Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
EL POETA
«El poeta es su infancia».
Y el niño Rilke lo supo.
Una infancia bien soñada.
La que soñara y no tuvo.
Todo poeta es un niño
que se niega a ser adulto.
Podrán crecerle las barbas
de la ira o del orgullo.
Y caérsele a pedazos
el corazón ya maduro.
Pero conserva los ojos
deslumbradamente puros.
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Pedro Casaldáliga
El tiempo y la espera,
Editorial Sal Terrae.
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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:
– “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.”
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
– “¿De qué discutíais por el camino?”
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo:
– “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
– “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”
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Marcos 9, 30-37
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«Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante» (Lc 9,46). Sabemos bien quién es el que siembra esta discusión entre las comunidades cristianas. Pero tal vez no tengamos bastante presente que no puede formarse ninguna comunidad cristiana sin que, antes o después, nazca esta discusión en ella. En cuanto se reúnen los hombres, ya empiezan a observarse unos a otros, a juzgarse, a clasificarse según un orden determinado. Y con ello ya empieza, en el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible, invisible y a menudo inconsciente lucha a vida o muerte.
Lo importante es que cada comunidad cristiana sepa que, ciertamente, en algún pequeño rincón «surgirá entre sus componentes la discusión sobre quién es el más importante». Es la lucha del hombre natural por su autojustificación. Ese hombre se encuentra a sí mismo sólo en la confrontación con los otros, en el juicio, en la crítica al prójimo. La autojustificación y la crítica van siempre de la mano, lo mismo que la justificación por la gracia y el servicio van siempre unidos. Como es cierto que el espíritu de autojustificación sólo puede ser superado por el espíritu de la gracia, los pensamientos particulares dispuestos a criticar quedan limitados y sofocados si no les concedemos nunca el derecho a abrirse camino, excepto en la confesión del pecado.
Una regla fundamental de toda vida comunitaria será prohibir al individuo hablar del hermano cuando esté ausente. No está permitido hablar a la espalda, incluso cuando nuestras palabras puedan tener el aspecto de benevolencia y de ayuda, porque, disfrazadas así, siempre se infiltrará de nuevo el espíritu de odio al hermano con la intención de hacer el mal. Allí donde se mantenga desde el comienzo esta disciplina de la lengua, cada uno de los miembros llevará a cabo un descubrimiento incomparable: dejará de observar continuamente al otro, de juzgarle, de condenarle, de asignarle el puesto preciso donde se le pueda dominar y hacerle así violencia. La mirada se le ensanchará y al mirar a los hermanos, plenamente maravillado, reconocerá por vez primera la gloria y la grandeza del Dios creador. Dios crea al otro a imagen y semejanza de su Hijo, del Crucificado: también a mí me pareció extraña esta imagen, indigna de Dios, antes de que la hubiera comprendido.
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Dietrich Bonhoeffer,
Vida en comunidad,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1997.
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