El niño verde.
A propósito de Marcos 9, 38-48
Bernardo Baldeón
Madrid.
ECLESALIA, 27/09/21.- Era el primer día de curso en Villanormal, un pueblo normal y corriente en el que nada ni nadie destacaba sobre lo demás. Y es que en Villanormal existía una ley de “normalidad” en la que se decían cómo tenían que ser las cosas para que fueran normales.Un día legó al pueblo una mujer extraña. Había heredado la casa de una tía abuela lejana y había decidido irse a vivir allí. Pero como no era como los demás, la gente no le dirigía la palabra, y se apartaba de su camino al pasar.
Poco a poco, la gente empezó a ser más y más antipática con ella. La mujer estaba muy enfadada, pues no entendía lo que pasaba. Solo un niño, Tito, el hijo del alcalde era amable con ella.
– Te tratan así porque eres diferente, le dijo el niño. Para ellos no eres normal. Pero a mí… a mí me gustaría ser diferente.
– ¿Cómo de diferente? Preguntó la mujer.
– Me encantaría ser un niño verde, dijo Tito.
– ¿Y qué haría tu padre entonces? Preguntó la mujer.
– Supongo que no le quedaría más remedio que cambiar la ley de normalidad para que no me echaran del pueblo, dijo el niño, riendo solo de pensarlo.
– Yo puedo ayudarte si quieres, dijo la mujer. Soy bruja. Estoy jubilada, pero todavía puedo hacer hechizos interesantes. Si quieres, mañana antes de ir a clase ven a verme a casa y haré el hechizo.
A la mañana siguiente, Tito se pasó por la casa de la bruja, que lo convirtió en un niño verde. Y así fue el niño al colegio, tan contento y como si no pasara nada raro.
Cuando entró en el colegio, los profesores se pusieron muy nerviosos, le riñeron y quisieron expulsarlo de allí, así que llamaron de inmediato a su padre, que al verlo no sabía dónde meterse. ¡Su propio hijo violando la ley de la normalidad! Eso era algo que no podía soportar. Una niña se levantó de la mesa y le dijo a Tito:
– Me gusta tu estilo. Yo también estoy harta de ser normal. Dime cómo lo has conseguido, porque yo quiero ser rosa.
Otro niño se levantó gritando que él quería ser rojo, y luego otro diciendo que quería ser violeta, y otro diciendo que quería tener la piel de lunares.
Tito, muy satisfecho, le dijo a su padre:
– Me parece, papá, que vas a tener que eliminar la ley de normalidad, porque de otra manera este pueblo se va a quedar sin niños.
Ese día el alcalde cambió la ley y, desde entonces, lo normal en Villanormal es que cada uno elija ser como quiera y que todos se acepten y tal y como son.
Las iglesias ortodoxas confiesan que solo ellas son “la única iglesia de Cristo en la tierra”. La iglesia católica ha proclamado durante siglos que “fuera de la iglesia no hay salvación”. Y San Cipriano, Obispo de Cartago escribió: “nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la iglesia como Madre”. Los protestantes heredaron el mismo complejo de superioridad.
Los fundamentalistas judíos y cristianos se enfadan, sienten envidia y hasta los que hacen el bien y denuncian las injusticias les molestan.
Nadie, ninguna institución, tiene el monopolio del Espíritu que sopla cuando quiere y donde quiere. No se le pueden poner grilletes al Espíritu que sigue actuando a través de muchísimas personas que “no son de los nuestros”.
Nadie es propietario de Jesús ni de su Palabra ni de su interpretación. La Palabra de Dios es semilla gratuita que cae en todos los terrenos y produce toda clase de frutos. Nosotros y los que “no son de los nuestros”, todos llamados a hacer el bien en nombre de Jesús. Como a los discípulos del evangelio de ayer, nos queda mucho por aprender de Jesús.
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