Predicar y dar trigo.
«–Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros? – Dijo Sancho. –¿Qué? –dijo don Quijote–: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos». (Miguel de Cervantes)
Domingo XV del TO
Mc 6, 7-13
“Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas”.
En Montecasino, cuentan los anales del monacato, había un abad benedictino que desde la altura de su silla patriarcal, y sin lugar a preguntas, predicaba a monjes callados la sabiduría de los Padres de la Iglesia. La comunidad, prisionera de las reglas coventuales, se limitaba a asentir con la cabeza a sus celestiales peroratas. El testimonio de pobreza, sencillez, inserción en la realidad, respeto y atención a las necesidades del pueblo, brillaba por su ausencia en la abadía.
En aquella colina rocosa, con ecos de una antigua construcción pagana –un templo de Apolo– sonaban ahora en desacorde con el Evangelio, los ecos del silencio. En el sucesor de San Benito se esfumó el sueño del fundador del monasterio: “despertar la solidaridad en el mundo dentro y fuera del convento”. ¿Es que aquel santo varón no había logrado entender que donde no se manifieste la solidaridad hay que sacudir el polvo de las sandalias y largarse? (Mt 10, 14 y Hch 13, 51)
Las comunidades se rigen por las mismas dos reglas de oro que el gran director de orquesta y compositor, Sir Thomas Beecham (1879-1961) aplicaba a una orquesta de éxito: empezar juntos y acabar juntos. Su contemporáneo Charles Ives (1874-1974) lo expresó en melodía en su obra Desde los Campanarios y las Montañas. Los bronces repican desde los múltiples campanarios de los pueblos y se produce un eco con las cúspides pétreas. La música, escribió Marcel Proust, quizás sea el único ejemplo de lo que había podido ser -al no existir el lenguaje, la formación de las palabras, el análisis de las ideas- la comunicación de las almas”.
El cavernícola Hombre del Neandertal usó el lenguaje de los sonidos en esta comunicación, como lo evidencia el descubrimiento de la flauta slovena fabricada con el fémur del extinto oso europeo. Posiblemente este antepasado nuestro pensó ya con Shakespeare, en su rudimentario cerebro, que “La música es el alimento del amor”. Del amor que da frutos en todas las estaciones del año, como decía la gente de Basilio el Grande, uno de los Santos Padres de la Iglesia Griega: “El obispo Basilio predica a todas horas: en las misas, en las reuniones, en las catequesis, y cuando no está hablando con sus labios, está predicando con las buenas obras que hace en favor de los demás”.
A Don Quijote se lo demandaban sus Leyes de la Caballería Andante: Señor, pues ¿qué hemos de hacer nosotros?”, dijo Sancho. A lo que el Caballero de la Triste Figura respondió: “¿Qué? Favorecer y ayudar a los menesterosos”. Blas de Otero (1919-1979), poeta profundamente comprometido con la condición humana y con su tiempo, y cuya poesía reclama hombres en paz en un mundo justo y libre, lo dijo con gemido del alma sumida en lo terreno:
“Ya sabes
lo que hay que hacer en este mundo: andar
como un arado, andar entre la tierra”.
Era el modo de hacer Jesús su tarea. Como Maestro “hombre de hechos”, según descripción de la tradición rabínica. Y así le ve Mateo en 2, 23: “recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas (…) y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias” (Mt 2, 23).
Para cumplir esta misión de Predicar y dar trigo envió el rabí galileo a los suyos. Para que la música de las esferas eclesiales deje de entenderse solo con Dios, como según Cioran ocurría antes de Beethoven, y empiece a dirigirse a los hombres. En versión masculina, podrían atribuirse a Jesús las entrañables palabras de Malatesta cuando relata a Don Pasquale las humanas virtudes de su hermana Sofronia, pretendida novia del protagonista: “Generosa con los pobres, tierna, dulce y amorosa. El cielo la creó para hacer feliz a un hombre”.
Con ese mismo espíritu realiza su misión el Papa Francisco. Le hemos visto subiendo al avión con su cartera en la mano. En ella, mucha generosidad para con los pobres porque, como a Sofronia, el cielo le creó para hacer feliz a los hombres. En su agenda: visitar cárceles y barrios marginados. Otro que, como Jesús, sabe predicar y dar trigo en abundancia.
EL PAPA DE LA GENTE
– “Un pontífice austero, amigo de los pobres y párroco del mundo.
– Bendijo a todos con la sencilla sotana blanca y el crucufijo de plata que llevaba usando desde su primer día de obispo, sin reemplazarla por el oro, símbolo del poder y del sometimiento.
– Francisco, un nombre que ningún Papa había elegido en 2000 años de historia, tomó el timón de la Iglesia y viró la nave hacia un rumbo nuevo, hacia el encuentro con la gente, para ofrecerle esfuerzo, oración y humildad, no solo con palabras sino, especialmente, con gestos.
– …como resultado de su formación jesuitica, una de cuyas características es el encuentro con quienes expresan los mismos valores desde otra perspectiva cultural.
– “Nunca olvidemos que el verdadero poder es servicio y que, también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio”, alertó Francisco en la misa de inicio de su pontificado, ante más de 200.000 personas que llenaron el 19 de marzo de 2013, día de San José, la Plaza de San Pedro”.
(Selecciones Readers Digest. Diciembre 2014).
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes