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Archivo para Domingo, 4 de abril de 2021

Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. ¡Exultemos de Alegría en esta mañana de Pascua!

Domingo, 4 de abril de 2021
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Con María Magdalena, Simón Pedro y Juan

Corramos, corramos para anunciar y para testimoniar el amor sin límite de Dios para todos los hombres

Con Cristo resucitamos a una vida nueva. Nos libera definitivamente del mal. Nos reúne allí dónde estamos.

Vida que renace cada mañana,

Vida renovada si confiamos en la palabra de los discípulos del Cristo que vieron sólo una tumba vacía,,

Vida renovada si dejamos a Cristo rodar cada mañana la piedra de nuestras tumbas para que brote en nosotros la esperanza del que nos abre el camino, el que nos envía hacia los demás..

Vida renovada que nos lleva a seguir a Cristo siendo los testigos de su resurrección.

Vida renovada que nos hace próximos y atentos a aquéllos que sufren abrumados por la desesperación, la enfermedad, la muerte.

Dejemosnos habitar por esta alegría pascual que nos iluminará hasta el día de Pentecostes donde llenos del Espíritu Santo, fuerza y alegría nos serán todavía renovadas para caminar humildemente con nuestro Dios, él que nos asegura su presencia todos los días de nuestra vida hasta el final de los tiempos.

¡Feliz Fiesta de Pascua!

*

Anne-Marie,
Sœur de la Communion Béthanie

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***

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.

*

P. Florenskij,
cuore cherubico,
Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).

jesus-resucitado

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“Jesús tenía razón”. Pascua de Resurrección – B (Juan 20,1-9)

Domingo, 4 de abril de 2021
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22_D-RESURR_B_1434693¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón.

Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando «Padre» con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier ley o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y los abusos. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu evangelio la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón.

Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

José Antonio Pagola

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“Él había de resucitar de entre los muertos”. Domingo 4 de abril de 2021. Domingo de Pascua

Domingo, 4 de abril de 2021
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27-pascuaB1 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 10,34a.37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección:
Salmo responsorial: 117. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Colosenses 3,1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
O bien: 1Corintios 5,6b-8: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva.
Juan 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.

A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos –antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados– para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net

B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación.

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.

La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la “reviviscencia” de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.

Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un “mito”, como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.

La “buena noticia” de la resurrección fue conflictiva

Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús? Leer más…

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Pregón de la Mañana de Pascua. La bienaventuranza de los resucitados

Domingo, 4 de abril de 2021
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anastasis-3Del blog de Xabier Pikaza:

Jesús ha muerto asesinado por los poderes del mundo, pero dando su vida por el Reino de Dios, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante sus amigos (en ellos) como nueva y más alta presencia en amor y comunión de vida. Por eso, sus apariciones o presencias pascuales no han sido ni son imaginaciones de algo que externamente no se ve, sino sentimiento y certeza radical de la presencia de aquel que ha vivido y muerto regalando vida, como Vida de Dios, esto es, como Bienaventuranza.

Por eso, la vida cristiana es una experiencia de resurrección en línea de felicidad, esto es, de bienaventuranza. Otras realidades cambian y terminan. Los hombres, en cambio, no cambian sin más, sino que resucitan, abriendo con Jesús un camino de felicidad, viviendo unos en otros (para otros), esperando la plena llegada del Reino que inició Jesús.

En ese sentido vivió y murió Jesús por todos, pero de tal forma lo hizo que sus discípulos sintieron (supieron) que él vivía en ellos, haciéndoles ser lo que son, unos bienaventurados (pues el mismo Jesús ha resucitado en ellos, y ellos pueden darse mutuamente vida).

No murió de enfermedad o vejez, sino porque le mataron, cuando más lleno de Vida se encontraba, aquellos que tuvieron miedo de su proyecto y camino de Reino, es decir, de su proyecto y camino de Resurrección.

Por vivir como vivió y proponer el camino de Reino que propuso le condenaron a muerte los defensores de un reino entendido como imperio militar y templo de muerte. Murió por lealtad al programa y camino de sus bienaventuranzas, esto es, a Dios (a su Reino) y a los hombres a quienes había ofrecido un camino y mensaje de gratuidad, es decir, de comunión de vida:

 ‒ Fue ajusticiado por haber proclamado y empezado a recorrer el camino de las bienaventuranzas, es decir,presencia y reino de Dios que es vida y comunión en amor, no imposición, desde los pobres, excluidos, hambrientos, en contra de una política e incluso de una religión que se fundamenta y eleva como poder del sistema.

