(15.8.21) Asunción 3: Entre Ascensión y Descensión: Mujer oprimida, fugitiva, perseguida
Subió a los cielos, bajó al infierno de la historia
Una cosa es la Ascensión (ascenso activo de Jesús resucitado al cielo) y otra la Asunción (ascenso receptivo de la mujer-madre, asumida, transformada por Dios, en su gloria celeste). Pero, en la práctica, muchos cristianos, incluso los más entendidos, solemos confundir las dos imágenes, de manera que la Asunción de María se interpreta y representa igual que la Ascensión de Cristo.
En este contexto opera, además, otro supuesto: El ascenso (Ascensión) se vincula de un modo radical con un descenso (Descensión), de forma que igual que hablamos de un descenso de Cristo al infierno originario (credo romano) tenemos que hablar de un descenso de la mujer-madre a los infiernos de la historia. En ese sentido, esta fiesta de la “Ascensión” de María se encuentra vinculada con la historia de su Descensión y Sufrimiento histórico, que el Apocalipsis presenta como un proceso de condena, persecución y fuga.
Este motivo, que Lc 2, 54-55 ha presentado en forma de los Dolores de María (una espada atravesará tu alma), ha sido desarrollado extensamente por Ap 12-13, en un retablo impresionante de grandes sufrimientos históricos de las mujeres, expresados en forma de simbología apocalíptica. Por eso, esta fiesta de la Asunción/Ascensión de María puede y debe entenderse, al mismo tiempo, como memoria del Descenso/Descensión de la mujer oprimida, fugitiva, perseguida.
| X. Pikaza Ibarrondo
Introducción
La Ascensión (Anábasis) de Jesús está vinculada a su Descensión o Katábasis al infierno de la destrucción humana , como ha puesto de relieve la tradición del Credo romano relacionando y casi identificando la Descensión (descendit ad ínferis, descendió a los infiernos) con la Ascensión (ascendit in caelum). Bajando el extremo del infierno y liberando a sus cautivos Jesús asciende al cielo.
2 De un modo semejante la Asunción/Ascensión de María resulta inseparable de su “descenso” a la tierra como mujer perseguida, amenazada, oprimida, tal como ha sido narrada en el Apocalipsis. La tradición católica posterior se ha centrado casi sólo en una ascensión gloriosa final, en contra del símbolo del Apocalipsis donde la mujer que sube (es subida, ascendida, al cielo aparece, al mismo tiempo como mujer oprimida, perseguida, fugitiva…
Actualmente, año 2021, la fiesta de la Asunción/Ascensión de María nos parece a veces algo artificial, un happy end que oculta todo tipo de persecuciones contra la mujer… Por eso es bueno refrescar la memoria y leer el duro texto de Ap 12, 10ss, que he dividido en tres partes, que iluminan mejor la trama de conjunto del Apocalipsis y el sentido de la Mujer oprimida fugitiva, perseguida.
Este motivo ha sido veladamente asumido por el Vaticano II: “Pues, asunta a los cielos, (María) no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna… Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora… (Lumen Gentium 72).
En esa línea podemos recordar varias fiestas de la Descensión o Descenso salvador de la Madre de Jesús. Unas son más honorífico-simbólicas, como la Fiesta de la Descensión de la Virgen a Toledo, el siglo VII d. C. para premiar la piedad del obispo Ildefonso, imponiéndole una casulla de gloria que se venera en aquella iglesia (Descensión de Toledo).
Más significativa en nuestro contexto (en la línea del Apocalipsis es la Descensión de la Virgen de la Merced-Misericordia en Barcelona, 2 de agosto del año 1202, para visitar y liberar a los cautivos, apareciendo también ella como cautiva y oprimida ante los ojos de Pedro Nolasco y los primeros mercedarios.
MUJER OPRIMIDA (AP 12, 6-12).
Ella ha dado a luz al Hijo triunfador, que debe regir sobre los pueblos, y parece que con eso deberían acabarse sus problemas; pero Dios rapta a ese Hijo, sentándole sobre su Trono (Ascensión: 12, 5), mientras ella parece quedar abandonada, perseguida por el Dragón, sin nadie que la defienda sobre el mundo. ¿Qué hará? (12, 5). El texto responde misteriosamente, diciendo que huye del Dragón (en una nueva versión del Éxodo del pueblo israelita), mientras que, a su vez, el Dragón es expulsado del Cielo, de manera que la lucha entre ambos (Mujer y Dragón) se traslada así a la tierra:
Y la Mujer huyó al desierto, al lugar preparado por Dios, para que allí la alimenten durante 1260 días, que son el tiempo de perversión de la historia (Ap 12, 6). Este es el principio de su metamorfosis o, mejor dicho, de su historia salvadora. La Mujer era Madre celeste en dolores de parto; pero, realizada su tarea, habiendo dado a luz, tiene que escapar al desierto del mundo, convirtiéndose en mujer terrestre oprimida.
