De dos en dos. ¿Obispos en pareja o de uno en uno? (Dom 15, TO)
Me ha dicho el vecino: Con un obispo sobra ¿cómo quieres dos a la vez, dos papas…?Le he dicho: No estoy del todo seguro, la propuesta tiene riesgos, pero Jesús les mandó en parejas. Lo de un obispo a solas, monarca de diócesis (varón) es de la iglesia posterior.
Las cosas no fueron así al principio, cambiaron después, con obispos y párrocos a solas (un sólo poder)… Por eso pueden (quizá deben) cambiar otra vez, no para ser sin más (externamente) como fueron, sino para responder al espíritu de Jesús y a los signos de nuestro tiempo.
Sería un cambio importante, pero podría pensarse y ensayarse, no por afán de novedades, sino para “insuflar” entre aire fresco en la Iglesia: Espíritu de Jesús, amor mutuo, autoridad en diálogo, familia. Esperemos y recemos para que Francisco cure pronto y pueda pensar también en esto.
| X. Pikaza
Les mandó de dos en dos
Así lo dice el evangelio de este domingo (Mc 6, 7-13) que con frecuencia olvidamos. Jesús mandó como delegados suyos a parejas(de dos en dos”, ana duo‒duo; shenaym‒ shenaym).
No les pone más condición: Pueden ser ser jóvenes o mayores, varones o mujeres, hermanos o amigos, casados o solteros, dos varones, dos mujeres, varón y mujer… Sólo la condición de que vivan y vayan “de dos en dos”, como testigos de evangelio (Reino de Dios), pues sólo siendo dos pueden ser signo de evangelio.
Donde hay sólo un cristiano no hay ningún cristiano. Por eso han de ser al menos dos. Eso no lo inventó Jesús, sino que viene de una tradición judía milenaria (Dt 19, 15), que afirma que el testimonio de una sola persona no es nunca. Han de ser al menos dos, como indica también Ap 11. Quien no es capaz de convivir con otro no puede ser testigo de Jesús, porque el testimonio de Jesús es el amor mutuo.
Lo sabía bien Pablo, que anunciaba siempre el evangelio con otros, primero con Bernabé (cf. Hch 13, 2), luego con Silas o Timoteo… Además, el escribe y firma siempre sus cartas con otros, menos la Romanos, por motivos explicables).
Por otra parte, Pablo nos ofrece el testimonio fundamental de que los “hermanos” de Jesús y Pedro realizaban su ministerio (eran obispos) con otros, en especial sus hermanas/mujeres) (cf. 1 Cor 9, 5). Ellos no misionaban con sus mujeres por “debilidad” (eran incapaces de vivir solos), ni porque deseaban tener una criada (servidora), sino por cumplir el mandato de Jesús, que les dijo que fueran de dos en dos.
Texto de Marcos
Jesús mando a los doce, pero no de uno en uno, ni a todos juntos, sino de dos en dos. Los enviados son “doce”, signo de la misión judía (doce tribus), pero los manda de dos en dos, como signo de universalidad humana, en parejas en parejas de vida y testimonio de evangelio:
(Jesús) llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Les ordenó que no tomaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja. Que calzaran sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. Les dijo además: Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar etc. (Mc 6, 7‒30).
Mt 10 y Lc 9 omiten la referencia a la pareja
Una lectura posterior, que parece tomar ese motivo del envío y misión del llamado documento Q, prescinde de esa condición. Así aparece en Lc 9,1‒5 y en Mt 10, 5‒13.
Los portadores de esa tradición, en un contexto diferente (abierto no sólo a los judíos, sino a los paganos), prescinden pues del motivo de la parece, no ponen ya “de dos en dos”, no porque lo nieguen, sino porque no la juzguen necesario en su contexto.
De esa forma dejan en libertad la composición de los creadores y gestores de las iglesias. En esa línea culmina la legislación de las cartas pastorales donde se dice que el “obispo” (o el diácono) sea un “anêr”, esto es, un varón (1 Tim 3, 2), de una sola mujer, buen gestor de su casa etc.
