Felicidad de Jesús. Por la senda de los muchos sabios (pobres) que en el mundo han sido
Un poeta de la Nueva Castilla, afincado en la Vieja (Salamanca) escribió un poema sobre la “descansada vida de los pocos sabios que en el mundo han sido” (Luis de León). Jesús, en cambio, ofreció felicidad para multitud de pobres, llamados a escuchar la palabra de dicha de la vida, siendo no sólo felices ellos, sino irradiando felicidad a los ricos.
Para ser feliz, Luis de León se retiró en su casa-huerto rico, del monte en la ladera, junto al río, para cultivar su felicidad a solas, “libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”, porque se decía: “vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo…”.
Jesús quiso abrir una ancha senda de felicidad en el amor, sin odio ni recelo, pero con celo inmenso de vida, de esperanza. Una felicidad que no decía “vivir quiero conmigo”, sino en medio de otros, mis amigos, recibiendo y dando amor a ríos, con miles y millones de “sabios pobres”.
| X. Pikaza Ibarrondo
La felicidad solitaria del rico que dice hacerse pobre al retirarse al huerto junto al río tiene su valor, como yo mismo he destacado en algún escrito. Ese retiro de ermitaño puede formar parte del camino de la dicha más perfecta, amor de solitarios que convierten su desierto en campo que se abre al gozo compartido. En esa línea, el ideal y camino de la felicidad de Jesús tiene que ser una senda de bienaventuranza desde los más pobres (Imágenes. Fray Luis, en su Salamanca rica; ermita de pobre en la Batuecas; libro… ante una cúpula pobre de la pobre Jerusalén)
FELICIDAD DEL POBRE, UN PRINCIPIO DE EVANGELIO
En la forma actual de división, injusticia económica y opresión política, el rico en cuanto tal no puede ser feliz, a no ser de manera mentirosa, engañándose a sí mismo y engañando (oprimiendo a los demás). Conforme a Jesús, la felicidad se identifica con la gratuidad, esto es, con la fe (confianza en Dios), en medio de una vida de carencia y opresión.
Esta es la experiencia originaria de Jesús: Él descubre y dice que los pobres y excluidos que pueden ser felices, en contra de un orden social (un mundo) que vive empeñado en tener y poder, en la salud exterior y el dominio sobre los demás. La felicidad implica un tipo de “acogida”, de aceptación. Esto es algo que muchos pobres no saben, y por eso viene Jesús a decírselo, con su vida, con su presencia, con su ayuda.
Entendidas así, las bienaventuranzas constituyen un reto, una apuesta de Jesús, que descubre y expresa su felicidad entre los pobres, de quienes recibe y con quienes comparte la dicha de la vida, hecha de paz interior, de gratuidad y esperanza. En principio, no quiere cambiar nada por la fuerza, por la ley establecida, por un tipo de sacralidad del templo. Acepta las cosas como son, y en ellas descubre la felicidad.
1.En el principio está la felicidad. No somos nosotros los que inventamos (creamos y cultivamos) la dicha, sino que ella empieza siendo un don, un regalo. De la felicidad del amor hemos nacido, los ojos dichosos de una madre han encendido felicidad en nuestros ojos… Por felicidad de Dios (=de la Vida) hemos nacido; partiendo de la felicidad nos vivimos, nos movemos y existimos.
Ciertamente, en el Antiguo Testamento, la felicidad está vinculado a la justicia de Dios, que protege a huérfanos, viudas y extranjeros, a todos los que en este mundo no pueden (o no quieren) triunfar por sí mismos. Pero esa justicia abierta a los pobres (desde los más pobres) no puede existir sin felicidad precedente. Sin gozo primero no hay nada, sin un día olvidamos (o rechazamos del todo) la felicidad nos mataremos. En los países que se llaman “más adelantados”, el suicidio es ya la primera causa de muerte de los jóvenes.
