Carta de Santiago 2, 1-5
Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la sinagoga (reunión de creyentes). Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: “Por favor, siéntate aquí en el puesto reservado.” Al pobre, en cambio: “Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo.” Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?
Comentario
Santiago acaba de formular el sentido y alcance de la “ley de la libertad”, ley de los pobres que acogen y comparte en Reino de Dios, añadiendo, en forma lapidaria: La religión pura e incontaminada delante de. Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo (Sant 1, 25.27).
En esa línea, él ha querido identificar así el cristianismo (religión verdadera) con el judaísmo, expresado en forma de ley universal de libertad, al servicio de los pobres. Sólo los pobres pueden ser libres, vivir en fe. Sólo los que comparten la vida de los pobres, viviendo a su servicio, en amor, pueden ser religiosos, conforme a le “ley” (cf. Ex 22,20-23; Dt 16, 9-15; 24, 17-22).
Esta es la fe de Jesucristo, que no es solo (ni principalmente) creer en Jesús como Dios, sino creer como él, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio… (Sant 2, 1-2).
Aquí se manifiesta la “fe de Jesucristo” (es decir, su forma de vivir, su manera de confiar en Dios y de crear comunión), que es anterior a “la fe en Cristo” (entendida en forma de religión en la que se adora a Jesús). Se trata de crear y actuar como Jesús, más que de creer en Jesús (aunque al final, para los cristianos, ambas cosas se identifican, si se entiende bien la en Cristo). Sea como fuere, Santiago ha visto el riesgo de que la fe en Cristo suprima la fe de Cristo o la desvirtúa, como a veces ha sucedido en la Iglesia posterior.
Santiago quiere recuperar la fe de Jesucristo, es decir, la forma de vivir y de actuar de Jesús. En esa línea, él interpretar la fe como pistis, es decir, como fidelidad mesiánico, como la forma de vida que tuvo Jesús en el mundo. De esa manera recupera la tradición más honda y fiable del evangelio.
Más que creer en Jesucristo (en una fe separada de la vida), importa actuar como Jesús, mostrando de esa forma la fidelidad de Jesucristo, no ya de un modo universal o general (como en el caso anterior: acoger a huérfanos y viudas), sino de un modo concreta, en la reunión o asamblea de los fieles.
En este lugar, Santiago no quiere hablar ni siquiera de iglesia (ekklesia), término más utilizada por los cristianos helenistas, pues sabe bien que la palabra iglesia-ekklesia significa en el fondo una asamblea de poderosos, hombres ricos e influyentes de la ciudad, reunidos en asamblea decisiva y decisoria.
A su juicio, el cristianismo no es una asamblea de ricos-poderosos, bien organizados, conforme a la jerarquía social greco-romana, sino una asamblea o sinagoga o reunión de pobres, y por eso utiliza la palabra “sinagoga”, tradicional en el judaísmo, entendida como “reunión o consejo” de pobres, sin jerarquías de poder. (Nota: La traducción oficial no pone “sinagoga”, no se atreve a ponerla, sino que pone “asamblea litúrgica”. Sería mejor que pusiera simplemente asamblea o sinagoga).
Pero lo más significativo no es el cambio de palabra (en el fondo, sinagoga o iglesia podrían dar lo mismo), sino lo que sigue diciendo el texto. Santiago no habla de lo que se hace en la sinagoga (reunión), aunque pueda ser muy importantes (lecturas, quizá comidas, eucaristía, prácticas sacramentales, enseñanza de doctrinas superiores…). Todo eso le parece secundario y puede pasarse por algo, sin necesidad de citarlo. Lo único que le importa es que la “asamblea” sea de verdad sinagoga o comunión de pobres”, es decir, de iguales, sin que haya separación o distinción entre ricos y pobres.
Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: una reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos a un lado y pobres a otro, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen. Ésta es en el fondo la identidad de la iglesia (de la fe en Jesús), que el evangelio de Mateo ha puesto también de relieve en un pasaje convergente (Mt 18).
La fe de Jesucristo consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (Ley del Reino) que es «amar a los demáscomo a uno mismo»; si se aman y acogen así, todo lo que hagan en la reunión será buena Iglesia, comunidad de Jesús.
