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Viernes Santo, día de los condenados a muerte

Viernes, 2 de abril de 2021

jesus-crucificado1Del blog de Xabier Pikaza:

Viernes Santo (2.3.21): memoria de un condenado a muerte y con él de todos los condenados a muerte. Día de tiniebla, “anti-fiesta” de los ajusticiados. Día de luz, porque los condenados a muerte (rechazados por un tipo de justicia del mundo) son acogidos por Dios para la Vida.

 Trataré en este contexto de la Pena de Muerte en la Biblia, para interpretar después el cristianismo como religión de un condenado a muerte.  Jesús dijo “tuve hambre y me disteis de comer… o no me disteis de comer”. Pudo haber seguido diciendo “fui condenado a muerte y me acompañasteis y…”.

Un día como hoy, Viernes Santo, quiero reflexionar sobre la pena de muerte en la  Biblia (AT), y sobre la necesidad de reinterpretarla y superarla desde el NT (y desde una ética humanista), como he destacado en Historia de Jesús y Diccionario de la Biblia.  

Deseo que esta”postal” sea descriptiva, más que valorativa. Apenas hago juicios, quiero limitarme a presentarhechos. El lector interesado sabrá interpretarlos. Espero, sin embargo, que queden claras cuatro ideas de fondo:

1. La visión de la pena de muerte en el AT forma parte de una historia “superada” de la que venimos. Presento esa historia como “recuerdo” de un pasado de falsa seguridad y de “venganza” (talión) que (desgraciadamente) sigue aún dominando en amplias franjas de la tierra, incluso en zonas de tradición cristiana.

2. La historia de la vida y muerte de Jesús es una crítica contra la pena de muerte, que así  aparece como expresión de violencia, del miedo y de la inhumanidad de un tipo de poderes establecidos que quieren imponerse “matando” a los otros. La pena de muerte no puede apelar al conjunto de la Biblia (ni al cristianismo ni a gran parte del judaísmo moderno).

3. Frente a la pena de muerte puede y debe elevarse no sólo el cristianismo (la figura de Jesús, asesinado por la justicia), sino un tipo de ética humanista. Sin duda, cierto cristianismo (casi hasta el día de hoy) ha sido y sigue siendo anti-cristiano en su forma de valorar y aplicar la pena de muerte (en inquisiciones y en tribunales amparados, al menos de forma indirecta por un tipo de Derecho Canónico que no ha sido evangélico).

4. Aprovecho este día (Viernes Santo) para elevar elevar mi protesta contra la Pena de Muerte, partiendo de una lectura más honda del AT y del Evangelio. Por eso he querido que este día sea “día de los condenados a muerte”. Con Jesús y con millones de condenados como él por una justicia de poder político-sacral hagamos hoy un camino de superación evangélica y humana de la pena de muerte.

ANTIGUO TESTAMENTO, PENA DE MUERTE

 por-un-mundo-sin-pena-de-muerte_560x280 La Biblia (AT) no es un libro meramente “espiritual”, sino que expone también las «cosas del César», es decir, de la organización económica y social, penal y militar del pueblo. Por eso incluye una serie dede tipo jurídico en los que arbitra y defiende, conforme a las costumbres de aquel tiempo, la pena de muerte.

En ese sentido, el AT resulta duro y hasta extraño, pues impone con cierta “generosidad” la pena de muerte.

(1) Pena de muerte para defender la identidad religiosa.La primera de las causa de pena de muerte en Israel ha sido la defensa de la propia identidad religiosa, vinculada a la elección de Dios y al mantenimiento del pueblo, conforma a los primeros mandamientos del decálogo: no hay más Dios que Yahvé, no profanar el nombre de Yahvé, no hacer ídolos, no profanar las fiestas (cf. Ex 20, 3-10; Dt, 5-7-12).

