Presentando ‘Murmullos desde una sillita baja’, de Dolores Aleixandre
Una cosa es escribir un libro y otro venderlo
Hay que reconocer que resulta un poco raro este formato de comunicación “por persona interpuesta” como se dice en castellano clásico, pero es consecuencia de algo que vamos a llamar “exigencias del guion”. O dicho de manera llana y simple, se debe a que tengo la voz fatal y, aunque me apaño suficientemente en la vida cotidiana, se resiste al zoom, al meet o a cualquier otro espécimen de comunicación informática.
Quiero contar que en un primer momento rechacé la propuesta que me hizo Silvia Martínez Cano de participar en el proyecto MEMORIA VIVA: suponía contestar preguntas en una entrevista, y eso es algo que he aborrecido toda la vida. Así que dije que no, pero después, de manera imprevista, se me ocurrió un título: MURMULLOS DESDE UNA SILLITA BAJA y siempre digo, aunque nadie me cree, que si tengo un buen título, tengo un libro y me parece que este es bastante bueno.
Creo que se lo debo a la sillita baja que tengo de siempre en mi cuarto, la típica de convento de toda la vida, de madera y asiento de enea. He cargado con ella en varias mudanzas y pienso que el título es una gentileza por su parte a mi fidelidad de llevarla conmigo de acá para allá.
Después de tener el título, propuse a los editores que me dejaran escribir a mi aire de forma narrativa, sin entrevista y lo aceptaron, cosa que agradecí mucho. Y también que no les pareciera una tontería lo de ir salpicando algunas páginas con el dibujo de la sillita.
Todo coincidió con el comienzo de la pandemia y del confinamiento, así que me encontré con tiempo de sobra para empezar a escuchar los murmullos que se iban asomando a mi memoria.
Lo terminé, lo envié, negociamos la portada – que me encanta- y lo editaron. Cuando llegó el paquete con los primeros ejemplares y lo abrí, mi primera impresión fue de algo muy canijo, muy poquita cosa, muy conforme a los diez modestos euros que cuesta. Eso me tranquilizó y no solo a mí, sino también a gente amiga que me decía con preocupación: “¿Te pasa algo? ¡Dicen que has escrito tus memorias!”. Supongo que al oírlo imaginaban un volumen de tapa dura y 500 páginas y no les cuadraba con lo que sabían de mí pero, una vez visto, ya les ha encajado mejor.
Resumiendo: son unas páginas de memoria viva en las que he contado cosas, me he callado otras y he guardado para las dos últimas líneas de la última página lo que es más verdadero en mí. Pero si quieren saberlo, no van a tener más remedio que comprarse el libro.
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