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Dom 4 Adv. De mil hombres uno, de mil mujeres ninguna. Ministerio de María en la iglesia (20.12.21).

Domingo, 19 de diciembre de 2021

santa-maria-madre-de-diosDel blog de Xabier Pikaza:

Diógenes anduvo con un candil buscando un hombre en Atenas, y dicen que no encontró ninguno. Salomón, rey y sacerdote de Jerusalén, escribió un libro llamado Qohelet (en griego Eclesiastés), manual de “asamblea” o iglesia (qahal), diciendo que entre mil hombres sólo encontró uno y entre mil  mujeres ninguna (Ecl ó Qoh 7, 28).

La iglesia católica busca hombres y entre mil suele encontrar uno para cura o ministro. Entre mujeres no busca, porque dice de antemano que no puede haber ninguna.

Posiblemente el tema se puede contar de otra manera rasgos. Pero el hecho de que la Gran Iglesia haya puesto a María en un pedestal de templo pero no le haya concedido ministerio alguno significa que ella sigue estando en el AT, como Salomón, como indicaré recordando a María y su función de Adviento, para pasar ya por fin al NT.  

Evangelio, 4º Dom Adviento. Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Este evangelio interpreta el comienzo de la Iglesia como “diálogo de mujeres” (Isabel y María) que definen el pasado de Israel y el futuro de la Iglesia de seguidores de Jesús. Isabel presenta a María como “bendita” (euloguêmenê) el título más grande que se puede dar a una persona, y como “bienaventurada” (makaria), dignidad suprema de un hombre en el mundo) y como “creyente” (pisteusasa).

            Estas tres notas (bendita, bienaventurada y creyente) son las más altas de un cristiano, de forma que el hecho de decir que ella es “mujer” (y no varón) para impedir que sea “ministro” (representante y mensajero de Jesús) parece una torpeza, quizá una “necedad” (en el sentido del Eclesiastés).

            Diógenes no pudo encontrar a una mujer, porque no la buscaba. Tampoco Salomón, aunque  tenía un harén de casi 1000 esposas-esclavas sexuales). El Dios del NT encontró sin embargo una mujer-persona, llamada María, capaz de dialogar con él y con Isabel su prima. Entiéndanse desde aquí las reflexiones que siguen, tomadas de un diccionario de Mariología y de otro de Biblia.

Una Virgen llamada María. Itinerario personal (Lc 1, 27)

     El evangelio presenta a María como virgen, parthenos. Esta palabra incluye diferentes matices que han sido muchas veces discutidos y que ahora no podemos precisar. Aquí sólo queremos indicar su significado en relación con María, como mujer libre, dueña de sí misma. La virginidad es precisamente expresión de libertad personal, de autonomía, como ahora mostraremos.

1.Parthenos, virgen, una mujer sexual y humanamente ya madura. No es niña que crece y que no tiene todavía la experiencia de vida y madurez del propio cuerpo; no es niña que juega y va aprendiendo, mientras deja que el curso de su vida lo decidan y lo fijen otros. Virgen es aquella mujer que ha madurado, descubriendo de forma experiencial la vida de su cuerpo (cf Gén 3,20) y sabiendo que ella misma es la que debe decidir sobre esa vida y realizarla.

 2. Parthenos,es una mujer que actúa como dueña de sí misma. No se define simplemente como objeto de deseo para el macho, en la línea de Gén 3,16; tampoco se limita a desplegarse como vientre-pechos para el hijo conforme a la palabra popular de Lc 11, 27. Al presentarse como virgen, la mujer trasciende el plano de la vitalidad (cf Gén 3,20), entendida como relación con el marido y con los hijos; ella es más que una función reproductora, al servicio del deseo del varón y de la vida de su prole. La mujer empieza a ser ella misma, con un nombre propio, con una personalidad irrepetible, con su propia libertad personal. En esta perspectiva nos sitúa el término de virgen en Mt/01/23y Lc/01/27.

