Jesús, familia pendiente (2) Hijo de Dios, nacido de mujer
Este es un tema complejo y debe plantearse desde diversas perspectivas exegéticas e históricas, biológicas y antropológicas, existenciales y culturales, eclesiales y dogmáticas… Es un tema poliédrico, que ha de mirarse desde planos distintos, con respeto ante los textos, con fidelidad ante las tradiciones de la Biblia (libro poliédrico) y de la la tradición eclesial, que es también multiforme.
Yo mismo presente hace algún tiempo (Orígenes de Jesús, Salamanca 1976) lo que entonces se sabía y decía. Han pasado decenios, son muchas las cosas que se han dicho, y tendrán que decirse todavía en un plano bíblico y simbólico, existencial y antropológico.
El tema no se centra en el posible “milagro biológico” de Jesús, sino en milagro total de su vida, que es divina, siendo totalmente humana, conforme al dogma de Calcedonia (año 451). Hoy estamos en condiciones de plantear y entender mejor, no en clave apologética (para defender posibles dogmas separados del contexto), sino evangélica y eclesial, sabiendo que en el nacimiento y vida de Jesús todo es humano, siendo al mismo (¡por eso!) totalmente divino.
Significativamente se ha elaborado más y mejor la vertiente de la madre (mujer, María), y se ha dejado en la sombra la función de Jesús, un “hijo de David” destronado. Los textos le han visto como signo de superación del patriarcalismo davídico, pero no han elaborado (que yo sepa) su aportación masculina. Queda pendiente ese tema, y su relación con María, madre de Jesús, a quien la Iglesia ha presentado gozosamente como arquetipo de mujer, virgen y madre, en una línea que hoy (2021)debe replantearse.
| X Pikaza
1. Interpretación del nacimiento, una historia fecunda.
‒ Pablo.Hacia el 52/56 d.C., él afirma que Jesús nació de mujer, bajo la “ley” (Gal 4, 4), y que era descendiente (hijo) de David según la carne (Rom 1, 3-4), descendiente de los israelitas (Rom 9, 5), pero su vida y familia “carnal” resultaba secundaria, pues él pensaba que, en ese plano, Jesús había sido un mesías judío “fracasado” (muerto en Cruz, por “gracia” de Dios), y que su novedad mesiánica (salvadora) comenzaba con la resurrección, en el momento en el que Dios le había constituido Hijo suyo, superando así la “ley”, es decir, el mesianismo davídico.
Por eso, en principio, Pablo no se interesó por la “familia” histórica de Jesús, sino por su muerte y su resurrección. Y, sin embargo, paradójicamente, él reconoció la importancia de Santiago y de otros hermanos de Jesús, a quienes cita con gran respeto, como “hermanos del Señor” (Gal 1, 19; 2, 9; 1 Cor 9, 5; 15, 7).
‒ Marcos.Hacia el 70/74, escribe una biografía mesiánica de Jesús Hijo de Dios, insistiendo como Pablo en su muerte-resurrección, pero añadiendo (en mirada retrospectiva) que él (Jesús) era ya Hijo de Dios en su vida “adulta” (a partir de su bautismo: Mc 1, 9-11), como mensajero del Reino, de manera que ya no vivió ni murió como un “hombre cualquiera” (cf. Flp 2, 6-11), sino como Hijo de Dios. De todas formas, Marcos no ha dado importancia al nacimiento de Jesús, ni a su filiación davídica (discutida y posiblemente negada en 12, 35-37), sino que ha destacado su mesianismo a partir de su misión en Galilea y Jerusalén, tras el bautismo.
Marcos sabe que la madre de Jesús se llamaba María y que tenía varios hermanos (cf. 6, 2-4), pero no ha querido contar su nacimiento, añadiendo además que él tuvo que distanciarse de esos hermanos y de su misma madre (Mc 3, 20-22. 31-35), que no supieron comprender ni aceptar (al menos al principio) el carácter universal (no davídico) de su misión y de su entrega por el Reino.
‒ Mateo y Lucas recogieron algunos años más tarde, hacia el 80-90 d.C., una tradición ya establecida que presenta a Jesús como Hijo de David en un plano judío (como supone Rom 1, 34 y ratifica Rom 15, 8), pero añadiendo que él no es sólo Cristo, Hijo de Dios, a partir de su bautismo (Mc 1, 9-11), sino que lo es desde (a partir de) su mismo nacimiento, por obra del Espíritu, asumiendo y superando su genealogía “física” davídica (que sólo se ha cumplido en un plano de “carne”). Desde ese fondo, con gran finura teológica, Mateo y Lucas afirman que Jesús es Hijo de Dios habiendo sido engendrado por obra del Espíritu Santo y habiendo nacido de María Virgen, de manera que toda su vida puede y debe interpretarse como historia de Dios.