En esa línea, los misioneros-obispo, liberados para el evangelio, acaban siendo “patriarcas” monárquicos de una casa rica, con una mujer que les ayuda (pero en un estrato inferior, como los obispos auxiliares de la actualidad), con unos hijos sumisos… Ese es modelo que ha triunfado después, por presión social del imperio romano.
En otra línea, por un celibato ascético-místico (propio de otro contexto), la Iglesia de Roma ha prescrito (¡quizá en contra de Jesús!) que los enviados/obispos/presbíteros de Jesús han de ser solitarios, una condición que tiene grandísimas ventajas, pero riesgos todavía superiores, en línea de “separación”, como si sólo los “solitarios” (tema gnóstico, del evangelio de Tomas 49, contrario a los evangelios de la Iglesia) pudieran ser testigos y promotores de una vida en comunión.
Otra vez de dos en dos (Lc 10, 1-12)
Pero el modelo “de uno en uno y buen patriarca varón” (con mujer e hijos “sumisos”)… o de uno en uno y buen solitario gnóstico no ha triunfado y se ha impuesto de un modo universal en la iglesia antigua, como muestra el evangelio de Lucas, el más tardío de los sinópticos, que reelabora retoma en otro lugar el motivo del envío y misión cristiana, otra vez de dos en dos:
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies, etc.(Lc 10, 1).
Conforme a la visión de conjunto del evangelio de Lucas, Jesús quiso fundar la Iglesia y para ello envió a Doce discípulos y les envió por todo Israel, para para preparar su camino, de dos en dos. Pero este envío, centrado en los Doce y dirigido a Israel, fracasó: los israelitas no se convirtieron, los Doce (que habían ido de dos en dos anunciando la llegada del Reino) desertaron de Jesús, y las autoridades de Israel con Roma condenaron a Jesús a muerte, siendo ajusticiado por los romanos.
Por eso Lucas quiso añadir este “segundo envío” del mismo Jesús, un envío que refleja la misión universal a los gentiles, diciendo a sus discípulos que fueron por todo el mundo, de dos en dos (no los Doce apóstoles judíos del principio, como signo de las doce tribus de Israel), sino un grupo más grande de 70 (o 72, según los manuscritos), como signo de todos los pueblos de la tierra (que según las tradiciones del Génesis eran 70 o 72).
Se han hecho y se siguen haciendo averiguaciones sobre la identidad de esos 70/72 enviados de Lc 10, 1‒12, de forma que algunos Padre antiguos de la Iglesia han buscado nombres para cada uno de ellos (varones y/o mujeres), llamándoles “apóstoles” (lo mismo que a los 12 de la misión anterior) y celebrando su fiesta (algo que la Iglesia romana no se ha atrevido a hacer, quedando “fijada” en los doce primeros). Este intento de “nombrar” uno a uno a los 70/72 apóstoles de Lc 10. 1‒12 y darles fiesta como “santos” es piadoso y laudable, pues quiere indicar que en ellos están representados todos los “misioneros” de Jesús, enviados al conjunto de los pueblos.
Otra vez la condición básica: De dos en dos
Como he dicho, el texto del envío de Lc 9 (con Mt 10 o 28, 16‒20) no incluyen la condición del dos a dos: No exigen expresamente que los misioneros vayan en parejas, aunque pueden suponerlo. Lucas en cambio, como último testigo de la tradición del envío y misión eclesial lo resalta expresamente: A su juicio, también los 70/72 fueron a realizar la misión de dos en dos, como han de ir todos los enviados de la iglesia.
Se puede discutir y se discute, exegéticamente, el origen textual de esta condición (de dos en dos). ¿De dónde la ha tomado Lucas? Algunos suponen que la ha tomado de Mc 6, 7, de manera que este mandato tendría solamente un testimonio/apoyo fuerte en la tradición de la iglesia antigua, por lo que algunos se atreven a decir que ese mandato de ir de dos en dos que no provino de Jesús (sino que fue creación particular de la Iglesia de Marcos). Pero otros (y a mi juicio con más razón) afirman que ese mandato o condición (ir de dos en dos) forma parte del material más antiguo, que venía de Jesús (no sólo de Marcos), y que había estado incluso en el primer estrado de Q (aunque no quiero discutir aquí esa conjetura).
