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Magda Bennásar: Hacia la resurrección.

Miércoles, 21 de abril de 2021

madre e hijo blanco y negroAmor de ternura que sabe tendrá que afrontar el parto; si hay vida, hay gestación y esa vida tiene que nacer.

Tememos al parto como tememos a la muerte. Tememos a lo desconocido, a lo que pueda ser doloroso, sin escuchar, tal vez, nuestra inteligencia emocional extendida por todo nuestro ser que nos indica que no hay vida sin cruzar el estrecho canal/camino del sufrimiento, del arriesgar la vida para dar vida.

Cuando la madre va a dar a luz, el canal es oscuro, el futuro incierto, y el dolor asegurado. Jesús y nosotros cuando enfrentamos situaciones a las que hemos llegado por fidelidad,  por seguir el rastro de la Vida, también estamos desconcertados. Posiblemente solos, con pocas personas a las que de verdad podemos considerar amigas, y con pocas evidencias. Solo una presencia, una certeza numinosa.

Eso sí, con una profunda intuición, de que a pesar de la muerte aparente, de la soledad aparente -como los árboles del bosque- por dentro estamos interconectados por unas raíces más fuertes que todas las evidencias anteriores, y que nos hacen sentir seguros, en ese abrazo “desde dentro”.

Deseamos profundizar este año en una experiencia de Resurrección desde la espiritualidad “de la Tierra”. Es urgente tomar una nueva conciencia, más integradora:

“Necesitamos una espiritualidad que emerja de una realidad más profunda que nosotros mismos. Una espiritualidad que es tan profunda como el proceso de la Tierra. Una espiritualidad que nace más allá incluso del sistema solar ya que es en las estrellas donde toman forma los elementos primordiales para los aspectos físicos y síquicos. De esos elementos se formó el sistema solar y la Tierra, y de la Tierra, surgimos nosotros, los humanos. Porque finalmente la espiritualidad es un modo de ser en el que no solo lo humano y lo divino se interrelacionan, sino que es un medio a través del que nos descubrimos parte del Universo y el Universo se descubre a sí mismo en nosotros.”(Berry)

Fue T. de Chardin quien descubrió al humano emergiendo de ambas dimensiones de la Tierra: la física y la espiritual. Si admitimos que procedemos de la Tierra, admitimos que la Tierra es Madre, Madre Tierra. Y si esto es así, y lo comprendemos, dejaremos de maltratar a Madre Tierra. Y posiblemente iniciemos con ella una relación madre-hij@.

Obviamente necesitamos darle una forma, una encarnación a ese modo de espiritualidad de la Tierra, y dicen diferentes especialistas en el tema, que María-Madre podría ser la figura que encarna esa dimensión.

Cuando en la cruz Jesús le dice a Juan, “Hijo, aquí tienes a tu madre…” (Juan 19,27…) refiriéndose a María de Nazaret, se podría ampliar hoy con esa nueva dimensión: Jesús confía a Juan, el discípulo amado, (tú y yo) el cuidado de la Tierra a través de la persona de María, mujer, madre y tierra. Y a María-Madre (la Tierra) el cuidado de Juan (tú y yo).

¿Os imagináis como Occidente habría cuidado del planeta si le hubiera puesto el rostro de la Virgen? ¿Os imagináis como todo podría dar un vuelco en nuestro subconsciente si empezáramos a comprendernos en unión íntima con todo lo creado? Lo creado, el gran libro, no escrito, hecho vida, palpable, dinámico, en continua evolución, del que formamos parte.

Y hoy iniciamos la gran celebración cristiana en que Jesús sale de la tumba es decir, sale de la tierra-madre que lo acogió, ya que fue depositado en los  brazos de Madre Tierra, símbolo de maternidad.

Lo que fue tiempo de tumba fue como el tiempo que todas las raíces necesitan  bajo tierra. Tiempo de vida escondida que emergerá con otra forma, con otra fuerza, con otra perspectiva más global, inclusiva e integradora.

Resucitar es emerger de la noche, de la tierra oscura pero fecunda y tierna. Es brotar a la vida, a la luz. Es tomar conciencia de que somos uno y parte con el todo.

Hoy me decía una amiga profesora,  madre de dos hijos con problemas, su marido en paro…viviendo en el extranjero sin poder visitar a sus padres en España demasiado tiempo ya…me decía “estoy agotada, mi cerebro está quemado, no puedo pensar, voy en modo automático, pero no doy para más. Me he auto-recetado dosis intensas de naturaleza. “Chica lista”, evidentemente. Échate en los brazos de tu madre y revivirás.

Varias personas últimamente me cuentan que van al siquiatra o a la sicóloga por stress pandémico: perspectiva negativista que nos inyecta mentalmente que depende todo de un poco de líquido que llamamos vacuna y que de repente falla, o deja de suministrarse y nos volvemos todos locos, incluidos obispos y políticos… ¡increíble el poco peso humano que muestran demasiados líderes, ante situaciones límite!

¿De verdad? ¿Todo depende de tan poco?

Si estamos en comunión íntima con todo, si nos sentimos parte de esa red invisible donde todo está intercomunicado y cuidado por el resto, y respetado por una cadena irrompible de amor, comunión, solidaridad, esperanza, fidelidad…todo toma fuerza, el sistema inmune humano y también el de la Tierra se potencia y energiza.

