Asunción (II), vestida de Sol (Ap 12), Virgen de Guadalupe (México)
Del blog de Xabier Pikaza:
“Y apareció una señal grande en el cielo: Una Mujer, revestida del sol, con la luna bajos sus pies”
Presenté ayer las cuatro mujeres del Apocalipsis, insistiendo en su importancia para situar la Asunción, con la simbología femenina del cristianismo, vinculando Ap 12 con la Asunción y Guadalupe
Ap 12, 1-6 (y el Apocalipsis en conjunto) expone el drama escatológico, representado en la Mujer-Madre celeste y en su lucha contra el Dragón que intenta devorar a su Hijo, sus hijos, que son la Humanidad entera. Esa Mujer Celeste padece en el mundo, perseguida por el Dragón y amenazada por la Prostituta Sangrienta, pero al final vence y se revela como Novia del Cordero, celebrando las Fiestas de la Humanidad reconciliada (Ap 21-22). Así comienza el drama:
“Y apareció una señal grande en el cielo: Una Mujer, revestida del sol, con la luna bajos sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas; y estaba encinta y gritaba en dolores de parto, torturada por dar a luz.
Y apareció otra señal en el cielo y era esta: un Dragón rojo, grande, con siete cabezas y diez cuernos y sobre sus cabezas siete diademas;y su cola arrastró un tercio de los astros del cielo y los arrojó sobre la tierra.
Y el Dragón se colocó delante de la Mujer que debía dar a luz, a fin de devorar al a su Hijo (tekton) cuando lo alumbrara. Pero ella dio a luz un Hijo (huion) Varón, que debe pastorear a todos los pueblos con vara de hierro. Y su Hijo fue raptado hacia Dios y hacia su Trono y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios, y allí la alimentan mil doscientos sesenta días” (Ap 12, 1-6)[1].[2].
El drama aquí anunciado se despliega a lo largo del Apocalipsis, como seguiré indicando… En ese contexto se sitúa y desde ese fondo se entiende la “mariofanía” más significativa de la iglesia católica en los tiempos modernos: La “Revelación” de la Virgen de Guadalupe (México), el año 1531.
La “conquista” española había sido traumática;la gran cultura náhuatl del altiplano estaba desapareciendo, por derrota militar, pandemia sanitaria, sometimiento político y cansancio vital. Pero, de un modo sorprendente, a partir del 1531, muchos “indígenas” empezaron a revivir, “pactando” cultural y religiosamente con los “invasores” cristianos, re-descubriendo en la Virgen-Madre de Ap 12, 1-6a su antigua Diosa-Madre, Tonancin, reina de los cielos.
Éste es el “milagro” del renacimiento americano, que se entiende desde Ap 12 y la religión pre-cristiana de México, que era muy valiosa en sí misma y que muchos hispanos e indígenas tomaron como Antiguo Testamento de Cristo, con el título, por otra parte muy significativo, deVirgen de Guadalupe (Extremadura, España).
Introducción:
- En el lugar donde se hallaba el Sol-Guerrero amenazado de muerte vino a colocarse el Señor Jesús que muere en verdad por los hombres, sin más necesidad de sangre y sacrificios humano.
- – En el hueco de la antigua Tonancin, Señora de la dualidad, Diosa del cielo, vestida de sol, con manto de estrella de la noche y la luna bajo sus pies, pudo situarse ya María, con el título antiguo y nuevo de Virgen de Guadalupe.
Esta Virgen-Madre, que vincula en una misma fe a cristianos españoles e indígenas “convertidos”, contiene muchos rasgos y motivos nuevos, vinculados al anuncio del evangelio y a la experiencia religiosa de los náhuatl, de manera que en un sentido puede hablarse de una ruptura traumática en relación con la experiencia religioso anterior de los aztecas.
Pero en otro plano es claro que los españoles ofrecieron a los indígenas también antes oprimidos del altiplano la posibilidad de recuperar elementos de sus raíces culturales: el Señor Jesús, muerto por ellos, como auténtico Sol que ya no exige sacrificios humanos, les permite reconciliarse con la Madre Tonancin, que los aztecas habían reprimido bajo su imperio militar violento.