Esta mujer oprimida toma los rasgos de Israel que camina por el desierto, durante los años de peregrinación y prueba, buscando la tierra prometida, alimentada por el Maná de Dios. Ella es también signo de la Iglesia Perseguida… Finalmente, ella es signo de todas las mujeres oprimidas a lo largo de la historia.
Los 1260 días de esa persecución/peregrinación, que aparecen luego como “un tiempo, dos tiempos y medio tiempo”, evocan la historia de la Iglesia (humanidad, mujer) perseguida en el mismo contexto de desierto, en la línea de la gran persecución del tiempo final, evocada por 1‒2 Macabeos y por Dan 10, 13.21; 12, 1 (cf. Ap 12, 14).
De esa forma, la Mujer-Celeste del mito se vuelve Mujer-Madre histórica (fugitiva), como el pueblo de Israel en el desierto, como los judíos perseguidos por los gentiles en tiempo de los macabeos, como los cristianos en el tiempo del Apocalipsis. El Hijo vencedor de la mujer está sentado en el Trono de Dios, como Rey coronado, mientras ella (su madre) se refugia huyendo en el mundo y así recorre los pasos del antiguo Israel (primer desierto del Éxodo), los pasos de los judíos perseguidos en tiempo de los macabeos, el destino de todas las mujeres perseguida. Con ella y en ella se encuentran perseguidos sus “restantes hijos”, que son por tanto hermanos de Jesús, creyentes de la iglesia (cf. Ap 12, 17)[1].
La lucha celeste anterior (Mujer perseguida por Dragón) se traslada a la tierra, donde ella aparece como signo de todos los que sufren persecución y vencen (han vencido) al Dragón por la Sangre del Cordero y por el testimonio de su fe cristiana[2]. En ese contexto, la última estrofa del himno (12, 10-12) evoca el dolor de la tierra y el mar (que son escenarios de la gran lucha de la historia), porque el Dragón, expulsado del cielo y vencido, responde “con gran ira, pues le queda poco tiempo” (Ap 12, 12).
Antes, sobre el cielo, vinculado al poder de Dios (como representante de Dios, como el Satán del libro de Job), el Dragón no tenía prisa pues se mantenía en un eterno retorno de nacimiento y muerte, aguardando que la Madre diera a luz para devorar el fruto de su vientre (cf. Ap 12, 1-4). Ahora, expulsado del cielo y fracasado (pues no ha podido devorar al Hijo de la mujer), ese mismo Dragón lucha furioso en la tierra en contra de los creyentes (la Mujer perseguida y sus hijos), porque el tiempo se ha acortado, es breve y pasajero.
Este es el momento del thymos o furia de Satán, Dragón airado (=ôrgisthê), que lucha ya en el mundo contra la Mujer pues, no pudiendo devorar al Hijo mesiánico (ya resucitado) quiere destruir “al resto de su esperma”, es decir, a los hijos de la Mujer, esto es, a los hombres y mujeres fieles (Ap 12, 17). Éste es el tiempo de la historia final en que la Madre fugitiva y perseguida se desvela como signo de fidelidad y promesa de amor definitivo (cf. Ap 21-22) para los creyentes.
De la furia del Dragón engañado y derribado de su altura, tiene que escapar esta mujer hasta el desierto, viniendo a refugiarse de esa forma fuera del sistema de poder del mundo. Toda la historia y trama posterior del Apocalipsis se funda sobre esta experiencia de “éxodo” o exilio de la Mujer, Madre celeste y mesiánica, que comparte el exilio (persecución) de los hombres fieles sobre el mundo[3].
