Gonzalo Haya: Lo que creo que creo (II).
Hace más de diez años publiqué un librito titulado “Lo que creo que creo” [Fe Adulta] en el que recogía diversos artículos que iban marcando mi revisión de la teología y de la espiritualidad, con más atención y tiempo tras la jubilación del trabajo.
Ahora, cumplidos los 90 años, la reunión con antiguos compañeros me da pie para ver adónde me ha llevado esta revisión. Seré más conciso y sólo apuntaré cómo interpreto las creencias fundamentales de mi religión cristiana, sin extenderme a justificarlos filosófica o teológicamente.
Dios. Creo en un Dios “transpersonal”, título confuso que viene a decir que lo considero con caracteres personales (conocimiento, amor, decisiones) pero no como individuo. Individual es un coche o una persona, porque son separados e independientes de otro coche y de otra persona. Dios no es individual porque no es un ser separado de nosotros, sino el ser que nos constituye de tal manera que la separación significaría nuestro aniquilamiento.
Creo muy probable la teoría de la no-dualidad. Pertenecemos a la esfera divina, al amor; aunque nos encontramos en un estado diferente, sometidos al tiempo y el espacio; como el corpúsculo respecto a la onda, como el hielo respecto al agua, con características y leyes (constantes) distintas.
Creo en el Dios de Jesús, pero interpretado con la filosofía y cultura actual. Puedo considerar a Dios como Padre, porque es amor; pero evito considerarlo como individuo separado de mí y del universo. Entiendo mejor a Dios como espíritu, porque es inseparable del universo, al que transmite la vida y el ser.
Creo que este Dios Espíritu influye en el universo y en la historia humana (en la medida en que le dejamos influir), no de una manera directa pero sí ejerciendo una influencia en la conciencia como los padres o los amigos influyen en nosotros.
Jesús de Nazaret. Es un gran profeta con una intensa experiencia mística, hasta tal punto que podemos considerarlo como “el rostro humano de Dios”. Podemos decir también que es Dios, porque todos nosotros somos manifestaciones de Dios, aunque más o menos desfiguradas. Jesús nos transmitió una visión de Dios como padre (como amor), y de toda la humanidad como seres iguales y hermanos, y arriesgó su vida por difundir el Reino de Dios (el proyecto de Dios). Y yo quiero seguir a Jesús y su proyecto.
Espiritualidad. Es una vivencia inherente a todo ser humano, anterior a cualquier religión, y de mayor amplitud que cualquier religión, que solamente logra encauzarla y socializarla. La espiritualidad es propia del ser racional (inteligencia racional e “inteligencia sentiente”), y se manifiesta en el razonamiento lógico, en la conciencia ética, en la percepción de la belleza, y en la apertura a la trascendencia de algo infinito, inabarcable e indecible en nuestros limitados conceptos.
El cristianismo. Es una organización religiosa humana basada en el mensaje de Jesús, recogido (más o menos fielmente) en los evangelios y en los testimonios de sus inmediatos seguidores. Esta organización pretende adaptar y socializar la práctica del mensaje de Jesús en una sociedad universal, en tiempos lugares y cultura muy distintas, como han hecho otras organizaciones con los mensajes de sus místicos fundadores. Lamentablemente, con el tiempo, estas organizaciones van perdiendo el carisma de su fundador y se van contaminando con los egoísmos propios de todo ser humano (nuestro instinto de conservación).
Dogmas, preceptos, y ritos. Toda institución social se basa en unas creencias, se disciplina con unas normas de convivencia, y expresa sus sentimientos con unos rituales comunes. La diversidad de los participantes, la complejidad de los razonamientos, y la variedad de situaciones, tienden a la dispersión; como reacción, para mantener la cohesión, la institución impone normas preceptos y ritos, cada vez más estrictos. Sin embargo la verdadera cohesión tiene que venir de la vivencia del carisma fundacional, no de la imposición autoritaria de normas cada vez más restrictivas de la libertad y de la autonomía humana. Y para volver al carisma fundacional, volvamos a los evangelios, a una lectura personal, sentida y vital.
Pecado. Es toda manifestación de nuestro egoísmo que trata de imponerse contra los intereses y necesidades de los demás. Puede ser grave o leve, ya sea por el daño objetivo que causa o por la intención de quien lo comete.
Infierno. Un castigo eterno es incompatible con un Dios amor. Jesús utilizó el lenguaje pedagógico de los profetas para un pueblo infantil con el objetivo de evitar, al menos por temor, el daño causado a los indefensos (¡la rueda de molino!) y para hacer ver la gravedad del delito. Además la resurrección inicialmente se concibió como premio o compensación a la fidelidad de los mártires y al sufrimiento de los marginados; por el contrario el castigo sería la no resurrección, la muerte completa.
Salvación. Es la plena identificación con la divinidad que somos. Algunos la han experimentado brevemente en un “encuentro tangencial con la eternidad”, todos la pregustamos de alguna manera en el amor, y la obtendremos plenamente cuando rebasemos el espacio y el tiempo; como “la muñeca de sal que se adentró en el mar”.
Conciencia. Es el Tribunal supremo de nuestras decisiones, la voz de Dios, la Presencia de Dios en nosotros; pero frecuentemente esa voz sufre las interferencias de nuestros egoísmos, que a veces llegan a sofocarla totalmente, o incluso a suplantarla. Para limpiar esas interferencias, la conciencia debe confrontar sus decisiones con algún referente ético (una persona o una comunidad; para un cristiano es Jesús de Nazaret) y con los Signos de los tiempos, expresión de una conciencia universal.
Estas reflexiones son, por ahora, la mejor explicación que tengo en la penumbra de mi fe en el-la-lo trascendente. Personalmente, como cristiano, me considero heredero del proyecto de Jesús, y me pregunto en qué medida he contribuido a la malversación de esta herencia, y qué puedo hacer para vivir y reavivar este proyecto.
Gonzalo Haya
gonzalohaya@telefonica.net
Fuente Atrio
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