 3. María,una virgen desposada (Lc 1,27), y esto añade un dato muy significativo al tema. No es la virgen miedosa, de ciertas neurosis, que se mantiene en soledad por miedo hacia un marido; no es tampoco la virgen egoísta, que prefiere hacer la vida a solas, sin tener que compartirla con otros; tampoco es la virgen dura de ciertas leyendas, que se mantiene independiente por despecho o por rechazo, para oprimir mejor a los varones; no es, finalmente, la virgen amazona, defensora violenta de su libertad, que combate a los varones opresores. Ella es virgen desposada, es decir, abierta al diálogo con un varón, llamado José, con quien proyecta compartir su vida.

4. María ha nacido a la libertad y como mujer libre pretende comprometerse con un varón, en el camino mesiánico de las promesas patriarcales, ligadas precisamente al matrimonio y a la descendencia. No es una virgen solitaria, que rechaza como desagradable o negativa (para ella) toda relación  profunda con otras perssonas. Tampoco es virgen vestal, que haya decidido consagrar su castidad a Dios, como sacerdotisa de un culto que prohíbe las uniones sexuales de la tierra. María es virgen desposada: se sabe dueña de sí misma y, como tal, ha decidido compartir con un varón el camino de su vida, conforme a la palabra más sagrada del AT.

 5. María es una virgen que dialoga con Dios que ha salido a su encuentro para proponerse un compromiso de vida más alto. Debemos destacar el dato. Dios no habla en este plano a una casada, que ha realizado ya su opción afectiva dentro de un matrimonio consolidado, aunque ese matrimonio fuera estéril, como en el caso de Isabel y Zacarías (cf Lc 1,5-25). Tampoco sale al encuentro de una virgen vacilante, que no sabe cómo responder con su virginidad ni cómo comprometerse. Dios habla al corazón de una “virgen desposada”, introduciéndose en el ámbito de su decisión y liberándola para un tipo de compromiso superior, que será único en la historia de la humanidad.

Lucas y Mateo nos presentan, con gran delicadeza y sobriedad, los elementos fundamentales de este compromiso de María. Ella puede realizarlo porque es virgen desposada: porque es dueña de sí misma y se halla abierta hacia el misterio del amor que es el espacio de la vida. Precisamente en ese espacio le habla Dios y ella le responde de manera afirmativa, “concibiendo por la fe al mismo Hijo de Dios”, como ha destacado sin cesar la tradición cristiana; ella ha concebido “por la palabra”, es decir, en plena libertad, como persona que escucha y que responde en nivel de totalidad personal y no sólo en un plano de ideas.

 6. Mujer mesiánica de un hombre que debe confiar en ella. Desde este momento, por intervención especial del Espíritu santo que ella asume libremente, María se convierte en mujer mesiánica, signo de vida para hombres y mujeres (cf Mt 1,23; Lc 1,31-35).María no se define ya como mujer poseída por el deseo de un varón que la domina. El nivel fundamental de su deseo queda ya saciado desde el Dios que le dirige la palabra, con la fuerza del Espíritu (cf Lc 1,35). Ella tiene vida propia, tiene su misterio. Por eso puede quedar en silencio respetuoso ante el varón (José) con el que se ha desposado, pues no la entiende. De esta forma se invierten los papeles ordinarios de la historia. Normalmente es el varón el que domina y la mujer, de hallarse dominada, debe darle explicaciones.

Pues bien, María no tiene ya que dar explicaciones ni se debe justificar ante un marido desconfiado o celoso. Ella tiene su misterio (cf Lc 1,26-38) y lo mantiene. Ahora es el marido (en este caso el prometido) quien debe recorrer el camino de la fe respecto de su esposa: debe confiar en ella y aceptarla en ámbito de Espíritu, dentro de una línea superior de intervención de Dios y de dignidad femenina (cf Mt I,18-25).

