La “notificacion” citada no se refiere directamente al “Principio Misericordia” de Sobrino, pero lo que ella condena es en el fondo inseparable de lo que Sobrino dice sobre la Misericordia, entendida y vivida (practicada) desde la humanidad “divina” (mesiánica) de Jesús.
En ese sentido podemos hablar por lo menos de “dos misericordias”, la de F. Kowalska y Juan Pablo II (en línea más devocional e intimista), y la de otros, como J. Sobrino, cuyo libro insiste en la misericordia como motor devocional, pero también social ,de la transformación de la iglesia y del mundo. Éste es uno de los puntos “calientes” de la vida de la Iglesia actual, como J. A. Pagola y un servidor desarrollamos en un libro titulado Entrañable Dios. Las obras de misericordia.
Teniendo eso en cuenta, he querido recordar que la Fiesta pascual de la Misericordia, fundada en la vida, muerte y resurrección Jesús, ha de entenderse a partir de la Biblia Judía (en especial de Ex 34), reelaborada por los cristianos, en forma espiritual y “material”, personal y social, tal como culmina en Mt 25,31-46 (=las Obras de Misericordia).
En las reflexiones que siguen expongo pues la raíz bíblica de la misericordia, recordando que sus nombres/elementos no son sólo dos, sino, al menos, cuatro, de forma que ellos nos “ayudan” a celebrar esta fiesta, no sólo al modo de F. Kowalska y Juan Pablo II, sino también al modo J. Sobrino y W. Kasper, del Papa Francisco y de la Teología de la Liberación, como seguiré mostrando.
Cuatro nombres y rasgos de la Misericordia
Esos nombres aparecen en Ex 34, 6-7, casi en el principio del camino de Dios en la Biblia. Ese pasaje del Éxodo ha sido y sigue siendo la Carta Magna de la misericordia de Dios, que se “abaja” y camina con los hombres, a quienes ofrece perdón desde la Montaña de su misterio de amor (el Sinaí), para que ellos (animados, perdonados) puedan así superar el estallido anterior de la idolatría (adoración del Becerro de Oro del poder y la pasión dominadora).
Esos cuatro nombres nos sirven para trazar camino de humanidad reconciliada, no para volver simplemente a las cosas que habían sido antes, sino para crear rutas nuevas, desde el mismo Dios eterno que quiere seguir fecundando de amor nuestro tiempo.
Recodemos la escena. Dios había dado a Moisés su Ley (cf. Ex 19-21), pero los judíos la habían rechazado, para adorar (¡como nosotros solemos hacer!) al becerro de oro, que es el dinero, la fuerza y la pura pasión. Como mediador fracasado de la alianza, bajó Moisés del monte con las tablas de piedra de la ley, y descubriendo el pecado del pueblo, rompió las tablas con furia, pues le parecía que todo había terminado (Ex 32, 15-20). Así le vio Miguel Ángel en su famosa estatua:
Pero Dios aguardaba con paciencia, y le pidió que volviera, que empezara de nuevo, con nuevos fundamentos de amor y vida. Conforme a la ley de este mundo, Dios tenía que haber rechazado para siempre al pueblo, pero su misericordia es mayor que la ley, y Dios quiso perdonar (¡él es perdón!), pidiéndole a Moisés que subiera de nuevo a la montaña (cf. Ex 34, 1-4)…
Moisés subió al amanecer al Monte Sinaí… Yahvé bajó en la nube y se quedó con él conversando, y proclamó el nombre de Yahvé (¡su nombre!) y pasó ante él diciendo: ¡Yahvé, Yahvé, Dios entrañable (rehem) y de gracia (hannun), lento a la ira y rico en lealtad (hesed) y verdad (‘emunah), leal hasta la milésima generación; que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación! (Ex 34, 4-7).
Éstos son los nombres que el Papa Juan Pablo II citó y estudió en la famosa nota 52 de su Encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia, 1980), acudiendo al texto hebreo, porque es importante captar bien los matices de cada uno de ellos, aunque quizá no dedujo todo lo que ellos implican,y no los tomó como principio de renovación personal y social de la Iglesia.