RECUERDO ACADÉMICO. UNA TESIS DOCTORAL PENDIENTE
El año 1994 vino a inscribir, escribir y defender su tesis doctoral el Lcdo. P. Ch, que era por entonces profesor de Biblia en un importante teologado americano (omito su nombre por respeto a su tarea de formador y dirigente de Iglesia).
P. Ch. era ya un pensador y profesor experto, y tenía el trabajo doctoral bien avanzado, por lo que pudimos ajustar pronto el tema y articular su desarrollo. Se titularía El Apocalipsis y la Virgen de Guadalupe y constaría de tres partes:
- La Mujer-Madre vestida de Sol (Ap 12). Partíamos del supuesto de que en el fondo de la Virgen de Guadalupe estaba la figura de la Mujer del Apocalipsis, con su trasfondo universal (pagano), su novedad israelita (bíblica) y su desarrollo posterior cristiano, tal como aparece en la mariología hispana (europea) de la Edad Media, representada de un modo especial por la Virgen Madre de Guadalupe (Extremadura), negra de color y vinculada a la victoria cristiana (hispana) contra los enemigos diabólicos, representados por los enemigos de los cristianos españoles.
- La Mujer-Diosa Tonancin, figura principal de la religión y cultura náhuatl, en parte oprimida y relegada por el Dios-Sol azteca. Nos daba la impresión de que la eclosión del culto de la Virgen de Guadalupe representaba, desde el año 1531, el triunfo del sustrato materno de la Tonancin/Diosa Madre no sólo sobre el sol guerrero azteca, sino sobre un tipo de religión conquistadora hispana. Se podría hablar, incluso, con cierto humor, de una “revancha” de la Diosa, tendiendo un puente entre el símbolo de Ap 12 y la religión mexicana originaria.
- Posible aplicación a la cultura, religión y vida cristiana de México, a finales del siglo XX, dentro de una perspectiva de diálogo cultural y religiosa…
Pero la tesis así concebida no pudo realizarse, por la envergadura y repercusiones eclesiales del tema y, sobre todo, por exigencias laborales de P. Ch. a quien estaban encargado importantes funciones no sólo en México, sino en la iglesia universal. Él decidió escoger otro tema bíblico-religioso más sencillo y, de acuerdo conmigo, cambió de director (le recomendé al Prof. J. Martín Velasco), y a los pocos meses defendió con gran éxito su nueva tesis en la Univ. Pontificia de Salamanca, siendo yo su censor (a finales del año 1996 o principios del 1997, tendría que mirar los archivos).
Virgen de Guadalupe, recreación “mexicana” de la Mujer de Ap 12
La tesis guadalupana de P. Ch. sigue siendo una tarea “pendiente”. No sé si, tras sus trabajos pastorales, él podría hoy culminarla. Yo conservo en alguna carpeta semi-perdida mucha documentación sobre tema: Bibliografía, comentarios del “relato” de Gudalupe, interpretaciones religioso-culturales de diverso tipo. En este contexto sólo puede recordar telegráficamente cuatro motivos:
- La Virgen de Guadalupe mexicana, tal como está representada por su imagen y su culto, recoge e interpreta sólo un motivo del Ap 12 (y del conjunto del Apocalipsis). Es Madre-Sagrada, vestida de sol, con luna bajo los pies, con manto de estrellas… Pero le falta la lucha contra el Dragón, su etapa de persecución y la Bodas finales de Ap 21-22.
- En vez de luchar o defenderse del Dragón, la Virgen de Guadalupe está en pie sobre el Ángel bueno, que representa la victoria de Dios contra el mal. Este ángel de la base de la imagen, que sostiene triunfante a la Virgen del Sol, luna y estrellas, con el Hijo Divino en sus entrañas, es el signo del triunfo de la mujer-madre (Madre de Jesús, Madre Tonancin) sobre todos los enemigos. Así aparece ella a solas, como signo cósmico y humano (femenino) de Dios. Lleva a Cristo en su entraña de mujer encinta; pero Cristo no se ve, la imagen es sólo de ella.
- Este Madre-Virgen de Guadalupe aparece de manera estática y total y representa no sólo el “paganismo” sagrado de la Gran Madre, sino la mujer celeste de la apocalíptica judía y, sobre todo, la Madre Cristiana de Jesús… Es una de las imágenes más importantes no sólo del catolicismo moderno, sino del conjunto de la cristiandad y de la cultura universal. Es una Virgen-Madre ecuménica, con rasgos paganos, judíos, cristianos, mexicanos, una Virgen-Madre del pasado, del presente y del futuro.