A mí esta relación profunda con todo, me huele a Resurrección, al perfume del jardín del Amado. Ya no es tumba, es útero que canaliza la Vida.  Es la Vida de Dios, que en la persona del Resucitado nos devuelve a nuestro origen.

De ahí que a María la llame por su nombre (Juan 20,16) como sacándola de su tumba para devolverle la dignidad de hija y esposa de la nueva alianza  y hermana de todos.

Es la otra María, la discípula (tú y yo) que Jesús elige como sucesora para anunciar su Vida, la tierra joven y fecunda, hecha mujer en la persona de María Magdalena, que sigue comunicando que Él Vive. Recordad aquí ahora, la cantidad de mujeres que a lo largo de la historia han evangelizado y siguen haciéndolo en todas las iglesias cristianas, y solo en la católica se niega la pertenencia plena, a las llamadas al sacerdocio.

Algo no marcha bien en las religiones que se han ideologizado. Sin embargo, en la espiritualidad de la Tierra, no hay ideologías, todos y todas estamos  en la cadena de la vida. No hay discusión posible porque no se mueve a nivel de ideas, sino de vivencias reales, tangibles, en inter-comunión con todo.

La experiencia de la Vida se da en el jardín o huerto cerrado, donde los místicos experimentan la Vida, y nosotros también. La tarea se realiza en la ciudad en la Galilea, con mascarilla, separada por distancias impuestas que hacen que nos miremos como potenciales armas letales.

Hay que rescatar a los hermanos perdidos en el cemento-asfalto-leyes-religiosidades ideologizadas y enviarles a toda la Tierra a comunicar eso que sale a borbotones desde dentro cuando estás conectada a la vida. A comunicar la Vida que experimentan: desde el canto de un pájaro al más absoluto exterminio de personas y especies, por culpa de la ignorancia culpable del ego. A comunicar que el Amor está más vivo que nunca y que todo son ideologías si no vivimos lo real, en contacto con la Tierra Madre, que nos acoge a todos.

Si así lo vivimos, se terminará la injusticia. No necesitaremos de políticos que, al final, cuán pocos se libran de personalismos; no necesitaremos de religiones organizadas por unos varones que se hacen imprescindibles para la experiencia cristiana; parece que sin ellos ¿¿¿no hay Eucaristía???… ¿Qué diría el Resucitado?

Resucitar es despertar a una realidad llena de posibilidades. Observa el silencio de la naturaleza, no discute, sigue su tarea, promueve la evolución y si la respetamos seguirá siendo maravillosamente madre y hermana. La mejor compañera de comunidad, porque su ego no domina. Cada especie evoluciona sin compararse o boicotearse…no así los humanos.

Necesitamos por un lado dejar de darnos tanta importancia, porque al final todo lo que somos es gracia si lo interpretamos desde las claves de la Vida. Y por otro, necesitamos acoger con seriedad pascual la importancia y responsabilidad  que se nos da.

Somos un eslabón imprescindible en la cadena de la vida Pascual.

Imaginad lo fácil que de pronto todo se pone: si seguimos esta espiritualidad con clave cristiana, como nos enseñan muchos autores, ampliando el concepto Tierra a Madre en la persona de María de Nazaret que indiscutiblemente es el prototipo del Amor, del consuelo, del cuidado, de la ternura, de la bondad, del apoyo incondicional donde todo ser humano encuentra cobijo, si lo ampliamos a María Tierra, de pronto hay una conexión diferente; tomamos conciencia de una relación de interdependencia, de parecido madre-hij@.

¿Qué ocurre? Que efectivamente todos somos hermanos, todos provenimos de la misma Tierra Madre; esa Tierra Madre nos alimenta, cuida…nosotros a su vez la tratamos como a nuestra madre, la respetamos, no abusamos de ella, la mimamos, no la explotamos, la compartimos, la disfrutamos, velamos por ella y con ella…

La Resurrección que debemos comprender no es tanto la de Jesús como la nuestra. La de Jesús ocurrió y ocurre en un presente que nunca se termina gracias al Espíritu que lo permea todo. Lo que tal vez no intuimos es que nuestra resurrección se da aquí y ahora, como la de Jesús.

Un sinónimo del verbo griego resucitar es despertar: “despertó de la muerte” es una expresión común; o “levantarse” de la tumba.

Y, aquí viene el reto. ¿Despertar? ¿Levantarme? ¿De qué tumba?

Tiempo hoy para una oración escuchando lo que se está removiendo en tu tierra-útero del alma. En los brazos de María Madre Tierra.

Te invito a hacer silencio profundo. Esperamos el alba, vemos ya indicios de un amanecer sin noche.

Madre Tierra nos espera. Y el mundo entero necesita oír, ver, tocar al Resucitado vivo en ti, en tu tierra, en tu realidad.

Apasionante el final de la pasión. Sigamos la evolución, dialoguemos con el Amor, no frenemos con nuestros miedos y necesidad de evidencias, la grandeza de Dios.

Resucitar es querer Vivir. Conecta con el silencio de la naturaleza, si puedes, y déjate llevar por Madre Tierra.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

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