En un nivel, esos motivos (concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María) podrían entenderse en forma mitológica, como si el Espíritu divino fuera un agente físico/biológico, capaz de fecundar a María de manera que ella siguiera conservando intacta su “virginidad” biológica. Pero de hecho, superando ese nivel mitológico/biológico, Mt 1-2 y Lc 1-2 suponen que él Espíritu actúa y engendra por María de un modo “divino”, no como sustituto del semen masculino, sino como fuente de vida trascendente, como signo y sentido de todo nacimiento humano (pues cada persona brota de un modo especial de Dios, a través de sus padres y/o educadores)[1].
2.Mateo 1-2. Cumplimiento y superación de la paternidad de José. Más allá del mesías davídico
Mateo comienza ofreciendo una genealogía masculina de Jesús (de Abrahán a David, y de David, por el exilio, a José, esposo de María), pero introduce en ella cuatro mujeres irregulares (Tamar, Rahab, Rut, Betsabé) que simbolizan y expresan la acción divina (Mt 1, 1-17) que José, hijo de David, debe aceptar:
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que cohabitaran, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su esposo, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla en secreto. Y mientras pensaba en esto, un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha sido engendrado es del Espíritu Santo…Mt 1, 18-23).
Estamos ante un nacimiento perfectamente humano, siendo totalmente divino. Así se dice en forma simbólica que antes de que José cohabitara con María, su “desposada”, ella aparece “encinta”, por obra del Espíritu de Dios. José no lo sabe y, lógicamente, siendo justo (fiel a la ley), debe abandonarla, aunque quiere hacerlo en secreto, para no difamarla. Pues bien, en este contexto se introduce el ángel de Dios, que revela a José el misterio, exigiéndole que se convierta y que acepte a María como esposa, reconociendo a su hijo. Solamente así, José, el padre/patriarca, se vuelve verdadero padre de Jesús, en el sentido radical de la palabra, colaborando con María; no es que sea “menos” padre, sino “más”, padre en sentido verdadero, humano, colaborando con Dios, que es quien actúa en María, la madre de Jesús.
‒ José, hijo de David (Mt 1, 20),un padre convertido. Naciendo de María, Jesús rompe el orden patriarcal (=nacional) de Israel, de forma que en un nivel antiguo su origen resulta irregular: No es “mesías” por genealogía física (davídica), como anunciaban las tradiciones nacionales, sino por “promesa” y acción salvadora de Dios (cf. Rom 9, 8). Por eso, José debe renunciar a su paternidad mesiánica impositiva (en clave israelita), superando el nivel de la generación biológica (que convertiría a su hijo en una propiedad suya), para aceptar de un modo “personal”, por fe (como don superior de Dios), al hijo de María, convirtiéndose de esa forma en padre verdadero, no en menos, sino en más, en línea verdaderamente humana.
‒ Más que la colaboración materna de María (que se da por supuesta) a Mateo le interesa la transformación paterna de José, de manera que él aparezca como verdadero padre, superando el nivel biológico y patriarcal, para situarse en el nivel de la palabra y del servicio humano. José debe transformarse así en nuevo esposo y padre creyente, superando el nivel biológico/patriarcal, para volverse “marido y padre creyentes”, un hombre que confía en su mujer. a quien acepta como portadora de un mensaje de Dios, y confía también en su hijo, a quien recibe, educa y acompaña como don y presencia de Dios.
‒ María, madre del Hijo de Dios. De ella no se dice nada, sino que ha concebido por obra del Espíritu (cf. Mt 1, 18-25), para añadir que los magos, viniendo de Oriente, para adorar al Rey de los Judíos (Mt 2), le descubrieron en sus brazos (Mt 2, 11). Por encima de todo posible argumento, esta imagen de la madre con el niño nos sitúa en el centro de una más alta dinámica familiar, en la línea de la “profecía” del Emmanuel (Is 7, 23), cuyo cumplimiento ha destacado el evangelista al afirmar que todo sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta: “La virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt 1, 23). Ésta es la palabra esencial de la nueva revelación de la familia (centrada en la madre y el hijo) según el evangelio de Mateo. José no puede ya actuar como “señor” de la familia (patriarca), sino como protector y amigo de la madre, y como educador humano de su hijo, al que introduce en el camino de la filiación davídica, que Jesús recreará, superando (rechazando) la visión antigua de su mismo padre.
