Dom 26.9.21 (Mc 9, 38-40): integrismo eclesial: Le impedimos hablar en tu nombre, porque no andaba con nosotros
Así hablaban y hablan algunos “controladores” de Iglesia: Podrían contarse entre ellos algunos cardenales (no hace falta dar nombres), con obispos difíciles de catalogar, y miles de cristianos de a pie que quieren excomulgar a los que están fuera su grupo, exigiendo patente de ortodoxia y comunidad al mismo Papa Francisco.
Esos controladores tienen un “famoso” patrono, Juan Zebedeo, hermano de Santiago. Ambos habían exigido a Jesús los puestos de control de la iglesia (Mt 20, 20-28; Mc 10, 35-45), pero Jesús les criticó y parece que se “convirtieron”.
De todas formas, el evangelio hoy afirma que Juan Zebedeo y su grupo siguieron siendo “controladores apostólicos”, pues dijeron a Jesús que prohibiera y expulsara de su ministerio a un exorcista que hablaba en su nombre y hacía exorcismos, sin formar parte del “grupo Zebedeo”.
Jesús criticó a Juan y sus controladores, pero sigue habiendo muchos de ellos todavía.Aquí no quiero ni puedo hablar de ellos, pues hay medios especializados que tratan de ellos, diciendo la forma en que se oponen incluso al Papa Francisco. Hablo más bien del “complot” integrista de Juan Zebedeo, conforme a mi comentario de Marcos.
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Texto. Mc 9, 38-40
(a. Juan)38 Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido, porque no nos sigue a nosotros.
(b. Jesús) 39 Jesús replicó: No se lo impidáis, porque nadie que realice en mi Nombre un gesto de poder podrá hablar luego mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Introducción
Juan Zebedeo, muy unido a Pedro en principio de la iglesia (ambos aparecen unidos sn Hech 3, 1-11; 4, 13-19; 8, 14; Gal 2, 9). quiere imponer su autoridad sobre un exorcista que actúa en nombre de Jesús, pero sin formar parte de su grupo (quizá podría ser Pablo, quizá Apolo, quizá el mismo Discípulo Amado).
El texto da a entender que los Doce siguen en la Casa central de la Iglesia (9, 33), donde pueden y deben resolver los problemas apelando a Jesús. Pues bien, entre ellos se plantea un caso no previsto, y así piden consejo a Jesús (¡al Jesús pascual!) o, mejor dicho, le comunican la solución que han tomado: ¡Han impedido que alguien (hombre o mujer) expulse demonios apelando al “nombre” de Jesús, porque no es de su grupo!.
El texto anterior (Mc 9, 33-37) afirmaba que el más importante para el Reino (y la Iglesia) es el niño, y se oponía al peligro de una autoridad o jerarquía impositiva. Pues bien, en este nuevo texto (9, 38-40) Jesús rechaza un tipo de autoridad impositiva de un grupo oficial (de los Doce) sobre el legado mesiánico de Jesús[1]:
De un modo sorprendente y decisivo, Jesús desautoriza y rechaza a este Juan integrista (que parece el “segundo de a bordo” de la iglesia) y sigue presentando su proyecto, de un modo abierto, a todos los que quieran apelar a su “Nombre”, rompiendo así las estructuras de una iglesia “zebedea” (algo que está haciendo en este momento, otoño del 2023, el papa Francisco, contra cardenales y obispos zebedeos)[2].
9, 38. Juan: Se lo hemos impedido
38 Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido, porque no nos sigue a nosotros.
Aparece como representante de una iglesia bien establecida (con su estructura interna) y actúa en nombre de ella (se lo hemos impedido: ekôlyomen). Así aparece como jefe de aquellos que no han entendido (o no han querido aceptar) la enseñanza anterior de Jesús, y quieren una iglesia de poder y control, centrada en ellos mismos. La palabra de Juan Zebedeo (se lo hemos impedido) parece reflejar un lenguaje legal, que encontramos también en Hech 8, 36.
Los mismos que buscaban antes los primeros puestos quieren ahora dominar y controlar el movimiento de Jesús, quien les ha dado el poder de expandir el evangelio, expulsando a los demonios y curando a los enfermos (Mc 6, 6b-13; cf. 3, 14-15). Es normal que se organicen, para cumplir mejor su tarea. No se les puede acusar porque quieran imponer condiciones y controles, impidiendo que otros, de fuera del grupo, utilicen el nombre de Jesús (9, 38)[3].
