El amor conyugal.
«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»
Sin ánimo de interpretar el texto, sino de reflexionar sobre él, vemos que la respuesta de Jesús va, como siempre, mucho más allá de la pregunta planteada: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse dándole acta de repudio a su mujer? … Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»… Tradicionalmente hemos caído en el error de pensar que Dios une por medio del sacerdote y a través del rito matrimonial, pero no es así. La unión ya existía desde mucho antes de llegar a la ceremonia, y esa unión que proclama el oficiante es en unos casos obra de Dios… y en otros no.
Dios une en el amor, y el amor conyugal es probablemente la experiencia que más nos acerca a Dios; su mejor reflejo; lo que más nos ayuda a intuir su esencia. Es por ello que esta unión siempre se ha considerado un sacramento; es decir, un hito excepcional en el encuentro con Dios. Nos equivocamos al identificar el sacramento con la ceremonia; la ceremonia es solo el signo, el sacramento es la vida en común de los esposos.
Esta unión basada en el amor es indisoluble, y el hombre no puede separarla porque es mucho más fuerte que él. Pero no debemos olvidar que el amor no es el único vínculo que lleva a una pareja al pie del altar, pues las hay que llegan unidas por el dinero, la conveniencia social, los intereses familiares o la mera atracción física… No parece que Dios haya tenido mucho que ver en ellas, y por tanto serán efímeras (a no ser que de ese primer vínculo surja el amor).
Tampoco todo lo que parece amor es amor. Muchas parejas se casan muy enamoradas y luego fracasan, y la causa está en que el enamoramiento se parece mucho al amor —Fromm lo define como una intoxicación por amor—, pero no es amor, y por tanto, no basta y produce uniones precarias… Entonces, ¿cómo distinguir el amor verdadero de lo que no lo es?
El amor se manifiesta en un deseo de la felicidad del otro, en sentirse bien si el otro está bien aun cuando esto suponga sacrificio propio. Porque amar es básicamente dar, no recibir. La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo y cuando se da así, no se puede dejar de recibir; de hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado (Fromm).
El enamoramiento es pasión —somos pasivos ante él— y el amor es esencialmente acción, y por ello, el salto del uno al otro requiere esfuerzo, trabajo, respeto y compromiso… No es gratis, pero cuando se logra, todo esfuerzo parece poco.
Un último apunte. La Iglesia se basa en el texto del evangelio de hoy para defender a ultranza el ideal del matrimonio indisoluble basado en el amor. Y es un ideal admirable que se funda en una de las manifestaciones humanas más positivas y humanizadoras como es el amor conyugal. Pero un ideal es un ideal, y no es bueno convertirlo en una exigencia cuya quiebra lleve aparejada un alejamiento de Dios y de la Iglesia.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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