- Su historia no ha sido todavía plenamente escrita ni entendida. Así lo pude sentir una tarde en Nazaret, ante la imagen de Guadalupe de la Basílica superior, discutiendo acaloradamente con un judío mexicano que, creyéndose muy universal y culto, se dedicaba a criticar de forma enfermiza el signo “pagano, antijudío, antifemenino, antimoderno” de Guadalupe. Cuando terminamos la discusión, y el anti-guadalupano se fue, se me acercó otro judío, también de lengua hispana, para darme gracias por mi interpretación ecuménica de María de Nazaret, Madre de Ap 12, Tonancin de Gudalupe: “Si no aprendemos a dialogar, me dijo, destruiremos, la herencia judía, la aportación cristiana y la cultura universal representada por esta mujer”.
- No puedo desarrollar aquí el programa primitivo de la tesis de P. Ch., por falta de tiempo y de conocimiento, pero puedo y quiero situar la imagen y culto de la Virgen de Guadalupe en el contexto del Ap 12, dentro del capítulo fascinante de las metamorfosis de la mujer (mujeres) del conjunto del libro final de la Biblia. Éste es un tema que, a mi juicio, no ha sido desarrollado de manera suficiente todavía, por prevención de algunos (como el judío-mexicano ya citado), por desarrollo insuficiente de la historia, teología, culto y pastoral de fondo de la Iglesia católica de México… y por falta de recreación valiente de los símbolos cristianos. Y con esto vengo ya directamente al texto de Ap 12.
Mujer y Dragón en el cielo (Ap 12, 1-4).
Conforme a muchos mitos teogónico-cosmogónicos, al principio hay una Mujer, primer signo celeste y positivo de Dios (misterio de la vida), madre fecunda que lleva en su entraña al Hijo salvador.También el Dragón está al principio, pero no es poder activo sino re-activo, no es principio engendrador (no da de sí) sino destructor (devora lo engendrado); no quiere ni puede comer a la Mujer, pues si lo hiciera todo habría terminado: la tiniebla habría aniquilado a la luz y el Dragón quedaría para siempre en solitario, encerrado en su dinámica de muerte sin fin.
El Dragón aparece tras la mujer y de alguna forma deriva de ella: Su esencia es reactiva, como realidad envidiosa, que vive de y para matar al Hijo de la Mujer, por eso vigila y amenaza (“cuida” de algún modo) a la mujer para aprovecharse de su fruto. Mujer y Dragón parecen oponerse eternamente (una engendra, otro devora) y su oposición es la esencia de una historia en la que todo pasa (está pasando) sin que nada cambie, como indican las religiones cósmicas o de la naturaleza.
Sobre esta base se elevan la mayor parte de los mitos de la humanidad. Según ellos, el valor primario es la mujer, no por sí misma, sino porque genera y alumbra hijos que son para la muerte, es decir, para el Dragón[3].
Normalmente, el Dragón espera el parto y devora la vida que engendra la mujer, conforme al signo del Uróboros, serpiente enroscada en sí misma, mordiendo su cola. Pero en este caso no logra su intento, porque la Mujer engendra y el Dragón no puede devorar lo engendrado. La tiniebla no vence a la luz, la Muerte no apaga a la Vida nacida; eso significa que no estamos condenados a la muerte, podemos mantenernos y vivir sobre la tierra, apoyados en la fecundidad de la Mujer-Madre y en su Hijo (que en el fondo somos nosotros), en gesto de esperanza comprometida[4].
Al principio pudiera pensarse que sobre el cielo sólo existe la Mujer, alumbrando como sol la vida humana. Pero luego descubrimos que en el mismo cielo, lugar del que proviene toda vida, en la fuente de la historia, junto a la Mujer, está el Dragón (amenaza de muerte), como han señalado antiguos mitos. Sólo al enfrentarse a su potencia destructora y superando el riesgo de Prostitución (engaño) y muerte, con la ayuda del Hijo mesiánico, esta Mujer desplegará su humanidad concreta y triunfante como Novia.