 7. María y José. En libertad ante el Hijo. La providencia evangélica ha querido que junto a la anunciación de María (Lc 1,26-38) se conserve la conversión esponsal del varón (cf Mt 1,18-25). José, el heredero de la promesa de David (cf Mt 1,20), debe superar el plano de los celos, el nivel de carne (cf. Rom 1,3-4), para asumir el camino creyente de María. Sólo en ese nuevo espacio de la fe, que está plenificado por la fuerza del Espíritu (cf Mt 1,20), se unirán los dos en matrimonio de libertad, al servicio de la vida mesiánica del Cristo que nace de María.

 2.Sierva de Dios, un camino de libertad (Lc 1, 38.48)

         He presentado a María como mujer “virgen”, esto es, libre, dueña de sí misma, capaz de realizar su camino en libertad. Pues bien, dando un paso más, en el texto de la Anunciación (Lc 1, 38) y en el Canto del Magnificat (1,48) ella se presenta como “sierva” (doulê). Esa palabra en la Biblia no significa esclava sometida, sino “servidora”. El siervo del Rey es su “ministro” (como sabe cualquiera que sepa algo de historia antigua y de Biblia). Por su parte, el siervo de Dios es su representante en la tierra, como sepa cualquiera que haya leído, al menos por el forro, los poemas de Isaías 40-55.

Esto lo sabe cualquiera, menos algunos teólogos y hombres (varones/barones) de iglesia. María aparece en Lc 1-2 como “ministro de Dios en la tierra”, ministro en sentido universal: Ella se solidariza con todos los pobres, ella proclama la verdadera palabra de Dios, ella anuncia y define el surgimiento de la nueva comunidad mesiánica. Así lo dice en el centro de su canto:

Él  (Dios) hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lc 1, 51-53).

        Como sierva/profetisa de la libertad, María ha expresado su experiencia en la palabra y música de un himno que preludia la gran fiesta del reino, el Magnificat (Lc 1, 46-55). Ella proclama la verdad de Dios sobre la tierra y proclamándola comienza a realizarla, en una especie de gran manifiesto de liberación. El punto de partida en su experiencia es Dios. El mismo Dios que la ha mirado y ha actuado en ella es quien se muestra ahora actuando en todo el mundo, sobre el ancho espacio de los hombres. Es el mismo Dios que se define como dynatos, el poderoso (Lc 1,49), frente a los dynastas o falsos potentados de la tierra (1,52). Es el Dios que actúa con su brazo, como actuaba en tiempo antiguo en medio del mar Rojo (cf Éx 14,3i): entonces fue liberador de algunos pocos, ahora muestra su misericordia y santidad (1,49-50) al liberar a todos los que se hallan oprimidos.

La opresión se ha explicitado en dos niveles: uno de tipo más económico-material, en que se encuentran los hambrientos (peinontas), y otro de tipo más antropológico-social, donde se cuentan los humillados (tapeinous). Al mirar esta opresión con las palabras y los ojos de María pueden sorprendernos dos matices.

1) En primer lugar sorprende en este programa sacerdotal/ministerial de María la ausencia de todo comentario de tipo estrictamente intraisraelita o religioso en el sentido confesional de la palabra. No se especifica si los hambrientos-humillados son creyentes o no; tampoco se investiga su conducta; se sabe que están necesitados y eso basta para considerarlos privilegiados, dignos del amor de Dios y de su reino. María es ministro (profetisa y sacerdote) de un ministerio universal de liberación, dirigido ante todo a los pobres y hambrientos-

2) Igualmente sorprende la estructura antitética del texto: los hambrientos-humillados no se han definido por sí mismos, como realidad aparte; se definen en su relación con los poderosos y los ricos.

Esto significa que, a los ojos de María, la opresión no se presenta como necesidad abstracta, ni tampoco como signo de una voluntad divina que reparte las fortunas y los bienes de este mundo de manera arbitraria (o providente). La misma antítesis indica que esta opresión es resultado de un enfrentamiento interhumano, de una lucha que va en contra de Dios y desemboca en la derrota y sumisión de los pequeños.

