Todos somos discípulos de Emaús
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
- Los dos de Emaús.
El texto del evangelio de hoy es el final del relato de los dos de Emaús.
Nos encontramos -una vez más- con una escena postpascual que ya nos es familiar: los Apóstoles reunidos comentando los sucesos de los últimos días. Los dos discípulos se marchan de Jerusalén tras el trágico fracaso de Jesús el Viernes en el Calvario, pero el encuentro con el Señor, los “ha devuelto” al grupo.
En cierto sentido todos somos discípulos de Emaús. Nosotros esperábamos, le dicen a Jesús los dos caminantes.
La pandemia con sus confinamientos también está haciendo mella en la psicología humana, mina la esperanza y pueden inducir a situaciones de hundimiento psicológico, a acedia, tal vez de depresión, etc.
Por otra parte, también “nosotros esperábamos” muchas cosas y logros en la vida. En la esfera personal,-familiar esperábamos dar más de lo que hemos dado de sí, esperábamos más de los hijos. Esperábamos que, al salir de la dictadura, en la democracia la sociedad fuesen mejor, pero vamos de decepción en decepción. Pensábamos y esperábamos que el Concilio siguiera adelante con su gran tarea, pero en este ámbito eclesiástico se vienen produciendo tantos recortes y tan frustrantes como en el económico.
Nosotros también esperábamos, pero hace ya tres días o treinta años o toda la vida que caminamos con la frustración a cuestas.
- Iban caminando y hablando.
Los dos de Emaús iban caminando … Lo propio del ser humano es caminar, pensar y hablar.
En estos textos de resurrección aparece con frecuencia que los discípulos recuerdan, hablan, no han olvidado todo lo vivido con Jesús. Se van de Jerusalén porque el “asunto Jesús” había terminado de mala manera, pero no pierden la memoria, siguen hablando, recordando, evocando.
Al mismo tiempo, cuando Cristo se incorpora en el camino a su vida (y a la nuestra), afloran cuestiones y problemas y también afloran horizontes, les explica las Escrituras, el Señor resucitado les abre la mente parta comprender, etc.
La parte final del texto que hemos escuchado hoy, repite la idea de hablar, conversar: la Palabra, las Escrituras:
- o Los creyentes estaban hablando, discutiendo.
- o Jesús les dice, les explica las Escrituras, la Palabra
La palabra, el diálogo son algo específicamente humano. Nos hacen conservar la memoria, nuestra memoria histórica, nuestra cultura, nuestra fe. Si el asunto Jesús no se ha perdido es por la fe en la Palabra, por el testimonio de los cuatro evangelios, el Nuevo Testamento, por la Palabra que nos transmitió la familia, la catequesis en la Parroquia, las homilías (la palabra homilía significa: conversación) que hemos tenido en nuestra vida.
La palabra es memoria, creatividad y futuro.
La lectura de la Palabra, la conversación con quien merece mi confianza, el diálogo en la comunidad eclesial, en política, en los ámbitos de amistad y quizás familiares, la Palabra es recordar, proyectar, crear, compartir, perdonar, abrir caminos hacia la vida.
- ¿Lo propio de la postmodernidad es no hablar y ocultar?
No es lo mismo información que formación
Utilicemos la “misma expresión”: información y formación. Hoy en día vivimos sobre-informados, lo que ya no sé es si estamos formados, construidos. Disponemos de infinidad de datos informativos por los diversos medios: internet, móvil, medios de comunicación, lo que ya no sé es si nos enteramos de los problemas, de la vida, de la muerte. Vivimos en un folklore y un maremagnum de datos, estadísticas, encuestas, opiniones, wasaps, videos, pero sin tocar el fondo de la vida.
La pandemia en la que estamos insertos es un buen ejemplo. Vivimos en un vértigo de opiniones sobre vacunas, confinamientos, intereses, pero ¿alguien se plantea el problema de la enfermedad y de la muerte como problema humano, humanista?
Hoy en día vivimos no en la Palabra, sino en la superficialidad informática, en las corrientes de la moda, del “opinionismo” como dogma de fe.
Por otra parte, y es más grave, quizás lo propio de la postmodernidad en que vivimos es no hablar, no plantear las grandes cuestiones de la vida, no permitir que afloren las cuestiones de la vida.
Quizás por ello, tal vez, la actitud y solución que tenemos ante los grandes problemas de la persona humana es la anestesia. Ante el sentido de la vida, ante la muerte, el tratamiento lo más que se nos ocurre es la sedación, el ocultar, maquillar las cuestiones.
En la escuela (ámbitos intelectuales) no se puede pensar, ni se permite que afloren las grandes cuestiones de la vida. Es preferible el ordenador a la filosofía, a los problemas de la ética, de la muerte, de la esperanza, etc.
En ciertos momentos y ante ciertas crisis habrá que sedar el dolor, pero la solución a la cuestión del sentido de la vida y a la angustia no está, al menos no está solamente en la farmacia, ni en la ciencia, sino en la Palabra, en el Logos (pensemos en la logoterapia), en la esperanza. El problema de la muerte no se soluciona con una “muerte dulce”. La muerte no se soluciona con la eutanasia, sino con el horizonte que pueda tener la muerte, con una Palabra sensata de esperanza y resurrección. La salida al problema de la culpabilidad no está, al menos no está únicamente, en la psicología, sino en la gracia, en el perdón.
- profundidad de la palabra.
Profundo es lo opuesto a lo superficial. Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en la moda, en lo que se dice, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, la sotana o el uniforme que llevan o el chisme del “Hola” o del hábitat eclesiástico o político.
Hay personas que viven entre cosas serias y profundas y son unos perfectos superficiales. Por contraposición, gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.
Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual. Decía Paul Tillich, teólogo alemán de mediados del siglo XX:
El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1] La verdad es profunda y no superficial; el sufrimiento es profundidad,[2]
La Palabra, el diálogo no son charlatanería, una mera expectoración de vocablos, sino que toda palabra ha de llevar una dosis de contenido, que hemos de saber apreciar. La palabra es como una semilla y esperemos que sea de trigo, no de cizaña.
Dice Isaías:
Como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55, 10-11)
- ¿tenéis algo de comer? Vamos a comer.
El relato de los dos de Emaús es la Eucaristía: la Mesa de la palabra y del Pan de Vida.
La comida es el lugar de encuentro, de amistad, de amor (bodas), de conversación, de fiesta familiar o popular, de amistad o de compartir sufrimiento (muerte).
En el fondo todo eso es la Eucaristía y la mesa de la vida: reunirse, conversar, recordar, encontrarse, comer. En la tradición de la Iglesia se hablaba de la Eucaristía como con dos alimentos: la Palabra y el Pan de Vida.
Todos estos aspectos son muy importantes en nuestra vida personal, familiar, en el momento de nuestro pueblo.
La vida se compone de elementos muy sencillos, pero profundos, y creer en esta sencillez es creer en el Señor Resucitado. Una limosna, un poco de pan, cuidar la “herida” de un enfermo, saber escuchar son pequeños sacramentos de la Resurrección y de la vida.
[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.
[2] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.
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