(a) Los extranjeros, reos de muerte. En un momento dado que condenaron a muerte a los que no formaban parte de pueblo de Israel, siguiendo un tipo de «ley de genocidio» (cf. Ex 23, 20-33; 34, 10-16; Dt 7 y 20; Jc 2, 1-5). Más tarde, cuando los israelitas carecen de independencia política y poder para matar a los extranjeros, ellos se comprometen a expulsarlos de la tierra, sobre todo a las mujeres no israelitas, para cumplir de esa manera una exigencia de pureza étnica que aparece en los libros de  Esdras y Nehemías (Esd 9–10).

(b) Pena de muerte contra los que profanan un lugar sagrado. Así dice el Éxodo: «No subáis al monte [de Dios], ni toquéis su límite. Cualquiera que toqueel monte, morirá irremisiblemente. Nadie pondrá sus manos sobre él, porque ciertamente será apedreado o muerto a flechazos. Sea animal u hombre, no vivirá. Sólo podrán subir al monte cuando la corneta suene prolongadamente» (Ex 18, 12-13). Esta ley no es exclusiva de Israel, sino que aparece en muchos códigos antiguos, en los que la profanación del templo se castigaba con pena de muerte. Los que redactaron este pasaje están pensando ya en el templo de Jerusalén, donde se condenaba a muere a los profanadores de su santidad.

(c) Los que profanan el sábado. Así sigue diciendo el Éxodo «Guardaréis el sábado, porque es sagrado para vosotros; el que lo profane morirá irremisiblemente. Cualquiera que haga algún trabajo en él será excluido de en medio de su pueblo… Seis días se trabajará; pero el séptimo día os será sagrado, sábado de reposo consagrado a Yahvé. Cualquiera que haga algún trabajo ese día morirá. (Ex 31, 14; 36, 2).

(d) Los que profanan el nombre o identidad de Yahvé. En este contexto se sitúa, sobre todo el castigo por la blasfemia: «El que blasfeme el nombre de Yahvé morirá irremisiblemente. Toda la congregación lo apedreará. Sea extranjero o natural, quien blasfeme del Nombre morirá » (Lev 24, 16). Esta ley se amplia y se aplica, de un modo más general y difícil de precisar a los que rechazan a los sacerdotes: «Quien proceda con soberbia y no obedezca al sacerdote o al juez, esa persona morirá» (Dt 17, 12).  También se condena a muerte a los falsos profetas: «Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre una palabra que yo no le haya mandado hablar, o que hable en nombre de otros dioses, ese profeta morirá» (Dt 18, 20).

(e) Los que adoran a otros dioses. Idolatría.Éste es el motivo más detallado de pena de muerte. La vinculación de los israelitas con Yahvé forma parte de su propia identidad, de manera que el israelita que rompa el pacto con Yahvé debe morir, de forma irremisible: «Si te incita tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, o tu hija, o tu amada mujer, o tu íntimo amigo, diciendo en secreto: Vayamos y sirvamos a otros dioses, que tú no conociste, ni tus padres, dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o lejos de ti, como está un extremo de la tierra del otro extremo de la tierra; no le consientas ni le escuches. Tu ojo no le tendrá lástima, ni tendrás compasión de él, ni lo encubrirás. Más bien, lo matarás irremisiblemente…» (Dt 13, 6-10).

(f) Los hechiceros.En el contexto anterior se sitúa la ley que castiga con pena de muerte a los que ofrecen a sus hijos a Moloc, sacrificándolos ante su Dios dentro de la tierra de Israel; esta es una ley que se aplica por igual a israelitas y extranjeros: todos los que ofrezcan sacrificios humanos a Dios han de morir (Lev 20, 2). También los hechiceros y adivinos son castigados con pena de muerte: «El hombre o la mujer que tenga relación con los espíritus de los muertos o que sea adivino morirá irremisiblemente. Los apedrearán; su sangre será sobre ellos» (Lev 20, 27).

(g) Defensa de la familia.La ley israelita resulta extremadamente dura en este campo, precisando, de forma negativa, el sentido positivo del «honrarás a tu padre y a tu madre». Según eso, «el que hiera a su padre o a su madre [y no sólo el que los mate, como en los restantes casos] morirá irremisiblemente» (Ex 21, 15); también debe morir el que maldiga a su padre o a su madre (Ex 21, 17; Lev 20, 9). La ley condena también a los desobedientes: «Si un hombre tiene un hijo contumaz y rebelde, que no obedece la voz de su padre ni la voz de su madre, y que a pesar de haber sido castigado por ellos, con todo no les obedece, entonces su padre y su madre lo tomarán y lo llevarán ante los ancianos de su ciudad, al tribunal local… y todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá» (Dt 21, 18-21).