‒ La Madre es principio sacral y así apareceevocada en la primera de las constelaciones de cielo, como signo y clave cósmica de todo lo que existe, como Mujer-humanidad en parto, madre engendradora. No es Madre tierra de algunas culturas (como la andina), sino la Madre cielo o, mejor dicho, el Cielo materno de otras muchas. En ese nivel, en la línea de Gen 2-3, pero en clave celeste, se sitúa la Mujer Sagrada, divinidad femenina del poder generador, de manera que todo lo restante cambia; nacen y mueren los individuos, pero ella permanece, como madre, por encima de la muerte. Ella es la divinidad antigua, pero no está a solas, sino con el Dragón, marcando así la distinción entre el bien y el mal. Es la sacralidad de la naturaleza, en plano de inconsciencia engendradora, inmortalidad primera (vive de dar a luz y así alumbrando sin cesar permanece). Pero a su lado está el Dragón, como divinidad destructora, que quiere devorar aquello que la mujer engendra. Ella, la primera mujer engendradora (Eva celeste, sin Adán), es la: humanidad originaria, que todavía no ha nacido a la conciencia (no se ha individualizado), pero engendra. Marcando ya de alguna forma la distinción entre lo bueno (que es engendrar vida: La Mujer) y lo malo, que es devorar la vida (el Dragón).
Ésta es la madre primera en el cielo cósmico, divinidad originaria de todo lo que existe. En un sentido, ella engendra, pero no en solitario, como bondad plena y final de todo lo que existe, pues a su lado, como experiencia también originaria de dualidad, encontramos al Dragón, al que podemos llamar malo (el mal), porque no engendra vida, sino que vive de devorar aquello que la mujer engendra.
Lógicamente, ella aparece en dolores de parto, empezando a dar a luz. Gen 3, 16 suponía que el dolor de la maternidad es derivado, consecuencia del “pecado”: “parirás a tus hijos con dolor” (Gen 3, 16). Por el contrario, nuestro texto (Ap 12, 2) supone que el dolor del parto pertenece a la condición de la Mujer primera en cuanto Madre: ella es celeste, pero no impasible, ni inmutable (está de parto).
Es gloriosa, pero no en la dicha final ya cumplida, sino en medio del dolor de dar a luz, pues gime en la angustia de la maternidad. Por su misma condición de Madre, signo de Dios que es divino dando su propio ser (dando de sí), padece esta Mujer, que es reflejo del Dios superior que engendra desde su mismo seno. Pues bien, esta mujer ha de sufrir dando la vida, siendo de esa forma humanidad fecunda, cercana a Dios, como sabe en otra perspectiva mesiánica el mismo evangelio (Lc 2, 34-35). Por eso, ella es ante todo la madre originaria: principio y signo de una humanidad abierta a la vida, en medio del dolor, de forma generosa.[5].
‒ Con la mujer está el Dragón, también celeste, pero amenazador. Si sólo hubiera madre no habría humanidad pensante, en libertad, pues ella es engendradora (fuente de vida), pero le falta concreción personal, en relación con los hombres (con el padre), en relación con el mal, que debe superar. Por eso, ella debe recorrer un camino de maduración arriesgada en la historia, bajo la amenaza del Dragón, que es negatividad y violencia, que parece necesaria para el despliegue actual de la vida, es decir, para la individuación concreta de los hombres, como ha puesto de relieve C. G. Jung.
En principio, el Dragón que se opone a la mujer puede mostrarse ambivalente o positivo, no sólo en pueblos alejados de Israel (como China o México), sino incluso en la Biblia (cf. Ester 11, 2-12). Pero pronto, en un contexto bíblico (cf. Gen 3) descubrimos que la Serpiente/Dragón es tentación, poder de muerte, sospecha y deseo de un tipo de autonomía que brota del enfrentamiento contra Dios, que no es liberadora sino destructora, no es fuente de vida, sino principio que se expresa en forma de Dragón: La Madre lo origina todo, pero el Dragón lo devora y destruye todo, en un ciclo sin fin (eterno retorno) de vida y de muerte, de aparición y desaparición, generación y corrupción.