José aparece así como custodio y garante de una palabra que le transciende, es decir, de la vida de Dios que se expresa y despliega a través de María, su prometida. El texto (Mt 1-2) no dice cómo ha sido, no se detiene a precisar la forma de colaboración que se ha dado entre el Espíritu de Dios y María, pues ello pertenece al misterio superior de lo divino, pero afirma que María pertenece al despliegue generador de Dios y que se encuentra así en el centro de la nueva familia mesiánica, con Jesús en sus brazos. Pues bien, en ese contexto, José resulta necesario para guiarles a los dos (María y Jesús), de modos distintos, acompañando a María y educando mesiánicamente a Jesús, hasta que supera los peligros de la infancia, la persecución de Herodes, y vuelva a Nazaret (Mt 2, 1-23). De esa manera actúa y se convierte en verdadero padre humano[2].
3. Concepción por el Espíritu, palabra de María (Lc 1-2)
El evangelio de la infancia de Lucas constituye quizá, con el de Mateo, la revelación más alta de la familia en la Biblia, y nos sitúa en el lugar donde la maternidad (y paternidad) puede entenderse como diálogo con Dios, retomando y recreando el motivo de Gen 2-4. Por eso, más que en José, Lucas ha insistido en la importancia y colaboración de María, la mujer, que aparece ya, implícitamente, como nueva Eva.
1. Un relato de nueva creación.Eva, la mujer del principio (Gen 3) parecía inclinarse a dialogar con la serpiente (no con Dios) para descubrir el sentido y meta de su maternidad, como iniciadora de un camino de creatividad personal en el que venía a implicarse luego Adán, a quien daba también la manzana (cf. cap. 1). Pues bien, María, la nueva mujer de Lc 1-2, dialoga con el “ángel”, que le promete un niño, que será el mesías, la nueva humanidad, y así, estando desposada con un hombre llamado José, de la casa de David, acepta la palabra de Dios que le promete un hijo, y lo hace dialogando con autoridad, como persona madura, dueña de sí misma, poniendo una dificultad esencial: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34). Es como si dijera que su relación con José resulta insuficiente, que nunca un hombre saciará su deseo, que hay algo en su vida, y en la palabra de Dios, que se abre más allá de su relación con un varón. En ese contexto se sitúa la respuesta del ángel, que eleva de nivel su pregunta y su argumento:
El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, lo que nazca será Santo, se llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios (Lc 1, 35-37).
Todo esto sucede al sexto mes, como había anunciado el narrador al comienzo de la escena (Lc 1, 26) evocando la historia de Isabel, esposa del anciano Zacarías, que había concebido conforme a la promesa del ángel, por obra Zacarías (cf. Lc 1, 5-25). María concebirá por gracia del Espíritu santo, como le ha prometido el mismo ángel Gabriel. El texto no dice que Dios sustituya con su Fuerza en clave seminal el esperma de Abraham, de David o de José, sino que actúa en un plano de trascendencia, sin negar lo humano, sino expresándose como divino en la misma trama de la historia, superando así un nivel de patriarcado humano.
La tradición del NT supone en varios casos que el esperma de Abraham o David, es decir, la potencia engendradora de la vida, que se transmite a través de una historia de varones, forma parte de la promesa mesiánica (cf. Lc 1, 55; Hch 3, 35; 13, 29; Gal 3, 16-19; Rom 1, 3; Jn 7, 42). Es claro que ese esperma no aparece en esos textos como simple semen masculino, sino como signo de Dios y promesa de vida. Pues bien, en esa línea, pero superando ese nivel de “esperma humano”, ha de entenderse la palabra del ángel a María: ¡El Espíritu Santo vendrá sobre ti…! Toda concepción y nacimiento humano es signo y presencia del Espíritu de Dios, y de un modo muy especial la concepción y nacimiento de Jesús por María.
Ella ha preguntado a Dios (como Moisés en Ex 3,11-12): ¿Quién soy yo, cómo será? Y Dios le ha escuchado y respondido, mostrándole el sentido más profundo de su acción, como diciendo: “No importa ahora lo que seas tú, sino Quién soy yo…”. El mismo Dios se revela de esa forma en la concepción de María, que no es una mujer sometida a José, sino que tiene palabra y dialoga con Dios, diciendo de algún modo “yo soy”, de manera que Dios se hace presente (como Yahvé, el que es) por medio de Jesús, su hijo. La objeción de la madre (¡no conozco varón!, Lc 1, 34) nos hace superar así el patriarcalismo entendido como dominio del hombre sobre la misma mujer y la vida.