 (h) Condena del homicidio.En la base de la ley israelita está la defensa de la vida, conforme lo exige el talión más antiguo: «El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre» (Gen 9, 4). Esta ley y condena ha sido precisada en las diversas legislaciones. Así, por ejemplo, en el Código de la alianza se dice: «El que hiere a alguien causándole la muerte morirá irremisiblemente» (Lev 21, 12).  En este contexto, la ley israelita ha conservado sus tradiciones más antiguas: el encargado de matar al asesino es el «vengador de la sangre», es decir, el familiar más cercano, con autoridad y poder para ello, el → goel (cf. Num 35, 19). Para casos de homicidio involuntario se buscaron ciudades de refugio o santuarios, donde el asesino quedaba resguardado de la ira del vengador de sangre (cf. Lev 21, 1 3; Num 35, 25-28; Jos 21, 13-38). Las implicaciones de esta ley de defensa de la vida son tan grandes que se condena a muerte incluso al hombre que tiene un buey que acornea y que, sabiéndolo, lo deja suelto, causando la muerte de otra persona (cf. Ex 21, 28-32).

(i) Condena del adulterio. Casi todas las leyes del oriente antiguo consideran el caso del adulterio de la mujer como digno de pena de muerte, pues va en contra del derecho del varón casado y destruye la familia, impidiendo que se mantenga la pureza genealógica, que resulta esencial para la identidad del pueblo. En principio se condena al adúltero y a la adúltera, pero la mujer sufre sin duda penas mayores: «Si un hombre comete adulterio con una mujer casada… el adúltero y la adúltera morirán irremisiblemente» (Lev 20, 10). «Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer de otro hombre, ambos morirán: el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer. Así quitarás el mal de Israel» (Dt 20, 22). Hemos dicho que la mujer a la que se toma como → adultera sufre penas mayores (cf. Dt 22).

(j) Condena del robo de hombres.El mandamiento de «no robar» se refiere ante todo al robo de hombres, como muestran las leyes que lo condenan: «El que secuestre a una persona, sea que la venda o que ésta sea encontrada en su poder, morirá irremisiblemente» (Ex 21, 16). «Si se descubre que alguien ha raptado a alguno de sus hermanos, los hijos de Israel, y lo ha tratado brutalmente o lo ha vendido, ese ladrón morirá. Así quitarás el mal de en medio de ti» (Dt, 24, 7). De esa forma se condena el tráfico de hombres y/o mujeres.

irangays(k) Plano de género: homosexualidad.La ley israelita defiende un orden sexual donde las funciones del varón y la mujer aparecen distintas y separadas: «No te acostarás con varón como con mujer; es una abominación» (Lev 18, 22). «Si un hombre se acuesta con un hombre, como se acuesta con una mujer, los dos cometen una abominación. Ambos morirán irremisiblemente; su sangre será sobre ellos» (Lev 20, 13).

(l) Condena de la bestialidad: «Si alguno tiene cópula con un animal, morirá irremisiblemente. Mataréis también al animal. Si una mujer se acerca a algún animal para tener cópula con él, matarás a la mujer y al animal. Morirán irremisiblemente; su sangre será sobre ellos» (Lev 20, 15-16). En todos estos casos, la pena de muerte viene establecida por el Código de la Santidad, empeñado en mantener la pureza ritual y sexual de los israelitas.

JESÚS, CONDENADO A MUERTE

Condenado por los sacerdotes saduceos 

Ciertamente, Jesús era un «buen» israelita, pero, conforme a su mensaje, el buen pueblo de la ley perdía su identidad nacional y su separación sagrada. Lógicamente, los defensores de esa identidad le han condenado. No había otra salida: conforme a la ley del buen sistema, Jesús tenía que morir, pues su movimiento ponía en riesgo el valor del templo.