De esa manera, según Marcos, los de Juan han querido convertirse en la primera iglesia oficial controladora. Humanamente, en clave social, hay que darles razón. Es como si hubieran inscrito en un registro religioso este nombre (Iglesia de Jesús), de forma que sólo ellos poseyeran el derecho de llamarse los del Cristo (cf. 9, 41). Lógicamente, ellos, los controladores, reaccionan con violencia, oponiéndose al exorcista ajeno (¡se los hemos impedido: ekôlyomen auton!), iniciando así un camino de imposición que se ha vuelto normal en largos trechos de historia cristiana.
Estos cristianos de Juan pretenden la exclusiva de Jesús, quizá por egoísmo (¡este camino es nuestro!), pero quizá también por mantener la pureza del nombre de Jesús y por identidad de grupo (¡sólo nosotros lo hacemos bien!). ¿No tendrán razón? ¿Para qué sirve una Iglesia o comunidad mesiánica si hay otros que apelan a Jesús y curan a los posesos (realizan su función) fuera de ella? Pero Jesús no es como estos cristianos de Juan: acaba de pedirles que acojan a los niños en su nombre (9, 37); por eso les dice ahora que acepten a los de fuera, si emplean el nombre de Jesús para obras buenas[4].
− Este Juan es jefe del grupo Zebedeo y necesita que la iglesia de Jesús sea una estructura clara, con una identidad propia (como otros tipos de judaísmo), con poder sobre los bienes mesiánicos. Históricamente, este Juan ha sido (tras la muerte de Jesús) un hombre de la Iglesia de Jerusalén, compañero de Pedro, como supone Hch 3-4 y Gal 2, 9, un hombre de autoridad, que quiere imponer (extender) su poder no sólo en Samaria (cf. Hech 8, 14), sino también en Galilea, donde también le encontramos (probablemente), para «controlar» el despliegue de los exorcismos de Jesús
− El exorcista “no comunitario” (que no forma parte de la comunidad de Juan) podría formar parte de los nazoreos de Galilea, donde han existido grupos de “cristianos” libres, personas que apelan a Jesús, pero no se integran dentro del modelo eclesial de Juan (o de Pedro y los Doce de Jerusalén). Podría ser también Pablo y su grupo, o Magdalena y las mujeres, o el Discípulo Amado.
Los que son como este exorcista saben que Jesús había sido profeta y sabio, sanador y amigo de marginados, gran exorcista. En esa línea, las comunidades galileas no empezaron siendo instituciones organizadas o unificadas desde arriba, como los esenios de Qumrán; no forman un rabinato de buenos escribas, ni una sociedad de creyentes con un “dogma” común, sino un movimiento de exorcistas, a quienes aquí parecen oponerse otros «cristianos» de Jerusalén (de la línea de Juan y de Pedro) que quisieron aparecer como portadores de un carisma que ellos deben controlan[5].
Lógicamente, en el momento en que Juan (el grupo zebedeo) ha querido organizarse de un modo exclusivo, con un mando unificado, han podido surgir y han surgido conflictos de competencia entre asociaciones personas que se vinculan a Jesús pero no forman parte de la comunidad oficial (zebedea) de sus discípulos. Así lo indica este relato, que refleja disputas eclesiales, centrándolas en Juan, que intenta controlar a los exorcistas galileos, como se dice que hizo en Samaria (cf. Hch 8, 14).
Es evidente que Juan actúa como autoridad eclesial, como representante de los discípulos centrales (de Jerusalén), queriendo interpretar y actualizar el proyecto de Jesús, a quien presenta como maestro (didaskale). Antes era Pedro quien aparecía como Satanás/tentador de Jesús. Ahora es Juan Zebedeo (cf. 10, 35-45) quien desea controlar con la fuerza (ha controlado ya) los exorcismos de Jesús, en nombre de una comunidad constituida como instancia de control social, oponiéndose, con otros (¿con los Doce?) al exorcista no comunitario[6].
