H. Küng, último libro: ‘La oración y el problema de Dios’.
La noticia de este libro, el último de Han Küng en español, reviste una especial actualidad por su reciente muerte y por coincidir totalmente con la cuestión “No-teismo y fe en Dios” que hemos presentado en ATRIO. Que el bueno de Küng siga acompañándonos en nuestro seguimiento de Jesús a lo largo de este nuevo siglo. AD.
Que yo sepa, creo que el último libro de Hans Küng publicado en español es uno en el que se ocupa de la oración y de la idea de Dios (“La oración y el problema de Dios”, San Pablo, 2019). Es posible que haya quien, habiendo atendido a los titulares de estas últimas horas, quede sorprendido por el mismo título. ¿Un libro sobre la oración? ¿Qué tiene que ver eso con sus críticas a la Iglesia o, mejor dicho, a la autoridad eclesial?
Propongo –a quien, desde el desconocimiento, pretenda asomarse al pensamiento de este gran teólogo, fallecido el 6 de abril de 2021–, que lo haga leyendo este pequeño y precioso texto. Supongo que no faltará quien, interesado –como el teólogo suizo– por la racionalidad de la fe y de la revelación cristiana en diálogo con la modernidad y con las diferentes religiones, sienta curiosidad por conocer cómo aborda esta relación. E igualmente supongo que no faltará quien, atento a las llamadas nuevas espiritualidades, se vea sorprendido por compartir con H. Küng, al menos en esta publicación, un mismo interés.
En la lectura que hice en su día percibí una interesante y actual reflexión sobre la interrelación existente entre el discurso, el compromiso y el encuentro con Dios.
La oración, recordaba H. Küng, es una expresión propia de todas las religiones y, por ello, lo normal es que nos encontremos con una gran riqueza de modalidades y que no todas sean igualmente buenas. Él las agrupa en dos formas fundamentales: la “mística” (particularmente, el zen) y la “profética” o bíblica. Esta tipificación muestra, con toda claridad, cómo pretende abordar la plegaria de una manera históricamente contextualizada: en Europa se van abriendo paso algunas espiritualidades orientales ante las cuales conviene indicar las convergencias, pero sin descuidar las diferencias y, por tanto, la singularidad de la invocación cristiana. En esta cuestión, sostenía, se juega igualmente lo que decimos cuando decimos Dios. Tal es el objeto (y el hilo conductor) que atraviesa de principio a fin este libro.
Fijado el objetivo y contextualizado el interés, H. Küng resaltaba, seguidamente, la peculiaridad que presenta la oración de Jesús. Es cierto, apuntaba, que el Nazareno participó, como judío que era, de la plegaria de su pueblo, pero también lo es que la practicó –así se recoge en los Evangelios– no como un imperativo legal, sino como algo que le fluía con una sorprendente naturalidad. Sabemos, además, que recomendaba hacerla en secreto, sin espectacularidad ni alharacas, procurando que fuera breve, dirigida al Padre y prestando mucha atención a las consecuencias que brotaban de ella.
A diferencia de la invocación “profética” de Jesús, la llamada “mística”, proseguía el teólogo suizo, busca la coincidencia con uno mismo, la ampliación de la conciencia y el encuentro con el Absoluto. Cuando se practica como meditación, la libertad presenta una incuestionable centralidad, tanto para olvidarse del yo propio como para superar toda restricción o instancia que se interponga entre el ser humano y su iluminación inmediata. Nada ni nadie puede alejar de este objetivo fundamental: ni Buda, ni las escrituras, ni el zen y ni siquiera la meditación en cuanto tal. Pero cuando se erige en un fin en sí misma, corre el peligro de ver cómo desaparece la iluminación inmediata con el Absoluto, se diluye como forma religiosa y queda reducida a mera técnica psico o socio-terapéutica.
Más allá de este riesgo, no se puede ignorar, proseguía H. Küng, que no es específicamente cristiana. Ni Jesús ni sus primeros seguidores fueron “místicos”, es decir, no pretendieron reencontrarse consigo mismos, ampliar la conciencia y fundirse, finalmente, con el Absoluto. Por ello, remarcaba, no presenta, de ninguna manera, un carácter vinculante para los cristianos ni es normativa. Como mucho, se trata de un carisma que puede ayudar en el seguimiento de Jesús, pero que también puede alejar de él. Para un cristiano no es, ciertamente, la forma oracional más elevada.
A diferencia de ella, la máxima que preside la de Jesús es el amor activo al prójimo y a los enemigos: Dios no es apersonal o desprovisto de historia, al margen del mundo y sin palabra. Por eso, la plenitud del cristiano no se encuentra en el olvido de sí mismo, sino en la conquista del yo; tampoco pasa por adentrarse en la “nada”, sino en el nuevo ser y, por supuesto, no busca perderse en el nirvana, sino anticipar la vida eterna a la espera del encuentro definitivo con Dios en ella.
A la luz de estas consideraciones, lo que está en juego es la imagen de un Dios que, como el cristiano, es personal. Por eso, para Jesús, la oración solo puede ser “delante” de Dios y “con” Dios, es decir, con un Dios a Quien habla, sin poder verlo y tocarlo y con Quien mantiene una relación. El es, además del Creador, el Guía y el Perfeccionador del mundo, el “Partner” del ser humano en Quien es posible pensar y a Quien es procedente dirigirse para darle gracias, alabarle, pedirle y, si fuera el caso, protestarle.
Existen, ciertamente, coincidencias entre ambos tipos de oración. Pero, sobre todo, se da una singularidad en ambas que, concluía, los cristianos no podemos descuidar.
El lector, medianamente atento a estas cuestiones, entenderá que, leyendo este libro, constatara una gran cercanía entre la aportación de H. Küng y lo que J. – B. Metz calificó en su día como “mística de ojos abiertos”. Y que disfrutara de una aportación presidida por una apasionada búsqueda de lo común con las llamadas nuevas espiritualidades sin, por ello, descuidar (y reivindicar) la singularidad de la espiritualidad y teología “jesu-cristianas” y “uni-trinitarias”.
Küng disfruta ya de la plenitud de Vida de la que ésta es, gracias a Jesús de Nazaret, una anticipación, un murmullo, un susurro y un chispazo. Esa es la esperanza que, de manera agradecida y racionalmente consistente, comparto con él, teólogo, maestro de teólogos y, sobre todo, compañero de andadura “jesu-cristiana”.
Comentario de Gonzalo Haya del 8 abril 2021
Muy interesante y muy oportuno este artículo. “Profetismo” es para mí la palabra clave para un cristiano. La mística es un anticipo de lo que vendrá, es la plenitud del Reino, es “un punto tangencial con el infinito”, es un bien que anhelo, pero para el que no estoy preparado. La acción profética, el trabajo por la justicia social, por la fraternidad universal, es una realidad concreta, presente y lacerante (aunque desde la filosofía o desde la mística pueda ser considerada como mera “sombra” de la verdadera realidad). Creo que lo que nos corresponde a los seguidores de Jesús es el profetismo, salvo algunas excepciones de místicos que nos ayudan a mantener la esperanza de lo que será. Vivimos en el tiempo presente; el Reinado de Dios se produce “ya sí, pero todavía no”. Jesús tuvo sus momentos místicos cuando sintió a Dios como Padre, y cuando le agradeció que se manifestara a los sencillos.
Equipo Atrio, 08-abril-2021
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