Los sacerdotes oficiales le vieron como un peligro para el pueblo y en nombre del Dios de su pueblo tuvieron que condenarle blasfemo (Mc 14, 64) porque se apropiaba de un poder y autoridad que sólo corresponde a Dios. La acusación contra Jesús no ha sido una calumnia perversa, ni su juicio y condena una expresión de maldad alborotada, como parece suponer más tarde Lucas (Hech 2, 23; 3, 13 ss; 4, 10: 7, 52), sino exigencia de la misma ley de seguridad nacional de un tipo de judaísmo, que se sentía amenazado por la blasfemia y ruptura de este pretendiente mesiánico galileo. Jesús había desafiado a la autoridad de su pueblo.

Lógicamente, la autoridad se defiende y le condena a muerte. Esa autoridad habría comprendido y aceptado casi todo: un asceta duro, como Juan, pregonando el juicio en el desierto; un vidente apocalíptico, anunciando la guerra de Dios; un esenio, opuesto al orden actual del mismo templo; un político celota, comprometido de forma violenta con la liberación del pueblo; un político realista, aliado a Roma… Pero no pudo aceptar a un hombre mesiánico como Jesús, que integraba en el Reino de Dios a los infieles y enemigos, corriendo el riesgo de unir a puros con manchados, rompiendo la identidad sagrada del pueblo.

Ejecutado los romanos por rebelde como peligroso para el Estado.

 La razón fundamental de su condena fue política como muestra el cartel de la sentencia: «Rey de los judíos» (Mc 15, 26). La tradición sinóptica supone que Jesús procuró ocultar (o matizar) su condición mesiánica, por las ambigüedades nacionalistas y militares que implicaba. Sin embargo, parece totalmente seguro que, al final de su carrera, Jesús ha mantenido firme su actitud, no se ha vuelto atrás, sino que se ha presentado como, sin negar las implicaciones político-sociales de su misión.

Con esa certeza, en un momento determinado, en el contexto de la → pascua, es decir, de la fiesta de la liberación de los hebreos y de la revelación salvadora de Dios, subió a Jerusalén a fin de presentar abiertamente su mensaje. Todo nos permite suponer que subió expresamente decidido a «forzar la ruptura», a provocar a las autoridades con una serie acciones públicas que expresaran una pretensión real de tipo davídico davídico (entrada en Jerusalén, purificación del templo).

No subió en las fiestas del Yom Kippur o de la → expiación para pedir perdón a Dios por los pecados. Tampoco subió en un contexto → pentecostal de renovación de la ley (aunque en su vida y obra hay elementos pentecostales, vinculados con la fiesta de la vida). Subió precisamente en pascua, con la pretensión de un nuevo nacimiento para el pueblo.

Ciertamente, esa pretensión no era política en el sentido militar y nacionalista. Pero tenía elementos sociales y políticos muy marcados, que las autoridades entendieron como una provocación. En ese sentido, ni Caifás, sacerdote judío, ni Pilatos, gobernador romano, fueron injustos o asesinos al condenarle a muerte. Ellos supieron lo que se estaba jugando en el fondo del mensaje y de la provocación de Jesús.

Por eso, humanamente hablando, en aquellas circunstancias, no tuvieron otra salida que condenarle a muerte. Para ellos, Jesús era un profeta popular, un líder de masas.  Él no era externamente peligroso, pero su movimiento, en un momento de entusiasmo popular como el de las fiestas de pascua, podía convertirse en rebelión armada. Lógicamente, le condenaron a muerte y lo hicieron en un tiempo de relativa calma, con la ley en la mano. La propuesta de Jesús, definida por una «política radical» de gratuidad, de no-violencia activa, de superación de los sistemas sacrales y sociales de imposición y opresión, era peligroso para los sacerdotes de Jerusalén y para Roma.

 La condena de Jesús no fue una equivocación de Roma.