¿Cómo y con quiénes lo ha hecho? ¿Quiénes son los que impedido con su fuerza (ekolyomen) que aquel hombre siga realizando exorcismos en nombre de Jesús? El texto no lo dice, pero es claro que los de Juan han empleado algún tipo de violencia física o moral (verbal) y han conseguido lo que pretendían: ¡Se lo hemos impedido! Nos hallamos ante una de las primeras persecuciones intra-eclesiales (cuya existencia aparece clara en las disputas a las que alude Pablo en Gálatas)[7].
9, 39-40. Jesús dice no se lo impidáis: iglesia abierta
39 Jesús replicó: No se lo impidáis, porque nadie que realice en mi Nombre un gesto de poder podrá hablar luego mal de. 40 Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Sentido básico. Según Marcos, Jesús no ha creado un grupo de control religioso, ni quiere el triunfo de “su” iglesia en cuanto tal, en clave de poder, sino que es profeta de una gracia abierta a todos, no rabino de escuela cerrada, ni nombre sagrado de un grupo de iniciados que desean adquirir notoriedad con gestos milagrosos. Precisamente para defender sus exorcismos, él ha rechazado a familiares y escribas (Mc 3, 20-35), condenando a Roca como Satanás eclesial, cuando intentaba oponerse a su camino de entrega (8, 33). Ahora, a fin de ratificar el carácter universal de los exorcismos, debe condenar el deseo de imposición de Juan y de aquellos que quieren adueñarse de su nombre y tarea, para controlar de esa manera a los demás[8]:
—a: Principio general: ¡No se lo impidáis! (9, 39a). Jesús rechaza así a los que han querido acallar por ley (o por fuerza) al “exorcista” ajeno. De esa forma eleva su programa de Reino por encima del control zebedeo y abre un camino de evangelio (iglesia) más allá de la cerca que quieren imponerle. Ciertamente, este Jesús de Marcos quiere que los partidarios de Pedro y de Juan retomen el camino de la Iglesia en Galilea, donde el joven de la pascua les pide que vayan (cf. 16, 7-8); pero si quieren hacerlo (volver a Galilea) han de aceptar como cristianos (seguidores de Jesús) a otros exorcistas y grupos mesiánicos.
Resultaría fascinante saber quiénes eran esos exorcistas no zebedeos ni marcanos, pues parece que Marcos no se identifica tampoco con ellos, como veremos, aunque quiere que tengan libertad para apelar al nombre de Jesús al realizar sus exorcismos. Me inclinaría a pensar que pueden estar en la línea de la comunidad Q, no integrada en el grupo de Marcos, pero tampoco rechazada por él. De todas formas, se trata de un tema difícil de resolver pues, como veremos, el documento Q (cf. Lc 11, 23; Mt 12, 30) contiene una fórmula que parece opuesta a la de Marcos[9].
—Razón 1ª:Pues nadie que haga en mi Nombre un acto de poder (un milagro)…(9, 39b).El Nombre de Jesús (su mensaje fundante) es mayor que la iglesia. Por eso es bueno que se extienda y actúe, que ayude a los hombres a curarse y vivir, de un modo poderoso. No es Jesús quien se pone al servicio de la iglesia sino al contrario, es la iglesia la que debe ponerse al servicio del Nombre de Jesús, es decir, de su acción liberadora.
En ese sentido podríamos afirmar que la acción liberadora (exorcismo en Nombre de Jesús) es más importante que la Iglesia establecida. Quien actúa de esa forma, apelando a Jesús y realizando en su Nombre un acto poderoso (esto es, liberador), no podrá después rechazarle o condenarle. Sobre las obras de Jesús (sobre su acción liberadora) y no sobre palabras de identidad y poder grupal se decide el evangelio. Confesar a Jesús significa seguir realizando su acción al servicio de los oprimidos[10].
—Razón 2ª: Pues quien no esté contra nosotros estará a nuestro favor (hyper êmôn) (9, 40). Jesús acaba de aceptar la obra del exorcista “no comunitario”, pero después, de forma sorprendente, se vincula a la comunidad o grupo de Juan (es decir, a los que se han opuesto al exorcista ajeno), integrándose con ellos, al decirle a ellos (a los de Juan) “quien no está contra nosotros…”.