Resucitó como Bienaventurado, como presencia e impulso del Reino, no para abandonar su camino anterior, sino para ratificarlo y extenderlo a todos. Su pascua de resurrección es la prueba y triunfo radical del valor y pervivencia de su programa de bienaventuranzas. Lo que él anunció y dispuso vino a cumplirse así de un modo radical. La resurrección no va en contra de la muerte, sino que confirma y ratifica el sentido de esa muerte.

      Jesús fue mensajero de Vida, y en esa línea actuó como promotor de una mutación de Bienaventuranza, despliegue de vida; precisamente por eso le mataron los defensores del orden del Templo y del César, para seguir reinando ellos de un modo sacral y/o político: Un tipo de sacerdotes de viejo templo matan a sus víctimas religiosas, para seguir organizando el mundo a través de la muerte; por su parte, los servidores de un tipo de César (imperio, de imperar, someter) matan o dominan a los enemigos, para mantener así el (des-)orden de su violencia.

En contra de eso, precisamente al dar su vida por los pobres‒enfermos, muriendo por ellos, Jesús ratifica el valor de las bienaventuranzas, es decir, la vida en libertad y en felicidad, en gracia y comunión de amor, desde los más pobres. Éste es el mensaje y camino de fondo que descubrieron, de formas distintas pero convergentes, los primeros “testigos” de la bienaventuranza cristiana: María Magdalena y María la de Santiago, Pedro  y Tomas, Pablo y Mateo.

En esa línea, a través de fuertes caminos, los discípulos descubrieron que la vida de Jesús y su anuncio de Reino había sido una “resurrección” final anticipado de la bienaventuranza final de la historia. Por eso, al “verle vivo” tras la muerte (cf. 1 Cor 15, 3‒11), algunos de ellos (con Pablo y Pedro) no se limitaron a seguir esperando el cumplimiento del mensaje en Jerusalén, conforme a un mesianismo nacional de Ley sino que empezaron a crear una iglesia o comunidad de resucitados, es decir, de bienaventurados vivientes, como indica la palabra de Jesús a Marta:

 Yo soy la resurrección y la vida, quien crea en mi vivirá, aunque muera,y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre (Jn 11, 26‒27). 

  La formulación concreta de este pasaje proviene de un tiempo posterior (quizá del mismo Juan evangelista), pero la experiencia de fondo refleja el principio y sentido de la mutación original de los cristianos, que no esperan la resurrección del último día, como Abraham (Rom 4,17), sino que bendicen al Dios que ha resucitado a Jesús (Rom 4, 24) y lo ha hecho en la vida de los creyentes, que no se limitan a esperar, sino que son ya, con Jesús, en este mundo, unos resucitados, es decir, unos bienaventurados.

Renacimiento, es decir, resurrección.

En esa línea, la misión pascual de los discípulos de Jesús no quiere convertir simplemente a los no cristianos en cristianos de iglesia cerrada en sí misma, ni imponer su credo (pues si lo impusiera dejaría de ser credo), sino abrir caminos de comunión gratuita y donación de vida, en la línea de su mensaje de muerte y resurrección, tal como se expresa en las bienaventuranzas. Este modelo pascual de las bienaventuranzas ofrece una propuesta de humanización pascual desde la gratuidad, desde la vida entregada (regalada) a los demás por amor.

Resurrección y encarnación cristiana. En un sentido, la muerte ha sido un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la humanidad como especie. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones en las que el grupo sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar el bien del conjunto (imponiendo así tipo de paz dentro del grupo).

En esa perspectiva, desde un nivel más alto, podemos empezar a entender la muerte de Jesús, que ha entregado su vida al servicio del Reino. Pero inmediatamente debemos precisar que esa muerte no ha sido un sacrificio fundado en la violencia de Dios (o exigido por ella, sino, al contrario), sino al contrario: Ella ha sido la negación y rechazo de todos los sacrificios anteriores; ni los hombres ni Dios pueden tomar (recibir) su fuerza de la muerte de los contrarios, sino que ella consiste en dar la vida, desde y con los más pobres, para que ellos tengan vida en gratuidad creadora.