MUJER PERSEGUIDA, PERO NO ABANDONADA (12, 13-17). SE LE DIERON ALAS DE ÁGUILA
La Mujer del texto anterior (Ap 12, 6) aparece ahora como oprimida y perseguida en el mundo por el Dragón, es decir, por los poderes de violencia de los “violadores” de la historia. Esta es la mujer oprimida, refugiada en el desierto de la prueba, aunque el mismo Dios la sostiene y alimenta Así lo muestra el texto. Tras el canto cristiano de Ap 12, 10-12, el Apocalipsis retoma la narración profética de 12, 7-9, contando, en palabras de intenso simbolismo, la lucha del Dragón contra la mujer en tres momentos principales:
Persecución y huida al desierto (12, 13-14). Este pasaje retoma el motivo de 12, 6: el Dragón es rápido y corre persiguiendo a la Mujer; pero Dios viene en ayuda de la perseguida y le da “las dos alas del águila grande”, que son muy veloces, para que pueda volar y refugiarse en un lugar inasequible del desierto, donde recibe el alimento necesario en el tiempo de la prueba. Esta Mujer del Águila, vinculada en oriente al sol alado, recibe la ayuda del Dios de los cielos y así puede volar y alejarse de la furia del Dragón y sus subordinados.
De esa forma, la tradición cristiana ha representado muchas veces a la Madre de Jesús con alas en los pies (o con manos aladas), como Mujer-Águila, figura bondadosa, poder positivo de gracia, que vuela protectora y se eleva, ayudando desde arriba a quienes siguen estando en peligro. Este motivo es hermoso, pero no podemos olvidar que la Mujer-Madre (que es el verdadero Israel, que es la Iglesia y la humanidad perseguida, simbolizada en María, la Madre de Jesús) sigue estando perseguida y sus alas sirven solamente para refugiarse en el desierto, fuera del sistema dominante, sin más seguridad que su fe en el Dios de la vida.
Estas alas de Mujer‒Madre no son para evitar la persecución, sino para superarla, manteniendo su fidelidad en ella, pudiendo acompañar y ayudar de esa manera a los restantes perseguidos. Esta Mujer fugitiva en el desierto, huyendo del Dragón para realizar su tarea y ser fiel a su misión de Madre mesiánica (Israel, Iglesia), constituye un signo poderoso del arquetipo cristiano. Esta mujer debe “huir” para mantener su autonomía, para vivir en libertad y para cumplir su tarea al servicio de la vida, sin más defensa que su fidelidad al Dios (de) Cristo. Sólo una iglesia del desierto, en ruptura frente al sistema del Dragón, será fiel al Apocalipsis[4].
Inundación satánica y ayuda de la Tierra (12, 15-16). La narración profética presenta después otro motivo de intenso simbolismo. El Dragón no ha podido destruir directamente a la Mujer pero vierte y derrama en contra de ella las aguas destructoras del abismo, para que la aneguen. Esta escena muestra que el Dragón se encuentra vinculado al misterio de las aguas primigenias que cubrían por entero la superficie de la tierra en el origen del mundo (cf. Gen 1, 1-2), y con ellas quiere destruir la creación de Dios, haciendo que el caos de oscuridad y las aguas de muerte aniquilen su obra generosa y salvadora.
Pero el Dios providente que al principio quiso que la tierra pudiera separarse de las aguas y puso un límite a los mares (cf. Gen 1, 9-10), para que peces y plantas, humanos y animales, compartieran armónicamente los diversos espacios de la realidad, ese mismo Dios continúa realizando su tarea y la culmina: da su poder a la tierra (que en otro tiempo engendraba por sí misma las platas: cf. Gen 1, 9-13) para que ayude a la Mujer amenazada, absorbiendo los torrentes del agua de muerte.
Aquí se repite (se actualiza), el signo de las aguas del Mar Rojo, que iban a destruir a los hebreos fugitivos de Egipto (cf. Ex 14‒15), cuando Dios hizo que las aguas amenazadoras fueran absorbidas por la tierra, abriendo seco un camino a los israelitas. El signo de repite ahora, de manera que la Mujer-Águila (que había logrado liberarse del Dragón en el desierto) viene a presentarse como Mujer ayudada por la Tierra, o quizá como como tierra culminada, plenitud de la creación, liberada de las aguas de la destrucción satánica. De esa forma, el texto arraiga la historia de la Madre humanidad (iglesia perseguida y salvadora) en las raíces de la creación o historia cósmica, en la historia de la liberación de los hebreos de Egipto. De esa forma, Dios culmina su obra creadora[5].
