“Sucia política eclesiástica”, por Antonio Aradillas
¿Cuántos báculos y anillos fueron adquiridos en IKEA?
“A quienes ‘sucio/a’ pudiera herirles los tímpanos, les sugiero que ‘traspasen’ el adjetivo a los términos ‘con manchas, impurezas e imperfecciones ‘que equivalen al de ‘falta de ética y de respeto a las reglas”
“Con referencias a la Iglesia, en la que además y por razones extrañas y nada evangélicas, la democracia está en arrogante ‘lugar descanso'”
“El discurso de apertura de la Plenaria de la CEE es a juzgar como ‘desconcertante’. Pedir perdón ‘oficial’ en nombre de toda la Asamblea, con severidad, seguridad, evangelio y datos no supuestos, y no caérseles de vergüenza las mitras a los oyentes, es causa y motivo de conturbación e inquietud”
“¿Podrá la Iglesia subsanar en las debidas proporciones los males causados, cuando dentro de su jerarquía se cuestiona la conveniencia de su autocrítica y renovación –’penitencia’- personal y colectiva, por acción u omisión?”
¿Exageran quienes piensan que el discurso del Presidente incluiría la dimisión espontánea del colectivo, por simples razones de higiene espiritual y al dictado de ramilletes de artículos extraídos de los evangelios, sin la necesaria y previa cita de los del Derecho Canónico?”
A quienes “sucio/a pudiera herirles los tímpanos o la membrana pituitaria, les sugiero que “traspasen” el adjetivo a los términos “con manchas, impurezas e imperfecciones “, también académicos, que equivalen al de “falta de ética y de respeto a las reglas”. Pero que conste que sucio/a le encaja a la perfección, y desgraciadamente, a la política –“actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar en las sociedades humanas y en asuntos públicos”-, aún en el caso de que los procedimientos para su ejercicio hayan superado con civilizado y convincente rigor lo establecido en la democracia, que merezca tal distinción, provecho y honor.
Sucia –“ensuciada”-, la política deja automáticamente de serlo, hasta llegar a correrse el gravísimo riesgo de que sus patrocinadores añoren sistemas que descalifica el bien común, con remembranzas dictatoriales o asimilados. Todas las democracias, y los demócratas tendrán que someterse de por vida y actividad a los exámenes e conciencia tanto personal como colectivamente mediante las elecciones.
Pero, con referencias a la Iglesia, en la que además y por razones extrañas y nada evangélicas, la democracia está en arrogante “lugar descanso“, la política demanda descalificaciones idénticas o más, que las que definen a la política cívica y aún partidista. Demostrado tal aserto, urge acondicionar tímpanos y membranas pituitarias, dentro de lo que cabe y con ayuda de carretadas de incienso, para convertir –“penitencia”- personas –“ministros de Dios”-, catedrales y parroquias en “lugares sagrados”.
Parte importante del desbarajuste-confusión y desorden radica en el nombramiento de nuestros obispos. El sistema actual, dedocrático, con invocación al Espíritu Santo y al papa Francisco, es explicación certera al funcionamiento administrativo, pastoral y aún económico que define a la Curia Romana y a las diocesanas.
Los criterios para la designación de los nuevos obispos y adjudicación de las diócesis -“tomas de posesión” y “entronización”- carecen de eclesialidad, evangelio y hasta de sentido común. Da la impresión de que la condición de “a” o de “anti” conciliar -Vaticano II- es un plus para el nombramiento y ascenso en la episcopalía.
El Nuncio de SS. raramente acierta. No se lo permiten los asesores y allegados “de toda la vida”. Son institución. Los obispos, arzobispos, teóricamente “franciscanos”, carecen todavía de futuro. Siguen mandando e influyendo los de siempre, aunque con nombres y años distintos. De ellos son las decisiones que, convertidas en noticias, siguen escandalizando al pueblo, en desprestigio supino para la institución eclesiástica y el Evangelio, que es lo que justifica su existencia y acción.
Laicos y laicas siguen sin voz ni voto en la Iglesia, clericalizada hasta no poder más y “en el nombre de Dios”, y preparados siempre sus administradores y oficiantes con brazadas de anatemas ara condenar a disidentes en esta vida y también en la otra. Ejercer de curas cristianos, y con el Evangelio como referencia suprema pastoral, es óbice –“cerrojo y obstáculo”- para engrosar las ternas de episcopables.
¿Cuántos báculos y anillos fueron adquiridos en IKEA? ¿Sobre cuántos palacios episcopales penden, y se ejecutan, determinados desahucios?
¿“Iglesia en salida…”, o solo y fundamentalmente “en entrada” para mí y para los mis santos y canonizables porque sí y porque es del agrado y programación de la Curia Romana , aún en plena y anti- franciscana vigencia? ¿”Sinodal”, sin la presencia activa de laicos y laicas , machista de por sí y por naturaleza, rica y de los ricos, anhelosa de “dignidades y privilegios -tabién cívicos , sociales y hasta políticos , concordatarios o por concordar, que es lo mismo o casi lo mismo?
Y en tal contexto nos arrasa el ventarrón –“tolvanera”- del discurso de apertura de la Plenaria de la CEE, pronunciado, como corresponde, por su Presidente, elegido por el resto de “sus hermanos en el episcopado”, reconocido en parte como “signo y sacramento” de la renovación eclesial que pregona e intenta practicar el papa Francisco.
Toda petición de perdón, y más el jerárquico lleva consigo no solo el dolor de corazón, sino el propósito de enmienda y, por supuesto, la reparación debida a víctimas y allegados. ¿Podrá la Iglesia subsanar en las debidas proporciones los males causados, cuando dentro de su jerarquía se cuestiona la conveniencia de su autocrítica y renovación –“penitencia”- personal y colectiva, por acción u omisión?
¿Exageran, o no están en sus cabales, quienes piensan que el discurso del Presidente incluiría la dimisión espontánea del colectivo, por simples razones de higiene espiritual y al dictado de ramilletes de artículos extraídos de los evangelios, sin la necesaria y previa cita de los del Derecho Canónico?
Fuente Religión Digital
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