Miguel Ángel Munárriz: La pregunta por Dios.
Me he permitido tomar este título de un excelente libro de Juan Antonio Estrada, para encabezar, en clave cristiana, una sencilla reflexión sobre un tema que en ciertos ambientes goza de gran actualidad: la concepción de Dios en clave panteísta.
Para plantearla, vamos a partir del diálogo entre Tomás, Felipe y Jesús recogido en el capítulo 14 del evangelio de Juan.
“Le dijo Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» Jesús le dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» … Felipe le dijo: «Señor, muéstranos el Padre, y eso nos basta». Jesús le dijo: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» …”
Se puede abrazar el Dios de Parménides, de Platón, de Aristóteles, de Descartes, de Spinoza, de Kant, de Hegel, de Voltaire, de Einstein, o cualquier otro (o ninguno), pero quien confía en Jesús y se plantea la pregunta por Dios, le mira a él y le escucha a él como mejor forma de conocerle. Como decía Ruiz de Galarreta: «Buscamos a Dios porque nuestra naturaleza lo necesita, y lo encontramos porque Él nos sale al encuentro. Para los cristianos, ese lugar de encuentro entre Dios y el hombre es Jesús. Dios se manifiesta en Jesús, un hombre, y el quicio fundamental de nuestra fe es creer en Jesús, visibilidad de Dios, sin poner en duda su humanidad».
Cuando vemos a Jesús enseñar, sabemos que Dios es Palabra que nos muestra el camino; luz para que no tropecemos. Cuando vemos que se le remueven las entrañas ante el sufrimiento ajeno, sabemos que Dios es misericordioso y que se puede contar con Él como con un Padre. Cuando le vemos dar esperanza a los desesperanzados, sabemos que es Viento que nos empuja; que nos anima a seguir adelante. Cuando le vemos curar, sabemos que es nuestro aliado contra el mal. Cuando le vemos rodeado de míseros, enfermos y lisiados, sabemos que tiene predilección por los pobres, por los humildes. Cuando le vemos cenar con pecadores, sabemos que Dios no los considera culpables, sino necesitados…
Pero no solo son sus hechos. Jesús también nos habló de Dios, aunque siempre con parábolas, con analogías, sin pretender definirle o abarcarle, sino limitándose mostrar cómo es para nosotros. Y lo comparó con un sembrador que siembra a boleo, con un pastor que conoce a sus ovejas, con un padre que sale todos los días al camino a esperar al hijo ausente… y con una madre; la mejor de sus parábolas.
Es evidente que esta concepción de Dios choca frontalmente con el espectáculo atroz del mal en el mundo, y que solo la fe en Jesús nos permite creer en ella contra toda evidencia racional. No se cree en Abbá porque sea lógico, porque explique el origen del universo, porque aclare el problema del mal, porque la razón lo demuestre… La única forma de llegar a Abbá es a través de la fe que a cada uno le merezca Jesús.
Jesús se sintió Hijo, y nos invitó a orar llamándole Abbá y pidiendo lo importante: que sus criterios reinen en este mundo porque son los únicos que nos pueden salvar; que se haga su voluntad porque su voluntad es nuestro bien; que tengamos el pan de cada día; el material y el espiritual, pues de ambos estamos necesitados; que aprendamos a perdonar para ser dignos Hijos suyos. Que nos libre del mal, pues nuestras fuerzas son escasas y el mal nos puede…
Y éste es el Dios de Jesús, Abbá, que nos muestra el camino y nos invita a llenar nuestra vida trabajando por el Reino, es decir, por lo importante; por los hambrientos, por los sedientos, por los oprimidos, por los marginados, por las víctimas… y ojalá seamos capaces de no equivocarnos; de situar en primer lugar lo importante y relegar todo lo irrelevante al lugar que le corresponde.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Fuente Fe Adulta
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