Hoy hace falta una reforma en la iglesia del mismo talante que la del tiempo de San Ignacio
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
- San Ignacio (Azpeitia, 1491- Roma, 1556) y el Padre arrupe (Bilbao, 1907 – Roma, 1991).
Allá en Roma, en la iglesia del Gesù (Jesús), están enterrados san Ignacio de Loiola y el Padre Arrupe.
Jesuitas, y no jesuitas bien-pensantes consideran a ambos como los dos fundadores de la Compañía de Jesús: Ignacio la crea en el siglo XVI y el Padre Arrupe la reconduce en pleno siglo XX.
Los dos partieron o volvieron al principio y fundamento de la vida a Dios.
San Ignacio tras una primera parte más que turbulenta de su vida, vuelve a la piedra angular: al Señor. Ignacio de Loyola con su meditación fundamental que son los Ejercicios.
El P Arrupe, (Bilbao, 1907-Roma, 1991) hombre creyente y místico a fondo perdido, encauza la Compañía de Jesús hacia los pobres, marginados, (Teología de la Liberación).
En la ya histórica Congregación General (n 32) de la Compañía de Jesús, celebrada el 2 de diciembre de 1974, entre otras cosas los jesuitas dijeron y aprobaron:
- o Nuestra Compañía no puede responder a las graves urgencias del apostolado de nuestro tiempo si no modifica su práctica de la pobreza. Los compañeros de Jesús no podrán oír “el clamor de los pobres”, si no adquieren una experiencia personal más directa de las miserias y estrecheces de los pobres» (n. 5)
- o «Es absolutamente impensable que la Compañía pueda promover eficazmente en todas partes la justicia y la dignidad humana, si la mejor parte de su apostolado se identifica con los ricos y poderosos o se funda en la seguridad de la propiedad, de la ciencia o del poder» (n. 5).
- Ser conscientes del momento viviendo desde el principio y fundamento tanto personal como eclesialmente. Reformas y contra-reformas.
No es fácil ser lúcido en el momento histórico -personal y comunitario- en el que nos toca vivir a cada cual, a la sociedad y a la iglesia. Las turbulencias suelen ser grandes, uno no ve por dónde tirar en las variables históricas que requieren discernimiento personal, eclesial, social, político, etc. Pero es bueno ser lúcido, humildemente lúcidos: El Señor es mi luz y mi salvación (salmo 26). Ser consciente, vivir despiertos y con las lámparas encendidas es una actitud muy humana y cristiana.
Allá por el siglo XVI, tiempos de Lutero, del Concilio de Trento y de San Ignacio, era necesaria una Reforma en la Iglesia que no terminaba de llegar. Finalmente vino del norte de Europa, de Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente, contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.
Como fruto de la Contrarreforma fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas con S Ignacio, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales.
Fruto de esta Contrarreforma será una mejoría notable en la vida eclesial, que durará hasta mediados del siglo XIX, más o menos. A partir del s XIX surgirá un movimiento eclesiástico decadente en su teología, antimodernista a carta cabal. Esto llegará hasta nuestros tiempos con el paréntesis del Vaticano II, que supuso un paréntesis de libertad, de creatividad, modernidad.
- También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.
El obispo de Roma: Francisco.
Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI. Buena prueba de ello es la renuncia de Benedicto XVI. ¿A qué se debe, si no, que Benedicto XVI se retirara? Benedicto fue muy consciente de que la Iglesia necesita una Reforma a fondo para la que ya se sentía sin fuerzas. Y dejó la puerta abierta…
Probablemente la Iglesia se enquistó en el siglo XVIII, se le atragantaron la Ilustración y la modernidad y todavía estamos pagando las consecuencias.
Dice Joao Libanio (teólogo jesuita brasileño) que durante treinta años, desde 1978 hasta la elección del papa Francisco hemos tenido dos pontificados en los que se paralizó cualquier avance.
Ahora, el papa Francisco tiene otro modo de entender las cosas, el cristianismo y la Iglesia. Es evidente que Francisco no es Benedicto, mucho menos todavía Juan Pablo II. Podrá hacer mucho o poco, el tiempo, la historia y los contrarios a Francisco dirán. Pero el Magisterio de y sus gestos, sus símbolos son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, viaje a Lampedusa: puerto de las pateras, la empatía con la laicidad del Estado, una firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. No hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia. Un hombre que no ha sacado a relucir los graves pero cansinos temas de los últimos tiempos eclesiásticos: la condena de teólogos, la homosexualidad, divorcios, bioética, etc.
A esta voluntad de reforma de Francisco se debe el frontal enfrentamiento de un buen puñado de cardenales, obispos y curas, además de laicos.
Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.
- Motivos para la esperanza.
El centro de la Iglesia no es el papa, ni el obispo, sino Cristo y el pueblo de Dios. No perdamos nunca de vista estas referencias. Pero es bueno que el Obispo de Roma sea un hombre que inspire esperanza y ánimo. Un hombre cercano al Evangelio y, por tanto, a los pobres, a los que sufren, etc.
Una Iglesia así es más creíble a la que hemos vivido estos últimos treinta años, más o menos.
Con Francisco, tal vez comenzamos a asistir a una recuperación de una Iglesia más limpia, más libre y más evangélica. Como diría san Ignacio: para mayor gloria de Dios y bien de la humanidad.
En muchos momentos de la vida nos puede embargar la tristeza, la decepción, él “no saber por dónde tirar”, podemos vivir desarbolados, en un desconcierto. Calma: en tiempos de desolación no hacer mudanza, decía san Ignacio. Es bueno, hace bien volver al principio y fundamento de la vida, que no coincide siempre con las posiciones históricas que se han dado, que nos han llevado a fundamentalismos fanáticos como los que hemos vivido y todavía conocemos y padecemos. Tanto personal como eclesialmente (incluso social y éticamente) hay que ir a los fundamentos. Ni el Derecho canónico coincide con el Evangelio ni lo eclesiástico con el Reino de Dios.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)
Cuando los vientos arrecian en el orden personal e institucional: crisis, problemas, situaciones, etc., es saludable (salud) permanecer en la roca que nos salva, tomar la mano que nos sostiene (salmo 94), cimentarnos en la piedra angular, en el principio y fundamento que decía San Ignacio.
Vivir superficialmente y huyendo hacia adelante con el peso de un supuesto pasado, no conduce a nada, los problemas siguen y nos persiguen.
Volvamos al principio y fundamento que es Cristo.
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