Así gira la historia: vida y muerte, nacer y perecer, yin y yang, eterno retorno de parto y sepulcro. En un plano parece que esta alternancia (dualidad) de bien y mal, de vida y muerte constituye la esencia y realidad de todo lo que existe? Pues bien, como evoqué en la primer parte de este libro, al hablar de las religiones que vienen tras el tiempo‒eje, y como seguiré indicando, conforme al paradigma bíblico de la creación y de la culminación (presente en el Apocalipsis), al final triunfa el bien‒vida, representado por la mujer, que aparecerá en la meta como “novia” del Cordero, es decir, del Dios amante.
En esa línea, la esperanza mesiánica israelita ha superado ese giro sacral y eterno (nacimiento y muerte), para destacar el sentido positivo de la vida, expresada en la Mujer, vinculada al fin en amor con el Cordero de Dios. Eso significa que la historia no es una lucha eterna entre el bien y el mal, la vida y la muerte, sino que ella está dirigida desde el principio por el Bien (simbolizado en la mujer), que triunfará sobre el pecado y amenaza del Dragón.
Como vengo destacando, Ap 12 1-5 utiliza un esquema de mito, un lenguaje cifrado de señales pues quiere decir lo indecible y mostrar lo indemostrable: El origen positivo de la vida (Mujer), el surgimiento y riesgo de la envidia como potencial de destrucción violenta (Dragón). En una primera perspectiva, parece que el Dragón forma parte de la estructura bi-valente de la realidad, interpretada en sentido teológico o antropológico. En esa línea, el Dragón empieza siendo un “momento” de Dios, un elemento de su misma estructura conflictiva, como vimos en el libro de Job.
En sentido antropológico, el Dragón pertenece a la misma conflictividad existencial de la vida huma: a la envidia o deseo de muerte de los hombres que rechazan su origen y sentido positivo. Pues bien, el conjunto del Apocalipsis acaba superando esa oposicióndual, de manera que al final presenta a Dios como triunfador, destruyendo para siempre al Dragón y haciendo que la Mujer‒Madre amenazada se convierta en Novia del Cordero.
En esa línea, Dios vendrá a mostrarse como totalmente divino, ser de pura claridad, amor gratuito y triunfador, que expulsa (destruya) a los poderes del Dragón, es decir, de la envidia y la muerte, como seguirá diciendo el libro, cuando el Dragón sea vencido para siempre, derrotado y arrojado al estanque de fuego y azufre, por los siglos de los siglos (cf. Ap 21,10).
Según eso, integrados en el proceso de revelación de Dios, los hombres desplegarán su humanidad positiva, venciendo y destruyendo al Dragón que llevan dentro de sí, en proceso que conduce a las bodas finales de la Mujer-Novia y el Cordero degollado, que es el Dios que se da a sí mismo en amor (Ap 21-22). Este Dios del Apocalipsis responde así a las preguntas de Job, que habíamos analizado al final del Antiguo Testamento, encarnándose en la historia de los hombres, y salvándolos por amor, desde dentro de esa misma historia[6].
Comienza el drama. Dio a luz un Hijo Varón… (Ap 12, 5).
En esa línea, los signos centrales del arquetipo sagrado del Apocalipsis no evocan sólo algo que sucedió o sucede en un plano superior de “cielo”, entre Dios, la Mujer y el Dragón, sino que muestran lo que sucede y se despliega en nuestra propia vida personal y social, en la trama y riesgo de la historia. Precisamente los signos celestes de Ap 12, 1-3, que parecían sacarnos de la tierra y de la historia, nos introducen más poderosamente en ella, “individualizándose” (encarnándose) en nuestra propia vida.
En esa línea podemos hablar y hablamos de metamorfosis de la Mujer: ella se transforma y puede (debe) aparecer al fin, tras vencer al Dragón y sus Bestias, como Novia del Cordero divino, mujer de amor, respondiendo con su misma vida a las preguntas planteadas por Job.
Esta mujer que engendra y padece, perseguida por el Dragón, es la humanidad entera y el pueblo de Israel, con María la madre de Jesús, pero, al mismo tiempo, es cada uno de los hombres y mujeres, llamados a recorrer un camino de transformación (una metamorfosis) que les lleva del cielo primigenio del mito a la culminación de las Bodas del Cordero. Todos los hombres llevan (=llevamos) en su carne el signo de la gran Madre celeste, pero también el signo del Dragón, formamos parte de la lucha entre las dos mujeres (perseguidora y perseguida, como seguiré indicando)[7].