Fiat. Maternidad dialogada con Dios.Ningún varón como tal (por sí mismo), pero tampoco ninguna mujer, puede hacer que surja una persona humana. Es necesaria una presencia superior, la acción y vida de Dios, y así lo entiende María, respondiendo: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra» (1, 38). El tema biológico queda así “velado”, pues en sí mismo resulta insuficiente para que se produzca un verdadero nacimiento “humano”. Los hijos, en cuanto humanos (personas) nacen de la palabra de los padres y de la presencia de Dios, que aparece así como fuente radical de la vida humana. Ninguna persona es “producto” fabricado por otras personas humanas, sino que cada una presencia y revelación de Dios.
El nacimiento de Jesús revela, según eso, un elemento esencial de toda concepción y nacimiento humano y de esa forma nos sitúa ante el lugar y sentido del verdadero engendramiento, que es la “palabra”. Dios habla (le ofrece y le pide la palabra), y María empieza respondiendo he aquí (=aquí estoy, en griego idou, en hebreo hinneni), para así comprometerse con su vida entera, en cuerpo y alma, en lo divino (Lc 1, 38). Dios no le ha obligado, no le ha impuesto ninguna carga, pues María no es su esclava, sino que le ha pedido permiso, ha dialogado con ella. Sólo por eso, porque Dios libremente ha llamado, ella puede responderle ¡he aquí la sierva!
Dios ha pedido, ella responde. Ella ha esperado y Dios le ofrece su palabra hecha carne, el Hijo de su entraña, Jesucristo. Sólo cuando dice fiat (genoito, hágase), Dios pues hacerse y ser Trinidad de amor en la historia. María responde así, y se compromete, libremente. Al situarse en el lugar donde la Palabra de Dios se encarna (Jn 1, 14), ella actúa como signo de la humanidad, a favor de todos (cf. Lc 1, 26-38). Ella ha dicho que no conoce varón en un determinado plano de matrimonio patriarcal, dominado por los esposos. Pero ahora descubre, por encima de ese plano, un nivel más alto de presencia y acción de Dios, que realiza su acción a través de ella, que tiene la última palabra, pero no a solas, sino con Dios, diciendo fiat (genoito), que significa “hágase, hagamos”.
4. Excurso. La madre, presencia y mediadora de Dios en el Antiguo Testamento
Desde ese fondo quiero evocar algunos textos básicos del AT, que nos permiten comprender la mediación de María, Madre de Jesús, en el nacimiento de su hijo. Por un lado, el AT es radicalmente “patriarcal”. Pero en otro sentido en el surgimiento de los niños en el vientre de la madre desaparece la función del madre. Como he dicho, éste es un tema que debe “recrearse”. Aquí me limito a citar unos textos que nos permiten situar el contexto judíos del “surgimiento de Jesús”, hijo de Dios, en el vientre de su madre. Desde ese fondo debemos afirmar que cada niño es “hijo de nacido”, nacido de mujer (de virgen), lo mismo que Jesús.
a) Sal 22, 10 Tú eres quien me sacó del vientre, | me tenías confiado en los pechos de mi madre;11 desde el seno pasé a tus manos, | desde el vientre materno tú eres mi Dios.
Cuando el orante afirma que ha sido concebido y sacado del vientre de su madre por el mismo Yahvé, está poniendo de relieve la acción y presencia de Dios en el proceso de concepción del niño (del hombre mesiánico de Sal 22).
El texto menciona por dos veces a la madre. A lo largo del AT no encontramos ninguna mención del padre o generador humano masculino del mesías; sólo hallamos referencia a la madre o a aquella mujer que le ha engendrado. Y las palabras de estos versos están indicando que el comienzo de la vida del orante, en necesidad y pobreza, se parece al surgimiento del Cristo, tanto en el AT como en el NT. Desde el fundamento de esa vinculación con Dios, puede y debe entenderse el grito de llamada y petición de auxilio de Sal 22,2, como expresión del abandono del hombre, a quien Dios ha hecho nacer, acogiéndole en su vida, para parecer ahora que le abandona (cf. Delitzsch, Comentario salmo)..