Esta experiencia nos sitúa ante el Sermón de la Montaña, centrado en las bienaventuranzas, que interpretamos como mensaje para resucitados mesiánicos. Ciertamente, hay otros rasgos valiosos del evangelio, pero pueden quedar en un segundo plano. En el principio se encuentra la experiencia del amor gratuito que los cristianos han de ofrecer y compartir con todos, desde lo más hondo, en pobreza, en diálogo abierto a todos, en comunicación gratuita de vida, sin “dogmas” previos impuestos de antemano[1].

Sólo allí donde la vida se regala (donde unos hombres mueren por otros) puede surgir una experiencia superior de resurrección, de nueva y más alta humanidad, según las bienaventuranzas. Dentro del proceso biológico, las plantas y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más, pues no tienen individualidad, sólo perduran en sus descendientes.

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Domingo de Pascua.

Domingo, 4 de abril de 2021
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resurrecionDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: «Cristo ha resucitado» y «Dios ha resucitado a Jesús»; resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

Tres reacciones ante la resurrección de Jesús (Juan 20,1-9)

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado. En él se cumple lo que dirá días más tarde Jesús a Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Porque, en realidad, lo único que ha visto es unos lienzos y un sudario.

El evangelio de Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que, más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que «es el Señor». Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, y lo espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

  1. a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
  2. b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

«Dios lo resucitó y él nos encargó predicar» (Hechos 10, 34a. 37-43)

Las palabras de Pedro forman parte de un largo episodio del libro de los Hechos que cuenta uno de los momentos capitales del cristianismo primitivo: la predicación del evangelio a los paganos. Según Lucas, antes de que Pablo y la comunidad de Antioquía emprendiesen esta labor revolucionaria, ya Pedro había recibido de Dios el encargo de aceptar la invitación del centurión Cornelio y dirigirse a su casa (con escándalo inicial del mismo Pedro y escándalo posterior de los sectores más conservadores de la comunidad de Jerusalén). Pedro hablará de Jesús y de los testigos que lo acompañaron.

A Jesús lo presenta destacando tres aspectos durante su actividad terrena: estuvo ungido con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien, Dios estaba con él. Después de la resurrección adquirió una dignidad mucho mayor: Dios lo constituyó juez de vivos y muertos, con poder de perdonar los pecados a quienes creen en él. La enorme dignidad que esto supone solo se comprende teniendo en cuenta los textos apocalípticos, que presentan a Dios como único juez. Para Cornelio y su familia es el mayor argumento a favor de creer en Jesús.

«Nosotros» somos testigos de lo que hizo durante su actividad pública y de la realidad de su resurrección, ya que comimos y bebimos con él. Y esto no obliga a predicar al pueblo. Pero el episodio de Cornelio deja claro que «el pueblo» no es solo Israel. Ahora también tienen cabida los paganos.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: 

-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

«Aspirad a los bienes de arriba» (Colosenses 3,1-4)

 Hoy repetiremos a menudo: «Cristo ha resucitado». ¿Es un simple saludo? ¿Cambia esto nuestra vida? El autor de la carta a los colosenses (Pablo o un discípulo suyo) subraya el profundo cambio que debe producirse en nosotros. Para ello, debemos comenzar preguntándonos qué buscamos en la vida, a qué aspiramos. Cuando hubiésemos hecho la lista de aspiraciones, nos sorprendería el texto de la carta.

Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
 

El autor distingue dos etapas en la vida cristiana, marcadas por dos situaciones de Cristo: ahora está sentado a la derecha de Dios, escondido en él; más tarde se aparecerá glorioso. Del mismo modo, el cristiano debe ahora esconderse con Cristo en Dios, buscar los bienes de arriba, aspirar a ellos.

¿Qué significa esto en la práctica? La carta indica inmediatamente qué es lo del cielo y qué lo de la tierra. A la tierra corresponden «fornicación, impureza, pasión concupiscencia y avaricia», «cólera, ira, malicia, maledicencia, obscenidades». Al cielo, «compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia, soportarse mutuamente, perdón… y por encima de todo, el amor, que es el broche de la perfección» (Col 3,5-14). La resurrección de Cristo nos obliga a adoptar una nueva forma de vida.

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Domingo de Pascua de Resurrección. 4 Abril, 2021

Domingo, 4 de abril de 2021
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“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”.

(Jn 20, 1-9)

El amanecer de la Pascua comienza en medio de la oscuridad. Y las primeras señales de vida se dan en un paisaje de muerte.

Es curioso cómo tendemos a separar e incluso a enfrentar realidades que ni siquiera son opuestas, solo que unas nos gustan más que otras. O ni siquiera eso. Solo que unas creemos que nos hacen felices y las otras no.