Ap 12, 5 ha roto el posible equilibrio anterior entre Mujer y Dragón, alumbramiento y muerte, superando así el esquema de eterno retorno de la sacralidad yllevándonos, desde el tiempo mítico de los signos primordiales, a la experiencia israelita de la intervención creadora de Dios en la historia. En esta perspectiva se ilumina poderosamente el tema, de manera que el mito se vuelve matriz de un pensamiento histórico y social, vinculado a la experiencia central del Antiguo Testamento:
La Mujer dio a luz a un Hijo que fue raptado hacia Dios y hacia su Trono… (Ap 12, 5). El mito del tiempo cíclico supone que el Hijo ha de ser para el Dragón: debe nacer para morir (ser devorado) y renacer de nuevo, en el giro sagrado de Eterno Retorno, en el que siempre vuelve lo que ya ha sido. Pues bien, el texto rompe ese equilibro circular, introduciendo una figura divina antes oculta: Ha nacido el Hijo de la Mujer amenazada por el Dragón; no se dice quién es el padre, pero el texto supone que es Dios, quien le ha “raptado”, arrancándole de las fauces del Dragón, para elevarle hasta su Trono, dándole así el poder sobre la historia.
De esa manera, Dios triunfa por medio de su Hijo, que es el Hijo de la Mujer, revelándose así como Padre verdadero, garante del triunfo del bien y de la reconciliación final de la realidad. El Dragón, al que podemos entender como “sistema de muerte” (poder que crece matando y devorando a los demás), se ha visto frustrado, apareciendo así como vencido. Desde ese fondo podemos afirmar que los hombres somos hijos de la mujer que da a luz, no seres para la muerte (para ser devorados por el Dragón), sino vivientes‒persona para la vida de Dios.
El Hijo ha de pastorear a los pueblos con vara de hierro… (Ap 12, 5b, con imagen de Sal 2, 9; cf. Ap 2, 26-27; 19, 15). Conforme al Sal 2, el Rey mesiánico se encuentra rodeado de pueblos enemigos que amenazan con matarle; pero él se eleva sobre el Monte Sion, con la ayuda de Dios (su Padre), para proclamarse rey universal y gobernar (=pastorear) de esa manera a todos los pueblos “con vara de hierro”, es decir, con gran fuerza, de modo que nadie podrá ya vencerle.
Según el Apocalipsis, ese Rey mesiánico es el Hijo nacido de la mujer, aquel que, dejándose matar como Cordero (cf. Ap 5), vencerá al Dragón, enemigo de su Madre, de tal manera que ella, la madre, se convertirá al final en novia-esposa del Cordero de Dios, es decir, del mismo Dios (cf. Ap 21-22). Pero no adelantemos temas ni crucemos símbolos: por ahora nos basta con saber que la victoria final de la Vida está vinculada al nacimiento y triunfo del Hijo, que asume el dolor de su Madre y la defiende, destruyendo al Dragón enemigo.
Pues bien, de pronto, tras el nacimiento y rapto del Hijo (Ap 12, 5), cambia el escenario y la Madre tiene que descender (escaparse) del cielo, huyendo al desierto, donde el mismo Dios la guía y alimenta (Ap 12, 6). De esa forma pasamos de la Madre celeste a la Madre-Mujer perseguida, dentro de la tierra, no en el cielo, introduciéndonos de forma mucho más concreta en la trama de la historia. Los signos celestes (Mujer y Dragón) quedan en un segundo plano y se vuelve dominante el relato profético, de tipo apocalíptico y mesiánico.
NOTAS
[1] He desarrollado el tema, desde diversas perspectivas, en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 2006; Hombre y mujer en las religiones, VD, Estella 1997 y en La palabra se hizo carne, VD, Estella 2021.Cf. también. R. B. Allo, Jean. L’Apocalypse, EB, Gabalda, París 1971; O. Böcher, Die Johannesapokalypse, EF 41, Darmstadt 1988; Ch. Brütsch, La Clarté de l’Apocalypse, Labor et Fides, Ginebra 1966; R. H. Charles, The Revelation of St. John, I-II, ICC, Clark, Edimburgo 1971.