2.La felicidad de los pobres, ellos nos evangelizan. Los ricos y poderosos de Luis de León en el siglo XVI (y los de ahora, siglo XXI) quieren ser felices por aquello que tienen, por su gran riqueza, sus palacios, sus afanas… pensando que así pueden alcanzar la dicha, pero sin lograr alcanzarla. Entre los más ricos son muchos los que se suiciden, los que sólo viven a base de drogas, analgésicos, mentidas. La felicidad no es algo que se tiene o se puede conseguir a golpe de talonario o palacio, sino un don antecedente, el propio ser, la vida.
Jesús lo descubre así en los pobres, así lo aprende, así se lo dice. En ese sentido podemos y debemos decir que él ha sido “evangelizado” (ha recibido la buena nueva de Dios) por los pobres. Ellos le han hablado así con su vida del don de Dios que es vida, le han descubierto su tarea: Ellos le dicen que el mismo Dios le ha enviado a proclamar esta buena noticia de la vida y del Reino de Dios que está en los pobres, descubriendo en ellos rostro de Dios, e iniciando desde (con) ellos el camino el camino de la paz mesiánica (Lc 4, 18-19; Mt 11, 5).
3.Bienaventurados los pobres, ellos pueden hacer bienaventurados a los ricos. No son los ricos los que deben ofrecer felicidad (bienaventuranza) a los pobres, pues no la tienen, sino todo lo contrario: Son los pobres los que pueden hacer bienaventurados a los ricos, si es que se dejan amar y acoger por los pobres, que no quieren quitarles nada (ni riqueza, ni poder). No se trata pues de una inversión de peones (que los pobres se hagan ricos, que los ricos se hagan pobres), sino de una elevación de todos.
Se trata de subir de plano, sino de volver al origen de la creación: Vio Dios que todas las cosas eran buenas, especialmente los hombres. Jesús descubrió en los pobres y supo por experiencia propia que la felicidad no es la riqueza o poder de algunos, ni un tipo de satisfacción externa, sino la gracia de la misma vida, pero no para encerrarse en ella, como ermitaños, eremitas de huerto junto al río, sino como hermanos, amigos de todos, por todos los caminos. Los pobres felices pueden irradiar esa experiencia, cambiando así no sólo su propia de vida, sino la vida de los mismos ricos, de forma que ellos también (los ricos) descubran y cultiven el gozo de la gratuidad, de la vida como don, felicidad compartida.
4. Los pobres han sido el mesías de Jesús, ellos le han enseñado a descubrir a Dios. Ciertamente, Jesús llama a su lado a los pobres (¡venid todos los cansados y agobiados…!), y lo hace como “mesías de Dios”. Pero han sido ellos los que le revelan el rostro divino de la vida: ellos le han dicho que hay Dios, el Dios que le habla y le llama, le enriquece y transforma por medio de ellos, los pobres.
Por eso, Jesús ha salido del desierto del río Jordán, donde esperaba, con Juan Bautista, la llegada del juicio de la ira (el hacha, el huracán, el fuego…). Jesús salió de su pequeño huerto junto al río para anunciar a todos la felicidad de Dios, en medio de la misma pobreza y enfermedad del mundo. Alguien ha dicho que “los pobres mueren y no son felices” (cf. A. Camus). Pero Jesús sabe que los mismos pobres pueden ser y son felices, millones de hambrientos, sedientos, desnudos, extranjeros, enfermos y encarcelados (cf. Mt 25, 31-46), descubriendo y reconociendo en su pobreza la chispa de la vida, no para que todo siga igual, sino para transformarlo todo en justicia de amor.
5. Los pobres son evangelizadores, ellos abren un camino universal de la felicidad. No una senda exclusivista de “club VIP” de ricos, sino una “vía magna” de bienaventuranza y victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio. Todos pueden unirse en ese camino de pobres. Para unirse en ese camino universal de vida no hace falta tener nada, sino ojos para admirar, corazón para latir en sintonía con otros, manos para acompañarse.