Los cristianos han vinculado a esa Mujer‒Madre perseguida con la buena humanidad, con el pueblo de Israel y con la Iglesia (y más en concreto con la Virgen María, la madre de Jesús), como signo de la Tierra buena… Pero ella es, al mismo tiempo, el signo de todas las mujeres perseguidas de la historia humana, de las que se dice que estando destinadas al cielo de la Asunción/Ascensión tienen que estas luchando oprimidas y sufriendo en la tierra.
En esa línea, los cristianos conciben la creación como ” riesgo del amor de Dios”, obra amenazada sin cesar por la Serpiente, que es Dragón destructor (finitud, sombra de Dios, riesgo de libertad), pero liberada por el Dios de gracia. Pues bien, esa Creación (la tierra) ha culminado su tarea ayudando a la Mujer contra el Dragón, se ha puesto al servicio de la Vida en contra la muerte, en contexto de nueva creación, de nuevo éxodo y de paso por el desierto, de manera que podemos vincular la “ecología” (plenitud de la tierra) con la “soteriología” (plenitud de vida de los hombres).
Ciertamente, la Mujer perseguida es más que tierra (es persona, humanidad); pero, en medio de la persecución, ella puede y debe hallarse en profunda sintonía con esa misma tierra. De esta manera, la figura y tarea de la humanidad mesiánica, queda integrada en el despliegue y plenitud de la creación, viniendo a entroncarse con la ecología. Sin duda, la Mujer es más que una cosa externa, pero en ella culmina y se expresa el sentido positivo de la tierra, entendida como invitación a la vida, en contra del Dragón que se expresa en las aguas de muerte, intentando que todo se volviera nuevamente caos[6].
La ira del Dragón y “el resto del esperma de la Mujer” (12, 17). El Dragón, que antes de perseguir a la Mujer en la tierra aparecía lleno de furor (thymos), porque le quedaba poco tiempo (12, 12), viene a presentarse ahora muy airado (ôrgisthê), porque no ha podido apresar ni anegar a la Mujer. Eso significa que ella (la Mujer, que es Vida humana, Israel, Iglesia) encuentra su seguridad bajo la protección de Dios y no puede ser vencida por el Dragón, porque el mismo Dios que ha “raptado” a su Hijo vencedor (12, 5) la defiende mientras ella sigue sobre el mundo. Pues bien, ahora descubrimos que, además del Hijo Celeste, ella tiene otros hijos a los que el texto presenta como “resto de su esperma”, es decir, de su simiente o semilla, identificándolos con “aquellos que cumplen los mandatos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12, 17).
De modo sorprendente, en contra de la visión biológico‒patriarcalista de gran parte de la Biblia y de la antropología posterior (donde el responsable de la generación de los hijos es el padre, no la madre), los creyentes, es decir, los hombres “fieles” (varones y mujeres) aparecen aquí como “esperma” (semen, descendencia) de mujer, retomando un motivo que aparecía en Gen 3, 15 (estirpe de Eva). El padre‒varón está oculto, puede ser Dios (más allá de lo masculino y/o femenino), o puede ser el Dragón; pero de hecho, hombres y mujeres aparecen aquí como hijos de mujer.
De esa forma, la misma Madre celeste del Mesías de Israel viene a presentarse como Madre histórica de los cristianos (hombres) perseguidos o, quizá mejor, como Madre iglesia. Esta terminología era conocida en el contexto israelita de aquel tiempo, donde Sión-Jerusalén aparecía con frecuencia como Madre que sufre por hijos que han sido asesinados o desterrados (por ejemplo, en la guerra del 67-70 d. de C.). La antigua Sion, Madre Israel, ha sido abatida; por eso lloran sus hijos judíos, en llanto que parece sin remedio, esperando que llegue y triunfe desde el cielo el Hijo del Hombre (cf. 4 Esd 9-10). Esta Madre de Jesús y sus hermanos, no es ya la Sion terrena (Jerusalén histórica, entregada a los gentiles: Ap 11, 2), sino el nuevo templo de Dios, que se identifica con los cristianos, es decir, los salvados (Ap 11, 2; cf. Gal 4, 25-27), como Mujer que brota del Arca de la Alianza, expresión suprema del Pacto de Dios, nueva humanidad de la Iglesia (Ap 11, 19).
La misma Mujer-Madre es Arca de la Alianza, portadora y signo del Pacto de Dios con los hombres, Alianza de maternidad mesiánica: Ha dado a luz al Hijo salvador (12, 5) y defiende al resto de su esperma (12, 17), conforme a una palabra que recoge la promesa (=protoevangelio) de Gen 3, 15 LXX (“pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu esperma y el suyo”), para presentarse al fin como novia‒humanidad de Dios.