Lo que se puede afirmar es que este mandato (ir de dos en dos) proviene del mismo Jesús histórico, de quien lo han tomado las dos tradiciones más antiguas de los evangelios, la de Mc 5 y la que está al fondo de Lc 11. Ésta es, a mi juicio, la mejor solución, la más verosímil: Jesús quiso que los enviados (portadores y testigos) de su evangelio fueran de dos en dos, vinculando de esa forma el anuncio del Reino con la vida‒compartida de sus enviados.
Al insistir en esta cláusula (de dos en dos), tanto Jesús como los testigos de su evangelio (Marcos y Lc 11, e incluso Pablo a quien vemos realizando siempre misiones “duales” con Bernabé o con otros co‒apóstoles) insisten en eso que pudiéramos llamar “diarquía”, la autoridad que es dual, nunca de una persona por aislado (en línea de monarquía, como en los obispos posteriores), sino de dos o más personas que comparten palabra y vida.
(No puedo estudiar aquí el tema de la diarquìa, es decir, del establecimiento de dos poderes que asumen la máxima autoridad, que resulta, por tanto, compartida. Así se puede hablar de una diarquía del padre y de la madre, y también de una diarquía política, en muchos pueblos antiguos, con dos reyes, en Roma con dos cónsules etc. La misma iglesia católica aceptó por un tiempo (tras el concordato de Worms) el poder dual de emperadores y papas).
Una condición que es “norma” de evangelio
Significativamente, la iglesia posterior ha tendido a olvidar este mandato de Jesús, quizá por miedo a la “autoridades duales” (porque ellas pueden conducir a divisiones) , y ha insistido en la autoridad monárquica de los obispos, con el contrapeso “senatorial” (grupal) de los presbíteros, aunque después los mismos presbíteros/sacerdotes se han hecho “monarcas” de sus comunidades, sobre todo a partir de la ley del celibato, de manera que la autoridad de la iglesia se ha vuelto “unitaria”: Los misioneros van por aislado, los obispos gobiernan por aislado sus iglesias.
Es como si un tipo de iglesia hubiera querido ir a contrapelo del testimonio y mandato de Jesús, pues donde Jesús había querido que sus ministros fueran “duales” (que ejercieran su misión de dos en dos, con la autoridad de su comunión de vida y palabra…), la iglesia les obligó a tener una autoridad individual (monarcas), con los posibles valores “jurídicos”, pero con los grandes rasgos de evangelio que ello implica.
Esta opción monárquica ha tenido sus valores (y se ha podido apoyar en grandes místicas de unidad‒soledad ante Dios, en línea quizá más helenista que bíblica) y no se puede rechazar sin más, pero puede y debe ser revisada, actualizada y completada, desde diversas perspectiva (no sólo desde el evangelio, que es lo primero), sino también desde la condición social de la iglesia en la actualidad.
Lo primero que queda claro en estos pasajes es que no puede ser enviado de Jesús y ministro de la Iglesia alguien que no sepa compartir la vida, y que no pueda ir/vivir de dos en dos, compartiendo experiencia, camino de evangelio y palabra, pues donde sólo hay un cristiano no hay todavía cristiano (como decían algunos Padre de la Iglesia). En otras palabras, no se puede ser testigo del amor de Dios si no se es testigo del amor al prójimo, como sabe y dice el evangelio.
Uno de los problemas graves de ciertos ministros de la iglesia está en el olvido de ir “de dos en dos”, pues se han creado a veces autoridades de iglesia con soledades vacías y a veces enfermizas (con sustituciones afectivas que pueden ser menos claras). No se trata de negar el celibato sin más (¡de ninguna forma!), sino de insistir en que el celibato sólo puede ser auténtico si está integrado en el modelo más alto del “de dos en dos…”. Nadie que no sepa y pueda vivir en compañía con otro (con otra persona) puede amar al Dios de Jesús y ser su ministro en la Iglesia.
Actualizar ese “mandato de Jesús”. Otra vez “de dos en dos”.