Desde ese fondo se entiendo la “liturgia” o reunión de los creyentes, definida de una forma que puede valer lo mismo para judíos y para cristianos. Santiago no expone los ritos propios de cada grupo (sus lecturas, sus gestos sacramentales), sino que se centra en algo previo: la acogida y la igualdad entre todos. Una “liturgia” es religiosa, una reunión social, es “cristiana” si en ella se supera la distinción de personas. Como buen “judío”, Santiago no hace un discurso sobre la igualdad, partiendo de los pobres, sino que pone un ejemplo:
Hermanos míos, tened la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo, sin hacer distinción de personas. Porque si en vuestra congregación (sinagogué) entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y también entra un pobre con vestido sucio y sólo atendéis con respeto al que lleva la ropa lujosa y le decís: “Siéntate tú aquí en buen lugar”; y al pobre le decís: “Quédate allí de pie” o “Siéntate aquí a mis pies”, ¿no hacéis distinción entre vosotros, y no venís a ser jueces falsos? (Sant 5, 1-2)
Quizá no se pueden tomar estas palabras al pie de la letra… Pero es evidente que cuando ellas se invierten y no se cumplen se está abandonando el evangelio. Santiago se opone así a los jerarcas con anillo y ropas diferentes (nobles), sentados como jefes en sedes de honor (como ciertos obispos de gran anillo o vestimenta de poder).
Ésta es su sinagoga, ésta su iglesia: Reunión donde pueden venir todos, sin acepción de personas, sin ricos que se sientan a un lado y pobres a otros, sin maestros que presiden y oyentes que obedecen, sin jerarcas y pueblo, sin poderosos y oprimidos.
La fe de Jesucristo (la que quería Lutero) consiste en que todos puedan reunirse, sin acepción de personas, vinculados por la «ley regia» (es decir, la Ley del Reino) que es «amar a los demás como a uno mismo», partiendo de los más pobres, pues sólo los pobres y aquellos que comparten la vida de los pobres pueden ser “ricos en fe”.
La comunidad o sinagoga de Jesucristo (como quieren los católicos) es la “heredera” (presencia) del Reino. Dogmas y sacramentos (incluso estructuras “católicas” y ministerios de servicio) son buenos, pero sólo en la medida en que son expresión y consecuencia de la elección de los pobres. Por eso, la verdadera sinagoga (iglesia, reunión de Jesús) son los pobres. Ellos son el pueblo elegido, como decían los auténticos judíos…
Sin duda los tres ejemplos de “ruptura eclesial” (sinagogal) que propone Santiago (primeros puestos, anillos lujosos de autoridad, ropas opulentas de distinción sagrada…), pueden ser secundarios pero son enormemente significativos. Hay comunidades protestantes que han puesto muy de relieve la fe, pero quizá no la de Jesucristo, como quiere Santiago. Hay iglesias católicas que han puesto muy de relieve la promesa del reino de Dios…, pero quizá no del reino que se expresa y realiza a través de los pobres.
Esta lectura de la Carta de Santiago me ha parecido “esencial” en este tiempo de crisis de iglesia (o, mejor dicho, de “sinagogas” o comunidades de Jesus). Por eso, este domingo 5 de Septiembre, en el mes de la Biblia) he querido comentar la lectura de Santiago. Quien quiera segur lea la carta entera de Santiago, de la que ofrezco a continuación una visión de conjunto, tomada de mi Diccionario de la Biblia:
Carta de Santiago. Visión de conjunto
La iglesia judeo-cristiana ha dejado huellas en diversos textos del Nuevo Testamento, no sólo en Mateo y en el Apocalipsis (e incluso en Juan), sino y, sobre todo, en esta carta/tratado que algunos críticos piensan que pudo haber sido escrita por el hermano de Jesús, en un buen griego, dirigiéndose a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). En contra de esa opinión, la exégesis liberal y neo-liberal (de tipo histórico-literario) sigue suponiendo que la carta constituye un discurso parenético tardío, escrito por un judeo-cristiano de la tercera generación, respondiendo y criticando a Pablo.
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