se sentó y habló Jesús en su vida? Nicodemo, la samaritana, la mujer adúltera, el centurión romano, el joven rico, etc. Jesús es Palabra humana como nosotros y con nosotros, Palabra que nos acerca a Dios.
  • El papa Francisco con muy buena voluntad ha abierto en la Iglesia un tiempo, un proceso hacia la sinodalidad (sínodo significa “caminar juntos dialogando”). ¿Querrá Dios que sea un tiempo y un proceso de caminar juntos? No es el momento, no debiera ser el momento del báculo de poder, sino del bastón de peregrinos. No es el momento de la altura, sino del barro humano.
  • Que Dios sea Palabra nos está indicando la voluntad de Dios de hablar con nosotros: sentarse a la mesa de la vida para hablar con nosotros. Dios quiere dialogar con nosotros. Tal es la auténtica y definitiva sinodalidad: Dios habla y camina con nosotros.

    Pues bien, Navidad es que Dios se ha hecho barro, como nosotros, ha vivido y vive con nosotros, se hizo persona humana como nosotros, camina con nosotros.

4.- vv14-18 Palabra en-carnada.

    La Palabra se hizo carne, se hizo ser humano. (v 14).

    Y tal es JesuCristo. Jesús débil y pobre es expresión, concreción de sentido. Si una persona ve que en Jesús hay sentido, hay luz y hay vida, ha conseguido mucho en la vida, pues los que acogen la Palabra son hijos de Dios.

    Comenzamos a ser personas cuando acogemos la Palabra, que nos hace Hijos de Dios: es decir, seres que vivimos en otros esquemas de valores humanistas y cristianos.

    Y esta palabra se hizo carne: Esta Palabra es Jesús.

    Desde esta posibilidad de vivir y convivir en razón, luz y con sentido, nos deseamos una feliz Navidad.

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