Dividimos nuestra vida entre experiencias positivas y experiencias negativas. Asociamos lo positivo a lo que nos hace disfrutar sin ningún esfuerzo y lo negativo a lo que nos hace sufrir. Por esta regla de tres salir una noche con los amigos es positivo y pasar días estudiando para un examen negativo. Todo junto es un engaño.

La vida, y cada una de nuestras historias, no son una película en blanco y negro. Nuestra vida no está dividida en dos, por un lado la luz y, por el otro, la oscuridad. No, la vida, la realidad es a todo color. Todas las experiencias están llenas de luz y salpicadas de oscuridad. Lo más valioso suele venir con el corcho protector del esfuerzo y más de una vez en la caja del sufrimiento.

El sufrimiento no es positivo o negativo, tampoco la alegría. Hay alegrías tremendamente destructivas. La búsqueda de la alegría fácil e inmediata destruye a muchas personas. De la misma manera hay sufrimientos que engrandecen y liberan.

La vida es una armonía de luces y sombras, silencios, ruidos y melodías. Si la vivimos en blanco y negro resulta monótona y caprichosa. Cuando la disfrutamos a todo color y en todas sus dimensiones es apasionante.

Este es el mensaje de la mañana de Pascua. La vida no es ni blanca ni negra. Es blanca, negra y de otros muchos colores. La vida y la muerte no son dos cosas separadas. Tampoco la alegría y el sufrimiento son opuestos.

El secreto está en seguir buscando. María Magdalena, aún a oscuras va a buscar. En su oscuridad busca un cadáver en un sepulcro, pero en su camino amanece y encuentra la VIDA. Y tú, ¿todavía buscas?

Oración

Danos, Trinidad Santa, un corazón de buscadoras que nos haga avanzar incluso en la noche. Que nos haga a travesar nuestros paisajes de muerte. Y danos, también, esos ojos que descubren la VIDA. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Domingo 1º de Pascua (B)

Domingo, 4 de abril de 2021
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16-bill-viola-emergence-seqJn 20, 1-9

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en nosotros.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Jn lo explica muy bien en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse qué pasó con el grano. La Vida, que los discípulos descubrieron en Jesús después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, que no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida, era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos solo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase de ella ni el recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo vieron como se hacía trizas su persona. Aquel, en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso, la experiencia de que seguía vivo fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero ha desplegado sus posibilidades de ser, que antes sólo eran germen.

Meditación-contemplación

Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo último.
Es solo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Pascua florida y hermosa.

Domingo, 4 de abril de 2021
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tumblr_n0hrp0am2H1r2d8pzo1_400Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera (Martín Lutero)

1 de abril. Pascua de Resurrección

Jn 20, 1-9

Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto (v 2).

María Magdalena es la primera en ser testigo del mito de la resurrección. “Todavía a oscuras” (v. 1), es el símbolo desde donde se parte en la fe pascual. Lo que el evangelio de este domingo nos expone en la breve, pero profunda narración de los primeros acontecimientos de la supuesta resurrección de Jesús es a mi parecer, todo un vademécum de informaciones fundamentales acerca del comportamiento habitual imprescindible de quien se precie del honor de ser cristiano. María –las mujeres suelen disfrutar de un buen olfato en estas materias– es la primera en mostrarnos que lo posee. Así lo olfateó cuando en el recientemente estrenado film del australiano Garth Davis (febrero 2018) dice a Jesús: “estaré contigo hasta el final”, mientras los romanos le levantan ya crucificado. Y el cardenal Carlos Osorio ha manifestado recientemente que “el futuro de la humanidad depende en gran medida de la capacidad que tengamos los cristianos de dar testimonio de la verdad en estos momentos no fáciles de la misma”.

Es el amanecer. El sol, señor de la luz que ilumina nuestro universo, difunde ilusión al corazón de la Magdalena y al nuestro para salir al encuentro de un Jesús interior en plenitud de Vida. En primer lugar, confía en sus creencias. Luego se va a comprobar los hechos y, posteriormente, se va a comunicarlos a Juan y Simón Pedro. Todos ellos vieron con sus propios ojos –también con el corazón y la mente– y creyeron. Una vez tomada conciencia de todo, a fondo y hecha carne la creencia en ellos, lo comunicarán en primer término a los demás apóstoles, y luego al mundo entero. Propuesta que nos concierne, y que conlleva descubrir todo lo que somos y manifestarlo a los demás plenamente. Sin esta comunicación, que también es competencia nuestra, el mensaje vivo de Jesús quedará prisionero o incluso muerto, detrás de los fríos barrotes de la cárcel de nuestros sentimientos.