En esta perspectiva, pudiéramos decir que el canto de María nos presenta una verdadera genealogía de la opresión (o de los opresores), reasumiendo y condensando elementos que encontramos esparcidos en las obras de la apocalíptica judía (especialmente de Daniel).  María introduce en la Iglesia de Jesús un ministerio y sacerdocio de transformación social, esto es, de inversión de la historia humana. Hay una iglesia de varones/barones que ha tenido miedo al ministerio de María, tal como está fijado en el Magnificat, un ministerio y sacerdocio al servicio de la reconciliación universal.

3.Dentro del trasfondo israelita, esa soberbia de los opresores se explícita como idolatría. Los textos más significativos resultan, a mi juicio, aquellos que nos hablan de la estatua sagrada que los grandes poderes de este mundo han erigido sobre el suelo con el fin de autodivinizarse a sí mismos, exigiendo que todos les adoren (cf Dan 2,31-35, 3,1-ó). De esta soberbia, que es ausencia de Dios o religión invertida, brotan los dos restantes males, que se oponen a los tipos de opresión ya señalados: pecado es el poder de los que están sentados en el trono, humillando o sometiendo a los pequeños; pecado es la hartura de los ricos que mantiene y justifica el hambre sobre el mundo.

En esta situación viene a introducirse la palabra de María cuando canta, como profetisa, la presencia transformante de Jesús, el Cristo, ya encarnado dentro de su seno. El mismo Jesús que ha llevado Espíritu de Dios y gozo a Juan Bautista, no nacido todavía (cf Lc 1,44), es el que habla ahora por medio de María, anticipando de esa forma su presencia y su mensaje sobre el mundo. María, liberada de Dios, está al servicio de una libertad y creación que le trasciende: ella no dispone de poder para cambiar directamente la estructura de la historia, pero tiene una experiencia de Dios que es libertad, y la transmite de manera universal hacia los hombres; así se ha introducido, como sierva, en el tejido de opresión y de pobreza de los siervos de la historia, por eso puede anunciar la redención y plenitud a todos ellos; precisamente de esa forma les anuncia a Cristo.

4. María aparece así como profetisa y sacerdote (ministro de Dios) al servicio de la gran inversión de la historia humana. Sobre la soberbia de este mundo Dios actúa con fuerza superior, de esa manera cambia, invierte las actuales condiciones de la tierra: caen los opresores, ascienden los oprimidos; se vacían los ricos, los pobres quedan llenos.

Lógicamente, las palabras de inversión de esta estrofa, reasumidas desde la tradición israelita (cf I Sam 2,1-10), han de interpretarse a la luz del mensaje universal cristiano de gracia y libertad para los hombres oprimidos. En contra de Juan Bautista, que parece haber predicado un juicio de Dios sobre la historia (cf Mt 3,7-11), Jesús anuncia salvación y amor a todos, a partir de los pequeños de la tierra.

Precisamente en esa línea se sitúa el canto de María, la servidora de Dios que proclama la grandeza y libertad para los hombres oprimidos de la historia; esa libertad es para todos, pero aquellos que prefieren quedarse en su soberbia, oprimiendo a los pequeños y justificando el hambre de los pobres, corren el riesgo de perderse para siempre. También el anuncio de este riesgo, con el juicio de condena, pertenece al canto de María; ¡en el reino de la gracia de Dios no habrá lugar para aquellos que pretendan seguir siendo opresores, dice su mensaje!

Ese programa de transformación de María marca el sentido de su profecía; es la esencia de su nuevo “sacerdocio”, al servicio del evangelio de Jesús. Ésta es la raíz y sentido de su ministerio mesiánico, que resulta inseparable de la decisión y acompañamiento esponsal de José, que recibe como don de Dios a la madre con el niño (cf. Mt 1,24), recorriendo con ellos un camino de solidaridad y transformación de la historia humana.

Algunas teólogas con menos sensibilidad para el símbolo cristiano han podido rechazar la figura de María porque dicen que ella es la mujer-madre sometida al hijo varón al que debe acabar adorando. En contra de eso, María no está sometida a un varón, ni siquiera a su hijo, sino que responde a Dios libremente, poniéndose en libertad al servicio del anuncio y camino de su reino en el mundo.

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