La Iglesia y el “Orgullo”
“Solo cuando el hombre acepta íntegramente su propio ser,
comienza a vivir por entero”.
María Zambrano.
“Un baño desnuda en el mar, después de años de rechazo (…) Una oración al final del día, experimentando que Dios es su refugio (…) Una cama y un abrazo (…) Y otros abrazos, distintos, entre una madre y una hija, entre un padre y un hijo aceptado (…) dan para celebrar historias de fe y amor LGTB. Personas que, superando la crítica social y eclesiástica, apostando por su verdad, se han encontrado con un Dios a su lado. ¿Cuánto habríamos aprendido de la fe y del amor de Gabriela Mistral o de García Lorca si se hubiese mirado distinto?”, escribe el Teólogo Pablo Romero Buccicardi, Profesor de la Universidad Pontificia Comillas, en su libro “Caminos de reconciliación. Diez historias de Fe y amor LGTBI”, que Francisco ya tiene en sus manos.
Celebramos la “Semana del Orgullo”. Orgullo de ser lo que se es y sentir lo que se siente como contrapeso a siglos de ocultación y vergüenza, celebrando las grietas que van abriéndose en el impenetrable muro de rechazo y exclusión que rodea a la Iglesia, respecto al Colectivo. Siglos de dolor y hasta de muerte, que Francisco quebró con aquel “quien soy yo para juzgarlos”.
La identidad sexual no es elección humana. Es obra de Dios que quiso contemplarla en su diversidad creadora y es que “si la persona no elige ser gay, la atracción por el mismo sexo solo puede ser un regalo de Dios” opina Cruz Santos, obispo brasileño. ¿Cómo Dios ha podido dotar a determinadas personas con identidad homosexual y a continuación negarles ejercer dicho don?
La Iglesia sostiene su condena en los versículos del Levítico, entre otros libros sagrados. En él, se afirma “no te acostaras con hombre como con mujer. Es una abominación. Son reos de muerte” (Lv.18,22). Igualmente considera que comer marisco es también abominación (Lv.11,10), debiendo ser castigados quienes vistan dos clases de tejidos (Lv.19,19). Deben morir quienes se recorten la barba (Lv.19,27), castigándose con la muerte quien blasfeme (Lv.24,10) e igualmente, yacer con una mujer durante la menstruación (Lv.20,18).
La Iglesia ha rechazado la obediencia a todas ellas, al quedar enmarcadas en la vida de un pueblo casi primitivo, a siglos de distancia, ¿Por qué solo persiste en la condena a la relación entre iguales?
El principal escollo, para la plena aceptación, lo recoge el Sínodo de la Familia, definiendo que la función principal del acto sexual es la reproductiva. Olvida el Magisterio que el amor es la característica esencial con que Dios distingue al ser humano, con reproducción o sin ella, pues, en definitiva, el cristianismo no se reproduce por la biología, sino por la conversión.
En resumen, la postura de la Iglesia sería: identidad homosexual, sí; comportamiento consecuente, no. O sea, imposibilidad de poder amar y entregarse a otra persona de igual género. Consecuencia: división en lo más profundo del ser humano y por tanto sufrimiento asegurado.
Pero una parte significativa de la Jerarquía rechaza este mensaje homófobo: así Christoph Schönborn, cardenal austriaco, opina “cuando el matrimonio pierde atractivo, parejas de igual sexo quieren casarse. Testimonian el matrimonio como bien importante”. Raúl Vera, obispo mejicano expresa “este banquete de la Eucaristía es para ustedes, que tantas veces saborean el desprecio y el odio”. Brendan Leahy, obispo irlandés, comunicó en el Encuentro Mundial de las Familias 2018 “La familia está cambiando. Hagamos espacio para la diversidad de familias. Todos pueden venir y si alguien se siente excluido, dejaré 99 ovejas e iré a buscarlo”.
Idénticas declaraciones han hecho, entre otros muchos, los Cardenales y Obispos Rubén Salazar, Piero Marini, Vincenzo Paglia, R. Marx, Michel Dubost, Jozef De Kesel y Cruz Santos, obispo brasileño: “si la homosexualidad no es una enfermedad, si no es una elección, desde la perspectiva de la Fe, solo puede ser un don y un regalo de Dios”.
Como final, las palabras del Arzobispo sudafricano y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu “me duele la represión de hermanos africanos cuyo crimen es practicar el amor” y emocionan las palabras del Obispo norteamericano, ya jubilado, Thomas Gumbleton “salí del armario creyendo que mi homosexualidad la elegía yo y esto era pecado. Confieso los errores cometidos con este colectivo humano. Es un insulto, que la Iglesia enseñe que la homosexualidad es intrínsecamente desordenada”.
La puerta se ha entreabierto será difícil dar un nuevo portazo. Va a costar echar abajo el muro ya agrietado. Por ello los homosexuales cristianos hemos de apoyar a esa Jerarquía que ha lanzado un ¡basta! al rechazo y condena. El cambio ha comenzado y Francisco posee el coraje necesario para, produciendo fuertes dolores de cabeza, liberar del sufrimiento a millones de personas. Ante estos claros signos de esperanza, quiero recordar en esta Semana del “Orgullo”, los 33 países que en África penalizan a los homosexuales, 9 con pena de muerte. En Asia 22, 9 con pena de muerte; en América y Oceanía suman 14; en Europa, Lituania, Rusia y Hungría, cuentan con leyes expresamente homófobas.
Lo que duele no es el rechazo de los intransigentes, sino que personas honestas y muy influyentes, sabiendo que aquel se hace insostenible, sigan guardando un silencio cómplice. Termino con estas poéticas palabras del Cantar de los Cantares (3,1-4): “Por las noches busqué en mi lecho al que mi corazón ama (…) Por las calles busqué al amor de mi alma (…) Pregunté a los centinelas «¿habéis visto al que ama mi alma?» (…) Encontré al que mi corazón ama, lo tomé de la mano y no lo solté”.
Miguel Sánchez Zambrano.
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