Esos nombres nos dicen que en el principio de la vida no están las “obras malas” de los hombres (oro, fuerza bruta, la pasión del gran “becerro”…), sino está la misericordia más alta de Dios que pasa ante la roca donde Moisés se ha guarnecido para proclamar cuatro palabras: Amor entrañable (rahum), Gracia (hannun), Fidelidad (hesed)y Verdad(´emet, ‘emunah).
Éstos cuatro nombres describen el misterio de Dios, abriendo un camino de vida a los hombres, a los que él perdona, para que así ellos puedan (podamos) perdonarnos unos a los otros, en un plano intimista y social, al mismo tiempo, en libertad y compromiso creador de iglesia. Son los nombres de Dios, siendo, al mismo tiempo, los nombres del hombre que ha de ser amor entrañable y gratuidad, fidelidad y verdad como he comentado en Entrañable Dios. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016).
1. Dios Rahum (rehem): La misericordia es el Amor entrañable.
Esa palabra, vinculada al vientre materno, expresa el cuidado de una madre por aquellos que brotan de su entraña y necesitan su ayuda, evocando así la más honda experiencia de Dios en la Biblia. El principio de Dios no es la acción de unas manos que forman las cosas, ni un tipo de pasión superior, ni un deseo de amontonar cosas, sino el amor del útero materno, expresado en el cuidado de la madre por los hijos. También un padre puede tener rehem, pero su modelo originario es la madre.
La misericordia empieza siendo una pasión (com-pasión) de vientre, esto es, un amor y dolor de entrañas, que nos vincula con todos los que sufren, pues forman parte de nuestra misma vida. En ese sentido, rehem significa apiadarse de los desgraciados externos, pero esa piedad amorosa nono nace sólo porque hay desgraciados externos, sino porque Dios mismo es amor entrañable o, mejor dicho, entraña de amor, y porque nosotros con él somos (hemos de ser) entrañas de amor sensibles al dolor concreto de todos los demás, que forman parte del “cuerpo” más hondo de nuestra propia vida.
Así lo ha puesto de relieve la tradición cristiana al explicar de un modo muy hondo el tema de la condescendencia y ternura de Dios, que se apiada de un modo radical de cada uno hombres necesitados (descendiendo a ellos: con-descendiendo) no sólo porque ellos lo (le) necesitan, sino ante todo porque Dios mismo es Amor entrañable (y nosotros hemos de serlo en él), porque él ama como madre, en un desbordamiento de ternura y cuidado.
2. Dios es Hannun (hen), Gratuidad amorosa, no sólo de entrañas (vientre), sino de vida total
Esa palabra (hannun) viene de la raíz hebrea hanan, que significa Gracia, como en Hanna/Ana, la madre de Samuel (2 Sam 2), o la abuela de Jesús (Protoevangelio de Santiago). Ese nombre (Ana) significa en hebreo Agraciada (lo mismo que el nombre que el Ángel de Dios puso a María (en el evangelio de Lucas: 26-38), aunque en idioma griego: Kejaritomene: Agraciada o llena de Gracia
Dios aparece así como la Gracia, como aquel que acoge y ayuda a los hombres de un modo generoso, sin necesidad de imponerse con violencia, para enriquecerles, dialogando y colaborando con ellos no para dominarles, sino con ternura maternal, como has destacado tú en la segunda parte de tu libro. La vida humana no es conquista, sino “don”, no es sacrificio reparador (como sometimiento), sino desbordamiento generoso de vida-
Sólo Dios es plenamente gracia y maternidad entrañable, Hannun, y en ese sentido él es la gratuidad suprema de la que nace toda misericordia. Desde ese fondo, fundándose en el Dios que llevan dentro los hombres pueden responder y actuar también gratuitamente, si acogen y cumplen su palabra Dios.
Este amor-hen de Dios, que es fuente de toda gratuidad, y Ternura de todas las ternuras, precede a las obras de misericordia de los hombres, las sostiene y fundamenta. En esta línea se manifiesta su experiencia, Entraña de las entrañas de Dios que agracia a los hombres, se agrada en ellos y les mira no sólo con simpatía, sino con felicidad, a pesar de su pecado.