El Jesús de Marcos se encuentra, según eso, en ambos lados: está con el exorcista no comunitario (a quien defiende); pero también está con la iglesia zebedea (de Juan), con la que se identifica, diciendo con ella “nosotros”. Este descentramiento (está con el de fuera) y recentramiento (está con los zebedeos) de Jesús forma un elemento esencial del evangelio, que rompe fronteras, sin negar la identidad interna del grupo al que corrige, para que sea capaz de aceptar a los de fuera.
Marcos y el Q. Dos formas de enfocar el tema.
La formulación de Mc 9, 40 (“Pues quien no está contra nosotros está a favor nuestro”) ha sido objeto de disputa dentro de la Iglesia, como supone el mismo Marcos (al decir que ella va en contra de la praxis de Juan Zebedeo). Por eso es bueno compararla con la afirmación, al parecer opuesta, de Q (en sus dos formas, la de Lucas y la de Mateo), según la cual “quien no está conmigo está en contra de mí”. Volvamos a presentar el tema partiendo del texto de Marcos
(a) Quien no esté “contra nosotros” (kath’êmôn). Jesús se refiere de esa forma al exorcista “no comunitario”, diciendo que él (ese exorcista) no va en “contra” de los que forman el grupo de Juan, pues no les impide ser, no quiere destruirles, sino que realiza una obra en la línea de las obras de Jesús (esto es, en línea de ayuda humana, de liberación), apelando incluso a su nombre, aunque sin formar parte del grupo de Juan. Jesús indica así que ese exorcista, sin formar parte del grupo, no va en contra del grupo de Jesús (controlado al parecer por Juan Zebedeo).
(b) Está “a favor nuestro” (hyper êmôn). Ciertamente, ese exorcista no comunitario no es “con” Jesús o con su iglesia oficial, de manera que no se emplea aquí el término met’, esto es “con”, como en 1, 36 o 3, 14. Pero sin estar con ellos, está a favor (hyper) de lo que ellos hacen (o han de hacer), es decir, de su acción liberadora por los oprimidos). Pues bien, este contexto debemos recordar que, según la tradición eucarística, en la que culmina el evangelio de Marcos, Jesús se define como aquel que derrama su sangre, su vida, hyper pollôn, “a favor” de muchos, es decir, de todos (14, 24). Pues bien, en un sentido convergente, el mismo afirma que este exorcista no comunitario está “hyper êmön”, es decir, a favor nuestro (a favor de la obra que nosotros realizamos, en línea de entrega eucarística de la vida).
Pues bien, como he dicho, la afirmación de fondo de este “dicho” (el que no está contra nosotros, está con nosotros…) ha sido discutida y presentada de un modo distinto, al parecer inverso, por la tradición Q (Lc 11, 23; Mt 12, 30) donde se dice: “Quien no está conmigo, está en contra de mí”. Da la impresión de que ahora el centro es Jesús, de manera que quien no está expresamente con él va en contra suyo.
Éste es un tema de fondo que debe estudiarse con cuidado, pues define el espacio interior y exterior de la comunidad de Jesús. Todo nos permite suponer que han surgido en ella disputas sobre la identidad de los creyentes y sobre la forma de relacionarse con el “poder” de Jesús. De manera consecuente, las comunidades han tenido que fijar los límites de su identidad. Desde ese fondo han de entenderse las dos perspectivas (Marcos y el Q), que a primera son opuestas, aunque pueden completarse, siempre que se tenga en cuenta el contexto en que surgen (vinculado con los exorcismos, es decir, con la obra liberadora de Jesús y de su grupo).
- Contexto de Marcos. Como vengo diciendo, Marcos ha situado este dicho afirmativo (o de inclusión: “quien no está contra nosotros está con nosotros…”: Mc 9, 40) en un contexto de disputa sobre los exorcismos. No se trata ya de una disputa en contra de los fariseos (que acusaban a Jesús de endemoniado por su acción liberadora, como en Mc 3, 22-30 o como en el texto del Q, del que hablaremos luego), sino de una disputa intraeclesial donde el Jesús de Marcos se opone a unos discípulos de la línea Juan Zebedeo que intentan monopolizar su movimiento.