Esperma o simiente del Dragón serán en Ap 13 las Bestias; esperma de la Mujer es el Hijo-Mesías de 12, 5 y con él todos los creyentes, que forman así una misma descendencia, un único proyecto y camino de vida. Normalmente, el portador de esperma (hebreo zera’) es el varón engendrador, cabeza y trasmisor de genealogía. Pero aquí (lo mismo que en Gen 3, 15) el esperma o principio de generación está vinculado a una Mujer, interpretada como signo materno de Dios. Esta Mujer, madre mesiánica y fundadora de estirpe de salvación, a la queque Ap 11, 19-12, 1 presentaba como Arca de la Alianza, sigue siendo Madre-humanidad y Madre-Israel; pero dentro de nuestro contexto es Madre-Iglesia de los hermanos de Jesús, perseguidos por el Dragón[7].
Esta Iglesia Madre y Esposa del Apocalipsis ha sido identificada a veces, de un modo consecuente, con María, la Madre de Jesús. Pero, en sentido estricto, ella es la mujer humanidad (es Israel, es la Iglesia), y tiene, según eso, un carácter social: no es figura aislada o superior, puro signo celeste de la maternidad del cosmos (=natura naturans), sino que se identifica con los fugitivos y perseguidos de la historia (como en Ez 1‒3), representados ahora por los mártires cristianos.
Sin duda, ella puede seguir apareciendo como Madre celeste, conforme al signo de Ap 12, 1-5. Pero resulta más profundo y verdadero presentarla como Madre y Mujer perseguida, a lo largo de la historia, pues ella asume y condensa el camino de dolor y esperanza de la humanidad, presentándose así como signo de todos los perseguidos de la tierra (cf. 18, 24). Sólo una iglesia que decide escapar del Dragón y mantenerse “en el desierto”, para no pactar con el sistema social opresor, una iglesia que rechaza la pretensión de las Bestias y se opone a la Prostituta, podrá entender y venerar (actualizar) este signo de la mujer perseguida del Apocalipsis (12, 17)[8].
MUJER AMENAZADA. EL DRAGÓN Y LAS BESTIAS (12, 18-13, 18)
Los motivos anteriores (opresión, huida y persecución) han sido expresamente aplicados por el texto a la Madre mesiánica. El nuevo motivo (la amenaza de las bestias) aparece más velado, aunque resulta necesario para entender la trama del libro y la visión de conjunto de la Mujer. Dragón y Mujer se enfrentan ahora de forma histórico‒social sobre la tierra, no en el cielo primigenio. Sabemos, por lo anterior, que el Dragón ha sido incapaz de capturar o anegar a la Mujer y que, por eso, está furioso, pues, como hemos visto ya “se enojó con ella y fue a luchar contra el resto de su esperma”. Esa lucha tiene un principio y dos agentes principales:
Y (el Dragón) se puso en pie sobre la arena del mar (12, 18).
Y vi saliendo del mar una Bestia, con diez cuernos y siete cabezas… (13, 1)
Y vi otra Bestia, subiendo de la tierra, con dos cuernos como de Cordero… (13, 11)
Habíamos escuchado el lamento de los cristianos, amenazados por el Dragón furioso, sobre el mar y la tierra, (cf. 11, 12). Ahora descubrimos la razón:el Dragón había intentado apresar a la Mujer para matarla, o quizá para obligarle a pactar (a someterse), devorando a sus hijos y convirtiendo así el proceso de la historia en círculo de muerte. De haberlo conseguido, no habrían sido necesarias Bestias (como en Ap 13), ni tampoco Prostituta (como en Ap 17), pues todo hubiera quedado dominado por Dragón, prostituido, devorado por la muerte.
Pero la Mujer con sus hijos ha opuesto resistencia, manteniendo la confesión de Jesús (cf. Ap 12,11.17). Por eso, a fin de combatir de un modo social (eficaz) sobre la tierra, el Dragón ha tenido que buscar unos agentes que realicen en concreto su tarea y que le representen en la historia; y para eso se ha “encarnado” (se ha manifestado y actúa) a través de la Bestia de Mar y la Bestia de tierra, que representan al Dragón y actúan con su fuerza sobre el mundo[9].