b) Job 10, 9-10: Tus manos me formaron y me perfeccionaron del todo ¿y luego te vuelves y me deshaces? Acuérdate de que como a barro me diste forma ¿y en polvo me has de volver? ¿ ¿No me has fundido como leche y me has cuajado como queso? …
Conforme a la visión de la Escritura, en el origen de cada individuo humano se repite un acto creador de Dios que es semejante al de la creación de Adán, de manera que la continuación y desarrollo del despliegue de cada individuo forma parte de la acción de Dios, lo mismo que el inicio creador de cada individuo humano. Así dice Job: “tus manos me han formado”. El origen primigenio del hombre, de limo terrae (Job 33, 6; Sal 139,15), se repite en el vientre de la madre. Cada niño (nuevo ser humano) es signo y obra de Dios en el “vientre” (en la vida) de la madre. No se integra en este contexto la visión positiva del padre.
c) Sal 139, 13-15. 13 Tú has plasmado mis entrañas, | me has tejido en el seno materno.14 Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,porque son admirables tus obras: | mi alma lo reconoce agradecida,15 no desconocías mis huesos. | Cuando, en lo oculto,me iba formando, | y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
Dios mismo conoce y guía el surgimiento y despliegue de cada ser humano en el vientre de la madre, como si él mismo fuera ese “vientre”, como si los hombres fueran expresión y consecuencia (presencia y cuidado contante) de su conocimiento. Según eso, a diferencia de los animales, que no saben (no conocen), los hombres brotan de conocimiento de Dios y así, por eso, pueden conocerle y responderle.
En ese sentido se puede afirmar que cada proceso de “gestación” humana constituye un acto concreto de la presencia creadora de Dios. Y de esa forma la palabra “tu plasmaste mis entrañas”, esto es, mis riñones puede y debe entenderse en el sentido más estricto como “creación en Dios”. Así como Dios ha suscitado en el principio a la Sabiduría (cf. Prov 8, 23) así crea y suscita a cada ser humano, capaz de escuchar su palabra y responder. Éste es el prodigio supremo de su creación.
d) 2 Mac 7
Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te creé y te eduqué hasta la edad que tienes (y te alimenté). Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia (2 Mac 7, 27-29).
La madre macabea no se ha limitado a “criar” a sus hijos (como hacen los animales), sino que los ha “creado” con la ayuda de Dios, para una “vida eterna”, que existe y se despliega con toda fuerza más allá de los sufrimientos y del martirio que les impone el rey helenista. Éste es el único lugar donde se dice con toda claridad, en la Biblia Judía (¡y lo dice una mujer-madre) que Dios ha creado y crea todo y especialmente a los hombres “de la nada”. La vida humana (la vida de cada hijo) no es la transformación de algo anterior, que ya existía, sino una realidad que absolutamente nueva, es decir, una creación radical, definitiva, en el vientre de la madre. Significativamente, aquí se desconoce también la aportación del padre[3].
5. Conclusión. María, un tema de familia
Una antigua y venerable tradición, ha interpretado la maternidad virginal de María en clave biológica, insistiendo en el aspecto físico del tema (ausencia de semen masculino). En esa línea se mantiene parte de la piedad cristológica y mariana de Oriente y Occidente, pensando entender así mejor la acción de Dios en María, y el surgimiento mesiánico de Jesús. Pero quizá el tema puede y debe situarse todavía en un plano personal más alto, de diálogo divino e interhumano (en el que puede incluirse lo biológico, pero desde una perspectiva superior).
Bastantes teólogos afirman que, a partir de los textos (desde Mt 1-2 y Lc 1-2), la maternidad virginal y mesiánica de María no ha de entenderse básicamente en un plano biológico de negación (sin concurso de varón), sino de elevación y encuentro personal con Dios: María ha concebido por presencia de Dios, de manera que ella ha sido y es Virgen por haber puesto su vida a la luz del misterio de la vida, que es Dios, como ha destacado Lc 1, 26-38 y una larga tradición cristiana. Más que el tema biológico importa el tema personal, y en esa línea María aparece como descubridora (iniciadora) de una nueva y más alta experiencia de familia, es decir, de “generación”, entendida como presencia del Dios creador que se revela en la trama de concepción y nacimiento de cada nueva vida humana. María asume y completa en esa línea el camino profético donde el auténtico Israel (Jerusalén) aparecía como esposa “virgen” de Dios.
Virginidad no es ausencia de varón, sino insistencia en la mujer
La virginidad no exige por tanto ausencia de varón, sino presencia más alta del Espíritu de Dios, que no es sustituto del semen masculino, sino transcendencia de vida, que sitúa todo el proceso de engendramiento en un plano de comunicación personal, pues cada vida humana es una nueva presencia de Dios en la historia, de manera que cada concepción y nacimiento verdadero tiene un sentido virginal. Lo que sucede en María, la Madre de Jesús, es signo y compendio de lo que sucede en cada nacimiento, ya que todo ser humano es signo de Dios, y toda generación tiene en el fondo un sentido trascendente. No se trata de negar nada a María, sino de afirmar que lo que en ella acontece es la expresión más perfecta de aquello que acontece en cada maternidad humana.