La película Lope (2010), del director brasileño Andrucha Waddington, está imaginativamente basada en la vida del poeta español Lope de Vega que, con sus obras, rompió los cánones tradicionales de la composición. En el film, el protagonista (Lope) mantiene este diálogo con Jerónimo Velázquez: “He querido que mis personajes se parezcan más a la vida. El pueblo está harto de ver siempre lo mismo, y ahora es cuando tenemos la oportunidad de ofrecerles algo nuevo”.

Jerónimo: “¿Usted no se da cuenta de que va contra las normas del teatro?”.

Lope: “Las normas, don Jerónimo, están ahí, pero los tiempos han cambiado. ¿Por qué no poner a trabajar la imaginación?”.

El teólogo y reformador protestante Martín Lutero dijo en cierta ocasión: “Nuestro Señor ha escrito la promesa de la resurrección, no en los libros, sino en todas las hojas de la primavera”. Y, por cierto, ¿no somos todos árboles del bosque florecido en exuberante primavera? ¿Cubrimos de perfume cristiano –quizás Christian Dior, Kalvin Klein o Yves Saint Laurent, a cuantos vienen a pasear por nuestra floresta personal? El misterio pascual –Pascua Florida y Hermosa– tiene un poder transformador cuando dejamos que nos inunde el alma.

Antonio Machado nos ofrece uno de los poemas más expectantes de su obra. Como el sueño de María Magdalena, también el del poeta nos posibilita una respuesta soñada, una ilusión: ese Jesús resucitado, lo que tenemos dentro, y al que debemos dejar fluir como manantial de vida capaz de apagar la sed de cuantos se acerquen a beber en él.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes a mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Querientes

Domingo, 4 de abril de 2021
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10098692613_7fe76e5d74_zDe su blog Miradas cristianas:

Quedó pendiente, de mi pasado artículo, explicar esa palabra del título. Vamos allá. Es una verdad de nuestra historia que, infinidad de veces, a los justos les van mal las cosas por ser justos, mientras que a los malvados les van bien por su misma maldad. Negar esa ley es una cobardía, aunque las voces oficiales de nuestra sociedad suelen negarla sin matices para justificar a los más ricos (“es que son mejores”), y aunque algunos victimismos se sirvan de ella para justificar sus fracasos, achacándolos a la maldad de los otros. Pese a tales posibles abusos, los salmos y el Primer Testamento bíblico están llenos de quejas que constatan: “a los malos les van mejor las cosas”.

Recordemos solo la queja de Jeremías: “Señor ¿por qué prosperan los impíos?” (12,1).

Esa constatación es tan antigua que en un poema babilónico fechado aproximadamente hacia el 1200 antes de Cristo, y que se conoce como “la teodicea babilónica”, leemos que “los dioses crearon al hombre proclive a la falsedad y a la malicia”. No obstante, y por las mismas fecha, la Biblia se revela contra esa afirmación: el autor del Génesis concluye su primer capítulo declarando que “todo lo que Dios había hecho era bueno”; aunque sólo cinco capítulos más tarde tendrá que añadir que, al ver Dios la maldad que había sobre la tierra, “se arrepintió de haber creado al hombre”. Y es que, para Israel esa nefasta ley de la historia no puede ser obra de Dios: pues entonces no habría lugar para la esperanza en nuestro mundo; es más bien fruto del orgullo y la libertad humana. De ahí arranca esa noción de “pecado original”, tan desafortunada en su formulación como atinada en la realidad que quiere expresar (Camus formuló mejor cuando habló de “La Caída”).

Así se le fue entreabriendo a Israel la posibilidad y la esperanza en un más-allá e incluso el atisbo de que una aceptación confiada de esa ley nefasta de la historia puede convertirse en camino de liberación para otros: eso es lo que insinúa ese extraño poema de Isaías 53, sobre una misteriosa figura de apariencia despreciable, porque han caído en él todas nuestras maldades, pero que, al fin del poema, se convierte en redentor para nosotros. Ahí se atisba otra ley de nuestra historia: entre nosotros, la mayoría de victorias liberadoras se consiguen a través de derrotas previas.

