Acoger lo nuevo.
TE HAS DE ENCONTRAR
Tarde o temprano
te has de encontrar.
No sigas siendo un extraño
en tu heredad.
Vuélcate sobre ti mismo,
abierto de par en par.
Sólo el que sabe enfrentarse
descubrirá la verdad.
Solamente el que se acepta
acogerá a los demás.
Sólo encuentra al Dios oculto
el que se sabe buscar.
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Pedro Casaldáliga,
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En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
– “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.”
Jesús respondió:
“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa...”
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Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
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Habla H. Cox de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, la otra excéntrica. La concepción excéntrica no hemos de entenderla en el sentido de extraña o extravagante, sino como algo que tiene su centro fuera de sí. Es la persona que acoge lo nuevo, lo inesperado, lo que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu, disponible a su «juego», capaz de aceptar los riesgos que comporta. Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo encerrado en sí mismo, que no reserva sorpresas, que no va más allá de sus propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y por la esclerosis. En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo imprevisible y por la llegada de lo imprevisto, con personas todas diferentes, siempre «fuera de los esquemas».
El error más trágico y más común. Todo lo que no está recogido en los códigos queda descalificado. Todo lo que no pertenece al campo de lo «ya visto» y representa una amenaza para la seguridad, para la regularidad, tiene que ser declarado ilegítimo.
Todo lo que es diferente ha de ser declarado abusivo. Es una operación que, por desgracia, siempre está de moda. Todo lo que se mueve se vuelve automáticamente sospechoso. Es preciso que mantengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual buscamos al Espíritu como sospechoso y peligroso y tendemos a meterlo en una ¡aula!
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A. Pronzato,
Evangelios molestos,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1997.
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