Muchos profetas (de Amós hasta Ezequiel) habían condenado los poderes imperiales, enemigos y opresores de Israel, mostrando con fuerza el carácter opresor, violento, idolátrico, de las armas militares y de las riquezas que destruyen a los pobres. En esa línea habían avanzado, de forma sorprendente, algunos textos apocalípticos como Dan 7 y 1 Henoc 83-90, que interpretan y presentan la perversión de la historia en figuras bestiales, de animales destructores, indicando así que los poderes del mundo que se divinizan a sí mismo son en realidad satánicos, ídolos de muerte[10].
Pero nadie que se sepa había logrado describir esos poderes con la radicalidad y precisión de Ap 13, distinguiendo y vinculando, desde el Dragón original, dos Bestias, una que simboliza el poder político-militar (Roma como Imperio) y otra el ideológico-religioso (Roma como sistema de pensamiento y religión). De esta forma, el Dragón, que podía parecer una figura intemporal, que se expresaba en gran parte de los mitos del origen humano, aparece encarnado en unos poderes sociales bien concretos, que por un lado son propios del imperio romano, pero que, por otro, se expanden y pueden aplicarse a todos los sistemas de opresión y destrucción a lo largo de la historia. Estas son las Bestias que van a luchar contra la Mujer y sus Hijos, desde una perspectiva histórica y social:
‒ La Bestia del mar (Ap 13, 1-10) encarna la perversión de los poderes político-militares que reciben su fuerza del Dragón, para combatir contra “el resto de la estirpe de la mujer”, es decir, contra los seguidores de Jesús. Hasta ahora, ningún profeta había presentado con esta radicalidad el mal concreto, la opresión sistematizada, encarnándola de modo social en un imperio, como culmen y compendio de todos (Roma).
Diversos textos hablaban de potencias sacrales destructoras, pero de manera más parcial, como muestran los textos de Dan 2 y 7 (cf. 1 Hen, 2 Bar y 4 Es). Pues bien, el Apocalipsis ha visto y descrito a la Gran Bestia, identificándola con el imperio de Roma, aunque después podrá aplicarse a los restantes imperios perversos de la tierra.
‒ La Bestia de la tierra (13, 11-18) es la perversión profético-religiosa, encarnada en los sacerdotes y/o filósofos al servicio de la Bestia, funcionarios de su violencia social e ideológica (religiosa). Ap 6, 15 citaba a reyes, nobles, comandantes militares, ricos y poderosos de la tierra. Todos aparecen ahora condensados en esta figura mentirosa al servicio de la violencia del sistema. La Primera Bestia era el Poder militar del imperio. Pues bien, al servicio de ese poder ha surgido esta Segunda, que es la religión y/o conocimiento pervertidos.
Nadie la había presentado de forma tan precisa, desarrollando y destacando con tanta nitidez la perversión de la mentira, esto es, la opresión de una cultura (religión o propaganda, filosofía o educación, ideología) al servicio del poder de algunos y de la muerte de la mayoría. Juan nos ha ofrecido en la figura y rasgos de este Segunda Bestia una radiografía descarnada y demoledora de la “inteligencia sacral” puesta (vendida) al servicio de la Primera Bestia. A su juicio, hay algo peor que las armas y conquistas militares: la falsedad organizada de aquellos que las justifican esas armas y conquistas para su provecho[11].
Estas dos Bestias (poder militar y religión, dictadura imperial e ideología) brotan del mar (la 1ª) y de la tierra (la 2ª) y combaten al servicio del Dragón, contra la estirpe de la Mujer, es decir, contra la humanidad fiel (representada aquí por la iglesia). Ellas constituyen un peligro real y muy concreto para las comunidades cristianas de Asia (a las que se dirige el Apocalipsis), pues quieren obligarles a participar de la vida, violencia e ideología del Imperio, tanto en el sentido más externo (orden cívico, intercambios económicos: 1ª Bestia) cono interno (vida religioso-cultural: 2ª Bestia). Ellas son una encarnación social del Dragón, que ya no actúa simplemente sobre el alto de los cielos, sino que ha descendido para combatir a los creyentes en la plaza y mercado de la tierra.