Jesús de Nazaret encarna ese atisbo y esa ley: el fracaso de su pretensión liberadora (la Cruz) se convierte en paso hacia su Resurrección definitiva. Por eso los primeros cristianos aplicaron enseguida a Jesús el poema citado de Isaías 53.

Y bien: la ilusión de tantas pretensiones revolucionarias de nuestra historia ha sido crear ese mundo donde a los buenos les fueran bien las cosas, y a los malvados mal; aspirando incluso a una desaparición de los malvados con la aparición del “hombre nuevo”, tan esperado antaño por muchos movimientos revolucionarios. Por eso no importa el destino (aparentemente) fracasante de las revoluciones, sino la verdad y el valor de su apuesta: porque si resultase que Dios es Amor, entonces creer en Dios no sería más que creer en la Bondad (tantas veces pisoteada), y creer en el Amor (pocas veces amado).

Y que Dios es Amor es precisamente lo que anuncia la divinidad de Jesús. Sin ella no podríamos saber que Dios es Amor: podríamos desearlo o barruntarlo, pero podría ser también que Dios fuese como los dioses griegos o babilónicos. Ahora bien: en el Amor y la Bondad no se puede creer de manera meramente intelectual; sólo se puede creer amando en intentando ser bueno. A eso apuntaba la ironía paradójica de Benjamin Constant, líder de la revolución francesa y amante de Madame Stael: “soy demasiado escéptico para ser incrédulo”

Hace unos meses, la revista Vida Nueva publicó una entrevista con Ana Palacios fotoperiodista que, confesándose atea, lleva una vida dedicada a trabajar por las víctimas de la historia, y que hacía un gran elogio de los misioneros porque siempre “le infunden paz”… Ante la sorpresa de la entrevistadora explicaba que ella no conseguía ser creyente, pero sí era “queriente”.

San Agustín le habría dicho que si amas de veras ya crees aunque no lo creas. Yo prefiero recordarle una vieja anécdota histórica del rabino judío Elischa ben Abuja que perdió la fe con gran escándalo de la comunidad. Pero otro rabino, tras un momento de silencio se limitó a comentar: “dichoso él porque ahora es dueño de hacer el bien sin buscar recompensa alguna”.

Esa es la gran interpelación que nos lanza un sector de la llamada increencia. Algunos podrán reconocer, y aquí me encuentro yo, que sin una Ayuda exterior no hubieran sido capaces de hacer el poco bien que hayan hecho. Pero lo válido para todos los cristianos y absolutamente fundamental, es que nosotros no esperamos el más-allá como una recompensa sino como un regalo del que nos fiamos por una Promesa.

Esto lo reflexionamos demasiado poco. Sin embargo hay ahí algo fundamental para entender la muerte y resurrección de Jesús.

José I. González Faus

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Morir, entregarse a la vida

Domingo, 4 de abril de 2021
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Muerte-vidaDomingo de Pascua

4 abril 2021

Mc 16, 1-8

 

El relato del evangelio termina de manera abrupta y en cierto modo contradictoria con el mensaje que pretende transmitir. Les anuncian la resurrección de Jesús, les piden que lo transmitan a los discípulos, pero ellas tenían tal miedo que “no dijeron nada a nadie”.

  No sabemos si, con ese final, el autor del evangelio quiso justificar algunos silencios de primera hora. Pero lo cierto es que el miedo se halla directamente relacionado con la muerte.

  Probablemente todos nuestros miedos sean expresión del miedo radical a la muerte. Se despiertan siempre que tememos perder algo y, en definitiva, la muerte, para el yo, significa perderlo todo.

  Algo parece claro: todo lo que nace habrá de morir, y todo lo que aparece, desaparecerá. Es la ley de la impermanencia que rige el mundo de las formas.

  Sin embargo, desde que tenemos noticia, entre los humanos siempre se ha sostenido la idea de que habría de existir algo más allá de la barrera de la muerte. Lo que ocurre es que, con frecuencia, aquella idea (o intuición) se plasmó en imágenes que no eran sino proyección de la vida que conocemos. Hasta el punto de que, en algunos casos, parecía como si la muerte no fuera sino la prolongación del yo, que entraría a vivir así en la eternidad. Sin advertir que, a pesar del temor que la muerte le pueda producir, el yo no podría tolerar un tiempo sin final: una existencia sin límite temporal sería su peor condena.