Según eso (conforme a la bienaventuranzas y a Mt 15,31-46), privilegiados de Dios no son sólo los pobres-pobres, sino aquellos a quienes los pobres les ayudan a descubrir el gozo de la gratuidad, de forma que ellos, los ricos, conviertan también su vida en don para los otros. Aquí no se habla ya sólo de pobres materiales, sino los hombres felices, que irradian la felicidad de Dios, según Jesús. De esa manera, unos y otros, pobres y aquellos que les acompañan y aprenden pueden formar y forman una iglesia fraterna de felicidad donde lo que importa es la experiencia de Dios como vida y el amor mutuo: amor al lejano y al cercano, al enemigo y al amigo, amor que crea comunión.
EXPERIENCIA DE CRISTO, TAREA DE LA IGLESIA
1.Cómo enriquecerse unos a otros. Los ricos como ricos de bienes materiales pueden dar comida y casa, vestido, un tipo de dignidad externa. Los pobres, en cambio, pueden dar felicidad, experiencia de transformación, de curación personal… (Mt 25, 31-46). Conforme a los mandatos misioneros más antiguos (Mc 6; Mt 10; Lc 9 y 10) Jesús envía a sus discípulos sin bienes materiales (sin alforja ni dinero). Les dice que vayan y ofrezcan palabra y curación.
En contra de cierto pauperismo (antiguo o moderno), Jesús no ha rechazado a los dueños de casas y campos (sedentarios), que simbolizan el antiguo modelo israelita, donde cada familia poseía su heredad y vivía en armonía (pacto) con otras familias del entorno. No fue purista (que sólo admitía en su grupo a pobres sin casa), sino que buscó (y llamó) también a los propietarios, a quienes proclamaba y para quienes comenzaba a construir el Reino, pidiéndoles que acogieran a los pobres, compartiendo con ellos sus riquezas.
Así dice evangelio que él comía y bebía (cf. Mt 11, 19), no sólo con Leví, publicano (cf. Mc 2, 13-17), sino en las casas de otros propietarios (cf. Mc 14, 3-9; Lc 7, 36-50; 14, 1-24), aunque no ha iniciado su movimiento de Reino con ellos, sino con los pobres y en concreto con itinerantes (por necesidad u opción evangélica). No quiso trazar una oposición violenta (itinerantes-pobres contra propietarios), sino un movimiento de recreación para todos, desde aquellos que no tienen nada (que no han de juzgar, sino perdonar a los enemigos). No quiso la guerra, ni un pacto de poder, sino una transformación (simbiosis) entre itinerantes (sin propiedad) y propietarios, desde los más pobres, retomando así dos modelos sociales que habían surgido en la historia israelita, de forma sucesiva y separada.
2. Jesús abrió caminos y espacios de comunicación universal. Espacios de encuentro desde los itinerantes pobres, sin buscar una conquista violenta de la tierra (a diferencia de Josué en tiempo antiguo y de los celotas nuevos de la guerra del 67-70 d.C.) y sin necesidad de expulsar (matar) a los antiguos propietarios. Así empalma con el comienzo de la historia israelita (entrada de los hebreos en Palestina), superando la oposición entre propietarios antiguos y nuevos conquistadores (que tienden a ser otra vez propietarios, expulsando o matando a los anteriores). Sus itinerantes no toman la tierra por guerra, ni matan a los propietarios (como pedían ciertas leyes antiguas: cf. Ex 23, 23-33; 34, 11-16; Dt 7, 1-6 etc.), sino que les ofrecen salud y curación, iniciando un camino de entrega y solidaridad (Reino).
Jesús retoma así el camino de antiguos itinerantes pores (hebreos sin tierra), para iniciar con (como) ellos un camino del Reino, desde los pobres y expulsados de la nueva Galilea, no para proclamar otra guerra santa, sino para anunciar y ofrecer el Reino a los mismos sedentarios/propietarios, invirtiendo el esquema del éxodo (salida de Egipto) y la conquista antigua de la tierra. Esos itinerantes (por opción y/o necesidad) proclaman el reino a los ricos, abriendo un camino de perdón y paz donde triunfaba la guerra, invirtiendo el modelo del Éxodo desde la justicia social de los profetas. Ellos no expulsan a los “cananeos” (nuevos propietarios), sino que se ponen en sus manos y les curan, abriendo un camino de paz universal, que ofrecen a los sedentarios, para compartir con ellos una experiencia más honda de salud, de humanidad reconciliada.