En esa línea, el Jesús de Marcos responde de manera universal, incluyendo de algún modo en su comunidad “ampliada” a los que no vayan directamente en contra de él y de su movimiento liberador, y de manera especial a los que apelan a su nombre para ayudar a los posesos y excluidos de la sociedad, oponiéndose así a los “escribas” legalistas de Mc 3, 22-30 y de la tradición Q (Lc 11, 23; Mt 12, 30) que no dejan que Jesús libere a los posesos. Ciertamente, este Jesús se incluye en la iglesia zebedea (dice “nosotros”, refiriéndose a ella), pero no la entiende como instancia cerrada de poder o de control social, sino a modo de comunidad abierta a todos los que actúan en su nombre (aunque no se integren en su grupo “oficial”).
De esa manera, el “nosotros”, por el que Jesús se vincula con los zebedeos, incluye también a los “exorcistas” que apelan a Jesús, aunque no formen parte oficial de la iglesia zebedea. Frente a las luchas intracristianas por cuestión de exclusivas, privilegios y controles de ortodoxia jerarquizante (social), ha elevado aquí Jesús el principio de unificación suprema: lo que vincula a sus creyentes es la obra mesiánica de liberación que realizan (estar a favor suyo, esto es, de su obra y mensaje de Reino), no algún tipo de poder de grupo.
- 2. Contexto del Q. La tradición que está en el fondo del documento Q (Lc 13, 23 y Mt 12, 30) ha formulado este dicho de una forma negativa, y en línea de exclusión (quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo desparrama), y lo ha situado en el ambiro de la disputa de Jesús con los fariseos (o con otros judíos) que le acusan de aliarse a Belcebú, es decir, de actuar como delegado de Satanás, expulsando a unos “pobres” demonios (curando a unos pocos endemoniados, de segunda categoría) para someter mejor a todos los restantes judíos, destruyendo de esa forma al pueblo entero (es decir, a los buenos israelitas). En un contexto semejante había situado Marcos el pecado contra el Espíritu Santo, tal como aparecía (3, 28).
Éste es un dicho polémico, en el que Jesús se defiende de aquellos que le acusan de ser un agente diabólico. En esa precisa situación, “no estar con Jesús” significa oponerse a su proyecto de liberación, rechazando su movimiento de ayuda a los pobres y excluidos. Esa formulación negativa y polémica (excluyente) de este dicho sólo recibe su sentido en el trasfondo concreto en el que Jesús identifica su suerte con la suerte de los posesos y excluidos.
Entendido así, este dicho resulta profundamente evangélico: Aquel que se opone a la acción liberadora de Jesús, rechazando de esa forma a los pobres y posesos a quienes él ha querido ofrecer su ayuda, se opone de hecho a Jesús. Según eso, este dicho intenta precisamente “defender” a los pobres y excluidos, pues, “no estar con Jesús” significa oponerse a su acción liberadora (esto es, oponerse a la liberación de los posesos ye excluidos de la sociedad).
De todas formas, sacado de su contexto y tomado en absoluto (o identificando a Jesús con un “sistema religioso”, centrado en sí mismo), este dicho (“quien no está conmigo está en contra de mí”) puede presentarse como signo de una actitud intolerante y cerrada, hasta el punto de convertir movimiento de Jesús en una secta. Pero, en principio, este dicho no ha querido tener ni ha tenido ese sentido de intolerancia y expulsión, sino que ha servido como medio para proteger o defender a los excluidos o expulsados (posesos) con los que se ha identificado Jesús.
Según eso, bien interpretados, los dos dichos (el más abierto de Marcos, y el más excluyente del Q) no se oponen, sino que tienen en el fondo un mismo sentido, aunque lo expresan de formas distintas. Desde ese fondo se entienden los textos de Lucas y Mateo.
- a) Significativamente, Lucas incluye en su texto las dos formas del dicho: la “abierta” de Marcos (quien no está contra nosotros está a nuestro favor, también con hyper; cf. Lc 9, 50) y la “cerrada” del Q (quien no está conmigo está contra mí; cf. Lc 11, 23). Es evidente que, a su juicio, los dos “dichos” no se oponen, sino que se complementan, pues se sitúan en perspectivas distintas, en la línea que arriba he señalado.