  Si la muerte es el final de las formas, eso significa que lo único que no muere es aquello que nunca nació, lo sin-forma. Lo que, en nuestro caso, llamamos “identidad”, la sustancia ultima de lo real, Aquello que somos, más allá del cuerpo, de la mente y del yo.

  A mayor identificación con el yo, más miedo a la muerte. En la medida en que crece la comprensión de lo que somos, tal temor desaparece: el yo se ve simplemente como una “forma” que aparece en la espaciosidad atemporal e ilimitada que somos. Cambia o desaparece la forma, permanece la espaciosidad; termina la personalidad, permanece la identidad.

  Somos vida. Pero, frente a la omnipresente trampa de la apropiación, parece necesario insistir en que el sujeto de esa frase no es el yo. De ahí que, hablando con propiedad y rigor, no habría que decir “Yo soy vida”, sino “La vida es yo”. No hablamos de un yo que viviera eternamente, sino de otra identidad que trasciende al yo. En síntesis, la muerte nos pone de manifiesto que no somos el yo que pensamos ser -y que tiembla, con razón, ante la muerte-, sino la vida que se está experimentando temporalmente en este yo, pero que no se reduce en absoluto a él.

¿Cómo me sitúo ante la muerte? ¿Y ante la vida?

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Ha amanecido la Vida definitiva

Domingo, 4 de abril de 2021
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  1. 0 Cristo-como-salvador-El-GrecoNueva Creación.

El evangelio de este hermoso -decisivo- acontecimiento de Pascua evoca el primer día de la semana, el primer día de la creación y de la vida.

En el Génesis Dios concluyó la obra de la creación. Ahora, con la resurrección de Jesús concluye la nueva humanidad.

Adán cayó en un profundo letargo y del costado –costilla- de Adán comenzaba la vida de la humanidad (Eva) (Gn 2,21), ahora Jesús inclina su cabeza, que es como una dormición (muerte) y de su costado comienza una nueva humanidad: la Iglesia. Al pie de la cruz teológicamente nace la Iglesia representada en la madre de Jesús y el Discípulo Amado (todos los discípulos amados de la historia), y sobre ellos cae agua y sangre: el bautismo en el Espíritu. (Jn 19,25-35).

El “todo está consumado” de Jesús rememora la conclusión de la creación por Dios. Vio Dios lo que había creado y era muy bueno. Jesús ha terminado la tarea de una nueva creación, una nueva humanidad.

  1. El primer día de la semana, al amanecer – estaba oscuro.

María Magdalena va al sepulcro al amanecer, sin embargo el relato resalta la escena diciendo que era de noche, (“en tinieblas”, dice el texto original). La contraposición luz / tinieblas tiene gran significado en el evangelio de san Juan y en todos los tiempos y situaciones: amar la luz, la verdad es salir de la noche y de la mentira. Quizás también hoy estamos culturalmente en tinieblas.

Aunque JesuCristo ha resucitado (la losa estaba quitada: Cristo no está en la muerte), Magdalena, va a encontrar a Jesús muerto, con la buena intención de tratar, embalsamar el cadáver, así como también y recordar a Jesús.

Sin embargo ha amanecido, es de día, hay luz, hay vida.

También hoy en día es de día, existe la luz, pero estamos en una noche cultural, ética, en un ocaso eclesiástico, (al menos en muchos ámbitos y diócesis de occidente).

No es menos cierto que también hoy hay creatividad, búsqueda de paz y pacificación, en esta pandemia la ciencia busca la vida. Hay caminos y salidas tanto personales como comunitarias.

  1. Magdalena (y los discípulos) echan a correr.

         María Magdalena no se queda quieta ante la muerte de Jesús. Ella vio, contempló la muerte de Jesús el viernes a mediodía, pero en la muerte no “ve” a Jesús, no está en la muerte. ¿Dónde está? ¿Qué hay tras la barrera de la muerte? ¿Todo ha concluido en el fracaso? No sabemos dónde han puesto al Señor.

         También a nosotros nos acosan estas cuestiones: ¿qué hay tras la barrera de la muerte? ¿Dónde están, -si están- nuestros difuntos?

Magdalena vuelve corriendo al grupo, a la comunidad. Se trata de la comunidad cristiana, porque es en la asamblea eclesial donde vivimos nuestros fracasos y decepciones, también nuestra fe y esperanza. No somos islas, vivimos comunitariamente: pueblo, iglesia.

