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Dom 17.10.21 (17 TO). A la izquierda y derecha de Jesús: Poder espiritual y poder material

Domingo, 17 de octubre de 2021

EC84767B-6556-4628-8F33-F46A42C14930Del blog de Xabier Pikaza:

El problema de fondo de Jesús y de la Iglesia es el poder, un poder que puede llamarse material (económico, social) pero también espiritual (poder sobre las conciencias y las almas). Los dos poderes son distintos y a lo largo de tiempo se han enfrentado, como indica el tema de las dos espadas: una la del rey, otra la de los obispos y el papa.

Hay un tipo de iglesia que condena todos los demás poderes (como si ella fuera un inmaculado oráculo de Delfos), no solo en sentido material (tema menos importante), sino sobre todo en sentido espiritual.

Pero el evangelio de hoy (evangelio de los zebedeos) no distingue esos poderes, sino que en el fondo los vincula. No se puede hablar de un poder zebedeo/eclesial bueno, frente a un poder imperial/romano malo.  En nombre de Dios, Jesús ha condenado ambos poder como poderes (no como servicio y estímulo amoroso de vida).

Más aún, lo que Jesús rechaza ante todo no es el poder económico-político de Roma (del César), sino el poder espiritual de los  zebedeos (Juan y Santiago), que querían crear una iglesia de “poder bueno” sobre las conciencias, en contra del poder malo de sacerdotes, fariseos, esenios, celotas y rabinos de de su entorno.

Ese sigue siendo el tema clave de la iglesia actual: Su deseo de imponer un tipo de cristianismo como poder. Ante ese espejo de los zebedeos nos deja el evangelio de hoy. Buen fin de semana a todos.  

Tema de fondo

Antes de leer el texto preguntemos: ¿Quién nos ha dicho que Santiago y Juan quieren un poder material, militar o rabínico? Lo que ellos quieren y piden a Jesús es un “poder espiritual” que sería bueno, como han querido cientos, miles y casi millones de jerarcas de la Iglesia a lo largo de los siglos, hasta la actualidad. Lo que Jesús condena no es poder “material” malo, sino un poder espiritual que puede ser peor, como el de un Juan y Santiago “patriarcas” de la Iglesia,

 El tema es serio, delicado. Traté de él ayer al ocuparme del Concilio de Constanza y de la sinodalidad. Lo trato hoy también, comentando de un modo sencillo el evangelio de domingo. Hay más temas de fondo, pero con éstos podemos comenzar hoy.

No hay en la iglesia lugar para personas que quieran imponerse a los demás, copando para ello los primeros puestos. No hay en la iglesia lugar para el poder económico, ni para el poder social, ni para el espiritual, que puede ser quizá el peor de todos.

 Ese era el poder espiritual que querían los zebedeos, hijos del trueno (3, 17). Ellos encarnan el apetito eclesial y social de dominio, evidentemente con “buena intención”, pero con el riesgo de acabar dominando a los demás. Al rechazarles, Jesús rechaza todo tipo de poder espiritual. El texto, escrito de forma paradigmática, consta de tres partes: petición, aplicación personal, principio universal.

Texto Mc 10, 35-45 (a. Petición) 37:  Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

(b. Respuesta) 38 Jesús les replicó:  Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

(1)  10, 35-37 Petición de Juan y Santiago

 37 Ellos contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

Juan es sin duda un reincidente, pues ya quiso controlar el Nombre de Jesús, impidiendo que un exorcista no comunitario pudiera valerse del nombre de Jesús (9, 38-41). Ambos son “hijos del trueno” (3, 17), en línea de fuego y violencia, pues quisieron que el fuego del cielo destruyera a lo samaritanos, un día que no quisieron recibirles (cf. Lc 9, 54).

Quieren el “poder espiritual” de dominio sobre las conciencias, de imposición religiosa.

