Entregarse para comunicar vida.
Anoche acabábamos con la oración de Jesús en el huerto. Noche, soledad, miedo, angustia… La situación se ha complicado mucho y huele a muerte… Lo que quieren tanto la ocupación romana como los líderes religiosos, es solucionar los problemas de raíz y para eso no ven nada mejor que quitar a Jesús de en medio.
Seguimos en esa dinámica de que Jesús es el discípulo; él ha aprendido de los profetas del Antiguo Testamento que el pueblo no quiere oír hablar de sus infidelidades ni de sus injusticias, y si hace falta, se acaba con ellos. La discípula, todxs nosotrxs, no queremos la muerte de Jesús, ni por supuesto la propia.
Lo que Jesús entiende en esa noche del prendimiento está a años luz de lo que entienden sus seguidores, que solo buscan la manera de no verse involucrados en este proceso tan confuso y violento. (Jn 18: 1-14)
Pedro, que representa a los discípulxs, no ha comprendido la entrega de Jesús, que no consiste en triunfar dando muerte sino en entregarse para comunicar vida.
Después de la entrega de Judas a los guardias oímos tres veces de boca de Jesús: “Yo soy”. Esta expresión es la formulación en primera persona del evangelio de Juan de “El que es” o “Lo que es”, (Yhwh). Jesús “ha llegado” a la plenitud de su ser siendo hijo con todas las consecuencias. “Yo soy” es el núcleo de nuestra auténtica identidad.
Esa confianza y seguridad que tienen un referente inconfundible para Jesús: Abba, hace posible la ternura. El hecho de saberse amado infinitamente por Dios, le proporciona esa firmeza que le ayudará a llegar al final de la entrega, no de una manera estoica sino como culminación de una entrega voluntaria, paulatina, que ve el culmen en la entrega en la cruz. Jesús no intenta escapar sino que pone a salvo a sus amigos, por quienes va a dar la vida.
Entrega es la palabra que me sugieren las lecturas para este Viernes Santo en el que intentamos abarcar tanto: el pasado y el presente, la vida y la muerte, el sentido y el sinsentido del sufrimiento y cuál es nuestra imagen de Dios a partir de todo ello.
Por eso ante la actitud violenta de Pedro para “salvar” a Jesús recibe una recriminación por su parte. La aceptación de la muerte entra en el designio de Dios: presentar la alternativa del amor ante el odio y la violencia. En un mundo de tiniebla y violencia guiado por un sistema opresor en el tiempo de Jesús y hoy. Jesús no busca el dolor pero lo acepta cuando es consecuencia del testimonio del amor y la denuncia de la opresión; no responde a la violencia con violencia ni al odio con odio para mostrar que Dios es puro amor, ajeno a la violencia.
Contra la fuerza del poder civil y religioso unidos por una misma causa solo vale una actitud la de la entrega por amor: un amor afectivo y efectivo, un amor de entraña el término “rahamim” (de la raíz “rehem”: seno materno, entrañas maternas) se remite a una parte del cuerpo humano marcadamente femenina: el útero, como “el lugar donde la vida misma es concebida, acogida, protegida y alimentada para que pueda, posteriormente, crecer, desarrollarse y salir a luz. ‘Rahamim’ es utilizado, entonces, para designar el amor de Dios en directa comparación con el amor de una madre, que se conmueve y experimenta compasión por el hijo de sus entrañas. Esa es la ternura y la compasión que vive Jesús, que identificado con el amor de Dios, pasa por encima de las manifestaciones de poder, prepotencia y opresión de los suyos y es capaz de ver su fondo de miseria, inseguridad, que les hace actuar como marionetas movidas por los hilos del poder económico, militar, civil y religioso.
(Jn 18: 15-27)
El evangelio de Juan nos presenta el contraste entre quienes entienden y siguen a Jesús en un discipulado comprometido y los que no. Para poder seguir a Jesús y “entregarse” como Él hay que haber experimentado su amor. Pedro se siente defraudado en sus expectativas mesiánicas; él habría querido otro tipo de Mesías y se encuentra “mezclado” con los enemigos de Jesús. Más que darle adhesión a Jesús se la había dado a su propio ideal de un Mesías de poder. No ha alcanzado la libertad y no tiene fuerza para definirse como su seguidor.
Lecciones tan prácticas y tan actuales para nuestras vidas. Mientras todo va de manera favorable nos gusta estar cerca de quien está alcanzando el éxito; en cuanto algo se tuerce tenemos mil argumentos para dejar el camino de seguimiento de lado y excusarnos de mil maneras. Por eso, para ser discípulx, es imprescindible “vivir” unido a ese corazón, a esa entraña de Jesús que transforma, no nuestras ideas, sino nuestro ser.
A Jesús le ha llegado su hora, a la que acude de manera consciente, no llevado por las circunstancias sino que se entrega de manera consciente con todas las consecuencias. SU OBJETIVO ES DEMOSTRAR SU AMOR SIN CONDICIONES. Ese es el único auténtico y al que aspiramos en nuestras relaciones con los demás, del tipo que sean…
Ese amor incondicional que llamamos el auténtico amor lo ha ido trabajando a lo largo de toda su vida y por eso el final es sólo el culmen de una experiencia en la que no se puede separar el amor experimentado del amor entregado.
Jesús no basa su entrega en el amor que experimenta por parte de sus seguidores o de aquellos a los que les devuelve su dignidad humana a través del perdón, la curación, la liberación en una palabra…
NO SIGO ADELANTE PORQUE ME AMÁIS Y ME ENTENDÉIS
NO SIGO ADELANTE PORQUE ME COMPENSA VUESTRA RESPUESTA
NO SIGO ADELANTE PORQUE ESTOY SEGURO DE QUE SALDRÉ VICTORIOSO…
El amor experimentado es el que me sostiene y me hace capaz de amar con todo y a pesar de todo.
Ser discípulx es ir entrando en estos sentimientos de Jesús, viviéndolos en nuestras circunstancias personales creciendo cada día en la entrega, sin miedos, con libertad.
Carmen Notario, SFCC
Fuente Fe Adulta
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