Lucas y Mateo presentan, con delicadeza y sobriedad, los elementos fundamentales del compromiso de María, suponiendo que ella puedeasumirloporque es virgen desposada, dueña de su vida, en gesto de fidelidad mesiánica, en comunión con un varón. Precisamente en esa situación le habla Dios, y ella responde de manera afirmativa, «concibiendo al mismo Hijo de Dios por fe» (más que por el vientre), como sabe la tradición cristiana: Ella ha recibido a Dios por la palabra, es decir, en libertad, como persona que escucha y responde de manera personal (que incluye también la carne: cf. Jn 1, 14) y no sólo en un plano ideológico, simplemente mental. Desde esa fe en Dios, poniéndose al servicio del cumplimiento mesiánico de la vida, ella es virgen, como ratifica la tradición mariana de la Iglesia.
‒ Esto nos lleva a superar una visión patriarcalista del varón. Mt 1-2 y Lc 1-2 suponen que Israel (pueblo patriarcal de José) sólo puede encontrar su verdad más honda, y entender plenamente a Dios, cuando supera su exclusivismo patriarcal, como sucede en este caso. La presencia y acción de Dios en María supera la imagen de un varón dominante, pues ella es mujer de palabra y dialoga Dios. Superar una visión patriarcal de la vida, no es negar la importancia de los varones, sino para ratificarla, en línea de comunión.
‒ Virginidad, una forma de diálogo. Tanto María como José colaboraron de un modo virginal concibiendo y engendrando/educando al hijo de Dios, en gesto de entrega personal y de comunión libre. Tanto Mateo como Lucas han situado en el plano la acción de María y José, cada uno desde su perspectiva. Esta parece la mayor aportación de los evangelios de la infancia, y así lo ha querido destacar la Iglesia.
‒ Una historia abierta. Este “nacimiento virginal” nos sitúa ante un tema antropológico importante, ante una nueva visión de la familia, de manera que, siendo fieles a las interpretaciones primeras (de Mt 1-2 y Lc 1-2), podemos y debemos actualizar su mensaje, como ha hecho la Iglesia sido a lo largo de los siglos
Un tema de fondo, Dios en cada concepción y nacimiento.
El problema clave no es la virginidad o no virginidad biológica de María (algo que parece interesar menos a Mateo y Lucas), sino el origen “davídico” de Jesús y, en especial, su filiación divina, es decir, la intervención de Dios en su concepción y nacimiento. Entendida así, la pregunta de María (¿cómo será eso pues no conozco varón?) nos sitúa ante una visión de fe, de presencia y acción salvadora de Dios, como supone la respuesta del Dios cristiano: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti…» (Lc 1, 35).
Por encima del plano biológico (sobre todo conocimiento o desconocimiento de varón) se introduce el Espíritu Santo, que es acción y presencia de Dios, para quien nada es imposible (cf. Lc 1, 37, con cita de Gen 18, 14 en el contexto del nacimiento “providente” de Isaac). En esa línea, leídos en perspectiva tradicional, Mt 1-2 y Lc 1-2 “velan” en un plano la intervención de José, para insistir en la presencia superior de Dios (de su Ángel o Espíritu). En esa perspectiva, ellos entienden a la madre de Jesús como signo de la humanidad (de todas las mujeres y varones), no como mujer opuesta al varón, sino como persona capaz de dialogar con Dios para que nazca su Hijo.
En un sentido histórico (biológico) la concepción y nacimiento de Jesús se sitúa en la línea de las generaciones humanas, como saben las genealogías (Mt 12, 1-16 y Lc 3, 23-38). Pero en un plano más alto (sólo accesible en fe) todo puede entenderse y se entiende como revelación y nacimiento del mismo Dios. Para destacar la “novedad radical” del nacimiento de Jesús, en sentido originario, en aquel contexto de cruce de judaísmo y helenismo, fue conveniente que se acogiera y desarrollara el signo de la concepción virginal, que sigue siendo muy importante para nosotros, en pleno siglo XXI, pues nos permite entender el aspecto más hondo (divino) de cada nacimiento humano:
‒ Plano fundante, símbolo. Mt 1-2 y Lc 1-2 nos sitúan ante un “dato de fe” (presencia/encarnación del Hijo de Dios en la historia), y para expresarlo, en aquel contexto social y cultural (¡que sigue siendo de alguna forma el nuestro!), han debido utilizar un símbolo de trascendencia: Dios mismo ha querido introducirse en la trama de la historia, de una forma personal, humano, siempre carnal. La afirmación “fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen” quería oponerse a los gnósticos, que sólo aceptaban una encarnación espiritualista, sin que el Logos de Dios se hiciera carne (a diferencia de Jn 1, 14). En contra de eso, la Iglesia ha mantenido siempre la encarnación histórica y social del Logos, y para ponerlo de relieve sigue diciendo que Jesús “nació de María Virgen” (insistiendo en su carne y/o condición humana, más que en su virginidad biológica).