Es lógico y bueno lo que piden (estar siempre al lado de Jesús), pero lo piden con lógica de mando, elevándose sobre el resto de los discípulos, sentándose a su lado, en su gloria” (en tê doxê sou), como poder espiritual supremo sobre el mundo. Es evidente que, siguiendo el orden en que aparecen siempre, Santiago (¡quizá el mayor!) ocuparía el trono o asiento a la derecha de Jesús y Juan a su izquierda. Así formarían con Jesús el triunvirato del Reino, en clave de poder espiritual.

Pueden pensar en un reino político, que se instaurará en Jerusalén, tan pronto como lleguen (a pesar de los anuncios de derrota y muerte de Jesús). Pero también pueden pensar (dentro del contexto actual de Marcos) en el Reino del Hijo del Hombre, que ha de venir de forma gloriosa, conforme al mensaje de Dan 7, 9-14, donde se dice que se prepararon unos tronos (para los compañeros, angélicos o humanos del Hijo del Hombre), y que al Hijo de Hombre en particular se le daría todo honor, gloria y poder.

Es evidente que estos zebedeos quieren reinar con Jesús, ellos dos, de un modo especial, ciertamente con los Doce (como recuerda el logion de los Doce tronos de los elegidos de Jesús: cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), pero por encima de los otros diez (incluido Pedro) Quieren el poder espiritual, como compendio, principio  y meta de todos los poderes.

(2)0, 38-40. Respuesta. Beberéis mi cáliz: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Jesús responde cambiando el nivel de la petición. No acepta, ni rechaza lo que piden, pues de ese modo seguiría utilizando (a favor o en contra) la lógica de fuerza, sino que rechaza la misma petición como carente de sentido: ¡No sabéis lo que pedís!Rechaza la petición del poder (10, 38).

Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su estilo de Reino, no comprenden que Jesús no quiere el trono (¡no quiere poder, no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos los hombres y mujeres (y en especial los más necesitados) sean “reyes”.

Éstos zebedeos, que llevar largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, no quiere el poder espiritual, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en la línea de una “toma de poder”!

El verdadero Jesús (el de Marcos y Mateo) no puede ofrecer tronos, sino un camino en su seguimiento, como sabe Mc 8, 34: ¡Quien me quiera seguir, que tome su cruz y me siga! (palabra que ellos, los Doce, y de un modo especial los Zebedeos no han querido escuchar). Jesús no puede ofrecer Tronos de Reino, sino un camino de entrega de la vida, como muestra la continuación del texto: de Jesús:

Los zebedeos desean mandar con Jesús, para imponerse sobre ellos con su poder espiritual. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, en donación de vida. Frente al poder que buscan en él (con él), Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y comunión de vida).

En el fondo Jesús les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.

–Concesión. ¡Mi cáliz lo beberéis, con mi bautismo os bautizareis! (39b). En prolepsis o anticipación que rompe el nivel temporal de la escena y adelanta algo que ha suceder más tarde, el Jesús pascual (que es el que está hablando aquí, al menos en un nivel) confirma la disposición de los zebedeos, ratificando su entrega martirial ya cumplida (todo nos permite suponer que han muerto ya por y con Jesús cuando Marcos se escribe este pasaje, en torno al 70 d.C.).

De esa forma, Jesús acepta el sentido más profundo de la petición de los zebedeos, pues al fondo de ella hay algo bueno: quieren vivir con él y acompañarle, compartiendo su entrega por el reino. Evidentemente, nos hallamos en un contexto eclesial. Marcos está presentando algo que ya ha sucedido: los zebedeos han seguido a Jesús tras la pascua, muriendo como él.

–Reserva teológica: Superar todo poder. Pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo… (10, 40). De Jesús es la entrega, la copa y bautismo que ofrece a los suyos. Pero la gloria del trono es misterio de Dios, regalo de gracia que sólo gratuitamente puede recibirse, no como dos tronos sobre los demás, sino como Vida para todos y con todos. Jesús acoge y ratifica el camino de muerte, pero la respuesta final ya no es suya, sino de Dios.