- b) A diferencia de Lucas, quizá para insistir en el tema de la identidad eclesial (en un tiempo de fuertes rupturas: hacia el 80-85 d. C), Mateo no ha citado el dicho del “exorcista no comunitario” de Marcos (en su forma “abierta”), sino sólo la disputa de los fariseos contra los exorcismos de Jesús, con la forma “cerrada” del dicho (“quien no está conmigo está contra mi”: Mt 12, 30). De todas formas, en otro contexto (Mt 25, 31-46), este evangelio ha insistido en el valor mesiánico de todas las obras buenas que se hacen a favor de los necesitados (se hagan o no se hagan en nombre de Jesús, desde su grupo o desde fuera de su grupo).
Es evidente que las dos perspectivas (la que he llamado abierta y la cerrada) no sólo no se oponen (no se contradicen), aunque los matices en uno y otro caso sea distintos, sino que en el fondo se completan, siempre que se ponga en el centro la obra de Jesús a favor de los marginados y posesos. En este contexto debemos destacar el carácter “abierto” de la versión de Marcos, que no quiere una iglesia de tipo “fariseo” (zebedeo) donde sólo algunos puedan tener el control de los exorcismos, desde la perspectiva del “poder” del grupo. A su juicio, la iglesia zebedea (con la que el mismo Jesús se ha identificado de un modo especial: “quien no está contra nosotros”…) puede correr el riesgo de volverse iglesia “farisea” en el mal sentido de la palabra, una iglesia que repite los errores de aquellos que han acusado a Jesús de estar endemoniado.
NOTAS
[1] Según el pasaje que sigue, los cristianos “oficiales” no son dueños del legado de su maestro, ni pueden controlarlo, pues él ofrece su impulso de vida para todos los que quieran actuar en su nombre. Según eso, la Iglesia dirige, anima, expande el camino mesiánico de Jesús, pero no lo encierra ni domina: no utiliza ese poder en nombre propio, ni quiere controlarlo para bien del grupo, por encima de los otros. El Nombre de Jesús (to onoma mou) aparece como fuente de vida que desborda el círculo de la iglesia, de manera que hay “otros” (fuera de la Iglesia) que realizan milagros (poiein dynamin) en ese Nombre.
[2] Para situar el tema dentro de las posibles “tendencias” y rupturas en la Iglesia primitiva: H. Koester y J. M. Robinson, Trajectories through Early Christianity, Fortress, Philadelphia 1971; Theissen, Religión; F. Vouga, Los primeros pasos del Cristianismo, Verbo Divino, Estella 2001; L. M. White, De Jesús al cristianismo, Verbo Divino, Estella 2004.
[3] No es que la iglesia zebedea pretenda el monopolio absoluto de los exorcismos (es decir, de las obras buenas que se hacen a favor de los demás), ni que ella quiera imponer un control moral sobre todos los campos de la vida (en contra de lo que dirá el Jesús de Marcos). Juan no puede impedir que existan otros exorcistas. No tiene el poder político para obligarse a comportarse de una forma determinada. Pero quiere que no apelen al nombre de Jesús, pues ese nombre le parece de su propiedad. A su juicio, sólo aquellos que les siguen a ellos (a Juan y a su grupo) tienen derecho a fundarse en el Nombre de Jesús.
La palabra de Juan Zebedeo (se lo hemos impedido) parece reflejar un lenguaje legal, que encontramos también en Hech 8, 36, en un contexto bautismal: ti kôlyei (qué es lo que impide…), como ha destacado O. Cullmann, Spuren einer alten Taufformel im Neuen Testament (1937), en Vorträge und Aursätze (1925-1962), Mohr, Tübingen 1966, 524-531, que ha situado la fórmula impedir-no impedir (con kôliein) en la praxis bautismal de la iglesia antigua. Pues bien, en nuestro texto esa fórmula se aplica más bien en un contexto de exorcismos.
[4]Es evidente que muchos seguirían hoy dando la razón a Juan. Ellos quieren que la Iglesia tenga una identidad social, de manera que se pueda saber bien quiénes forman parte del grupo, siguiendo a sus jefes. Por eso pretenden “apoderarse” del Nombre de Jesús, es decir, de su tarea. Más que una ortodoxia en el sentido posterior (una única doctrina), ellos quieren una ortopraxia, una práctica de poder centralizado, liderada por ellos mismos. Parece evidente que Juan (vinculado a su hermano Jacob y a Roca, que son los tres preferidos, y a los Doce) ha empezado a crear una Iglesia que intenta conseguir la exclusiva de Jesús.