Jesús no ha querido definir de un más preciso la “forma concreta” de ese vivir y actuar (caminar, proclamar la palabra) de dos en dos, ni lo han hecho Marcos, el Q y Lucas: No han dicho si debe tratarse de una pareja matrimonial (un hombre‒mujer bien casados), como en el modelo de Santiago y los hermanos de Jesús, de quienes habla Pablo, o como en el modelo del “patriarca” amoroso con esposa única (como suponen 1 Tim y Tito…).
Los recuerdos de Jesús y los escritos del NT no dicen si esos que han de ir en nombre de Jesús y ser ministros de su evangelio han de dos hombres bien varones (como ahora se dice), un varón y una mujer amigos (pero no casados), o dos mujeres, o una parece de amigos varones (o mujeres), maduros en amor, ricos de evangelio.
Todas las combinaciones son posibles, siempre que sean combinaciones de evangelio, es decir, de amor en gratuidad y de libertad creadora para un evangelio, que sólo en amor y vida de dos en dos puede anunciarse, con la palabra y con el testimonio.
Este evangelio del “de dos en dos” nos sitúa ante la exigencia de una transformación fuerte de la misión cristiana, algo que en general no han tomado en cuenta lsa grandes comunidades cristianas, y en especial la Iglesia católica. En esta línea es secundario el celibato de los “clérigos”, es secundaria también la “exigencia” de que los clérigos sean varones o mujeres, sean homo‒ o hétero‒sexuales. Lo que resulta esencial es que puedan ir y vayan “de dos en dos”, varones y o mujeres, en clave de evangelio.
Éste es un modelo que la iglesia católica de hoy (año 2021) parece poco dispuesta a estudiar (y menos a adoptar), aunque esté en un lugar central de su evangelio, como indicaré comentado, ya de manera más rápido este sorprendente evangelio de Lc 10, 1‒12:
— que vayan por doquier (todos los pueblos son iguales) y que saluden a la gente con la paz: invitándoles a compartir su proyecto de comunión social, de plenitud humana, desde Dios, ante la vida;
— que coman lo que haya, que compartan todos, ofreciendo lo que tienen (el testimonio de su libertad y madurez evangélica), todo lo que tienen, lo que llevan, lo que logran conseguir, sin capitalizar dinero, sino sólo esperanza y vida compartida (pues un dinero capitalizado se vuelve principio de imposición y dominio que destruye a las personas);
— que curen a los enfermos, que animen a los desanimados, que ofrezcan a todos una educación de paz, con su ejemplo de vida, más que con palabras… como avanzadilla de Reino entre los pueblos…
Con 72, un camino de paz y comunión universal
Los estudios económicos y arqueológicos confirman que en los años de Antipas, etnarca o rey vasallo de Galilea (del 4 a C. al 39 d. C.), que fueron los años de Jesús, se produjo la mayor revolución social de Galilea y de toda la tierra de Israel. Gran parte de los antiguos propietarios perdieron sus tierras y quedaron sin trabajo. Creció la inestabilidad política y muchos empezaron a pensar y sentir que no había más solución que la muerte o la guerra.
En ese contexto se entiende el proyecto de paz de Jesús, que empieza de abajo y se expresa en forma de pacto entre itinerantes (sin casa ni tierra) a los que él envía, en parejas diversas, para anunciar y preparar el reino y sedentarios (con casa). Los amigos y enviados de paz de Jesús eran itinerantes, portadores de un mensaje de Reino (Paz mesiánica), en medio de una sociedad duramente amenazada por la guerra.
En esa línea fueron, según Lc 11, los 70/72, enviados a todas las naciones y pueblos de la tierra. Estos 72, enviados de dos en dos, eran hombre y mujeres de paz y diálogo. Empezaron siendo judíos, pero pronto descubrieron que podían ser judíos y gentiles, promotores de una vida compartida. Así llegan y empiezan ofreciendo paz (su propia paz, la de Jesús: La de los dos obispos/familia) por casas y calles, no una paz puramente interior, sino la paz social, política, económica, que ellos, pobres itinerantes en pareja, querían ofrecer, en nombre de Jesús, como expresión y signo del Reino que viene.