En este contexto, al menos veladamente, Jesús indica aquí que el “triunfo mesiánico” de Dios no se expresa en forma de dominio material, social ni espiritual sobre los demás. No se trata, por tanto, de decir que el puesto de poder, a la derecha e izquierda de Jesús, no lo tendrán ellos, sino otros, como podrían ser María de Nazaret y Juan Bautista (que aparecen en los ábsides de muchas iglesias románicas, a los lados del Pantokrator) o como podría ser Pedro (en gran parte de la simbología católica moderna…), sino de algo mucho más profundo: ¡No existirán tales tronos de poder, nadie mandará sobre los otros”.

Ésta es la inmensa paradoja del texto: precisamente aquí, cuando más les critica, Jesús confirma la petición de los zebedeos (darán la vida por el Reino) y les indica que su entrega no expresa (ni consigue) ningún tipo de dominio sobre los demás (sentarse en dos tronos, al lado del Gran Trono del Hijo del hombre, pues el Hijo del Hombre no tiene un trono de ese tipo). De esa manera, Jesús escucha su deseo de poder pero lo invierte: Lo que él puede darles no es poder espiritual ni social, sino capacidad de entrega al servicio de los demás,   abriendo así una “ventana de pascua” y permitiéndonos ver el buen final de Juan y Santiago, que han muerto ya por el evangelio (no para conquistar el poder, sino para regalar su propia vida por los demás(4) .

10, 41-45. Enseñanza. No ha venido a que le sirvan 41  Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

El problema de los zebedeos es de todos los discípulos. Por eso, los diez restantes (incluido Pedro, que aquí queda en segundo lugar) se enojan con ellos, iniciando una disputa general por el poder (10, 41). Es evidente que, dejándose llevar por esa disputa, la iglesia acabaría destruyéndose a sí misma.

Para superar ese riesgo, Jesús ofrece la nueva lógica de autoridad y servicio que brota de su entrega: La verdadera autoridad como superación de todo poder.Vuelve de esa forma a la enseñanza de 9, 33-35, cuando ponía al niño en el centro de la iglesia, como veremos, ofreciendo un comentario y una ampliación del sentido de este pasaje.

a. Comentario básico (10, 41-44). Los diez se indignan contra Santiago y Juan, no porque rechazan su visión del reino, sino porque aceptándola también quieren alcanzar sus mismos puestos de poder a derecha e izquierda de Jesús. Estamos en la situación de 9,34: los discípulos se afanan y combaten entre sí por ocupar los “tronos” que, a su juicio,

Jesús debe decirles que le han seguido buscando recompensa; le han creído, pero de una forma falsa, suponiendo que en el fondo todos sus discursos de entrega de la vida eran un simple motivo pasajero. Lo que ellos quieren de verdad, lo que desean ansiosamente es sentarse en unos tronos, reinar en este mundo. Piensan que hay poder en medio. Hay quizá muchísimo dinero (5).

No echemos la culpa a los Zebedeos, ellos son como casi todos. Los hombres y mujeres, en general, tienen gran capacidad de engaño: creen en aquello que quieren creer, miran lo que les conviene y seleccionan las informaciones de tal modo que sólo aceptan aquellas que concuerdan con sus convicciones previas. Esto es lo que pasa con los Doce. Jesús les ha ofrecido su enseñanza y tarea más profunda, pero ellos no han podido (o querido) entenderle. De esa forma han convertido la misma vocación (llamada) de Dios en autoengaño. Pensando escuchar a Jesús, estaban escuchándose a sí mismos (6).