Al conservar este pasaje, el evangelio de Marcos nos permite vislumbrar por un momento los conflictos de competencia entre grupos eclesiales. Hemos visto ya una discusión con los familiares (3, 21.31-35) que querían el control sobre Jesús y se oponían a sus exorcismos (a su forma de abrirse a los impuros, rompiendo la unidad sagrada de Israel). Ahora el problema lo plantean los celosos zebedeos que pretenden crear una nueva identidad social cristiana, apelando precisamente a los exorcismos, que deben ser la nota más significativa del grupo
[5] Cf. M. Hull, Hellenistic Magic and the Synoptic Tradition, SBT 28, London 1974; H. C. Kee, Medicina, milagro y magia en tiempos del NT, Almendro, Córdoba 1992; M. Smith, Jesús el mago, M. Roca, Barcelona 1988.
[6] La tradición vincula a Pedro y Juan como líderes de la primera iglesia (cf. Hech 3-8). Mc 8, 33 y 9, 38, ellos aparecen unidos en un contexto de búsqueda de poder y control eclesial. Cf. R. F. Corrin, John, ABD 3, 883-886.
[7] Los exorcismos de Jesús abrían un espacio de libertad, y así lo sabe el exorcista no comunitario, realizando aquello que él había encargado a sus discípulos (cf. 3, 15; 6, 7.13). Ciertamente, Jesús había llamado a unos discípulos especiales (a los Doce, entre los que se encuentra Juan) para que le acompañaran en el camino mesiánico, al servicio del Reino, y no de su propio grupo (cf. 1, 18; 2, 14-15; 3, 7; 8, 34; 10, 21; 15, 41 etc.). Pues bien, lo que Juan y los suyos pretenden ahora no es que los exorcistas expandan el Reino, sino que le sigan a ellos, que aparecen así como “controladores” de la obra de Jesús. Por eso se oponen a este exorcista que actúa en nombre de Jesús (al servicio del Reino), pero no les sigue a ellos. Así intentan monopolizar la acción y nombre de Jesús, retomando de esa forma el argumento de los escribas de de Jerusalén (cf. 3, 21-30), quienes pensaban que los exorcismos sólo eran positivos si se ponen al servicio de su propia “ley” comunitaria (no de la curación de los posesos).
[8] Este pasaje nos sitúa ante el primer riesgo de imposición eclesial: los cristianos zebedeos han empezado a emplear violencia, para introducir en su grupo a los demás o acallarles, en nombre de Jesús. Pues bien, en virtud de la misma dinámica evangélica, el Jesús de Marcos se lo ha impedido, diciendo que su iglesia no es monopolio de algunos, sino grupo de gratuidad, no exclusivo (no celoso ni envidioso), al servicio de los endemoniados y expulsados de la sociedad. El exorcismo es un “sacramento” difícilmente controlable en clave de institución, tanto en plano judío (3, 21-30), como en plano eclesial (9, 38-40), de manera que puede aparecer y aparece como amenaza para quienes quieren crear un grupo de “control” (sean judíos, paganos o cristianos).
[9] Sobre el espacio en que se mueve la “iglesia” de Marcos, cf. Ch. M. Tuckett, Q and the history of Early Christianity, Clark, Edinburgh 1996, 355-450). En este contexto, cf. también R. Bauckham, For Whom Were Gospels Written?, en Id. (ed.), The Gospels for All Christians: Rethinking the Gospel Audiences, Eerdmans, Grand Rapids 1997, 9-49.
[10] Esta escena reelabora quizá (y matiza) el tema de fondo de un texto etiológico antiguo, de Eldad y Medad, ancianos de Israel, que reciben el Espíritu y profetizan, sin formar parte del grupo oficial de Moisés, indicando así la existencia de un verdadero judaísmo fuera del judaísmo oficial (cf. Núm 11, 16-17.24-29). También Mc 9, 38-41 tiene un carácter etiológico: ha sido creado por la tradición pascual o por Marcos (quizá sobre un fondo histórico del tiempo de Jesús o, más probablemente, del principio de la Iglesia) para romper el monopolio de los zebedeos y su grupo en esa Iglesia.
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