Jesús tenía un proyecto y camino (estrategia) de reino que no concordaba con los métodos (y presencia) de Roma en Palestina. Por eso ha criticado el funcionamiento básico de las instituciones políticas (sociales) cuando describe y condena el poder como dominio de los unos sobre los otros (cf. Lc 22, 25-27; Mc 10, 42-45).

Por otra parte, Jesús había proclamado un movimiento de reino al servicio de los desclasados (pobres, excluidos…), creando así una situación de riesgo en el frágil equilibrio político de Palestina, especialmente por su entrada pública en Jerusalén. Finalmente, Jesús se sentía avalado por Dios, declarando así, implícitamente, que el Dios de los romanos (del imperio militar) era un ídolo falso.

Respondiendo a todo esto, los romanos le mataron porque era un perturbador del orden divino de Roma, porque había puesto en riesgo el equilibrio frágil de la violencia sagrada de Roma. Ciertamente, en un sentido, Jesús había separado religión e imperio, las cosas del César y las cosas de Dios (cf. Mc 12, 27), pero, de hecho, su forma de anunciar y preparar la llegada del Reino de Dios iba en contra del orden de Roma. Había que decidirse entre Jesús o este imperio concreto. Lógicamente, Pilato se decidió por el imperio.

Desde un punto de vista humano tenía razón, pues como dirá más tarde el mismo Flavio Josefo, comentando la guerra del 67-70, Dios había dado su poder a Roma. Así lo entendieron los sacerdotes de Jerusalén, que se beneficiaban de los privilegios nacionales y sagrados, económicos y sociales que les concedía la paz de Roma. Roma era muy tolerante, siempre que se aceptara su visión religiosa de la paz política, pero era implacable cuando veía en peligro su imperio. «La muerte de Jesús fue la garantía de que no se producirían desórdenes…».

¿Fue Jesús inocente?

El problema de la inocencia en cuanto tal era secundario; lo que importaba era el orden imperial de Roma, que había pactado con el orden nacional de los sacerdotes judíos. El imperio sagrado de Roma y la santidad del templo de Jerusalén se vinculaban: en ambos casos, Dios se expresa a través de la violencia del sistema. Pues bien, frente a ese dios del sistema, que es violencia organizada, ha elevado Jesús el Reino de Dios Padre como experiencia y camino de gratuidad, no en contra de la ley político-sacral del templo y del imperio, pero por encima de ella.

  No es fue reformador, sino un profeta y pretendiente mesiánico, que anuncia y prepara, primero en Galilea y después en Jerusalén, la llegada del reino de la gracia, que no viene por armas (Roma), ni por sacrificios sagrados (templo), sino por la gracia de Dios y por la comunión de vida de los enfermos y pobres, de los expulsados y excluidos del sistema. Soldados imperiales y sacerdotes del templo no tuvieron más remedio que condenarle a muerte, porque sienten miedo ante la palabra y proyecto de gracia de Jesús. Ellos fundaban su seguridad sobre un Dios de seguridad y violencia. Por eso tuvieron miedo ante el proyecto y camino de gracia de Jesús y deben condenarle.

 MUERTE DE JESÚS, INTERPRETACIONES 

 Muerte natural, Jesús muere porque es hombre.En primer lugar ha muerto porque es humano. No es superman, apariencia de Dios que camina sobre el mundo, sino un hombre concreto, nacido de mujer, sometido a la ley de la vida y muerte normal de la tierra (cf. Gen 4, 4). En ese sentido, su fallecimiento se inscribe en el gran despliegue de los ritmos de la naturaleza, como las plantas que nacen y mueren, como las estaciones del año que pasan y vuelven. Murió por ser mortal, de tal manera que si no le hubieran ajusticiado con violencia hubiera expirado por enfermedad o vejez. Ciertamente, los cristianos saben que Jesús murió en la cruz y fue enterrado (Marcos 15). Pero pudo morir porque era humano, salido del humus o polvo mortal de la tierra.

Muerte pervertida, le ha matado el Diablo. La tradición bíblica sabe que la muerte del hombre es más que una expresión de su naturaleza humana, y Marcos añade que a Jesús le han matado otros hombres (los sacerdotes, Pilato…), por miedo y por envidia, para defender su sistema de violencia. Pues bien, en el fondo de esa muerte, puede y debe verse “la mano” del Diablo, como sabe el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y los de su partido pasarán por ella» (Sa 2, 24-25).