Éste es para Marcos el último enemigo del Reino de Dios: el deseo de poder (¡de poder espiritual!) que oprime precisamente a los mejores (es decir, a sus discípulos). Jesús lo ha combatido, superando en su comunidad los esquemas de jerarquía genealógica (familias sacerdotales), organizativa (cuadros de mando que se perpetúan según ley) o espontánea (carismáticos que lo asumen por inspiración). El pasaje consta de tres partes:

Principio (10, 42). Jesús desentraña la trama oculta del poder, con lección de durísima política, siguiendo la línea de los profetas de Israel: Sabéis que los príncipes, los grandes… (10,42). De esa forma alude a una conducta que a su juicio es clara entre los grandes (arkhontes, megaloi) de este mundo: mandar es para ellos dominar y aprovecharse de los otros. Esta búsqueda de mando destruye la vida de los hombres. Por eso los discípulos de Jesús (toda la Iglesia) tienen que dejar a un lado los métodos de fuerza, imposición y dominio que se emplean en el mundo. Es evidente que la ley del poder terrenal es distinta de la gracia de reino de Jesús, y así deben saberlo sus discípulos (7).

  Santiago y Juan no buscan de un modo directo el poder militar o político, sino un dominio “espiritual”: el mesianismo o poderío divino de los justos, dentro de una tradición jerárquica de gran parte del judaísmo antiguo… y de una parte quizá mayor del cristianismo posterior que relaciona presencia (revelación) de Dios y triunfo nacional.

Posiblemente quieren mandar en línea buena, para ayuda de los demás,apareciendo como servidores del Dios poderoso. Pero Jesús no les distingue de aquellos que mandan en forma pervertida. No hay para él un poder malo (propio de los gentiles) y otro bueno (de sus discípulos). Todo poder es en el fondo destructor, toda imposición es mala. Por eso, no quiere mejorar el poder (convertirlo) sino superarlo de base (8) .

2. Inversión (10, 43-44). Jesús no necesita el poder económico del rico (10, 17-22) ni el mesiánico de los buenos zebedeos (no ha venido a conquistar el imperio romano) ni el sacerdotal del templo (cf. 11, 12-26)… Jesús no necesita, ni busca, un poder espiritual para domiar y dirigir así a los hombres.

Siguiendo en la línea de 9, 33-37, él no ha venido a fundar jerarquías entendidas en clave de honor y prioridad social o espiritual. Desde aquí se entiende su norma de seguimiento, entendido como inversión respecto al orden normal de este mundo: el poder (deseo de dominio) ha de volverse gratuidad, gesto de amor desinteresado por los otros.

Esta es la meta-noia o conversión que él ha proclamado (1, 14-15) y que ahora propone de nuevo a sus discípulos. De esa forma, Jesús quiere cimentar la vida de sus seguidores sobre el mismo camino de su entrega. Aquí se expresa Dios, aquí nace la Iglesia, invirtiendo el deseo de poder de los zebedeos y del resto de los Doce.

3. Ejemplo: Pues también el Hijo del hombre… (10, 45). La nueva actitud de los discípulos aparece así como una ampliación del gesto de Jesus que, siendo Hijo de hombre, da la vida por los otros. Todo lo que pueda decirse de la Iglesia (eclesiología) es consecuencia de la cristología. Discípulo es aquel que logra actuar como Jesus. Eso significa que Jesús no quiso ofrecer ni ofreció una teoría general sobre el seguimiento, diciendo a Pedro-Andrés y a Santiago-Juan lo que doblan hacer cuando les llamo para acompañarle como pescadores de hombres (1,16-20).

No les ofrece unas ideas, sino que les guía, ofreciéndoles su mismo camino de superación del poder económico, social y espiritual,, para que compartan con él las tareas del Reino. Según eso, discípulo es quien sigue la suerte de Jesus, convirtiendo su llamada en lugar de seguimiento (9).

Jesús ha invertido la tendencia dominante de los grupos sociales y religiosos que interpretan las estructuras de poder mundano en forma sacral. Por eso, frente a la manipulación mesiánica de los zebedeos, que son junto a Pedro sus seguidores principales (cf. 5, 37; 9, 2), ha establecido aquí las bases de una fraternidad donde no existe poder sino servicio, ejercido por el diakonos (servidor libre) o doulos (esclavo).