En ese contexto, ser cristiano significa oponerse a un tipo de política social e ideología de Imperio (que lo manipula y destruye todo), conforme al modelo y testimonio de la Mujer que ha debido escapar al desierto, soportando los ataques del Dragón. Pues bien, ese mismo Dragón, burlado pero aún no vencido, persiste en su intento de imponerse sobre la creación de Dios: por eso suscita estas Bestias, para luchar de forma nueva (histórica y social, militar e ideológica) contra los hijos de la Mujer, que era fuente de vida, refugiada en el desierto. Ahora sus hijos han de imitarla, luchando también contra las Bestias. Lógicamente, esta Mujer fugitiva, perseguida y amenazada, es ante todo una realidad social, de manera que podemos precisar su identidad por la forma en que la atacan (en línea de imposición militar, marginación económica y engaño ideológico).
Esta mujer es lo contrario a la Bestia del poder (que impone sobre todos su dominio) y a la Bestia de mentira (que engaña y manipula a los hombres para someterlos bajo la dictadura del imperio). Así podía haberla dejado el autor del Apocalipsis, como signo de la iglesia perseguida por las Bestias. Pero ha querido precisar mejor su identidad, y así la ha presentado unos capítulos más adelante (Ap 17‒18), aunque no de un modo directo, como antitipo de la Mujer Perseguidora o Prostituta, formando así el tercer momento de la trilogía satánica del Dragón, constituida por las dos bestias ya evocadas y por esta Mujer-Prostituta, que es la Perseguidora, que aparece como antitipo de la Perseguida, de manera que su misma maldad puede servirnos de anticipo (inversión) de la Novia de las Bodas de Cordero, con la que culmina y se concluye la metamorfosis de la “mujer” del Apocalipsis[12].
NOTAS
[1] Sobre el tiempo de la persecución, cf. X. Pikaza, Apocalipsis, EVD, Estella 1999, 143-144, 295. En cap. 3 de la 2ª parte de este libro he evocado ya el tema de la persecución evocada en el libro de Daniel.
[2]La apocalíptica judía hablaba de una victoria de Miguel, guerrero de Dios, vencedor sobre el Diablo. Por el contrario, el mesianismo cristiano habla del Cristo-Cordero, que vence al Dragón con la entrega de su vida (sangre).
[3] Esta mujer‒madre viene a presentarse así como signo para los cristianos perseguidos a quienes escribe y anima el profeta (Juan, autor del Apocalipsis), pues tampoco ellos pueden integrarse en el sistema imperial, donde el Dragón impone su dictado a través de las Bestias y la Prostituta. Esta mujer perseguida, que antes aparecía como principio de vida en el cielo, se presenta así como la primera de las fugitivas de la historia, en un camino de metamorfosis que le llevará a convertirse en Novia de las bodas de la humanidad con el Dios‒Cordero. He desarrollado el tema de la Mujer-Madre como signo del pueblo y sobre la madre del rey como Gebirá o Señora fuerte en Hija de Sión. Origen y desarrollo del símbolo, EphMar 44 (1994) 9-43; El Señor de los Ejércitos, PPC, Madrid 1997, 53-56. A diferencia de los evangelios, el Apocalipsis no ha contado la vida de este Hijo, Cordero degollado (Ap 5, 6) y muerto en cruz (11, 8), sino que quiere confesar el triunfo mesiánico, por el que su Madre, que antes era figura celeste, viene a presentarse como Mujer perseguida en la tierra (para volverse al fin Novia del Cordero).
[4] La mitología política vinculaba el águila con los estandartes militares de Roma. Aquí, en cambio, el águila es principio materno de vida: Es Dios que protege a los peerseguidos. No es águila para triunfar en la guerra, sino para escapar del peligro y refugiarse en el desierto. La Madre de Jesús puede aparecer así (en unión con el águila) como signo y protectora de los exilados y expulsados del sistema, de todos los que tienen que huir, abandonando las seguridades del mundo.
[5] Águila y Serpiente se vinculan en diversos mitos, especialmente en América Central (cultura náhuatl y maya). El Águila es cielo, la Serpiente hondura de la tierra, pero ambas se unen, de forma enantidriómica (en unión de contrarios), expresando la totalidad del cosmos, como muestra el mito mesoamericano de Quetzal-Coatl: Serpiente emplumada, Águila-Serpiente. Un mito semejante parece estar al fondo de alguno símbolos de la misma Biblia, como el Nejustán o Serpiente voladora de Num 21, 4-9 (cf. 2 Rey 18, 18), vinculada a los Serafines de Is 6 (cf. Is 14, 29; 30, 6). Pues bien, Ap 12 ha separado ambos símbolos: el Águila tiene sentido positivo y está relacionada con la Mujer del cielo, ahora perseguida y fugitiva; la Serpiente Dragón aparece como un poder perverso, que quiere destruir a la Mujer. De esa forma se separan el Bien y el Mal, la Maternidad positiva y el Poder letal de la Serpiente adversa, culminando un proceso que había comenzado en Gen 2-3, como C. G. Jung ha mostrado en Respuesta a Job, FCE, México 1964.
