La relación primordial
Del blog de Henri Nouwen:
La vida de Jesús es una invitación a creer, no simplemente en él, sino en la relación que existe entre él y Dios, al que llama “Padre”. Su mensaje al mundo es que esa relación está también a nuestro alcance: “Mediante su vida y su muerte, Jesús nos anuncia que en el corazón del divino Amor anida el deseo de estar en relación con cada persona individual”. Y cuando establecemos esa relación, entre hijo y Padre, entre Dios y yo, vuelvo al hogar, a mi verdadero hogar. Ese es el foco de las enseñanzas de Jesús; él vino, no por sí mismo, sino enviado, y en relación con el Espíritu. Toda la vida de Jesús es relevante a causa de su relación con la Fuente, de la que procede, que es quien lo envía a nosotros.
Creer en Jesús, es creer que procede el Único, que le dice: Tú eres mi Hijo, muy amado; creer en Jesús es creer en sus palabras que provienen de su vínculo con el Padre, de quien las ha escuchado. Creer en Jesús es creer que el Padre obra a través de Jesús, y que es el Espíritu quien trabaja a través de él. Es creer que la gloria de Jesús no es suya, sino del Padre que lo envió. “Es esta una unión tan plena y tan llena que ni siquiera hay un lugar recóndito en el que se pueda experimentar ausencia o separación”. Ahí está en hogar: estar en esa relación es estar en casa.
Nosotros, en el seguimiento, debemos creer no solamente en esa unión entre Jesús y el Padre, sino también en mi relación con el Padre, que me envió también al mundo, como hijo suyo. El hombre Jesús refleja una relación “encarnada” con el Amor incondicional para revelarnos cómo estar en casa en nuestra humanidad. “Quien me ve a mí, ve al Padre”; “El Padre y yo somos uno. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”; “Como el Padre me ha amado, así les he amado yo”. El Padre dice a Jesús: “En ti me complazco”. Todo esto refleja también nuestra propia relación con el Padre; estamos llamados a vivir esta relación, y estar en Jesús, es estar en el Padre. “Permanezcan en mi amor”.
Jesús no hace distinción entre él y nosotros, al contrario; nos implica siempre en su relación con el Padre: “Todo lo que he escuchado gracias a mi comunión con el Amado que habita en mí, se los he dicho a ustedes, porque quiero que tengan la misma experiencia de conocimiento del Amor que tengo yo. Todas las cosas que realizo en nombre de mi Padre que tanto me ama, también ustedes pueden hacerlas, y aún más grandes. Y también la gloria que recibo del Padre, también les pertenece”. Tenemos que vivir nuestra condición de hijos como la vivió el Hijo, adultos del Amor incondicional, viviendo en comunión íntima con el mismo Amor, para visibilizar el Espíritu del Amor presente en el mundo.
En fin, que Jesús no vino simplemente a hablarnos sobre un Creador amoroso que está muy lejos, y que desde esa lejanía se ocupa de nosotros; Jesús vino para ofrecernos participar plenamente de esa misma comunión con el Espíritu-Padre-Madre-Amante de la que él disfruta. El vínculo entre Jesús y su Padre es como la respiración (La palabra griega para “espíritu”, es “pneuma”, aliento); Respirar es tan central e íntimo que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos respirando, y si nos damos cuenta es porque algo anda mal. Respirar forma parte de nuestra vida: respiramos y vivimos. Así es la relación de Jesús y el Padre: inmediata, imprescindible y cercana. Y al resucitar, dice a los suyos: “Es necesario que yo me vaya, porque les enviaré mi Aliento. Entonces vivirán plenamente como vivo yo”.
Todas estas imágenes no alcanzan a explicar el misterio del Amor, pero pretender decirnos que amar es igualarse con aquel que amamos. Se trata de estar en el hogar, para vivir en el aliento de Dios, intimando con Él, y transformándonos para llegar a ser el Amor para los demás: amor compasivo, dispuesto a perdonar, creativo. Vivir como amantes (Cristo, hijos), respirando siempre (Espíritu) el aire de Dios (Padre).
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(Notas tomadas tras la lectura de un capítulo del libro “Esta noche en casa. Más reflexiones sobre la parábola del hijo pródigo“, de Henri Nouwen)
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