Pedro había rechazado el proyecto de entrega de Jesús (8, 32); los zebedeos ratifican aquel gesto, buscando la doxa o gloria mundana del mesías (10, 37), apareciendo así como representantes de una humanidad ansiosa de dominio religioso. Ellos (con los doce: cf. 10, 41) quieren ofrecer un correctivo mesiánico a Jesús, ayudándole con su poder y organización.

Jesús rechaza esa propuesta, pero no en la línea de una utopia extramundana, como si sus fieles tuvieran que encerrarse en un nivel de intimidad espiritual donde nada se posee ni desea, sino desde un más alto realismo social: busca una iglesia transparente donde los hombres y mujeres puedan compartir cien casas, madres, hermanos e hijos (cf. 10, 28-31). Jesús no se evade; busca la vida en común, el pan multiplicado; por eso debe rechazar un poder que quiere organizar el mundo desde arriba (10)

Conclusión: Ésta es la novedad de Jesús. Él no quiere líderes sentados a diestra y siniestra, asegurando desde el trono compartido el orden y obediencia de los pueblos, sino buenos servidores, gente de cariño eficaz, que sepa dar la vida por los otros.

Se ha dicho que hacen falta buenos gobernantes o señores, como si el problema del mundo se arreglara con buen mando (¡oh qué buen vasallo, si hubiese buen señor!: Mío Cid). Pues bien, para Jesús, el problema de la humanidad no se soluciona preparando mandos apropiados a nivel político, social o religioso. Por eso no busca en su grupo gobernantes o caudillos, estrategas de finanzas o de buena economía. No investiga las posibles dotes de los zebedeos, ni les hace estudiar leyes o filosofía del poder en una escuela israelita o griega, para hacerles funcionarios de su empresa. Él busca madres e hijos, buenos hermanos que sepan regalar su vida por los otros (11) .

Los zebedeos entendían la promesa del Hijo del Hombre en clave de triunfo (ellos mismos se creían el pueblo de los santos, que se identifican con el Hijo del Hombre triunfador); eran buenos exegetas de Dan 7. Pero Jesús entiende esa promesa en clave de más alto servicio: ha venido a dar la vida, no a exigir que otros le rindan homenaje. El evangelio se vuelve así una guía de servidores. No es directorio para triunfar, manual para ganar dinero y dominar sobre los otros. Por eso, todos los que alguna vez han buscado poder en la iglesia, se equivocan de mesías y confunden Dios y Diablo, Cristo y Antricristo. No se salva el pueblo con buenos gobernantes sino con buenos servidores (12) .

Notas (1) Paradigma social, con petición de los zebedeos y rechazo razonado de Jesús. Puede entenderse como ley de gobierno o antigobierno. Es paradigma en cuanto traza un modelo de comportamiento para los dirigentes de la iglesia, representados por los zebedeos y se funda en la historia de Jesús, pero su formulación es posterior a pascua.

(2) Siempre que vaya en línea de gloria y que les lleve a los lados del Hijo del hombre, estos zebedeos no rechazarían el fracaso y dolor de Jesús, sino que lo asumirían, queriendo acompañarle en ese camino de dolor (y muerte), sabiendo que así podrán compartir su gloria (obtener los tronos de honor al lado del Hijo del hombre). Sea como fuere, su petición es de grandeza. El riesgo mayor de la iglesia no se encuentra fuera (en escribas judíos y gobernadores romanos) sino en sus propios jefes interiores, que, con pretexto de servicio mesiánico y acción liberadora, quieren mandar sobre los otros. El riesgo mayor de la Iglesia está siempre dentro de la Iglesia. Santiago y Juan, hermanos que se unen en contra los otros (en vez de luchar entre sí como Caín y Abel) conservan el nombre de su padre (Hyioi Zebedaiou: Hijos de Zebedeo) y parecen buscar dentro de la iglesia un tipo de poder paterno, uno a la derecha, otro a la izquierda de la gloria de Jesus (10, 37).

