El buen pastor da la vida por las ovejas. Tú das tu vida por mí.
Jn 10, 11-18
En las democracias actuales, podría parecer que los líderes, jefes y dirigentes actúan en favor de los pueblos, pues no se imponen como si fueran imprescindibles para la comunidad sino que son elegidos. Mas el asunto es algo más complejo. A lo largo de la historia se constata que las actitudes de éstos, inspiradas casi siempre en la voluntad de poder y de dominio, se van alejando paulatinamente de los principios fundamentales del Bien Común general y la convivencia respetuosa. ¿No son éstos capaces de llegar a acuerdos y recuperar el diálogo social que benefician mayormente a las personas que viven y trabajan en un mismo país?
También en la Iglesia se corre este riesgo, es decir, que los servidores se conviertan en gobernadores y que el trabajo pastoral se confunda con el ejercicio de un poder. Francisco insiste en que no se puede poner un beneficio particular o propio por encima del bien común, y la Doctrina Social nos recuerda sus dos pilares: la dignidad de la persona y el bien común. Pero, lamentablemente, no parece que vayamos por este camino. Ni en la sociedad civil ni en la Iglesia.
La actitud de Jesús en cuanto Pastor, nunca se acaba de aprender. El líder verdadero o el pastor bueno es el que sabe dejar de serlo en beneficio del pueblo. De hecho, da la vida por él, por los demás; no es buen pastor aquel que manipula o vive a costa del rebaño sembrando la división o el odio e incluso entrando en abierta confrontación con otros pastores para conservar su liderazgo, sus votos. El verdadero dirigente ayuda a que la comunidad sea capaz de afrontar responsablemente su propio destino. Jesús, el Buen Pastor, alienta, exhorta y sostiene al ser humano para que se haga pastor de su propia vida, en solidaridad con los demás, con sus hermanos, e incluso con las “ovejas” de otros rediles.
La autoridad, pues, en la sociedad y en la Iglesia es un servicio comprometido, exigente, no exento de sinsabores y, llegado el caso, expuesto a dar la vida en defensa de la comunidad, de los hombres y mujeres que integran el pueblo de Dios, con sus luces y sus sombras. Jesús encarna el modelo ideal, único de Pastor. Hemos oído hasta la saciedad, que los pastores en la Iglesia son los sacerdotes y obispos y el resto del pueblo, ovejas, borregos. Nada más lejos de lo que nos quiere decir el texto evangélico. Todos somos ovejas del mismo y Único Pastor. Jesús da la vida, es decir, se arriesga, se ofrece él mismo y se implica, desde el inicio de su vida pública, en la liberación y el servicio a los demás, especialmente a los más vulnerables. Se desvive por todos y esa entrega, por amor, se manifiesta día a día.
El vínculo íntimo, profundo que se da entre Cristo resucitado, oculto, y la persona, objeto de su entrega y su amor incondicional, es el conocimiento mutuo que va haciéndose cada vez más perfecto e intenso en virtud del Espíritu que habita en cada ser humano. Y ese vínculo de amor no puede tener otro fin que el llegar a hacerse UNO como el Padre y el Hijo son UNO.
Los lobos, ladrones y oportunistas están al acecho de las almas-ovejas que, distraídas en enredos mentales o ídolos engañosos, no se prestan a escuchar la voz del Pastor, de la Verdad. Mas, llegada su hora, también éstas serán atraídas hacia el Amor, destino final de todas las almas-ovejas.
La división de los cristianos en rebaños diferentes y antagónicos se debe en parte a planteamientos interesados y egoístas por parte de algunos “pastores”. El verdadero centro del ecumenismo o, mejor, del panenteísmo será el compromiso decidido a favor del “rebaño”, como quiera que se llame. (“La creencia de que el Ser de Dios influye y penetra todo el universo, de tal modo que cada parte de éste existe en Él, pero este Ser es más que, y no se agota en, el universo“. Es un modelo de relación libre, recíproca: Dios en el mundo y el mundo en Dios, al tiempo que cada uno sigue siendo distinto. La relación es mutua, aunque las diferencias existen y son respetadas. La absoluta diferencia entre Creador y creatura queda envuelta y abrazada por Dios, que es todo en todo).
La condición de Hijo/a de Dios es gratuitamente ofrecida a todo ser humano. Éste, a lo largo de su vida, buscará en su interior el camino que le conduce hacia Él.
Sin duda, todos hemos conocido y conocemos personas que se han des-vivido y han amado “hasta el extremo”, dándonos ejemplo y enseñándonos que, aun con las limitaciones humanas, es posible darse con generosidad, amar con gratuidad, actuar con valentía, defender lo débil, lo pequeño, lo vulnerable, lo perdido.
Decir hoy Resurrección, significa reconstruir entendimientos, superar desacuerdos, recuperar los sueños rotos, la utopía del ser cristiano, renovar las relaciones humanas, rescatar, a través de diferentes medios, las vidas en peligro, apostar por los crucificados de la historia.
“Creer en la resurrección es un compromiso liberador en el aquí y ahora, haciendo posible una nueva humanidad de justicia y equidad”. “Es, asimismo, liberación de todo tipo de esclavitudes interiores, rencores, xenofobias, supremacismos, odios, ataduras al pasado, miedos, pensamientos tóxicos, preocupación por cosas que no tienen sentido, obsesión por acumular dinero, prestigio y placeres”, como señala atinadamente, Fernando Bermúdez López.
Decir Buen Pastor es escuchar Su Voz, hacernos partícipes de su Presencia viva en medio de nosotros, sin hacer discriminaciones por razón de sexo, raza, etnia, género, estatus social, motivos religiosos, diferencias físicas, políticas, de edad, etc. (Hch 10,34 ss). En definitiva, es creer que así me conoce a mí, con mis sueños y mis desolaciones, con mis talentos y mis limitaciones. ¿Me dejo/nos dejamos cuidar por Él?
¡Shalom!
Mª Luisa Paret
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