[6] Sobre este tema sigue siendo básico el libro de H. Gunkel, Schöpfung und Chaos in Urzeit und Endzeit. Eine Religionsgeschichtliche Untersuchung über Gen 1 und Ap Joh 12, Göttingen 1895. En perspectiva ecológica y mariológica, cf. R. Radford Ruether, Mujer nueva, Tierra nueva, Aurora, Buenos Aires 1977; A. Primavesi, Del Apocalipsis al Génesis. Ecología, feminismo, cristianismo, Herder, Barcelona 1995,
[7] El Apocalipsis no ha desarrollado de forma unitaria su figura eclesial (no habla de Iglesia, en singular, sino de iglesias o comunidades en plural: cf. las siete de Ap 2-3), conservando así el uso paulino (antiguo), donde cada comunidad cristiana aparecía como iglesia (cf. Gal 1, 2; Rom 16, 4). Sin embargo, en la totalidad de su mensaje emerge (como en Ef 1, 22; 5, 24-32 o Col 1, 18), la visión de una Iglesia-Madre única, vinculada a Jesús y perseguida (en la línea de 1Cor 15, 9; Flp 3, 6), que aparecerá al final como Novia-Esposa que une su voz a la voz del Espíritu y llama a Jesús, diciéndole “ven” (22, 17).La Serpiente es negación de diálogo, sistema parásito que vive de matar/comer la vida que producen otros, en contra de la Mujer que es Portadora de Esperma, principio de vida, como he destacado en en Mariología fundamental, Sec. Trinitario, Salamanca 1995, 144-192.
[8] La vinculación de la Mujer con el Águila celeste (con el sol y la luna y los astros del cielo)ha sido un motivo normal de la Mariología, que aparece por ejemplo en el signo y piedad de la Virgen de Guadalupe (México), donde esos rasgos bíblicos han sido recreador desde el fondo religioso de la cultura náhuatl. Es normal y positivo que María aparezca pisando o derrotando a la serpiente, en gesto que expresa la culminación de la obra creadora de Dios, como supone Ap 12. Pero algunos cristianos han tendido a “espiritualizar” ese motivo, como si la Serpiente-pecado fuera sólo una experiencia de rechazo interior o perturbación sacral. Pues bien, conforme a nuestro texto, el pecado de la Serpiente o Dragón de Ap 12-13 tiene un carácter antropológico integral, como paradigma de la mujer que es madre, persona concreta, inmersa en la lucha de la vida, y novia de amor, como he venido y seguiré indicando.
[9] A pesar de su carácter social, los signos anteriores (Ap 12) podían parecer elaboraciones gnósticas y espiritualistas sobre el bien y el mal del mundo, reflejados en Mujer y Dragón. Por el contrario, lossignos que siguen (las dos Bestias) nos sitúan sobre el suelo concreto del mundo: el pecado del Dragón se expresa la violencia y mentira del imperio.
[10] Cf. J. L. Sicre, Los dioses olvidados, Cristiandad, Madrid 1979; P. Jaramillo, La injusticia y la opresión en el lenguaje figurado de los profetas, EVD, Estella 1992; X. Pikaza, Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 259-277.
[11] Estas dos Bestias (con la Prostituta que viene después) encarnan el pecado fuerte (o central) de la humanidad, tal como he mostrado en Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2005. El judaísmo anterior no tenía conciencia de un “pecado total” que aparece aquí y en Rom 5.
[12] A través de las dos bestias (y de la prostituta o mujer perseguidora), el Apocalipsis Juan ha evocado el “orden” de un imperio mundial donde todo se encuentra estructurado en forma militar (1ª Bestia) y cultural (2ª Bestia). Pues bien, ese orden que los filósofos de Roma juzgaban divino y sagrado (ha extendido un orden “racional” por todo el mundo conocido), es para el Apolcalipsis un signo del Dragón, sobre la opresión militar, la expulsión de los disidentes (cf. quien al exilio al exilio, quien deba morir muera: 13, 10) y la prostitución económica, como seguiré indicando.
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