(3) Este es uno de los ejemplos más claros de anticipación extradieguética de Mc: su texto se abre, más allá de sí mismo (más allá del tiempo de Jesús) hacia el futuro ya realizado de la historia eclesial. Mc recuerda a los lectores que estos duros y egoístas zebedeos han tenido un “buen final”: han muerto como y por Jesús; y lo recuerda precisamente cuando el texto les presenta como paradigma de incomprensión dentro de la iglesia.

(4) (a) Los zebedeos piden trono, y Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39); de esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en misión que se explicita como entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén. (b) Jesús no puede darles un trono sobre los demás, sino ofrecerles un lugar en su camino de entrega de su vida, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a sus discípulos: «sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40). Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), sabiendo que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos. Esta unión de cáliz y trono, de entrega actual de la vida (con Cristo) y de herencia del reino futuro (desde Dios) constituye el centro y clave del discipulado. Lo más consolador en ese texto no es el hecho de dejar la gloria (trono) en manos de Dios (sabiendo que Dios no da a nadie un trono sobre otros), sino el decir que los zebedeos podrán beber el cáliz con el Cristo: le seguirán hasta el final en el camino de entrega de la vida. Aprender a morir con Jesús, eso es seguirle, ser su discípulo. Los zebedeos le han pedido un trono de poder, en gesto equivocado de deseo de dominio. Jesús ha querido y ha podido transformar ese deseo, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la gracia de la vida y a la entrega hasta la muerte Ésta es la ironía y la profunda experiencia creadora del pasaje: tan grande es la fuerza que mana de su entrega, que Jesús puede cambiar con ella el mismo deseo egoísta de sus discípulos violentos (hijos del trueno: 3,17), haciéndoles capaces de entregar la vida por los otros. De ese modo, la pascua de Jesús ha de expandirse y triunfar entre los suyos, convirtiéndose en principio de resurrección para sus mismos seguidores. Es evidente que esta gran promesa debe interpretarse desde 16,6-7, como varias veces hemos señalado.

El camino de entrega de Jesús abre así un surco de fecundo seguimiento para sus discípulos. El signo del pan (central en toda la sección anterior: 6,30-44; 8,1-21) se abre al nuevo signo del cáliz: sin ofrenda de la vida es imposible el banquete escatológico. Este es cáliz de confianza, no de imposición ni de conquista. Por eso, el trono final ha de quedar en manos de la gracia plena que es el Padre. De esa forma se anticipa aquí el motivo de la ignorancia de la hora (13,32): ni los ángeles de Dios, ni el Hijo saben (es decir, deciden); sólo el Padre puede hacerlo, de manera que nosotros confiamos en su gracia y de esa forma podemos mantenernos confiados. Pero volvamos hacia atrás, al tiempo de la historia. El texto continúa en una segunda parte, presentando la actitud de los diez y la respuesta que Jesús les ha ofrecido (10,41-45), universalizando la enseñanza precedente.

(5) Cuando los zebedeos se quieren elevar sobre los otros, fracasa el grupo mismo de los Doce como expresión colegiada de la plenitud israelita. La unión de grupo se esfuma y deshace: a medida que Jesús va interpretando su camino en términos de entrega, sus discípulos disputan y rompen su unidad. Ya no hay Doce, sino dos por un lado (10,35-38) y diez por otro (10,41), como grupos enfrentados entre sí. Los ha escogido Jesús para que sean signo unido de un poder que es en el fondo antipoder, gesto de entrega de la vida. Ellos prefieren apegarse a los resortes de fuerza de la antigua tierra, bien representada por aquellos judíos y romanos que mantienen el control político conforme a métodos de entrega y muerte ya evocados en 10,33-34. Así, piden un lugar a la derecha y a la izquierda de Jesús, utilizando para ello los esquemas de poder antiguo y enfrentándose por eso (al menos implícitamente) a los restantes discípulos, que empiezan a sentirse así discriminados (10,35-37).

