La fuerza de lo oculto.
13 de junio de 2021
El evangelio de este domingo propone dos parábolas muy sugerentes que nos revelan aspectos esenciales sobre cómo se manifiesta el reinado de Dios en nuestra vida. Jesús prefiere anunciar con parábolas la realidad del reinado de Dios como pedagogía para comprender mejor su mensaje. No es un lenguaje inventado por Jesús, ya los rabinos usaban las parábolas para explicar algún punto de la doctrina o sentido de algún pasaje de la Escritura. La diferencia es que Jesús convierte las mismas parábolas en enseñanza para hacer que el oyente se sumerja en ella y conecte con la misma esencia de su mensaje y no con su literatura.
Estas parábolas se encuadran en el capítulo 4 del evangelio de Marcos, cuyo objetivo es “enseñar” en qué consiste la novedad del mensaje de Jesús con respecto al judaísmo. Es un capítulo especial en cuanto a la palabra pronunciada por Jesús ya que parece que es en el que más habla; su palabra se va convirtiendo en una provocación para situarse ante un Dios que va liberando la religión de lo que no es esencial.
A través de escenas comprensibles de la vida ordinaria, pretende revelar lo incomprensible para movilizar a muchas mentes llenas de prejuicios, ideas prestadas, patrones esclavizantes, dogmatizados y, en algunas ocasiones, rígidos. Jesús no entra en dialécticas teológicas y metafísicas para mostrar y demostrar su verdad, sino que utiliza un método más sereno, sin agresividad y despertando reacción interna en los oyentes, aun reconociendo la realidad de sus destinatarios.
Comienza el relato con una comparación, en boca de Jesús, no para explicar teológicamente lo que es el Reino sino cómo actúa en lo profundo del ser humano. No es casual que lo compare con una semilla que crece por sí sola, un crecimiento que no podemos controlar ni manipular porque pertenece a otro plano. Esta es la primera línea discontinua con respecto al judaísmo radical de entonces y a ese mismo judaísmo, casi inconsciente, que puede seguir presente hoy en nuestra manera de vivir la fe.
Con esta comparación pone de manifiesto que “lo de Dios” es un dinamismo que se escapa a nuestra percepción racional necesitada de cuantificar, sumar, restar, ampliar, clasificar, controlar… El reinado de Dios pertenece a otras categorías porque es un dinamismo que necesita de nuestra percepción espiritual. No se trata tanto de comprender sino de conectar con esta corriente que trasciende nuestra existencia y que es su mismo origen. El reinado de Dios, por tanto, no es un lugar, no ocupa espacio, no tiene tiempo, ni volumen, ni es reservado para aquellos que cumplen fielmente todo cuanto hay que hacer para “salvarse”. No es una conquista que llega por nuestros méritos, no es un premio, ni propiedad de una élite elegida.
El reinado de Dios es el mismo dinamismo divino que se manifiesta en lo humano que, en nuestra existencia, coge volumen, espacio, tiempo y presencia a través de nuestra humanidad. Jesús no lo puede explicar mejor: es una semilla que crece por sí sola, imperceptible, pero pujante, como potencia transformadora, primero como raíz, a través de la que fluye la verdadera naturaleza que somos.
Sería interesante que viviéramos con más conexión a este grano de mostaza, oculto a nuestros sentidos, revelado a nuestra conciencia interior, y que nos hace ser ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros. Este es el verdadero signo del reinado de Dios: cuando hacemos presente nuestra capacidad de comunión con el género humano a través del respeto a la dignidad de todo cuanto existe. Lo demás se dará por añadidura.
¡¡FELIZ DOMINGO!!
Mari Fe Ramos
Fuente Fe Adulta
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