3. Dios es Hesed, Fidelidad al pacto de la vida, esto es, a la exigencia de justicia, en un un camino que ha de recorrerse en clave de libertad y liberación.
Esta palabra (hesed)incluye también matices de cercanía y ayuda entrañable y gratuita, como en los casos anteriores, pero añade un matiz importante de lealtad o fidelidad a la alianza, es decir, a la palabra dada y a la justicia de las relaciones humana, como lo muestra la escena del Monte Sinaí, en la que Dios aparece en su trascendencia suprema, como desbordamiento de Amor, pero siempre en línea de justicia, de forma que no puede separarse de los mandamientos que llena en su mano que son “no matar”, “no robar personas”, no “adueñarse de la mujer ajena”, no falsear los tribunales, no “desear” y robar los bienes ajenos.
El Dios Yahvé (¡soy el que soy!) había estipulado con los hebreos un pacto en el montaña, y ellos, su pueblo, se habían comprometido a cumplirlo, el “pacto de los mandamientos”, es decir, de la justicia (Ex 19-31), pero después ellos lo rompieron, adorando al Becerro (Ex 32). Lógicamente, Dios debía responder rompiendo su pacto y abandonando al pueblo en manos de su propia destrucción.
Pero Dios, siendo justicia de pacto y de ley, es también misericordia que restaura, esto es, “hesed”. Ciertamente, Dios habita en la justicia de la ley (de talión), pero sin quedar cerrado en ella, de forma que él ha mantenido su palabra de amor y ha perdonado.
En esa línea, hesed significa no sólo lealtad al pacto (y a la justicia), sino también trascendencia de amor y “perdón”, por encima de la misma ley (no en contra de ella), superando el plano de los mandamientos y ofreciendo a los hombres la gracia incondicionada y eterna de su vida. De un modo muy significativo, el judaísmo ha identificado la palabra hesed con la “religión”, de manera que los hasidim (asideos, los que tienen Hesed) son los verdaderamente religiosos
4. Dios es ‘Emet/’Emunah, el Verdadero, es decir, la Verdad, pero no una verdad como doctrina separa de la vida, sino como la misma vida que es fiel, que es solidaria.
Conforme a esta visión de la “misericordia” bíblica, ratificada por Jesús, el elemento final que la “condensa y ratifica” es la “verdad” entendida como fidelidad a los demás, como “fe” en el sentido (emunah): Esto es la verdad, ser fiables. Los hombres y mujeres no son verdaderos porque aceptan una proposiciones teóricas, sino porque son “fiables”, porque los demás pueden confiar en ellos, en un sentido afectivo y efectivo, personal y social.
Según eso, la Verdad no significa simple veracidad, ni descubrimiento de algún misterio particular oculto, sino firmeza personal en el camino de encuentro con los otros (no empecinamiento testarudo). Así entendida, la misericordia es cumplimiento de la palabra dada, siempre en diálogo con los demás, al servicio de las personas, no es un tipo de lay que se sitúa por encima de las personas.
En ese sentido, Jesús pudo decir que él era testigo de la verdad, del bien supremo de la vida humana que es el amor a los pobres… y por eso le mataron, precisamente por ser misericordioso, porque su lema era “misericordia quiero y no sacrificios…”. No supieron qué hacer con él, tuvieron miedo, tuvieron envidia, y le mataron, precisamente porque era misericordioso.
Lógicamente, la resurrección de Jesús ha de entenderse como “resurrección de la misericordia”. Este mundo nuestro del año 2021 es un mundo “sin misericordia”, con pocas entrañas (rehem), con poca gratuidad (hen), con poca fidelidad al valor supremo de las personas (hesed)… con poca verdad (emunah). En este mundo queremos celebrar hoy la fiesta pascual de la misericordia, con elementos buenos de Faustina Kowalska y de Juan Pablo II, pero elevándonos de plano, sin condenar todo aquello que representa y promueve Jon Sobrino, no porque lo diga sin más Sobrino, sino porque forma parte de la entraña de la vida humana, tal como ha sido ya formulada por el libro del Éxodo en el AT y ratificada por Jesucristo.
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