‒ En un contexto cultural distinto al de Mateo y Lucas, muchos creyentes y teólogos cristianos han tendido a interpretar esa concepción y nacimiento “virginal” de un modo básicamente biologista… Quizá no tenían otra manera de hacerlo, y lo han hecho bien, afirmando que el mismo Dios Padre ha “engendrado a su Hijo” por medio de María, sustituyendo de algún modo la aportación patriarcal de José. Ésa ha sido y sigue siendo una tradición venerable, que debe mantenerse en sentido profundo, para insistir en la absoluta trascendencia de Dios, y para decir que Jesús pertenece a su misterio, pero añadiendo que él no es Hijo de Dios por generación carnal sino por revelación y presencia del misterio divino.
‒ Volver al evangelio. Desde ese fondo pienso que quizá ha llegado el tiempo de entender el mensaje de Lc 1-2 y Mt 1-2 de manera más profunda, desde el diálogo personal de José y María con Dios. En ese contexto debe mantenerse el signo de la virginidad, pero entendido en un plano de comunión y comunicación humana. Decir que Jesús nació de María Virgen no es negar la intervención de José, sino situarla en un plano superior al meramente biológico. Podemos y debemos seguir diciendo que Jesús “nació de la Virgen María”, sabiendo que el tema principal no se juega en un plano biológico, sino de diálogo personal con Dios.
José de Nazaret. Una figura por recrear
La iglesia le venera como “santo cristiano” (el 19 de Marzo), pero estrictamente hablando ha sido un judío. La tradición le considera padre personal (adoptivo) del Cristo, no por necesidad biológica, sino por libertad y colaboración humana (cf. Lc 2, 48; Jn 1, 45; 6, 42). En un sentido histórico profundo él ha sido el “padre mesiánico” (y discutido) de mesías de Dios, un padre al que Jesús ha obedecido y superado, para así manifestarse como Hijo de Dios:
‒ Un camino de comprensión. El evangelio de Juan, que ha puesto de relieve el origen “eterno” (divino), de Jesús como Logos-Hijo de Dios (Jn 1, 1-18), no tiene reparo en afirmar que, en un nivel humano, él es hijo de José (cf. Jn 1, 45; 6, 42). Todo nos permite afirmar que él era (creía ser) de la familia de David, como supone, al menos implícitamente, Rom 1, 3. Tanto Mt 1, 18–2, 33 como Lc 1, 26 – 2, 52 han vinculado esa filiación davídica de Jesús con José, quien le transmitió las promesas y esperanzas davídicas.
‒ Mateo presenta a José como Hijo de David (Mt 1, 20), heredero de las promesas mesiánicas, hombre «justo» (dikaios) que cumple lo que exige y pide la ley judía (Mt 1, 19). Lógicamente, él actúa como transmisor de las promesas davídicas, pero el ángel le pide que renuncie a su “patriarcalismo”, para ponerse al servicio de una obra distinta de Dios que se revela y actúa por medio de su Espíritu (Mt 1, 18-25), que abandone su función de “padre-patriarcal” y acepte, acoja y cuide la obra que Dios ha realizado en su mujer María. De esa manera, la la paternidad de José se sitúa en un nivel de diálogo con Dios y de servicio humano.
‒ Lucas destaca la distancia entre Jesús y José a partir del relato del niño perdido en el templo. La madre reprende a Jesús: “Tú padre y yo te estábamos buscando”. Él responde: ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 48-49). Quizá pudiéramos decir que José ha sido para Jesús un buen padre, pues le ha “colocado” ante la puerta del nuevo mesianismo, pero él no ha entrado (se supone que ha muerto antes de Pascua); por eso pertenece al Antiguo Testamento, a diferencia de María que ha llegado a penetrar hasta el corazón del evangelio, dentro de la Iglesia, como puede verse uniendo Lc 1, 26-38 con Hch 1, 13-14.