A Jesús le han matado por “instigación del Diablo”, contra quien ha luchado desde el principio (Mc 1, 12-13); lo han hecho unos “agentes del mal”, unos poderes sociales que están de hecho al servicio de Satán (como supone Mc 3, 21-30). En esa línea, que será desarrolla extensamente por la gnosis, una glosa de Pablo dirá que fueron los “jefes” de este mundo los que mataron a Jesús sin conocerle (1 Cor 2, 8). En esa perspectiva se supone que la muerte de Jesús constituye un momento del gran drama cósmico y angélico: Los poderes angélicos perversos quisieron matar a Jesús, pero al hacerlo, sin conocer bien lo que hacían, se destruyeron a sí mismos.

 Muerte bendita, por amor a los demás. Ciertamente, Jesús ha muerto por naturaleza (era mortal) y por per-versión humana (le han ejecutado), pero en sentido aún más profundo él ha muerto por fidelidad a su tarea, pues ha puesto su mensaje y vida al servicio de los marginados, enfermos y oprimidos de su entorno, suscitando para ellos y con ellos un movimiento de Reino, al servicio de una salud y comunicación universal, y de esa forma ha suscitado la oposición de los defensores del sistema político/sagrado que intentan matarle desde el principio (Mc 3, 6). Así ha muerto dando la vida, según afirma Pablo (cf. Gal 2, 20) y saben los textos más profundo de Marcos (cf. Mc 10, 45 y 14, 24). En ese sentido se puede afirmar que la muerte de Jesús ha sido un “sacrificio”, pero no para aplacar a Dios, sino para convertir su vida en ofrenda de vida al servicio del Reino (es decir, como principio de la Nueva Alianza).

Morir en Dios: blasfemia o revelación. Como sabe la parábola de los viñadores (Mc 12, 1-12), Jesús ha realizado su obra en nombre de Dios, sin más poder ni defensa que su vida, que él mismo entregó, de modo gratuito y generoso, en comunicación sanadora, proclamando la llegada del Reino de Dios. Muchos pensaban que Dios es garante y defensor del orden establecido, que se expresa por el templo de Jerusalén y el imperio de Roma. En esa línea, ellos interpretan el gesto de Jesús como desorden social y ‘blasfemia’ contra Dios y, por eso, legalmente le matan, apelando para ello a las razones de la Biblia, que manda aniquilar a los herejes (cf. Dt 13: lapidación*, pena de muerte*).

Entendida así, la muerte de Jesús ha sido expresión de un juicio teológico. Aquellos que le matan optan por el Dios de sus instituciones, y afirman que Jesús las pone en riesgo; ellos quieren que se cumpla la justicia de Dios expresada en el sistema. Por su parte, Jesús muere llamando a su Dios desde la suprema debilidad (¿por qué me has abandonado?: Marcos 15, 34); los cristianos dirán que ha muerto por ser fiel al Dios amigo de perdedores y marginados, por encima de todo sistema. Así podemos decir que Jesús no ha muerto simplemente por causa del Diablo (envidia y violencia originaria), ni tampoco por la violencia de las autoridades sagradas e imperiales, sino por fidelidad a su mensaje y por amor de Dios, como saben Marcos y Pablo.

Ha muerto para mostrar y realizar, sobre la dura violencia de este mundo, la más honda y gozosa experiencia de vida, como testigo del Reino (mártir) en favor de los pobres y expulsados del sistema. Murió como perdedor, en nombre de Dios, pero convirtiendo su pérdida en ganancia universal. Otros han perdido y parece que todo sigue igual. Jesús, en cambio, ha perdido y en su muerte (derrota) es revelación universal de amor, es decir, de la vida de Dios. En ese sentido, la misma muerte puede y debe interpretarse, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, como experiencia de resurrección*. Por eso dice Festo ante el Rey Agripa que, según Pablo, Jesús es un muerto que está vivo (Hch 25, 19).

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