3.Iglesia antigua, un ensayo múltiple de comunicación. La iglesia primitiva de Jerusalén se llama “iglesia de los pobres”, conforme al testimonio del libro de los Hechos. Lo mismo aparece en los textos de Pablo: la iglesia es comunidad que no está fundada en los ricos y fuertes, sino experiencia de comunión, donde todos, unos y otros, pueden vincularse en amor y solidaridad, una iglesia que no está centrada en los ricos y poderosos, sino en los pobres que aman, abriendo así espacios de felicidad compartida.
La iglesia posterior ha corrido (y corre el riesgo) de convertirse en comunidad de ricos, en un plano de poder sacral e incluso de dinero. Ella ha tendido a ser iglesia de ricos al servicio de los pobres, ofreciendo una evangelización desde arriba: desde unas instituciones de poder sacral e incluso de dominio económico. Muchos dicen que ha tomado el poder para liberar y ayudar a los demás desde el poder: los ricos y poderosos ayudan a los pobres. Pero esa ayuda puede convertirse en signo de egoísmo propio, en una nueva forma de imposición de unos sobre otros.
4. Iglesia siempre pobre, semilla de amor mutuo, no fuente de poder. Quizá la la mayor aventura (desventura) histórica del siglo XX y principios del XXI ha sido que algunos grupos (partidos políticos, estados, multinacionales capitalistas) han tomado el poder diciendo que quieren “ayudar” (enriquecer) de esa manera a los demás: el comunismo ha optado por tomar el Estado para trasformar desde allí a la población pero ha corrido el riesgo de convertirse en triste dictadura de unas instituciones absolutizas. También el capitalismo dice que quiere tomar el poder económico, para así abrir espacios de libertad para todos. Pero ha corrido el riesgo de volver una más honda dictadura, en nombre de la libertad de todos, quitando así de hecho libertad y vida a los más pobres.
En contra de eso, queremos una iglesia donde pobres de un tipo y de otro pobres vivan en comunión, donde nadie tome el poder para imponerse sobre los demás; una iglesia donde los más pobres y felices evangelicen a los otros, para que todos puedan compartir en comunión las riquezas de la vida que es Dios en nosotros. Queremos una iglesia donde el valor fundamental sea el amor, vivido desde la pequeñez, sin que unos se impongan sobre otros… sin jerarquías sagradas (la jerarquía es la visión del poder como algo sagrado). Conforme al evangelio, la expresión y signo de Dios no es la jerarquía sino los pobres (cf. Mt 25, 31-46).
5.Conclusión. ¿Un concilio permanente de pobres? Un concilio sin necesidad de grandes sedes, de hoteles de lujo donde se reúnen los más ricos de un tipo de club que pudiera llamarse de Wilderberg o de Salamanca, donde ahora (30.1.21) están reunidos en un convento de ricos (el antiguo San Esteban) los presidentes de las Españas para repartir dineros de Europa. Queremos un concilio permanente “de a pie de calle”, de vida. Queremos que Fray de León (de Salamanca) no se retire al huerto particular de su río, diciendo “vivir quiero conmigo”… Que el huerto separado, “del monte en la ladera” se convierte en monte abierto de bienaventuranzas de felicidad (Sermón del monte, Mt 5-7).
En esa línea queremos ido soñar y soñamos en la posibilidad de un Concilio donde la palabra clave la tengan los pobres. No queremos que se diga “todo para los pobres, pero sin los pobres”, como algunos parecen decir (en el mejor de los casos). Queremos que se pueda proclamar: “pobres del mundo, uníos”; uníos en amor, no para tomar el poder dominar sobre los demás, ni siquiera para ayudarles desde arriba, sino para compartir con todos el camino de la vida. En esa línea, al final del llamado “concilio de Jerusalén” (Gal 2; Hch 15), la palabra clave fue “no os olvidéis de los pobres” (es decir, que los pobres no se olviden de vosotros).
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