Posiblemente es también nuestra situación y quizás la situación cultural y eclesiástica, que se quedan quietas, bloqueadas, sin correr los caminos de la búsqueda de la verdad y de la vida. Vivimos enquistados en el pesimismo y la pereza de un triste realismo, en el abatimiento de la desesperanza, de la desilusión, de la muerte: “nos pueden”. No vemos más allá de los signos externos del fracaso en sus variadas expresiones; el pesimismo nos embarga, la pandemia, las guerras, la triste situación eclesiástica etc.

Quien ama la vida corre y busca caminos.

  1. El Discípulo amado y Pedro

Los dos discípulos son significativos. Pedro y el Discípulo Amado corren. Simón Pedro (símbolo del poder) y el discípulo a quien quería Jesús (símbolo del amor del Señor). Los dos corrieron.

         Este texto tiene un gran movimiento:

         María Magdalena corre hacia el grupo.

El discípulo Amado corre al sepulcro y llega primero. El amor (todo Discípulo Amado) corre por llega a la fe en la Vida..

Pedro, más lento, también llega.

El hombre: ser inquieto: espiritual

La vida es movimiento, inquietud, búsqueda, horizontes.

Los caminos, las búsquedas intelectuales, las salidas a los problemas como la verdad, la libertad, la paz-pacificación, crisis económica pertenecen a la condición humana.

¿Qué otra cosa, si no, es el Éxodo y Emaús, los esfuerzos teológicos, culturales, científicos, políticos? Ante los fracasos y barreras, el ser humano corre, busca salidas, no se conforma, no se adormece.

No es postura muy humana, y menos cristiana este atrincheramiento y “enrocamiento” eclesiástico que estamos viviendo en muchas diócesis impregnadas de sospechas, bloqueos y placajes pastorales, teológicos, eclesiásticos. Salgamos corriendo hacia la luz, hacia la vida, hacia la libertad.

  1. Feliz Pascua.

         Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.

         El momento cultural que nos toca vivir no es especialmente alentador: hay muchas vendas, muchos sudarios, sufrimiento, muerte, abatimientos, depresiones, paro, decrepitud moral, “losas eclesiásticas” etc.

         Es el amor, el Discípulo Amado, el que intuye, cree en la vida. El amor abre, el miedo repliega y cierra. Quizás celebrar la Pascua signifique una invitación a vivir desde otros criterios más abiertos y profundos que los meramente autoritarios, disciplinares, legales.

         Es razonable, es creativo construir la vida desde los valores del Reino de Dios, de la Vida de Cristo. Esto es válido para nuestra vida personal, familiar, eclesial, política.

         Tenemos prisa –corrieron– por vivir. La vida no espera, siempre tiene -no ansiedad- sí prisa

Desde la Resurrección del Señor:

Feliz Pascua y corramos hacia la vida.

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Queremos ser vida luz.

Domingo, 4 de abril de 2021
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artwork_images_424157556_176230_david-lachapelleHermanos, cuando uno es cogido por la fuerza de la Resurrección de Jesús comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas y una vida digna. Oremos.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que la Iglesia sea, la comunidad creyente que busca hacerse presente allí donde se produce muerte, para luchar con todas las fuerzas ante cualquier ataque a la vida.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos nosotros seamos conscientes de la llamada permanente a ser y estar del lado de los más desfavorecidos; a despertar nuestra fe dormida, sabida y dejarnos sacudir por tanta situación injusta, insolidaria, egoísta…

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que todos los niños, jóvenes y adultos que durante esta Pascua van a recibir los Sacramentos del Bautismo y Confirmación, encuentren en muestras comunidades parroquiales y religiosas espacios donde compartir, reflexionar y madurar su opción por Jesús y su Reino.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, que celebremos la Pascua acogiendo el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan , el gozo de los que perdonan, la ternura de los que ofrecen misericordia.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

• Padre bueno, te recordamos en esta mañana de Pascua a todos los hombres y mujeres que entregan su vida día a día por hacer posible la utopía de un mundo más justo y más a la medida de tu corazón.

Jesús, queremos ser vida luz donde hay muerte y oscuridad.

Padre, tú sabes que queremos ponernos tras las huellas de tu hijo Resucitado, reconocerle en el hermano o hermana que tenemos al lado, también en los lejanos y… dejarnos encontrar por Él… Que la alegría de celebrar la Pascua nos lance a la vida de los demás. Te damos las gracias por entregarnos nuevamente y para siempre a tu hijo Jesús.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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