[2] Cf. también A. Alvarez, La nueva Jerusalén ¿Ciudad celeste, ciudad terrestre, VD, Estella 2005; J. M. Ford, Revelation, Doubleday, Nueva York 1975; E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, Tubinga 1953; P. Prigent, L’Apocalypse de saint Jean, Labor et Fides, Ginebra 1981; H. B. Swete, The Apocalypse of Saint John, Macmillan, Londres 1909.
[3] Cf. M. Eliade, El mito del eterno retorno, Alianza, Madrid 1985. Sobre historia y mito, cf. R. G. Collingwood, Idea de la historia, FCE, México 1972; P. Gardiner, Naturaleza de la explicación histórica, UNAM, México 1971; K. Löwith, El sentido de la historia, Aguilar, Madrid 1973; R. Bultmann, Historia y escatología, Studium, Madrid 1974; O. Cullmann, Historia de la salvación, Península, Barcelona 1967.
[4] Estos son los signos de fondo del texto.
‒Dualidad. Las dos figuras (Mujer y Dragón) forman una pareja originaria. En perspectiva israelita deberíamos decir que detrás (por encima) de ambas se halla Dios, creador trascendente. Pero el mito no conoce un Dios más alto: Mujer y Dragón simbolizan el todo sagrado, son revelación dual de lo divino.
‒ Apertura. La misma dualidad exige un tercer elemento: la solución del drama o lucha entre la Mujer y el Dragón está en el Hijo que se sitúa ante la altenativa de ser devorado por el Dragón o que defender a la madre y matará al Dragón. Esta victoria del Hijo, narrada de varias formas por el mito o por la experiencia de Israel y el cristianismo define el sentido de la historia. Cf. W. Bousset, Die Offenbarung Johannis, Vandenhoeck, Göttingen 1906. B. J. Malina, On the Genre and Message of Revelation. Star Visions and Sky Journeys, Hendrickson, Peabody MA 1985, ha vuelto a destacar el fondo o del tema.
[5] El dolor del varón está más vinculado a su trabajo en favor (o en contra) de los demás. Por el contrario, este dolor de mujer está relacionado con su maternidad. He desarrollado diversas formas del mito de la madre y su dolor (de parto) en Hombre y Mujer en las Grandes Religiones, Verbo Divino, Estella 1997, a partir de las culturas indo-americanas.
[6] En la línea de C. G. Jung, Respuesta a Job, FCE, México 1964, alguien podría preguntar: ¿Dónde está el Padre-Dios en este drama, o quizá no existe todavía? Se podría responder que la Madre en parto es todo lo que existe, la única que actúa en línea positiva, de manera que no necesita a su lado ningún padre o Dios más alto. Pero en esa línea podríamos seguir preguntando: ¿Quién la ha la fecundado ¿Lo habrá hecho el Dragón, para abandonarla después en el dolor, la habrá seducido sólo para comer después el fruto de su vientre? El texto no responde; somos nosotros los que debemos hacerlo, con su inspiración, partiendo de su mensaje de conjunto. Quizá podamos decir que (en forma simbólica, que no puede traducirse en claves biológicas), fecundador original de la Mujer ha sido el mismo Dios oculto y bueno, el Dios supremo, que “rapta” (acoge) al Hijo (su Hijo), sosteniendo a la mujer a lo largo de la historia, hasta convertirla en Novia-Esposa.
[7] Al referirse a los enemigos de la vida, el Apocalipsis no habla en principio de personas, sino de estructuras o instituciones: ni el Dragón es una persona, ni las Bestias o la Prostituta. Por eso, cuando Ap 19-20 diga que el Dragón fue arrojado al infierno o condenado, el texto no alude a personas en concreto, ni siquiera a los emperadores de Roma, sino del Dragón, como símbolo del mal. Entendido así, ese Dragón no puede tomarse como una persona, sino como un sistema de mal. Dios existe en sí, no es un puro sistema impersonal, lo mismo que el Cordero, simbolizadopor Jesús. El Dragón, en cambio, es un sistema de mal; no es persona ni puede encarnarse en personas concretas a las que pudiéramos echar la culpa y condenar al infierno.
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