‒ Los hermanos de Jesús. He presentando ya las tres o cuatro interpretaciones históricas sobre su sentido. He de añadir sólo que los intentos que se han hecho por hacerles primos o hijos de un primer matrimonio de José no han convencido a los historiadores, de manera que quizá ha llegado el momento de reinterpretar ese tema de un modo positivo, no meramente restrictivo. Así podríamos suponer que Jesús ha tenido, de un modo normal, al menos dos hermanas y cuatro hermanos, que han llevado los nombres de los grandes patriarcas de Israel (Jacob-Santiago, Judas, Simón y José: Mc 6, 4) y que han recibido después en la Iglesia el título honorífico de «hermanos del Señor», que les reconoce el mismo Pablo (cf. Gal 1, 19; 1 Cor 9, 5), aunque no Marcos, como he destacado ya (cf. Mc 3, 31-35; 6, 1-6).
Notas
[1] En ese nivel nos sitúa el concilio de Calcedonia (año 451), cuando supone que todo sucedió en Jesús de un modo humano (fue y es un “hombre” verdadero), sucediendo todo, en otro nivel, de un modo divino. Según eso, lo divino no se añade a lo humano desde fuera, como si el Espíritu de Dios tuviera que cubrir un hueco en el proceso biológico de la concepción de María. Al contrario, el Espíritu de Dios se introdujo (reveló) en la concepción y nacimiento de Jesús como presencia engendradora/creadora de Dios (no como sustituto del semen masculino de su padre humano). Ese Espíritu es el mismo Dios que actúa y se expresa de un modo divino en el surgimiento y en la vida de Jesús, y desde ese fondo entienden y aceptan (aceptamos) los cristianos la virginidad de María.
[2] Mateo no insiste en el aspecto biológico de la generación de Jesús, limitándose a decir que María había concebido por obra del Espíritu Santo, superando así el nivel de una paternidad patriarcalista de José, que habría encerrado a Jesús dentro de los límites de una genealogía israelita. José ya no es padre-patriarca, sino padre-humano, acompañando a María, escuchando a Dios, y situando a Jesús en un camino de vida que él podrá luego actualizar y matizar (superando la misma visión mesiánica de José). Ésta es la novedad fundamental de los evangelios de la infancia de Jesús, aquí se sitúa la inmensa aportación de José a la visión del matrimonio (¡confía en María!) y de la paternidad (¡educa a Jesús desde la perspectiva de Dios, en libertad creadora!).
En ese contexto, el mensaje más hondo de Mateo está vinculado no sólo a la superación de una paternidad puramente biológica de José, sino al descubrimiento y despliegue de un nuevo camino esponsal y paterno, en libertad creadora. Esta “conversión” de José, que “cree” en su esposa (confía en ella) y acepta a su hijo como don de Dios, para cuidarle y hacer que “madure” como persona humana, en libertad, capacitándole incluso para tener ideas y proyectos distintos de los suyos, constituye la mayor aportación de José a la visión de la familia (y a toda familia), en un contexto israelita. Ser padre es mucho más que actuar como varón engendrador patriarcalista, y eso es lo que ha debido aprender José, y debemos aprenderlo nosotros.
[3] Ésta es una formulación única no sólo en la Biblia Judía, sino en la historia de las religiones, una formulación de mujer creyente, que la misma filosofía y teología posterior (de fondo helenista) ha tenido muchas dificultades en asimilar y comentar, pues en ella no hay lugar central para el Dios creador. Nos resulta mucho más fácil decir, con la filosofía griega (¡y oriental!) y con la ciencia moderna que “nada se crea ni destruye, sino que todo se transforma”. Conforme a esa visión, los seres humanos no tendrían radical independencia, se engendrarían y perecerían, igual que todas las restantes cosas (plantas, animales) que nacen y mueren, en un proceso constante de generación y corrupción.
Pues bien, en contra de la visión oriental y griega, la madre macabea afirma que sus hijos “han brotado de la nada”, es decir, son el resultado de un acto creador de Dios a través de ella, no un simple momento de la evolución cósmica de la vida. Cada nuevo ser humano (cada hijo de mujer) es presencia creada (finita) del Dios infinito. Por eso, nadie puede matar a ser humano (aunque le mate externamente). Al llegar a este nivel, la palabra clave de la Biblia Judía no la tiene un sacerdote, ni un teólogo oficial de escuela (fariseo o saduceo, apocalíptico o esenio), sino una mujer que sufre la muerte de sus hijos.
Comentarios recientes