Roma quiso imponer por entonces la paz de su imperio, con armas y soldados, con una economía al servicio de su programa de imposición social. Pues bien, en ese contexto, Jesús envió a sus discípulos, casa por casa, de dos en dos, como portadores de un proyecto de paz mucho más hondo, llamado a crear una transformación personal, familiar y social abierta al mundo entero. Les mandó en una situación pre-bélica, sin seguridad externa (sin dinero, sin armas, sin garantías jurídicas).
Sus mensajeros de su paz eran precisamente aquellos pobres, que habían sido expulsados de los grandes proyectos de la pax/paz romana. Por eso iban sin nada: “No llevéis bolsa, ni alforjas, ni calzado; ni saludéis a nadie por el camino…”.
Por eso, Jesús elige y envía a sus “adelantados”, para que anuncien la paz con su vida (no sólo de palabra) en todo Galilea. Éste es el principio permanente, el punto de partida de la paz mesiánica, que Jesús entiende como Reino de Dios. Estos discípulos de Jesús, testigos y promotores de una paz personal y social, en medio de un mudo conflictivo, dispuesto a la guerra, siguen siendo ejemplo para todos los cristianos posteriores.
Iglesias y grupos cristianos han tendido a tomar el poder y a organizarse de forma jerárquica, imperial, olvidando la palabra clave de Jesús: “Id de dos en dos”. Con frecuencia las “autoridades cristianas” han pactado con las instituciones dominantes, en contra de los primeros cristianos fueron unos “objetores de conciencia”, promotores de paz, sin armas, ni seguridades (sin dinero, sin alforja).
Conclusiones:
- De dos en dos.Ésta sigue siendo la clave. Quizá es conveniente seguir manteniendo por un tiempo estructuras de poder “monárquico”, con obispos y presbíteros que van de uno en uno, y con poder… Pero en el fondo del evangelio sigue resonando la palabra “de dos en dos”, pues toda “autoridad cristiana” es un gesto de comunicación. Sólo allí donde existe verdadero amor, allí donde el que llama y convoca es el amor de Iglesia (de los que van de dos en dos) se puede hablar de una “nueva” (es decir “verdadera”) evangelización
- No entretenerse en cosas secundarias… No parar en el camino “despidiéndose” de unos y de otros, dejándose cambiar por todos, sino mantener la fidelidad al proyecto de Jesús, que se vive y cumple siempre “de dos en dos”, allí donde nadie es autoridad‒poder único, sino que la autoridad es la comunidad, como ha destacado de forma insuperable el evangelio de Mateo “donde dos o tres se reúnan en mi nombre…” (Mt 18, 19). De esa forma pasamos del “ir de dos en dos”, por el camino de la misión, al vivir y organizar la iglesia de dos en dos, es decir, siempre en comunión, sin unos poderes monárquicos superiores (cf. Mt 18, 15‒21)
- Entrar en las casas diciendo con la propia vida “la paz sea con vosotros”.La paz es dialogar entre todos, desde abajo, no con el poder de algunos que lo tienen casi todo (políticos, dueños del sistema), sino con la palabra de aquellos que no tienen nada (o se han despojado de lo que tenían) para establecer las bases de la paz desde la palabra común, no desde instancias de poder más alto
- d) Curad a los enfermos. La paz viene curando a los enfermos “del cuerpo”, pero, sobre todo, a los enfermos del “alma”, es decir, a los que viven aplastados por el deseo de tener y de dominar a los demás. Sin curar a los enfermos de “violencia” social, ideológica, económica o militar no es posible la paz. Hace falta un gran “hospital” de campaña (de campos y pueblos) de pacificación
- La paz es trabajar y comer junto… Comed lo que es pongan, colaborad la tarea de la humanidad, en contacto directo, desde la misma calle de la vida… sin lugares resguardados, sin coches blindados, sin seguridades y más seguridades policiales… Hay que aprender a compartir la vida desde la calle, que es la palabra, la conversación, la casa abierta… trabajando y comiendo juntos…
Cf. M. Legido, La fraternidad apostólica de Jesús, en Varios: De dos en dos. Apuntes sobre la fraternidad apostólica, Sígueme, Salamanca 1980, 73-145; X. Pikaza, Evangelio de Marcos, VD, Estella 2012
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