(6) Esta fuerte densidad de engaño e ilusión de los primeros apóstoles del Hijo del hombre puede parecer patética observando las cosas desde fuera. Miradas más por dentro, resulta consoladora: aquellos discípulos estaban donde solemos estar nosotros, deseando acoger la voz de Dios, pero corriendo siempre el riesgo (querido por nosotros) de engañarnos.

(7) Sobre la crítica del poder en los profetas, cf. J. L. Sicre, Los Dioses Olvidados. Poder y riqueza en los profetas preexílicos, Madrid 1979; cf. también Profetismo en Israel, El Profeta, Los Profetas, El Mensaje, Estella 1992. Como vemos, Jesús habla de los que parecen mandar (que en realidad no mandan, pues están esclavizados por el sistema), afirmando que ellos destruyen con su falsa pretensión a los demás. Eso significa que el poder, vinculado casi siempre a las riquezas (cf. 10, 17-22) y expresado como dominación política, quiere presentarse como una sagrada (signo de un Dios que sería Poder, en la línea de este), siendo en realidad diabólico.

(8) Junto a la crítica del poder de algunos profetas, en el conjunto del Antiguo Testamento aparece también otra línea de lógica político/teológica, que piensa que el poder es signo de Dios, como he señalado en Antropología Bíblica (Salamanca 2005) y en El Señor de los Ejércitos (Madrid 1996)

(9)Suele decirse que, conforme a Jn 19,31-36, la Iglesia nace del costado abierto de Jesus. Ahora sabemos que ella brota, según esta visión de Mc 8, 2710,52, del mismo camino de su entrega mesiánica.

(10) La comunidad mesiánica no necesita ricos para edificarse (como vimos en 10, 17-22), ni buenas autoridades sino buenos servidores, gentes que sepan ayudar a los demás de forma intensa, eficaz, cariñosa, creadora. Robinson, J. M., The Problem of History in Mark (SBT 21), London 1971. 56-63 ha destacado la crítica antipagana de este pasaje, que puede aplicarse también a los judíos.

(11) Leído en este fondo, el evangelio de Marcos aparece como manual de una iglesia de servidores. Allí donde parece que todo está acabado empieza todo; la vida adquiere su más hondo sentido, surgen relaciones nuevas, fundadas en la gratuidad, hay futuro para los niños, fidelidad para los esposos… Esto es posible porque (El Hijo del Hombre no ha venido a que le sirvan…! (10, 45).Al presentar así el camino del Hijo del Hombre, Jesús está invirtiendo el texto central de la esperanza apocalíptica: Vino el Hijo del humano… y todos los pueblos naciones y lenguas le servirán (Dan 7,14; cf. Dan 7, 25-27). Conforme a Daniel, cuando venga el Hijo del Hombre acabará la historia (lo que significa que no habrá historia del Hijo del Hombre). Por el contrario, según Marcos, la historia empieza precisamente con la venida del Hijo del hombre, una historia nueva de servicio, de evangelio. (

12) A partir de una visión como la de Dan 7, los zebedeos han querido invertir el mensaje de reino de Jesús, de manera que (en este momento del evangelio) ellos aparecen como ciegos o, quizá mejor, como antagonistas mesiánicos de Jesús. El Maestro les habla de entrega; ellos desean y planean la toma de poder. No están solos, no se diferencian en eso del resto de los Doce, sino todo lo contrario: actúan como representantes egoístas de un grupo llamado a la misión universal (cf. 3,13-19; 6,6b-13.30) y que ahora empieza a resquebrajarse por el egoísmo de sus miembros. Los zebedeos y los doce siguen a Jesús en camino equivocado de egoísmo mesiánico

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